lunes, 2 de junio de 2025

Apocalipsis y fundamentación adicional de la religión moral

Si pudiésemos encontrar una ética fundamentada en aspectos observables y accesibles a todo habitante del planeta, se presentaría la posibilidad de terminar con las discusiones entre creyentes y ateos, o entre religiosos y cientificistas, estableciéndose un vínculo evidente entre las ciencias sociales y la religión moral.

La crisis moral predominante requiere, para su solución, de una descripción del comportamiento humano que ayude a todo individuo a encontrar un sentido de la vida y lo reconduzca hacia la ética impuesta por el orden natural. El actual cristianismo, o al menos el que advierte el ciudadano común, lejos de promover tal objetivo, permite interpretar las profecías y visiones bíblicas como si provinieran de un mundo mágico, en el que poco o nada tienen vigencia las leyes naturales.

De la misma manera en que lo que Cristo dijo a los hombres fue reemplazado paulatinamente por lo que los hombres dicen sobre Cristo, la profecía por él establecida fue pasando a un lugar secundario respecto del libro del Apocalipsis (atribuido a Juan, el evangelista). De ahí que no debería perderse de vista que la profecía original propone un "juicio final", o una descripción del comportamiento humano que no hará necesaria una posterior revisión y que cumpla con eficacia la función de orientar a todo ser humano hacia su adaptación al orden natural, como precio que nos impone dicho orden y que hemos de pagar por nuestra supervivencia.

Mientras que las religiones paganas se basan en la creencia en que un dios, o varios dioses, intervienen en los acontecimientos humanos beneficiando o castigando según sea la adhesión a tal dios o dioses, la religión moral se basa en la creencia en que todo lo que le acontece a un ser humano depende principalmente de su comportamiento ético, siendo el Dios único quien ha establecido las "reglas del juego" a las cuales se debe adaptar.

El caso extremo es aquel en que se supone que la innovación cristiana implicó cambiar el destinatario de ruegos y ofrendas. Así, mientras los paganos las orientaban hacia dioses falsos, el cristiano las dirigiría al Dios verdadero, pero la actitud del oferente habría de ser esencialmente la misma. Luego, se interpreta que Cristo intentó establecer una especie de "culto a su personalidad" similar al que algunos líderes totalitarios establecieron durante el siglo XX.

La función que ha de cumplir el innovador religioso, ha de ser la de constituir una especie de "lazo de realimentación" por cuanto deberá observar la esencia de las leyes naturales (o leyes de Dios) para luego sugerir una conducta acorde a esas leyes, tratando de reducir la diferencia entre la respuesta dada por los seres humanos y el aparente objetivo impuesto por el orden natural. Tales leyes naturales tienen una existencia objetiva, ya que no dependen de los gustos, creencias o negaciones que puedan surgir al respecto.

El libro del Apocalipsis no se debe asociar a fenómenos astronómicos, como generalmente se supone, sino a fenómenos sociales y morales. Así, la caída de estrellas o simbologías similares, deben considerarse como catástrofes humanas producidas por los propios seres humanos. Si hubiese alguna intervención de Dios, habría de estar orientada a evitar tales males y no a castigos para aumentar el sufrimiento ya existente.

La Biblia es esencialmente un libro sobre moral. Mientras que las religiones paganas suponen que Dios, o los dioses, admiten comportamientos humanos, en el sentido de que responderán a nuestros pedidos y necesidades como respuesta a ciertos ritos, la religión moral supone la existencia de un Dios que espera de cada ser humano determinado comportamiento moral; comportamiento del cual dependerá el éxito o el fracaso de nuestra vida.

La profecía inicial acerca de la segunda venida de Cristo, proviene del propio Cristo. En su primera venida se advierte que sus prédicas están dirigidas a evitar el sufrimiento humano, motivado principalmente por los defectos morales de los integrantes de la sociedad. De ahí que el fin de los tiempos no implica una destrucción de la humanidad o algo semejante, sino el fin de una época de sufrimientos para dar inicio a una etapa mucho mejor; etapa simbolizada por la expresión del Apocalipsis: "No vi llanto ni clamor ni dolor....".

La religión moral podría incluirse en el marco general de la adaptación cultural de los seres humanos respecto del orden natural. El sufrimiento humano puede considerarse como una desadaptación a dicho orden, mientras que la felicidad estará asociada a una plena adaptación.

Según la actual visión científica del universo, todo lo existente, incluso la vida inteligente, está regido por leyes naturales invariantes, considerando que una ley natural es el vínculo entre estímulo y respuesta, o entre causa y efecto. Al conjunto de tales leyes lo conocemos como el orden natural.

