Entre las conclusiones a las que llega Abraham Maslow, para intentar resolver los diversos problemas sociales, como la pobreza, aparece la propuesta de una escala de prioridades que comienza con los alimentos, tal como aparece en la "pirámide de Maslow". Supone que, luego de tener satisfechas tales necesidades, todo individuo tendrá la predisposición a buscar su autorrealización adquiriendo valores culturales. Anna Giardini y otros escribieron: "Según Maslow, no todas las necesidades tienen la misma importancia en un determinado momento, sino que cada una se impone después de la satisfacción de la anterior".
"Este aspecto de la teoría del psicólogo estadounidense es muy importante para entender y organizar la escala de valores y necesidades del hombre, ayudando a predisponer entornos e instrumentos de atención que puedan facilitar y apoyar el crecimiento del individuo y la plena realización de su personalidad" (De "Abraham Maslow"-Editorial Salvat SL-Barcelona 2017).
Otro punto de vista es el bíblico, ya que Cristo propone una prioridad distinta: "Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura". Si bien ambas posturas pueden resultar eficaces en el caso de la educación de un niño, cuando sus padres tratan de satisfacerle tanto sus necesidades básicas como aquellas que apuntan a lo cultural, la divergencia entre ambas propuestas se hace notoria cuando se trata de resolver los problemas acusiantes de sectores numerosos de la sociedad.
Puede decirse que se han ejemplificado dos posturas políticas extremas: el de la socialdemocracia (con sus prioritarias ayudas desde el Estado), por una parte, y el culturalismo, que apunta al fortalecimiento ético e intelectual de todo individuo como prioritaria necesidad para solucionar los graves problemas sociales, por otra parte.
La propuesta socialdemócrata ha sido puesta a prueba en varias ocasiones sin lograr los resultados esperados. Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause escribieron: “Un meduloso estudio de Michael Tanner muestra que el gobierno de los EEUU declaró «la guerra a la pobreza» en 1965, se gastaron en ese país 5,4 billones de dólares para «combatir» la pobreza hasta 1996. El resultado de esa guerra y de los respectivos combates que insumió la cantidad referida de recursos –monto verdaderamente impresionante por cierto- es que hay más gente bajo la línea de pobreza sobre el total de la población que la que había al comenzar «la contienda». Para apreciar la cantidad astronómica de recursos que significaban los 5,4 billones de dólares consumidos por el gobierno en esta pelea tan mal concebida, señala el autor que con esa cantidad se podrían comprar los activos netos de las 500 empresas «top» según la revista Fortune y toda la tierra destinada a la producción agrícola de los EEUU”.
“El estudio revela que al comenzar este «programa» en 1965, 70 centavos de cada dólar llegaban a los destinatarios y el gobierno retenía 30 y, en la actualidad, las cifras se revirtieron: sólo 30 centavos de cada dólar llegan al destinatario y 70 se quedan en el camino, es decir, en las agencias gubernamentales y en los bolsillos de los burócratas. Y tengamos nuevamente en cuenta que estamos hablando del país más eficiente de la tierra…imaginemos lo que queda para el resto” (De "En defensa de los más necesitados"-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).
Si tal porcentaje (30%) del gasto llega en un país en donde la corrupción es mediana, podemos suponer que en aquellos países en que la corrupción es muy alta podrá llegar a cifras entre un 10 o un 20%, siendo optimistas. De ahí que el redistribucionismo resulta, en general, bastante ineficaz. La razón de ello es que los recursos extraídos del sector productivo no van a parar a la inversión y al trabajo genuino, sino a la redistribución mencionada. También los trabajos estatales, promovidos para combatir la desigualdad social, absorben recursos que limitan posibles aportes a la inversión productiva.
Cuando el “Estado benefactor” toma a su cargo la ayuda social, promueve que tal actividad solidaria se reduzca en la población. Los citados autores escriben: “Resulta claro que si el Estado le saca la totalidad de sus recursos a los contribuyentes no habrá posibilidad alguna de que estos ayuden con fondos a nadie. Ahora bien, sin llegar a este extremo, cuantos más recursos le saque el gobierno a la gente, menores disponibilidades tendrá para obras caritativas y de beneficencia. Además de apoderarse de cuantiosas sumas, si los gobiernos se arrogan la función de «caridad» (y, dicho sea de paso, también destinan una porción sustancial del presupuesto público para publicitar dichas tareas) los gobernados terminan creyendo que en verdad es función estatal socorrer a los más necesitados”.
“La idea de la caridad también se degrada al manosearla en campañas políticas en las que se tolera que se recurra permanentemente al plural afirmando que «tenemos» que ayudar a los pobres y «nos comprometemos» a entregarles tales y cuales cosas. Este lenguaje impropio pasa por alto por lo menos dos cosas. En primer término, que especialmente la caridad requiere del singular, es decir, el autopreguntarse qué es lo que uno concretamente está haciendo en lugar de vociferar con un plural que sirve para ocultar la propia conducta y diluir responsabilidades. En segundo lugar, no tiene sentido «comprometer» recursos ajenos. Es muy fácil asegurar por la fuerza el aporte de los fondos que provienen de otros bolsillos, pero es una irresponsabilidad manifiesta el proceder de esta manera”.
