David Hume estableció un criterio descalificador de diversas éticas basándose, no en los efectos que un mandato o sugerencia de conducta produce en quienes lo ponen en práctica, sino en la estructura lógica de su enunciado. Al respecto escribió: "Para cada uno de los sistemas morales que he encontrado hasta ahora he señalado siempre que el autor usa durante algún tiempo la manera ordinaria de razonamiento...cuando de repente me sorprende ver que en lugar de las copulaciones usuales de proposiciones, es y no es, me encuentro con que todas las proposiciones se conectan con debe o no debe".
"Este cambio es imperceptible; pero, sin embargo, es de suprema importancia. Es necesario que este cambio sea resaltado y explicado, porque debe o no debe expresan una relación o afirmación nueva. Se debería dar razones, lo cual me parece completamente inconcebible, cómo puede deducirse esta nueva relación (debe o no debe) a partir de otras que son completamente diferentes (es o no es)".
Carlos I. Massini Correas escribió: “El argumento llamado pomposamente «ley de Hume», pretendiendo para él la demostrabilidad y certeza de las «leyes» naturales, puede ser resumido del siguiente modo: todas las doctrinas éticas elaboradas hasta la aparición del Tratado de la naturaleza humana, han incurrido en la pretensión de «deducir» de afirmaciones acerca de «los asuntos humanos» proposiciones acerca de lo que debe hacer el hombre; ahora bien, como no es posible que en la conclusión se encuentre una relación –en este caso la relación deber- que no se halla en las premisas, el mencionado modo de razonamiento es una auténtica falacia y su puesta en evidencia por parte del escéptico escocés «subvertirá todos los sistemas morales corrientes», en especial aquellos que remiten como a su fundamento a la naturaleza humana”.
“Cuando se frecuenta más o menos asiduamente la literatura ética contemporánea de origen anglosajón [….] el investigador queda sorprendido al ver la seguridad y aplomo con que sus autores dan por definitivamente superado todo el conjunto de la ética clásica, incluida en ella, por supuesto, la tomista. Para una buena mayoría de estos autores, a partir del momento en que Hume formuló su conocida «ley» acerca de la incomunicabilidad entre el ámbito del «ser» y el del «debe ser» y de que George E. Moore expuso su no menos conocido argumento de la «falacia naturalista», toda la «ética pre-analítica» quedó refutada de modo definitivo".
"Esto les permite exhibir un extraño aire de suficiencia cuando se trata de abordar temas tales como el de la objetividad de la ética, el del fundamento de la ley natural, o el del conocimiento del «bien». Todos estos tópicos no plantearían sino pseudo-problemas y para su eliminación «terapéutica» bastaría con remitirse a la «ley» de Hume o a la «falacia» de Moore, sin que sea necesario recurrir a ningún argumento ulterior; y si alguien, inocentemente, se atreviera a hablar de ley natural o de acciones intrínsecamente malas, bastaría con responderle, con tono condescendiente: ¿no ha oído hablar usted de la «ley» de Hume o de la «falacia naturalista»?” (De “La falacia de la falacia naturalista”-Editorial Idearium-Mendoza 1995).
Para evitar este inconveniente lógico, debería, en principio, intercalarse alguna premisa adicional. Al respecto, Francisco J. Ayala escribió: "Como puso de manifiesto Richard Hare, en realidad, para resolver el problema de la falacia naturalista -que es, de acuerdo al análisis de Hare, un falso problema- no hace falta añadir premisa alguna. Cualquier persona que deduzca «Pedro debe ser castigado» de «Pedro mató a su padre» está tomando en cuenta en forma implicita la siguiente premisa, que da por cierta: «Quienes matan a su padre y no sufren ningún trastorno mental deben ser castigados»".
"Esa característica de carácter implícito de las premisas valorativas se conoce como «superveniencia»" (De "El cerebro moral" de Camilo J. Cela Conde y Francisco J. Ayala-Editorial Salvat SL-Barcelona 2019).
Si tenemos presente la actitud característica existente en todo individuo, con sus componentes emocionales de amor, egoísmo, odio e indiferencia, estamos describiendo lo que todo ser humano "es". Luego, consideramos el "debe ser" como una optimización de lo que "es". Teniendo presente la empatía emocional (amor) como la actitud que debería predominar, no se diferencia lo que el ser humano "es" de lo que "debe ser", escapando a la falacia naturalista que, en realidad, implica una meticulicidad que no debería influir en el ámbito de las investigaciones éticas.
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1 comentario:
Seguir a Hume en el razonamiento en cuestión supone desconocer ámbitos intrínsecos de la mente humana como son sus capacidades de detección y definición de objetivos vitales a alcanzar y de valoración moral de las conductas.
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