La mayor parte de la psicología fue establecida por médicos y tuvo como principal finalidad conducir a las personas psíquicamente enfermas hacia la normalidad. En los últimos tiempos han surgido psicólogos que han intentado conducir a las personas normales hacia una mejora en su nivel de felicidad, lo que contrasta bastante con la anterior postura. Incluso puede decirse que las psicologías que apuntan a aumentar el nivel de felicidad llevan implícita la posibilidad de conducir a las personas enfermas hacia cierta normalidad.
No deben dejarse de lado las visiones paralelas de la ética bíblica y de la psicología social, las cuales promueven un cambio de actitud, o una mejora de actitud, que en definitiva conducirá a un aumento en el nivel de felicidad logrado. En cuanto a la psicología positiva, leemos: "En lugar de centrarse, como la psicología tradicional, en el estudio y tratamiento de la enfermedad mental, la Psicología Positiva pone el foco en las fortalezas humanas, las que nos permiten aprender, disfrutar, ser alegres, generosos, serenos, solidarios y optimistas" (De "La auténtica felicidad" de Martin E. P. Seligman-Ediciones B SA-Buenos Aires 2011).
Entre los obstáculos que advierte Martin E. P. Seligman para el cambio positivo de actitud, aparece el pecado original y también el freudismo. Al respecto escribió: "Si bien la teoría de que la felicidad no puede incrementarse de forma duradera supone un obstáculo para la investigación científica sobre el tema, existe otro impedimento más profundo: la creencia de que la felicidad -e incluso de forma más generalizada, toda motivación humana positiva- no es auténtica. Yo califico a esta idea dominante sobre la naturaleza humana, presente en muchas culturas, de dogma corrompido hasta la médula. Si hay una doctrina que esta obra tiene por objeto desterrar, es ésa".
"La doctrina del pecado original es la manifestación más antigua de esta clase de dogma, pero tal idea no ha desaparecido en nuestro estado democrático y secular. Freud arrastró esta doctrina hasta la psicología del siglo XX, al definir toda civilización -incluida la ética, la ciencia, la religión y el progreso tecnológico modernos- como una defensa compleja contra conflictos básicos relacionados con la sexualidad y la agresividad en la infancia".
"«Reprimimos» tales conflictos debido a la angusia insoportable que provocan, y esta angustia se transmuta en la energía que genera civilización. Así pues, el motivo por el que estoy sentado frente al ordenador escribiendo este prefacio en vez de salir a la calle a violar o matar, se debe a que estoy «compensado», y consigo defenderme de forma satisfactoria de los impulsos salvajes subyacentes".
"La filosofía de Freud, por extraña que parezca cuando se expone de forma tan descarnada, influye en la práctica psicológica y psiquiátrica diaria, en la que los pacientes rebuscan en su pasado impulsos y sucesos negativos que han forjado su identidad. Así pues, la competitividad de Bill Gates es en realidad su deseo de superar a su padre, y la oposición de la princesa Diana a las minas terrestres no era más que el resultado de sublimar su odio asesino hacia el príncipe Carlos y el resto de los miembros de la familia real".
"Esta doctrina corrompida hasta la médula también domina la comprensión de la naturaleza humana en las artes y en las ciencias sociales. Un ejemplo entre mil es No ordinary time (Una época nada corriente), la apasionada historia de Franklin y Eleanor Roosevelt, escrita por Doris Kearns Goodwin, una de las grandes científicas políticas vivas. Al reflexionar sobre el motivo por el que Eleanor dedicó buena parte de su vida a ayudar a personas de raza negra, pobres y discapacitadas, Goodwin llega a la conclusión de que fue «para compensar el narcisismo de su madre y el alcoholismo de su padre». Las motivaciones como obrar con justicia o cumplir con el deber se descartan por ser demasiado básicas; debe existir algún motivo encubierto y negativo que sustenta la bondad si se desea que el análisis resulte académicamente respetable".
Este absurdo que domina gran parte de las creencias generalizadas, resulta similar al reemplazo que en el ámbito de la religión moral se establece mediante dogmas y misterios que opacan y distorsionan severamente la ética cristiana. El amor al prójimo, como actitud por la cual conviene a todos adoptar la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, resulta de una necesidad de supervivencia plena que surge como el precio que nos impone el orden natural para lograrla. Así, la felicidad debe asociarse a una tarea diaria por la cual intentamos adaptarnos a lo que nos impone dicho orden, mientras que el sufrimiento es una medida de una falta de adaptación al mismo.
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