jueves, 10 de agosto de 2023

Estado de todos vs. Estado de nadie

La antigua división que San Agustín asociaba a toda sociedad, como la "ciudad de Dios" superpuesta y en oposición a la "ciudad del hombre", puede evidenciarse a través de muchos síntomas, uno de los cuales es la actitud que cada individuo adopta respecto del Estado, o de lo que es público.

El sector identificado con la "ciudad de Dios" considera que el Estado es de todos, y que si se perjudica en algo a una institución del Estado, o un recinto público, se está perjudicando a toda la sociedad, incluso a uno mismo como parte de ella. El sector identificado con la "ciudad del hombre" considera que el Estado no es de nadie, y que si se lo perjudica o se comete un robo contra alguna institución pública, no se está perjudicando ni robando a nadie.

Cuando en un país predominan los adeptos a la "ciudad del hombre", la gran mayoría trata de extraer del Estado todo lo que pueda, como es el caso de varios empresarios, políticos o empleados públicos. Los intentos de robos al Estado están justificados aduciendo que "no se le roba a nadie", ya que el Estado no es "de nadie". La tremenda crisis económica y social de la Argentina está vinculada a un sector bastante mayor al 50% de la población que vive de los aportes mensuales del Estado, gran parte de tal sector sin realizar ninguna contraprestación laboral.

El que vive del Estado, generalmente supone que la principal función del gobierno consiste en asegurar la igualdad económica de la población quitándole al que mucho tiene para obsequiarlo al que poco tiene, sin tener presente los méritos productivos en cada caso. De ahí que los políticos de izquierda promueven el lema: "Donde hay una necesidad nace un derecho" (Eva Perón). Poco y nada se habla de deberes.

Un pueblo que no recibe del Estado lo que espera, tiende a vivir en una eterna protesta, porque se ha convencido (y lo han convencido) que es el Estado el que tiene que cubrirle sus necesidades, dejando de lado la posibilidad de que su actitud de ocio, o su trabajo poco productivo o poco especializado, no le permiten acceder a la mejora deseada.

El ciudadano activo y decente muchas veces se cansa de las promesas y de las falsedades e inoperancia de los políticos. Ante la decepción manifiesta, le sigue la intención de no concurrir a los actos eleccionarios, olvidando que podría ocurrir un caso similar al venezolano, cuando los chavistas se afirmaron en el poder gracias a que en ciertos momentos los indignados opositores se retiraron de la contienda política. Fernando Savater escribió respecto de tal actitud: "Muchas organizaciones te premiarán por que te desentiendas de la política, porque estás regalando tu participación a alguien que la usará a favor de sus intereses. Así que te van a decir que haces muy bien, que con la que está cayendo tiene mucho sentido que te dediques a lo tuyo".

"Los atenienses tuvieron esa intuición tan buena de obligar a participar a todos los ciudadanos en política. Y si se generaba un conflicto fuerte y alguno, para mantenerse al margen, se defendía diciendo que él no era político, entonces le aplicaban una palabra específica para designarlo, una que nosotros empleamos para otras cosas. Le llamaban idiota. El idiota era idion, el que sólo quiere ser él mismo. El idiota es el que piensa que puede vivir sólo para sí mismo, desentendiéndose de la refriega política" (De "Ética de urgencia"-Ariel-Buenos Aires 2012).

El mayor inconveniente que presenta la idea, o la sensación, de que el Estado no es de nadie, es la pobre predisposición que tiene la gente para cuidarlo, es decir, la predisposición será mucho menor que la dirigida a cuidar lo propio. Este aspecto esencial es el que signó el fracaso del socialismo, ya que, por lo general, pocos son los que se esfuerzan por trabajar en beneficio del resto de la sociedad sin apenas recibir una ventaja propia.

Al respecto se transcribe un artículo de Alberto Benegas Lynch (h)

TRAGEDIA DE LOS COMUNES

Hay un asunto que tiñe a todo el espectro del estatismo y es lo relacionado con los incentivos. Economistas de la talla de Ronald Coase, Harold Demsetz y Douglas North han trabajado especialmente en este tema y han publicado numerosos ensayos en la materia.

El eje central de esta cuestión clave reside en comprender que independientemente de las convicciones de cada cual y de su proyecto de vida resultan de gran importancia los incentivos naturales del ser humano al efecto de inclinarse por una u otra acción u omisión. Y en esta línea argumental es importante percatarse que lo que pertenece a una persona y que ha obtenido con el fruto de su trabajo le prestará mayor atención y cuidado respecto a lo que pertenece a otro, además, en una sociedad civilizada, naturalmente no tiene jurisdicción sobre lo ajeno. Entonces aquí tenemos una primera aproximación al aspecto medular de nuestro tema: está en el incentivo de cada uno proteger lo propio y con lo ajeno abstenerse de hacer daño pero no inmiscuirse a menos que sea invitado a hacerlo.

