Mientras que muchos intelectuales buscan el "mejor modelo de sociedad" para lograr una mejora generalizada de las diversas sociedades, otros aseguran que debemos buscar en realidad el "mejor modelo de individuo", a partir del cual so logrará aquel modelo de sociedad.
Respecto de la naturaleza de la interacción social, Francis E. Merrill escribió: “Empezaremos con la sociedad existente, es decir, un gran número de personas sujetas a interacción social. El hecho central de la sociedad es esa interacción social, de cuyo proceso surge el estudio de la sociedad con las consiguientes inferencias”.
“La interacción social es una serie continua y recíproca de contactos entre dos o más seres humanos socializados. Estos contactos pueden ser físicos, en cuanto que una persona puede hacer algo físicamente por otra, pero en la mayoría de los casos son simbólicos, porque las personas intercambian significados simbólicos entre sí mediante el idioma u otros medios de expresión”.
“Así, pues, la sociedad existe cuando un gran número de personas se influyen recíprocamente con regularidad y continuidad según expectativas de comportamiento cuyos significados están establecidos de antemano. Los límites de una sociedad son los de la interacción social”.
“La interacción social es un proceso doble de influencia sobre el medio y de reacción ante él. El medio ambiente en este caso lo constituyen otras personas, cada una de las cuales forma parte del medio ambiente de los demás. En la interacción social todas se tienen en cuenta unas a otras, es decir, cada una percibe la presencia de los demás, las enjuicia o valora y trata de averiguar lo que piensan o intentan hacer. La esencia de este proceso está en su carácter recíproco, porque cada uno tiene en cuenta al otro para decidir sus propios actos, ya que sólo de esta forma pueden sus actos tener un significado. Así, pues, cuando desarrollamos interacción con otras personas reajustamos constantemente nuestro comportamiento a una relación cambiante” (De “Introducción a la Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1967).
Por lo general se habla de la existencia de una sociedad cuando existe un conjunto de seres humanos reunidos bajo un mismo objetivo, para distinguir una sociedad de un simple agrupamiento de individuos. Sin embargo, resulta más adecuado definir una sociedad como un conjunto de seres humanos en interacción social, suponiendo que en tales interacciones sociales surgen distintos y variados objetivos, muchos de ellos compartidos por varios integrantes del grupo social.
En la interacción social aparecen los objetivos personales asociados a ciertos aspectos emocionales que facilitan, o incluso a veces dificultan, la asociación o vinculación de personas. A manera de ejemplo, resulta oportuno tener presente las sociedades predominantes en la Edad Media europea. Juan Carlos Agulla escribió: "El feudalismo, como ordenamiento político, implicaba una organización jerárquica de ámbitos de dominio territorial, interrelacionados entre sí y mutuamente dependientes".
"Estos ámbitos de dominio territorial se llamaban reinos, principados, ducados, condados, marcas y señoríos. Cada uno de estos ámbitos de dominio territorial constituyen un feudo, que es administrado por un señor, y que surge de una concesión «graciosa» dada por el rey (el primus inter pares). A su vez cada feudo constituye un sistema social, porque esos ámbitos de dominio territorial implican a la gente y a las poblaciones asentadas en él; son las «comunidades feudales». Con ello se integra una estructura de poder en la que estaban perfectamente delimitados los derechos y obligaciones dentro de cada feudo y entre los distintos feudos, los cuales estaban ordenados jerárquicamente".
"El lazo que une el sistema es la «fidelidad» personal. Esta fidelidad personal se mantiene por la tradición familiar; es decir, por la memoria histórica de la hazaña (el honor) realizada para obtener la concesión graciosa del feudo. Esta concesión graciosa se daba siempre en nombre de Dios y para mayor gloria de Él (el juramento de fidelidad). Por eso la fidelidad personal al señor, la tradición familiar y la fe en Dios (el testigo del juramento) constituyen los valores fundamentales que sostienen (y justifican) el feudalismo como forma de ordenamiento político. El sistema de fidelidad personal se mantiene por herencia, con su institución típica: el mayorazgo. La memoria histórica se legitimaba y se manifestaba en el uso y transferencia del título" (De "La promesa de la Sociología"-Fundación Editorial de Belgrano-Buenos Aires 1988).
En la actualidad podemos hacernos una idea de cómo funcionaba el orden feudal, observando la organización de la Iglesia Católica. Al respecto, Agulla escribió: "La Iglesia Católica, en su expansión por Europa, asume la misma forma de organización con sus jurisdicciones pastorales (arzobispados, obispados, etc.). El sistema está también fundado en la fidelidad, especialmente, en la fidelidad al Papa (votos de fidelidad, orden sagrado) como representante de Dios en la tierra. Pero dentro de cada ámbito jurisdiccional, los obispos administraban su jurisdicción en nombre del Papa. Las órdenes religiosas también estaban sometidas a la misma autoridad y al mismo principio, aunque tenían características específicas según las funciones de las distintas órdenes (contemplativas, misioneras, mendicantes, etc.)".