Si todo está regido por leyes naturales invariantes, no harían falta ciertas interrupciones por parte de Dios, como es el caso de los milagros. El error advertido en este caso es que la mayor parte de la gente religiosa pide en muchas circunstancias que Dios interrumpa o cambie dichas leyes, lo que resulta opuesto a intentar adaptarse a las mismas. De ahí que la identificación del Dios Creador con el orden natural resulta ser un punto de partida bastante simple y efectivo.

Al considerar la existencia de un universo regido por leyes naturales invariantes, se advierte la posibilidad de encontrar una religión basada en evidencias en lugar de una religión basada en creencias. Además, las leyes naturales presentan la posibilidad de ser el único vínculo objetivo posible, común a todos los seres humanos, brindando la posibilidad de una futura y posible unión entre religiones y entre ciencia experimental y religión moral. Esta forma de religión es ya conocida como religión natural o deísmo.

Una simplificación adicional surge al tener en cuenta el principio estoico de ocuparnos principalmente de lo que resulta accesible a nuestras decisiones, dejando un tanto de lado lo que no depende de ellas. Recordemos que quien debe cambiar es el ser humano y no el Dios que imaginamos. De ahí la sugerencia de Anthony de Mello: "Milagro no implica que Dios cambie según los deseos humanos, sino que los hombres cambien según los deseos de Dios".

Mientras que las religiones bíblicas se ocupan de las acciones humanas sugiriendo una implícita adaptación al orden natural, desde las ciencias sociales ocurre algo similar. De ahí que la confluencia entre religión moral y ciencia social es posible, deseable e inevitable. Para ello contamos con la posibilidad que nos brinda el concepto de actitud característica, que proviene de la psicología social. El biólogo Julian Huxley advirtió acertadamente que una futura religión de carácter universal estaría asociada de alguna forma con la psicología social.

La ética natural surgida de la Psicología Social, o Psicología de las actitudes, ha de compatibilizarse con las dos tendencias básicas en el comportamiento individual, es decir, hacia la cooperación y hacia la competencia, acerca de las cuales tenemos la predisposición a seguir, muchas veces con preponderancia por una de ellas.

Los seres humanos presentamos, además, una actitud o respuesta característica por la cual respondemos de igual manera en similares circunstancias. Si así no fuera, sería imposible conocer a las demás personas y mucho menos prever posibles comportamientos. Esta respuesta, que es más o menos constante en una etapa de nuestra vida, es susceptible de cambios. La posibilidad de una mejora ética implica justamente un cambio desde una actitud competitiva, o bien indiferente, hacia una actitud de cooperación. Esta respuesta típica, que es la base de nuestra personalidad, puede definirse de la siguiente manera, al menos simbólicamente:

La Respuesta es igual a la Actitud característica multiplicada por el Estímulo

O bien:

La Actitud característica es igual a la Respuesta dividida por el Estímulo

Tanto la respuesta como el estímulo son considerados desde un punto de vista tanto emocional como cognitivo, que poco tienen que ver con las relaciones del tipo estímulo-respuesta que aparecen en muchos estudios psicológicos asociados a nuestros sentidos.

La actitud característica de todo individuo admite tanto componentes emocionales como cognitivas. Para las primeras, podemos considerar las posibles respuestas ante un accidente que ocurre en la vía pública. Si alguien queda herido, podemos compartir algo de ese sufrimiento, o bien podemos alegrarnos por ello, o desinteresarnos porque poco nos importa lo que le suceda a los demás, o bien podemos ser indiferentes a todo lo que le sucede a los demás por cuanto somos indiferentes incluso a lo que nos sucede a nosotros mismos.

Adviértase que hemos considerados todas las respuestas posibles ante determinado acontecimiento. Tales respuestas varían entre las distintas personas, tanto cualitativa como cuantitativamente, es decir, en la intensidad con que podemos responder con pena o alegría ante el hecho observado. De ahí podemos extraer las cuatro componentes emocionales básicas:

Amor: actitud por la cual se comparten penas y alegrías ajenas.
Odio: actitud por la cual una alegría ajena nos produce tristeza y una tristeza ajena una alegría propia.
Egoísmo: actitud por la cual sólo nos interesa lo que a nosotros nos sucede.
Indiferencia: actitud por la cual no nos interesamos por nadie ni por nosotros mismos.

Respecto a las componentes cognitivas, puede considerarse el método asociativo, o de "prueba y error", en el cual debemos adoptar una referencia, para establecer luego una comparación para interpretar todo nuevo conocimiento. También en este caso encontramos cuatro componentes básicas:

La realidad como referencia.
Lo que piensa uno mismo.
Lo que piensa otra persona.
Lo que piensa la mayoría.

