Como ocurre frecuentemente en distintas instituciones religiosas, dentro de la Compañía de Jesús, la congregación fundada por San Ignacio de Loyola, ha surgido una división interna en la que se distinguen los adherentes a la tradición, los ignacistas o cristianos, por una parte, y los partidarios de la Teología de la Liberación, los liberacionistas o marxistas. Esta división surge luego de la desobediencia a una orden papal, hace algunas décadas, de enfrentar al marxismo, de manera de evitar su expansión. Sin embargo, varios jesuitas terminan adhiriendo a dicha ideología, mientras que los demás permanecen en el cristianismo. Ricardo de la Cierva escribió: “Una de las muestras más sorprendentes de la crisis en que se ha sumergido durante la segunda mitad de este siglo [el XX] la Compañía de Jesús es la negación de su propia identidad. Por su fundación, sus Constituciones y su práctica permanente durante cuatro siglos y medio la opción preferencial (como dicen con frase más bien cursi) de la orden ignaciana ha sido la obediencia esencial al Papa para las misiones que él quiere encomendarles. Pues bien desde la malhadada Congregación General 32 en 1974 cambiaron la finalidad básica y se orientaron a la «opción preferencial por los pobres» que ellos expresaron, tergiversando el mandato expreso de Pablo VI en 1965, como «servicio de fe y promoción de la justicia»”.
“Este cambio revolucionario (en todos los sentidos del término) no podían realizarlo más que con la pérdida de su propia identidad. Pues bien, en 1991 la revista más importante de los jesuitas en España, que durante décadas sirvió como referencia segura a los católicos y hoy está hecha unos zorros, sin prestigio ni capacidad orientadora, publica un artículo inconcebible: ‘Jesuitas: lo que no son’ cuyos subtítulos lo dicen todo: «San Ignacio de Loyola no fue un soldado; la Compañía de Jesús no es una milicia; los jesuitas no son un bastión antiprotestante» (Razón y Fe. Tomo 223/Enero 1991). El anónimo autor del dislate debe conocer mucho mejor las vidas de Marx y de Lucero que la de su fundador; que fue un soldado de España y un soldado de Dios; que imprimió a su Orden un inequívoco carácter militar en los Ejercicios; que formó con su red de colegios el límite y la barrera contra el protestantismo en Europa. Uno lee el texto del disparate y se queda estupefacto. Si una Orden histórica se niega a sí misma ¿qué podemos pensar los demás? Podría recordarle al original intérprete los textos ignacianos, papales y de toda la tradición de los jesuitas hasta muy dentro del siglo XX pero ¿cómo convencer de quien es a quien niega lo que es? Pobre revista, ni razón ni fe”.
Para el marxista, y para los jesuitas liberacionistas, los pobres constituyen una especie de casta cerrada, como en la India, de la cual no podrán salir sin la llegada del socialismo. Por el contrario, los liberales poco hablan de los pobres teniendo presente la movilidad social existente en las sociedades con economías de mercado. En ese ámbito, un gran porcentaje de la clase pobre y de la clase media, dispone del apoyo familiar en cuanto a techo y comida, que no es poco, y de ahí comienzan a elaborar su futuro mediante el estudio y el trabajo. Existe también un porcentaje de adolescentes que no estudia ni trabaja, o que va a la escuela a aprender lo mínimo posible y a entorpecer la labor de los docentes, ya que aspiran, consciente o inconscientemente, a que finalmente el Estado benefactor, a cambio de un voto favorable, lo mantenga a costa de la gente que trabaja, tanto a él como a su futura familia, o bien le otorgue un trabajo en el Estado en donde la principal preocupación sea la de cumplir un horario.
En cuanto a la desobediencia mencionada, el citado autor escribió: “Por primera vez en su historia, un gran sector de la Compañía de Jesús, dubitativa e insuficientemente guiada por el General que iban a elegir tras ese solemne encargo, desobedeció al Papa, violó el cuarto voto que el Papa acababa de recordarles y en vez de oponerse en combate con el ateísmo «que usa armas con el propósito de arrancar de las almas todo sentimiento religioso», es decir, con el marxismo-leninismo, única doctrina práctica que corresponde a esa definición, este sector dominante de la Compañía de Jesús convirtió la confrontación en diálogo complaciente, asumió decisivas posiciones teóricas y estratégicas de ese ateísmo y concertó de hecho con él una inconcebible alianza. Los Papas, a partir del mismo Pablo VI, reconocieron este hecho, clamaron contra él y tomaron durísimas medidas para intervenir en ese concierto discordante, en ese escuadrón desmandado”.
“Poco después, en diciembre de 1965, el padre Arrupe reconocía en una larga entrevista «la misión que nos ha confiado el Papa». Y cinco años más tarde se vería obligado a confesar su atroz fracaso: «Cometí un tremendo error por mi falta de experiencia en Occidente». Un jesuita americano, al que siguieron muchos, el padre A.D. Forsthorfel, quiso justificar lo injustificable y plasmó la tergiversación del mandato papal al escribir que, como raíz del ateismo es la injusticia –citando por cierto a Karl Marx como autoridad suprema-; los jesuitas, al dedicarse a la «justicia social» (debería decir a la política de izquierda revolucionaria) estaban cumpliendo expresamente el mandato de Pablo VI. Es el colmo del cinismo. Lo que estaban haciendo es tergiversarlo y prostituirlo; y el propio Papa se iba a encargar de explicárselo así de claro en 1974” (De “Las puertas del infierno”-Madrid 1996).
