La necesidad de establecer cambios en una organización social proviene generalmente de cierta disconformidad con el funcionamiento esperado, o con los resultados obtenidos, como es el caso de la Iglesia Católica. Sin embargo, el cambio por el cambio mismo es algo incoherente, ya que ello no asegura un progreso efectivo sino que incluso puede ocasionar retrocesos. El cambio pequeño implica alterar símbolos religiosos, como así también costumbres y tradiciones, hasta llegar finalmente a los fundamentos mismos de la institución. M. Roberto Gorostiaga escribió: “Un oleaje continuo de cambios agita la Iglesia desde hace cosa de un decenio. Cuando creemos que el nuevo cambio será «el último», que podremos descansar en él, la nueva ola barre con nuestras esperanzas. Desde la disposición interior de las iglesias (altar, sagrario, imágenes de santos) hasta el rito de la misa, pasando por el tratamiento dado a los obispos, la catequesis, el traje de los sacerdotes, los hábitos de las religiosas, nada se salva de la universal marejada de cambios”.
La función atribuida a los cambios, según el autor, “es ir ablandando a los «buenos», haciéndoles de más en más proclives a la idea del cambio para que, cada vez, les choquen menos las cosas malas”. “Así hay toda una «línea media» de gente, en proceso de ablande, que no quiere la destrucción de la Iglesia como la buscan los progresistas; pero que llevados por una obediencia no filial sino servil a la autoridad, ven cómo caen las tradiciones más venerables, los usos más santos, y se apresuran como a hacer punta en la nueva costumbre, señalando que ellos marchan por una vía media, a igual distancia tanto de los sostenedores de la herejía progresista cuanto de los defensores a ultranza de una tradición esclerosada. «Se cede por temor de lo peor o para no dejar de parecer lo suficientemente moderno y dispuesto al deseado ‘aggiornamento’» (Pablo VI)”.
“Así, cuando se dice «apertura», significa de hecho, simpatía hacia todo lo malo del mundo moderno: hacia el comunismo, las formas estatizantes y colectivistas, blandura cuando no franca aceptación del erotismo, inmoralidad en espectáculos y revistas, etc.”. “Para elegir este prudente y juicioso término medio entre verdad y error, la «línea media» parte a menudo de la falta de habilidad, intemperancia, dureza, imperfecciones, a veces reales, de los defensores de la verdad. No nos dejemos atrapar en este lazo….Por hosco y antipático que sea quien dice que dos más dos son cuatro, y por simpático y agradable resulte quien sostenga que son cinco, la verdad no por eso, es cuatro y pico”. “Si se quiere hacer caminar a la «línea media» cincuenta pasos a la izquierda, basta solamente que los «avanzados» caminen cien” (De “La misa, la obediencia y el Concilio Vaticano II”-Ediciones Fundación-Buenos Aires 1979).
De la misma manera en que a los políticos populistas y totalitarios no les basta con ignorar las leyes y la Constitución, sino que incluso pretenden cambiarlas para sentirse más a gusto con el poder, los destructores inconscientes de la Iglesia piden cambios en lugar de intentar cumplir con los mandamientos de Cristo. Como tales mandamientos requieren bastante esfuerzo de adaptación personal, les resulta más cómodo el cambio de la institución.
Luego de convertirse en Papa, Jorge Bergoglio ha impuesto cambios en la Iglesia, como era de esperar, aunque surgen dudas acerca de si tales cambios favorecerán un acercamiento a la propuesta evangélica o bien a un aumento del número de seguidores. Alguien advirtió sorprendido que el Papa procedió a apagar varias luces que no se utilizaban en un sector del Vaticano, tratando de evitar el derroche innecesario de energía que no sólo malgasta recursos económicos sino que evita parcialmente la contaminación ambiental asociada a toda generación eléctrica. Sin embargo, ésa es la postura adoptada por toda persona normal en una sociedad normal, mientras que, por el contrario, cuando tal actitud sorprende, resulta ser un indicio de que estamos en una situación de crisis moral.
Algunos críticos han advertido respuestas del Papa a las que consideran desligadas de la tradición eclesiástica. Antonio Socci escribió: “He aquí la primera cita del Papa Bergoglio, en la entrevista aparecida en «Reppublica» del 1 de Octubre de 2013: «Cada uno de nosotros tiene una visión del Bien y también del Mal. Nosotros debemos incitar a proceder hacia aquello que uno piensa que es el Bien….Cada uno tiene una idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal tal como uno lo conceptúa. Bastaría esto para cambiar el mundo»”.
“Es impresionante leer estas palabras teniendo delante de los ojos las imágenes de los estragos de Paris (y de tantos otros estragos que el fanatismo islámico perpetra cada día en el mundo). Estas palabras de Bergoglio están en total contradicción con las enseñanzas de siempre de la Iglesia. En efecto, la Doctrina Católica afirma que el Bien y el Mal no son subjetivos, esto es, no son opiniones arbitrarias, y son objetivas y se encuentran inscriptas en la conciencia, en las leyes naturales y más claramente y explícitamente en las leyes de Dios, en los Mandamientos”.
