sábado, 13 de julio de 2024

Premios y castigos ante las acciones morales

Una acción moral es aquella que, en forma directa o indirecta, produce efectos buenos o malos, por lo cual debe ser premiada o alentada cuando produce buenos efectos y debe ser sancionada cuando los produce malos.

Entre quienes juzgan nuestras acciones encontramos primeramente a la conciencia moral individual, ligada a la empatía emocional, y es la que nos brinda la posibilidad de premiarnos emocionalmente cuando hacemos algo positivo o bien de sancionarnos emocionalmente en caso contrario. John H. Newman escribió: "La conciencia está más cerca de mí que cualquier otro medio de conocimiento". "El que una vez ha descubierto que su conciencia es el bosquejo del Legislador y Juez no necesita una definición de Aquel al que contempla..." (De "Antología"-Editorial Difusión SA-Buenos Aires 1946).

Además de este juicio personal, existe la posibilidad de actuar en función de la posible opinión de nuestros padres, especialmente en tempranas etapas de la vida. También podremos actuar en función de opiniones generalizadas en nuestro medio social. De ahí que, desde este punto de vista, todos los integrantes de la sociedad somos partícipes del bien común y también partícipes de las crisis morales que se presentan.

Existe aún otra alternativa respecto del juzgamiento de nuestras acciones y es la posible opinión de un Dios que observa las acciones humanas y envía luego los premios o las sanciones correspondientes. Este es el caso de muchos creyentes que dejan de lado las posibles influencias personales, familiares y sociales para tener en cuenta sólo lo que supone agradable o desagradable a los ojos de Dios.

Mientras que el control moral debido a la existencia de la conciencia moral tiende a ser un control cercano a la realidad, no lo es la creencia en las posibles opiniones de Dios, por cuanto la manera imaginada en que Dios actúa, puede estar lejos de lo que en realidad "piensa" el Creador. En realidad, si Dios actúa sobre los seres humanos a través de leyes naturales invariantes, conviene el autocontrol de la conciencia moral, ya que es el proceso que mejor tiene presente los vínculos entre causas y efectos, o entre acciones humanas y consecuencias posteriores.

Respecto del tema tratado, Jacques Leclercq escribió: "Algunos hombres se hallan dotados de un sentido moral muy afinado, pero están desprovistos de sentido religioso y de sentido social. Estos tales se muestran anhelosos de rectitud, de pureza; evitan con cuidado lo que podría desacreditarlos a sus propios ojos; la más pequeña mancha en la integridad de su yo les parece la peor de las caídas. El imperativo moral es para éstos el imperativo categórico, el absoluto; y aceptarían todos los inconvenientes e incluso todos los sufrimientos antes que envilecerse con una falta".

"Por el contrario, las convenciones sociales les parecen desdeñables. Se da el caso que tales hombres no creen en nada ni se sienten acusiados por ninguna necesidad religiosa. Se les llama hombres naturalmente morales y naturalmente virtuosos. Para éstos el bien moral es el primero y a veces el único valor; la mancilla moral el único mal".

"Otros, por el contrario, tienen el sentido social desarrollado, pero carecen de sentido moral. Su única regla de vida consiste en seguir los usos del medio; su argumento es: «todo el mundo lo hace» o «nadie lo hace». No les pasa por la mente oponer las exigencias de su conciencia al uso existente".

"Otros, en fin, tienen sentido religioso, pero les falta sentido moral. Esto parece sorprendente en la sociedad cristiana, pero no es infrecuente entre los malos cristianos. Los hay que no experimentan ninguna repugnancia espontánea ni ante el robo ni ante el adulterio ni ante la mentira, pero que tienen miedo al infierno. Y así intentan evitar el infierno o incluso agradar a Dios por medios religiosos no morales, tratando, por ejemplo, de ganar indulgencias, o mandando decir misas, o practicando ellos mismos ejercicios piadosos, pero sin renunciar al pecado ni al deseo de pecar".

"Unos buscan, pues, el bien de la conciencia recta; otros, el bien de la estimación humana; los últimos, el bien de agradar a Dios; pero cada uno considera únicamente el punto de vista que tiene por absoluto" (De "Las grandes líneas de la filosofía moral"-Editorial Gredos SA-Madrid 1977).

Es oportuno mencionar el caso del legendario aviador Ramón Franco (hermano de Francisco Franco), típico seguidor de las costumbres vigentes en la sociedad. Ramón Garriga escribió: "La pérdida de contacto directo de Ramón con su padre no impidió que el hijo heredara el carácter extravertido de don Nicolás. Ambos fueron casos típicos de individuos que se dejan llevar por los acontecimientos y los hechos del mundo exterior, sin que su propia conciencia intervenga poderosamente para fijar su conducta, pues, como han establecido los psicoanalistas, en general se despreocupan de todo lo que consiste en especular sobre ideas y temas filosóficos, así como de cuestiones religiosas".

"La opinión del mundo exterior pesa poderosamente en la conducta de este tipo de seres; en el caso concreto de Ramón Franco, observaremos con frecuencia que en su comportamiento se van hermanando la agresividad y el coraje con miras a colocarse siempre en primer lugar ante el público que lo contempla y no regatea su admiración ante las proezas que acomete" (De "Ramón Franco, el hermano maldito"-Editorial Planeta SA-Barcelona 1978).

En los establecimientos educacionales se trata de eliminar todo tipo de sanción, generalmente para mantener la idea de "igualdad" entre sancionables y no sancionables (o premiables). De esa forma, en lugar de advertirle al alumno que sus acciones conducen a efectos indeseados por los demás, casi se los exculpa por sus acciones negativas. Ello equivale a eliminar un dolor físico mediante calmantes que disfrazan totalmente la enfermedad que lo produce, acentuando en forma irresponsable la enfermedad subyacente.

Cuando surge un líder militar, político o religioso que impone al pueblo, vía Estado, su propia escala de valores, se pueden producir grandes tragedias. El bien y el mal ya no dependen de los efectos de nuestras acciones; efectos regidos por leyes naturales, sino que esta vez dependerán de lo que ha decretado el líder. Los pueblos, cuyos integrantes renuncian a orientarse por la conciencia moral individual, entregan sus vidas y sus destinos a líderes sedientos de poder; el poder sobre otros seres humanos.

1 comentario:

agente t dijo...

En muchos casos quienes actúan de acuerdo al medio social en el que están inmersos no es que no tengan una conciencia moral propia, es que por encima de ella valoran las consecuencias que para ellos piensan que tendría actuar en disonancia con dicho medio. Actúan guiados por una mezcla de comodidad y miedo que es, desgraciadamente, muy frecuente.