Llegar a descubrir el camino que conduce a la felicidad, ha sido el motivo de vida de muchos seres humanos que han realizado esfuerzos intelectuales de todo tipo, ya que estamos acostumbrados a que en este mundo nada se consigue en forma "gratuita", y menos lo que resulta valioso. De ahí que, siguiendo con la analogía de tipo económico, tal "precio" implica justamente advertir cuáles han de ser las acciones que nos llevarán a dicho logro.
Adoptando el criterio utilizado por los científicos, podemos, observación mediante, advertir que los que "aman al prójimo" como a ellos mismos, o que intentan hacerlo, presentan síntomas de ser bastante felices, ya que la verdadera felicidad es la que se comparte con los demás. Si tenemos presentes las cuatro componentes emocionales básicas de nuestra actitud característica, es decir, amor, odio, egoísmo e indiferencia, no resulta nada sorprendente tal conclusión.
Puede decirse que el precio que nos impone el orden natural para adquirir un elevado nivel de felicidad, implica la elección consciente de una de tales componentes básicas. En ello radica tal costo. Una vez hecha la elección, hemos optimizado nuestro nivel de felicidad, ya que cada individuo posee distintas predisposiciones genéticas respecto del nivel de felicidad que ha de lograr.
Adviértase que tal costo necesariamente requiere del conocimiento de nuestros atributos personales, por lo que el nivel de felicidad dependerá de lo que hemos heredado genéticamente y también de los que hemos aprendido y razonado debido a la influencia social del medio, atendiendo principalmente a las generaciones pasadas, aprovechando las experiencias de los demás para orientar nuestras decisiones.
En cierta forma volvemos a Sócrates quien asociaba la virtud moral (o emocional) al conocimiento, y los defectos morales a la ignorancia. De ahí que el principio esencial de la inteligencia emocional implica saber cuál es el mejor camino hacia la felicidad.
Admitiendo la existencia de un "costo" que nos impone el orden natural, y disponiendo de la información bíblica asociada a los mandamientos, muchos son los creyentes que han supuesto que el camino hacia la felicidad (y hacia la inmortalidad, si existe) es la del sacrificio y del sufrimiento. Si interpretaran al mandamiento del amor al prójimo como la actitud que permite compartir penas y alegrías ajenas como propias, advertirían que ello conduce a la felicidad y que todo sufrimiento o sacrificio aparece cuando carecemos de tal actitud, es decir, cuándo no se ha cumplido con tal mandamiento, o que ha sido intepretado erróneamente.
Para colmo, hay personas que creen ser muy virtuosas eligiendo una vida de penurias e incomodidades en la creencia que Dios nos exige tal camino como precio para lograr una vida posterior plena de dicha y felicidad. La dicha y la felicidad surgen en esta vida en cuanto nos decidimos a cumplir con los mandamientos bíblicos. Posiblemente, el llamado de Cristo a sus seguidores, a soportar penurias, lo habría hecho a los primeros cristianos para imponer la ética natural que venía implícita en el Antiguo Testamento. El resto de las generaciones tenemos a nuestra disposición las sugerencias bíblicas para nuestro entero beneficio.
Es importante tener presente que tanto el razonamiento elemental como la observación de la cotidiana realidad, son los medios que permitirán una mejora generalizada de la sociedad, es decir, una mejora ética que puede darse en forma simultánea a una mejora en los niveles individuales de felicidad. De ahí que ya no será necesario esperar acuerdos entre líderes religiosos en la espera de una posible unificación de creencias; algo completamente imposible de lograr y de establecer.
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1 comentario:
Lo cierto es que de esa vida posterior a la muerte no existe evidencia alguna que salga en ayuda de esos sacrificios autoimpuestos.
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