Tanto la actitud característica como sus componentes emocionales y cognitivas, constituyen los "cimientos" a partir de los cuales se establece un nuevo punto de vista para obtener conclusiones seguras respecto de varios interrogantes acerca del ser humano y de la sociedad. Erwin Schrödinger escribió: “La cuestión no es tanto ver lo que nadie ha visto todavía, sino pensar lo que aún nadie ha pensado acerca de lo que todo el mundo ve”.

La visión que nos da la Biblia acerca de la historia de la humanidad, está asociada a una lucha entre el Bien y el Mal. En principio puede decirse que el bien es lo que nos agrada y nos produce felicidad, mientras que el mal es lo no deseado y lo que nos produce infelicidad. Como la Biblia es un libro esencialmente ético, resulta justificado asociar tanto el Bien como el Mal a las componentes emocionales de la actitud característica, según el siguiente esquema:

El Bien es el Amor

El Mal es el Odio, el Egoísmo y la Indiferencia

Para el definitivo triunfo del Bien sobre el Mal, podemos establecer la siguiente sugerencia:

Trata de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.

Adviértase que esta ética natural y objetiva implica la elección de una de las componentes emocionales de nuestra actitud característica, tratando en lo posible de evitar las restantes. Esta sugerencia coincide esencialmente con el mandamiento de Cristo: "Amarás al prójimo como a ti mismo".

El amor, definido de esta manera, no es otra cosa que la empatía emocional, que ha sido fundamentada por la neurociencia con el descubrimiento de las neuronas espejo. Puede considerarse a la empatía emocional como el principal proceso natural que permite nuestra supervivencia, ya que adoptando la actitud del amor tendremos la predisposición a favorecer a los demás y a no perjudicarlos, a la vez que nos beneficiamos cada uno de nosotros mismos.

La simplicidad de una sugerencia ética debe asociarse a que el propio orden natural debe permitir que el conocimiento básico que ha de asegurar nuestra supervivencia como especie, sea accesible a todo ser humano, en forma independiente de su intelectualidad y de su inteligencia.

Es oportuno mencionar la definición que Baruch de Spinoza establece del amor, escribiendo al respecto: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”. También define al odio: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio” (Del libro “Ética”).

Hay quienes sostienen que el mandamiento cristiano nos induce a amar a todos por igual, tanto a justos como a pecadores, incluso a los delincuentes. Con ello estaríamos en cierta forma promoviendo el Mal, oponiéndonos al objetivo propuesto por la Biblia. Por el contrario, si consideramos que el amor al prójimo es una predisposición favorable a compartir penas y alegrías ajenas como propias, esto se dará en forma natural siempre que los demás permitan que ello ocurra. Así, en el caso de un delincuente, resulta natural que despierte cierto rechazo por lo que impide que sus penas y alegrías sean compartidas por los demás.

Toda ética ha de describir tanto la manera de hacer el Bien como de rechazar el Mal. De ahí que debemos describir también las restantes componentes emocionales. Así, el egoísmo es la actitud que no produce el Bien en los demás, aunque tampoco el Mal; diríamos que es una actitud éticamente neutra, insuficiente para el triunfo del Bien sobre el Mal.

El odio es la actitud que favorece al Mal, por cuanto quien la padece siente alegría cuando algo malo le sucede a la persona odiada, manifestando a veces tal alegría en forma de burla. Cuando la persona odiada logra cierto éxito, el que odia sentirá desagrado o pena, lo que implica envidia.

La indiferencia es la actitud por la cual un individuo se despreocupa por los demás y también de sí mismo. El egoísta, como se dijo, se despreocupa de los demás, pero se interesa en sí mismo y en sus allegados, por lo que difiere en ese aspecto del indiferente; de ahí la conveniencia de diferenciarlos. Wolfgang Goethe escribió: "La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad".

No existen en los seres humanos, por lo general, los casos "puros", en los cuales predomina totalmente una de las actitudes básicas, ya que nuestra actitud característica está compuesta por todas ellas aunque en distintas proporciones. Como las emociones se van controlando con el razonamiento, es posible modificar tales proporciones hacia una actitud netamente cooperativa, radicando en ello la mejora ética individual.

Al poner en evidencia la existencia de las componentes emocionales de nuestra actitud característica, y al derivar de ellas una ética natural y objetiva, quedan sin efecto los planteos que proponen los difusores del relativismo moral, ya que en toda época y todo lugar el amor ha producido el Bien mientras que el odio, el egoísmo y la indiferencia lo han negado favoreciendo el predominio del Mal.

Puede decirse que una sociedad padece una crisis moral cuando en forma generalizada no se cumple con los mandamientos bíblicos, tanto por parte de ateos como de "creyentes". Así como resulta equivalente no saber leer a no leer nunca nada, también resulta equivalente no cumplir los mandamientos siendo "creyente".

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