“Basta aquí recordar las palabras de Pablo VI del 12 de febrero de 1969: «La conciencia, de por sí, no es el árbitro del valor moral de las acciones que ella sugiere. La conciencia es la intérprete de una norma interior y superior; no la crea por sí. Ella está iluminada por la intuición de ciertos principios normativos, connaturales con la razón humana; la conciencia no es la fuente del bien y del mal; es la advertencia, es la escucha de una voz, que se llama justamente la voz de la conciencia, es el reclamo a la conformidad que una acción debe tener a una exigencia intrínseca del hombre, de manera que el hombre sea hombre verdadero y perfecto. Lo cual es la intimación subjetiva e inmediata de una ley, que debemos llamar natural, no obstante que muchos hoy no quieren escuchar más hablar de ley natural”.
“Nueve meses después, el Papa Bergoglio, en una nueva entrevista con Scalfari, aparecida en «Reppublica» el 13 de Julio de 2014, volvió sobre el argumento y agregó: «La conciencia es libre. Se elige el mal porque se está seguro que de ello derivará un bien, de lo alto de los cielos estas intenciones y sus consecuencias serán evaluadas. Nosotros no podemos decir más porque no sabemos más». Una suerte de ‘¿quien soy yo para juzgar?’ también frente al mal elegido deliberadamente con la intención de perseguir un objetivo que es considerado justo (que luego es el viejo y peligroso adagio por el cual ‘el fin justifica los medios’)”.
“Esta idea es radicalmente condenada por la Iglesia como se puede leer en el mismo Catecismo de la Iglesia Católica que afirma categóricamente: «No es lícito cometer el mal aunque de él derive un bien». Explica en efecto que ya «es equivocado juzgar la moralidad de las acciones humanas considerando solamente la intención que les inspira, o las circunstancias que constituyen el ámbito”. Pero sobretodo afirma: «Hay acciones que por si mismas, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitas por razones de su objetivo; tales la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio»” (De www.antoniosocci.com ).
Por lo visto, el Papa adhiere a una forma de relativismo moral en el cual, al no existir el bien ni el mal, en un sentido objetivo, desconoce el tema que le da sentido a la Biblia y al cristianismo, es decir, la lucha entre el Bien y el Mal y la búsqueda del triunfo definitivo del primero sobre el segundo. De ahí que no resulte extraña su adhesión a la Teología de la Liberación en donde, se supone, la lucha histórica no es entre el Bien y el Mal sino entre pobres y ricos, o entre poseedores de medios de producción contra los no poseedores.
Desde el punto de vista de la psicología social, puede afirmarse que el Bien radica en la actitud del amor, por la cual se comparten las penas y las alegrías de los demás como propias. El cristianismo propone, justamente, que en todo individuo predomine esta actitud sobre las restantes. El Mal, por otra parte, se asocia a la actitud del odio, por la cual las alegrías ajenas producen tristeza propia y las tristezas ajenas, alegría propia. El egoísmo implica desinteresarnos de lo que le acontece a los demás y, junto a la negligencia, completa el conjunto de actitudes básicas que producen el Mal.
De la misma forma en que una concesionaria de automóviles, que siempre ha vendido una marca, comienza a vender la marca rival, pareciera que la actual Iglesia Católica, que siempre ha predicado el cristianismo, comienza ahora a promover el marxismo. Adviértase que no se trata de la inclusión de los Evangelios en un sistema más amplio, sino que directamente se niegan sus premisas fundamentales. Ya en los años 70 se hacía notoria la destrucción espiritual de la Iglesia cuando varios de sus integrantes se convierten en autores intelectuales del terrorismo marxista. M. Roberto Gorostiaga escribió: “Cuando la izquierda marxista subió al poder con Cámpora y con Obregón Cano como gobernador de Córdoba, su arzobispo, Cardenal Raúl Primatesta, dialogaba cordialmente con ella”. “El Cardenal expresó: «Tengan presente que yo estaré siempre cercano a nuestra responsabilidad común»”.
“En cambio, cuando la guerrilla comunista imponía su terror en Córdoba y en la Nación entera, no se oyó su voz. Ni cuando se impuso en todos los colegios, estatales y privados, la materia Estudio de la Realidad Social Argentina, de neto cuño marxista, basada en la tesis del comunista confeso Paulo Freire. Estuvo también a favor de la Biblia Latinoamericana, veneno intrínsecamente perverso en las páginas de la Escritura Santa”. “No se entiende la guerrilla montonera sin la activa participación de clérigos y religiosas que corrompían moral y doctrinariamente a la juventud a su cuidado, bajo la protección de «pastores» como el Cardenal Primatesta”.
“No podemos callar. Son demasiadas las catástrofes morales que tantas familias católicas, incluso muy queridas y allegadas, han tenido con sus hijos e hijas, pervertidos, subvertidos o destrozados espiritualmente en colegios, parroquias y movimientos juveniles, por sacerdotes y monjas amparados por, no ya pastores mercenarios, sino lobos con piel de pastor. ¡Cuántos jóvenes perdieron su vida, física o moral, al servicio del terrorismo comunista! ¡Cuántos perdieron la fe! ¡Cuántos no se casan por la Iglesia, ni bautizan a sus hijos!”.
El citado autor menciona una declaración “sincera” emitida por Leónidas Proaño Villalba, obispo de Riobamba, Ecuador: “Si el marxismo tiene un instrumento de análisis de la realidad, un instrumento científico, indiscutiblemente válido, el más válido que se conoce en la historia de la humanidad, el cristiano creo que tiene derecho a utilizar este método, para hacer su análisis”…”En principio, el cristiano debe colaborar con el marxismo, en la conquista de objetivos concretos”.
Finalmente cabe recordar la recomendación de Cristo: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; mas de dentro son lobos rapaces”. “Por sus frutos los reconoceréis”
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