Respecto a la interpretación del marxismo por parte de los liberacionistas, el citado autor escribió: “Los movimientos cristianos de liberación, como ya sabemos, tratan de aplicar los principios fundamentales del marxismo no solamente al análisis de la realidad social sino sobre todo a la praxis revolucionaria, mediante lo que ha llamado insistentemente Fidel Castro alianza estratégica de cristianos y marxistas. La teología de la liberación en concreto es una simbiosis de teología progresista europea y de doctrina fundamental marxista, en relación con un proyecto social, político y estratégico para el Tercer Mundo, especialmente e inicialmente en Iberoamérica”.
La teología de la liberación encuentra su mejor expresión con el sacerdote Gustavo Gutiérrez. Al respecto, Ricardo de la Cierva escribió: “Junto a su vinculación a la teología progresista centroeuropea, Gutiérrez recalca su todavía más profunda vinculación con el marxismo. En efecto, en la misma página vuelve a definir a la Teología como «reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de las palabra» y que no se hace solamente para «pensar el mundo» sino para transformarlo, según la famosa tesis marxista sobre Feuerbach. Inmediatamente después Gutiérrez asume la teoría marxista del hombre nuevo y el hombre total y en el importante contexto –una de las claves de su libro- sobre el proceso de liberación, en medio de la crítica al desarrollismo, Gutiérrez proclama la necesidad de una revolución social que rompa con la dependencia en un texto –y, como decimos, un contexto- típicamente marxista: «Únicamente una quiebra radical del presente estado de cosas, una transformación profunda del sistema de propiedad, el acceso al poder de la clase explotada, una revolución social que rompa con la dependencia, puede permitir el paso a una sociedad distinta, a una sociedad socialista»”.
“Casi inmediatamente propone a Marx como ejemplo del «análisis científico de la sociedad humana» para proclamar a renglón seguido –y dentro de otro contexto decisivo, sobre el hombre como agente de su propio destino- otra tesis claramente marxista: «Teoría abierta esta ciencia –la ciencia de la Historia según Marx- contribuye a que el hombre dé un paso más en la senda del conocimiento crítico, al hacerlo más consciente de los condicionamientos socioeconómicos de sus creaciones ideológicas, y por tanto más libre y lúcido frente a ellas. Pero al mismo tiempo le permite –si deja atrás toda interpretación dogmática y mecanicista de la Historia- un mayor dominio y racionalidad de su iniciativa histórica. Iniciativa que debe asegurar el paso del modelo de producción capitalista al modo de producción socialista, es decir, que debe orientarse hacia una sociedad en que, dominada la Naturaleza, creadas las condiciones de una producción socializada de la riqueza, suprimida la apropiación privada de la plusvalía, establecido el socialismo, el hombre pueda comenzar a vivir libre y humanitariamente» (pág.58)”.
“En este texto insinúa Gutiérrez algo gravísimo. Habla, en terminología y concepto marxista, de hacer al hombre «más consciente de los condicionamientos socioeconómicos de sus creaciones ideológicas». ¿No advierte Gutiérrez que el principal condicionamiento de esa clase es precisamente la alienación en virtud de la cual el propio Dios y la religión que une el hombre a Dios son calificados por Marx como falsos, lo cual supondría, en su aplicación, un desliz intolerable y absurdo para un teólogo, por muy liberador que sea? No contento con apoyarse en Marx, Gutiérrez admite una aportación del filósofo marxista Marcuse en el mismo contexto. Y cierra esta importante sección de su libro con la identificación de la liberación y el conflicto de clases y pueblos, una tesis marxista-leninista esencial” (De “Oscura rebelión en la Iglesia”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1987).
Entre los ideólogos marxistas que promovían en jóvenes y adolescentes la adhesión a la lucha armada, se encontraban algunos “sacerdotes”. Los autores intelectuales constituían el primer eslabón en la secuencia de la violencia. Eran doblemente criminales porque inducían a los jóvenes a matar policías, militares y “burgueses”, mientras que, luego de la reacción de éstos, caían los propios terroristas. Siempre se pone como pantalla la “opción por los pobres” como si alguien que tiene un enorme desprecio por la vida humana pudiese tener tanta sensibilidad como para conmoverse por la pobreza de algunos. En realidad, tales ideólogos eran simples psicópatas sociales que jamás mostraron algún tipo de arrepentimiento ni la Compañía de Jesús asumió la responsabilidad que le corresponde como formadora de tales personajes. Algunos autores consideran que el nazi era menos peligroso que el marxista por cuanto exponía sus aberrantes proyectos abiertamente. En forma similar, puede decirse que el marxista disfrazado de sacerdote cristiano resulta aun más peligroso. Marta Diana escribió:
“Juan Antonio Puigjané fue uno de los creadores del movimiento político Todos por la Patria y animador del mismo. Su certeza es que la fe no puede estar separada de la política, incluso partidaria”. “El 23 de Enero de 1989 acontece el golpe al regimiento militar de La Tablada por un grupo de Todos por la Patria”. “Como consecuencia de ese ataque, donde fueron fusilados varios de sus compañeros y amigos, Antonio se presenta libremente ante la justicia para declarar que él es parte de ese movimiento. Inmediatamente lo encarcelan y luego lo condenan a veinte años de prisión, no por pruebas, sino por «indicios», porque siendo sacerdote, seguramente fue el ideólogo e inspirador de ese golpe…” (De “Buscando el Reino”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).
Existen indicios de que el Papa Francisco ha aceptado de buen grado a sacerdotes que siguen la tendencia liberacionista, en puestos importantes de la Iglesia. De esa forma, la “oscura rebelión en la Iglesia” habría de transformarse en el “copamiento de la Iglesia por los seguidores del Anticristo”, algo lamentable para el futuro de Occidente y de la humanidad.
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