Una segunda derivación del mismo principio general es que lo que es de todos no es de nadie y, por ende, los incentivos a cuidarlo no son lo mismo respecto a lo propio. Para ilustrar lo que venimos diciendo supongamos que una chacra en lugar de tener dueño se dice que es de todos. ¿Quién se esforzará en sembrar si otros pueden cosechar y llevarse el producido? ¿Cómo se imagina el lector será el destino y la administración de su domicilio si se decidiera que es de todo el pueblo?

El sentido de la institución de la propiedad privada es precisamente para darle el mejor uso posible y en el contexto comercial el empleo de los siempre escasos recursos es para atender las necesidades del prójimo sea vendiendo empanadas, automóviles, libros o lo que fuera. El empresario que no sabe atender los requerimientos de los demás incurre en quebrantos y el que da en la tecla obtiene ganancias.

Aristóteles en sus discusiones con Platón sentó las bases de lo que modernamente en ciencia política se conoce como “la tragedia de los comunes” que así fue bautizada contemporáneamente por Garret Hardin en la revista Science.

Ilustremos esto con el caso de las mal llamadas empresas estatales, mal llamadas puesto que la característica esencial de la gestión empresaria es que se asume riesgos con recursos propios y no a la fuerza con el fruto del trabajo ajeno. No se trata de jugar al simulacro. Ahora bien, en el mismo momento en que la “empresa estatal” se constituye significa que se alteraron las prioridades de la gente en el uso de sus recursos y si se dijera que el emprendimiento coincide con lo que las personas hubieran hecho no tiene sentido la intervención. Por supuesto que si además esa entidad arroja pérdidas y es monopólica la situación no puede ser peor.

Tengamos en cuenta que si se pretendieran justificar actividades antieconómicas que de otro modo no se hubieran concertado para atender zonas inviables, debe tenerse presente que las consiguientes pérdidas inexorablemente ampliarán territorios inviables. Pero en todo caso lo que aquí queremos apuntar es que hasta la forma en que se toma café y se encienden las luces no es la misma cuando el bien pertenece al titular que cuando lo pagan compulsivamente terceros. En democracia las decisiones tienen el límite del derecho del prójimo, en el extremo la mayoría no puede asesinar a la minoría sin demoler la democracia.

No se trata entonces de personas mejores o peores en el área comercial del aparato estatal respecto al privado, es un asunto de incentivos que marcan comportamientos. Cuando se alaba lo colectivo y se combate lo privado se apunta a lo abstracto y se deja de lado lo concreto. Borges lo ilustraba muy bien cuando se despedía de sus audiencias: “saludo a cada uno porque es una realidad y no digo todos porque es una abstracción”.

Por último, en este contexto no se diga que hay conflictos de intereses entre los particulares y los generales puesto que esto resulta imposible si se establece el respeto recíproco, esto es, la sociedad libre con la consiguiente garantía a los derechos de cada cual donde no aparecen esperpentos como los asaltantes disfrazados de empresarios que en lugar de operar en el mercado abierto se confabulan con el poder de turno para obtener privilegios.

Cuanto más extendida sea la asignación de derechos de propiedad más fuertes serán los incentivos para cuidar y multiplicar lo propio, lo cual en nada se opone a la filantropía ya que la generosidad implica el uso y la disposición de lo propio, de lo contrario disponer coercitivamente de lo que pertenece a otros no es solidaridad sino que constituye un atraco.

Esta visión de respeto recíproco mejora la condición de vida de todos pero muy especialmente de los más necesitados puesto que la contención del despilfarro permite incrementar las tasas de capitalización y consiguientemente salarios e ingresos en términos reales. La tragedia de los comunes empobrece. Los países pobres viven el síndrome de esta maldición y lo tragicómico es que se hace en nombre de los más vulnerables que lógicamente son cada vez más vulnerables.

(De puntodevistaeconomico.com)

1 comentario:

agente t dijo...

Todas las dictaduras y autocracias maldicen abiertamente la política y predisponen al público en su contra. Evidentemente lo hacen para librarse de la posible rendición de cuentas que en caso contrario deberían temer o hasta sufrir. En las actuales democracias sí se politiza a la masa, pero desde presupuestos políticos que implican falta de información veraz y cultura política, o cultura a secas, en un manipulado público que por eso mismo es incapaz de llevar a cabo esa petición de cuentas.