Resulta evidente que en el orden feudal se mantiene el "gobierno del hombre sobre el hombre", lo que resulta opuesto a la propuesta bíblica del Reino de Dios, es decir, del "gobierno de Dios sobre el hombre" (a través de las leyes naturales). Si bien el funcionamiento del orden feudal requería de principios éticos promovidos por el cristianismo, la organización en sí no parecía ser compatible con el ideal contemplado en la Biblia.
La sociedad que surge de la ética bíblica, será aquella en la cual predomina la empatía emocional en los integrantes del grupo social, siendo las sociedades democráticas las que más se acercan a ese ideal, o las que más se le parecen.
Los integrantes de la Iglesia Católica nunca aceptaron la disolución del orden feudal; incluso en muchos casos adhirieron a los sistemas totalitarios, como el fascismo o el socialismo, en los cuales se mantiene el mencionado "gobierno del hombre sobre el hombre". Esta forma de organización social es rechazada por los liberales y de ahí la histórica oposición al liberalismo por parte de muchos sectores católicos.
La hoz y el martillo, símbolo de unión entre la agricultura y la industria, es también el símbolo del vínculo social propuesto por el marxismo, que no sólo combate al cristianismo como rival, sino también al capitalismo. Henri Lefebvre escribió respecto del marxismo: “Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie de esa sociedad, todo el decorado; debe penetrar bajo esa superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).
También los pensadores más representativos del liberalismo proponen vínculos asociados a la economía, y no a un atributo inherente a nuestra estructura biológica. Ludwig von Mises escribió: “En el marco de la cooperación social brotan, a veces, entre los distintos miembros actuantes, sentimientos de simpatía y amistad y una como sensación de común pertenencia. Tal disposición espiritual viene a ser manantial de placenteras y sublimes experiencias humanas. Dichos sentimientos constituyen precioso aderezo de la vida, elevando la especie animal hombre a la auténtica condición humana. Ahora bien, no fueron, como hubo quien supuso, tales experiencias anímicas las que produjeron las relaciones sociales. Antes al contrario, aquéllas no son más que fruto de la propia cooperación social, y sólo a su amparo medran; ni son anteriores a la aparición de las relaciones sociales ni tampoco semilla de las mismas”.
“En un mundo hipotético, en el cual la división del trabajo no incrementara la productividad, los lazos sociales serían impensables. No habría en él sentimiento alguno de benevolencia o amistad” (De “La Acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
Si bien el proceso del mercado, caracterizado por una competencia para la cooperación, resulta de una eficacia indiscutible, debe advertirse que tal proceso se ha de consolidar una vez que se haya logrado un adecuado nivel ético en las personas, ya que el mercado no genera hábitos morales, sino que los presupone como ya existentes. Por su parte, Ayn Rand escribió: "El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia" (De "La virtud del egoísmo"-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).
El economismo, o economicismo, en sus diversas variantes, se ha impuesto en la actualidad como el reemplazante de la sociedad promovida por el cristianismo, basada en el "amor al prójimo", como la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Salvador de Madariaga escribió: “Hemos procurado fundar nuestra opinión de la vida colectiva en reacción contra lo que hemos designado con el nombre de economismo, o sea, la tendencia a mirar las cosas bajo la especie de la economía, imaginándose que basta con haber demostrado que tal o cual sistema o medida es el mejor desde el punto de vista económico para que haya que adoptarlo sin más. Para nosotros, esta manera de pensar es nefasta y contraria a la naturaleza social; por lo cual hemos procurado siempre circunscribir con cuidado el alcance de los argumentos económicos”.
“En suma, equivale a decir que no aceptamos la supeditación de la existencia a la producción, sino que por el contrario creemos que hay que supeditar la producción a la existencia. A fuerza de repetir el axioma de Adam Smith «no hay más riqueza que la vida», las gentes han terminado por invertirlo en: no hay más vida que la riqueza. Nuestra ambición sería volver las cosas a su centro y forma echando las bases de un Estado liberal moderno” (De “De la angustia a la libertad”-Editorial Hermes–Buenos Aires 1955).
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1 comentario:
Madariaga y todos los que defienden la no reducción de lo humano a una dimensión exclusivamente económica tienen razón, pero hay que considerar en esto que la miseria es un peso tan grande y castrador en todo posible desarrollo social y personal que hasta resulta lógico (pero a superar) el hincapié en el aspecto puramente económico de la vida humana que se produce en la práctica.
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