“La mayoría se va tornando activista y termina por demandar fondos de los bolsillos ajenos. Esta exigencia es captada por demagogos que incorporan el redistribucionismo como parte de textos constitucionales, códigos y legislaciones diversas con lo cual se consagra un nuevo «derecho»”.
Por lo general, el populista cree en su “superioridad moral”, debida a sus “nobles sentimientos”, en oposición a la “perversidad” e “indiferencia” de los sectores liberales, mentalidad que prevalece en los países subdesarrollados. Entre los casos típicos tenemos al peronismo. Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause escribieron: “A partir del protagonismo de la Fundación Eva Perón y de la Secretaria de Trabajo y Previsión se impuso, mediante una abrumadora campaña masiva de difusión, «un nuevo concepto de beneficencia»”.
“Se intentó por todos los medios eliminar el concepto de ayuda al necesitado para reemplazarlo por el criterio de «justicia» al damnificado. Según esta concepción, la pobreza no era una cuestión que demandara ayuda de los benevolentes sino que requería ser «indemnizada» por tratarse de un acto de injusticia. La «ayuda social» era más bien un acto de «justicia» que de benevolencia. El Estado era el encargado de remediar, de equiparar el daño realizado al pobre”.
“El pobre ya no tenía que pedir ayuda sino que podía reclamar un derecho. Es una cuestión de «justicia social», un tema de Estado, una prioridad absoluta de la acción del gobierno. Este cambio sustancial de mentalidad fue muy profundo, llegando hasta nuestros días y se ha incorporado al hábito de los argentinos”.
“El cambio fue llevado a cabo de manera violenta, a pesar de que ya se estaba insinuando en los escritos y las demandas de los socialistas de los años veinte. No obstante el odio impulsado desde la Fundación Eva Perón hacia las entidades voluntarias de beneficencia fue determinante del cambio de mentalidad. Las entidades de beneficencia y los socorros mutuos fueron desapareciendo paulatinamente a medida que crecía el protagonismo del Estado benefactor y de su brazo privado, la Fundación”.
Tanto Perón como Eva Duarte de Perón fueron personajes influyentes de la política argentina, aclamados por medio país por amar a los pobres y repudiados por la otra mitad por odiar a los ricos y a la oposición. El sector peronista siempre asoció al antiperonismo cierta malignidad intrínseca, mientras que el sector antiperonista criticó al peronismo por la promoción del odio colectivo revestido con ropajes humanistas y solidarios. El fundamento del peronismo está ligado a la “ley de Marx”: los pobres poseen virtud y carecen de defectos, mientras que los ricos sólo tienen defectos y carecen de virtud. En La razón de mi vida, Eva Perón escribió: “No. No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto ése. Para mí, es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda social, era que la calificasen de limosna o de beneficencia”.
“Porque la limosna para mí siempre fue un placer de ricos, el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el perverso placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes”.
“Durante cien años, el pueblo argentino sólo ha recibido las migajas que caían de las mesas abundantes de la oligarquía, que primero lo explotaba y después, para quedar en paz con la conciencia, le tiraba las sobras de sus fiestas”.
Para difundir el odio peronista en forma masiva, el libro La razón de mi vida fue impuesto como lectura obligatoria en todos los niveles y en todos los colegios del sistema educativo nacional. Cuando el Estado sustituye la solidaridad individual, o la descalifica, restringe la posibilidad de la expresión de los mejores sentimientos humanos. El pueblo argentino, que se enorgullece por su “viveza”, fue embaucado por quienes inocularon por varias generaciones el odio entre sectores, lo que implica una degradación humana de gran magnitud, por cuanto el odio, con sus componentes de burla y envidia, son los peores atributos que pueda poseer un ser humano.
En la actual etapa peronista, se advierte que los cuantiosos planes sociales sólo sirven para alienar a sus beneficiarios, por cuanto han sido excluidos de la sociedad en forma de parásitos sociales, que viven sin trabajar y a costa del trabajo ajeno.
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1 comentario:
La mayoría más que activista se va tornando explotadora. Actúa electoralmente decantándose por aquellas formaciones políticas que le rinden más beneficios económicos o de otro tipo porque los detraen de otros ciudadanos para dárselos a ellos. Es algo que se ve clarísimo en los actuales sistemas de pensiones de la Seguridad Social de tipo reparto, donde unos cada vez más numerosos y bien retribuidos pensionistas saquean a un sector productivo cada vez menos numeroso y rentable (empresarios y trabajadores).
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