Entre los problemas de tipo filosófico de mayor complejidad y que, por supuesto, nunca se ha llegado a una solución aceptable, está el problema de la interacción entre cuerpo y alma. Algunos autores han propuesto artificiosas hipótesis que explicarían tal interacción. En realidad, la única "solución" posible ha sido considerar que existe una unidad cuerpo-alma y que de esa forma se trataría de un falso problema.
Otro problema similar es el de compatibilizar la idea de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos con lo que en realidad sucede en el ámbito de las interacciones humanas. En cierta forma implica compatibilizar la supuesta interacción entre lo natural y lo sobrentural, ya que ello implicaría que existen dos tipos de leyes distintos; es decir, leyes naturales, por una parte, y leyes sobrenaturales, distintas de aquellas. También en este caso la única "solución" posible implica suponer que en realidad Dios no interviene en los acontecimientos humanos y que estamos sumergidos en un orden natural constituido por leyes naturales invariantes a las que nos debemos adaptar.
Veamos un ejemplo de la complejidad de este caso. Tomás de Aquino escribió: "La predestinación es parte de la providencia. La providencia no suprime las causas secundarias, sino que consigue sus efectos subordinando su operación a ella misma. Dios dispone efectos en la naturaleza ordenando a las causas naturales que los produzcan, sin los cuales no se producirían. Dios predestina la salvación de un hombre de igual modo, subordinando al decreto de predestinación todo lo que puede ayudarle en el camino de la salvación, ya sean sus propias oraciones o las oraciones de otro, o las buenas obras de cualquier clase, sin las cuales no alcanzaría la salvación" (Citado en "Si Dios no existe..." de Leszek Kolakowski-Ediciones Altaya SA-Madrid 1999).
Volviendo a la imagen simple de un orden natural invariable, puede decirse que podemos indagar respecto de lo que nos impone dicho orden como requisito o "precio" para permitirnos nuestra supervivencia. El ejemplo a la vista es el de la "salvación" energética de la humanidad. Así, resulta fácil advertir que en unos 50, 100 o 200 años el petróleo y el uranio se acabarán, y que la única opción que le queda a la humanidad implica lograr energía a partir del proceso de fusión nuclear asociado al hidrógeno.
En la visión teísta del mundo, podría suponerse que Dios envía a un científico genial para que logre establecer un proceso adecuado para la fusión nuclear. En la visión deísta se supone que el orden natural nos exige desarrollar todas nuestras aptitudes mentales para lograr tal objetivo. La visión teísta implica una postura similar a la de los socialistas, ya que estos parten de la idea de que desde el Estado se han de encontrar las soluciones a todos los problemas humanos, mientras que la visión deísta implica que son los individuos los que, bajo un ámbito de libertad, habrán de lograr las soluciones esperadas.
Algo similar ocurre en cuestiones de ética, ya que también la supervivencia de la humanidad depende principalmente de este aspecto. Así, desde la visión teísta, se supone que un Dios interviniente envía a alguien que resuelve tal problema sugiriendo, u ordenando, amar al prójimo como a uno mismo. Se supone que el ser humano no es capaz de llegar por medio de su inteligencia a arribar a esa conclusión, por lo que "desde arriba", solamente, se nos ha de enviar tal información, que en realidad no ofrece una dificultad comparable con la obtención de energía utilizable a partir de la fusión nuclear.
De ahí que la posible revelación bíblica apuntaría en oposición a un orden natural que nos exige desarrollar nuestra inteligencia como "precio" por nuestra supervivencia. Si el mundo funcionara según la visión teísta, tenderíamos a una inacción como la del ciudadano de un país socialista que debe esperar que desde el Estado se adopten las decisiones necesarias ante cada problema que se presente.
Si los conocimientos sobre la ética necesaria para nuestra supervivencia surgieran de Dios, y no del hombre, no tendríamos mérito alguno al respecto. Tampoco el Creador tendría el mérito de crear seres inteligentes incapaces de lograr por sus propios medios un conocimiento tan simple como el del amor al prójimo como la actitud favorable para establecer un orden social compatible con lo que nos impone el orden natural.
La libertad de elección implica justamente que podemos elegir entre el bien y el mal, y también entre el conocimiento y la ignorancia, y que si nos cruzamos de brazos esperando algún tipo de revelación, las cosas no funcionarán nada bien. Es oportuno mencionar que, así como se supone que el conocimiento de la ética bíblica tiene un origen en la iluminación que Dios otorga a algunos hombres, Isaac Newton creía que también en cuestiones científicas Dios actuaba en forma similar.
La sumisión a Dios por la cual se rechaza toda postura intelectual que tiende a valorar lo humano, contrasta con aquella idea de que el ser humano, mediante la evolución cultural a su cargo, resulta ser un continuador y colaborador de Dios en el proceso creativo de la vida inteligente y de la humanidad. Los promotores de la sumisión culpan al resto de querer "desplazar a Dios" y entronarse en su lugar, cuando en realidad son tales sumisos los que rechazan la voluntad de Dios de crear la humanidad bajo la forma indirecta de la evolución biológica. Una forma de ateísmo implica justamente rechazar la voluntad de Dios, como lo hacen los creacionistas.
Desde el deísmo, o religión natural, se considera al orden natural como el punto de partida objetivo y evidente para toda descripción posterior, siendo tal orden sinónimo de Dios. De esta forma, se rechaza la creencia en un Dios con atributos humanos. Quienes se preguntan acerca de quién creó el orden natural, o el conjunto de leyes asociado, trasladan el punto de partida de toda descripción un peldaño más arriba, decisión que sirve principalmente para complicar las cosas e impedir que la religión moral cumpla con los objetivos que debería cumplir.
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1 comentario:
Si Dios no puede tener atributos humanos, nosotros no podemos estar hechos a su imagen y semejanza. Consecuencia lógica de lo anterior es que el hombre no puede ponerse, aunque quiera, en el lugar de Dios, sólo intentar descubrir en lo posible sus leyes y con ello actuar en consecuencia.
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