En el ámbito de la religión pueden distinguirse dos extremos; por un lado las religiones que se basan en un intercambio de homenajes y ritos a cambio de favores personales concedidos por un Dios interviniente en los acontecimientos cotidianos, que pueden denominarse como "paganas", y en el otro extremo las religiones que suponen que lo que a cada ser humano le ha de suceder en la vida depende principalmente de su actitud moral, y no tanto de las concesiones asignadas en tal proceso de intercambio.
Una forma adicional de distinguirlas implica considerar las religiones paganas como aquellas que no tienen en cuenta la existencia de leyes naturales y observan los acontecimientos cotidianos y naturales como un prolongado e ininterrumpido milagro. Por el contrario, el comportamiento asociado a la religión moral prescinde de las intervenciones divinas y concede mayor importancia a la existencia de tales leyes.
La paganización de la religión moral se observa especialmente en el caso del cristianismo, cuando el cumplimiento de los mandamientos bíblicos es reemplazado casi totalmente por rituales, o bien por actitudes de tipo filosófico por las cuales se asocia la virtud a una creencia determinada.
Toda religión pública se instala en una sociedad a través de costumbres y tradiciones, por lo que el predominio del cristianismo en el Imperio Romano, y luego en Europa, se debió a una previa adopción de una "vestimenta" de tipo pagano, para insertarse, no sin dificultades, en poblaciones fuertemente influenciadas por las religiones paganas. De ahí que, al ser transmitido por tradiciones, el ropaje pagano se mantuvo durante gran parte de su historia.
La proliferación de santos, en el mundo católico, no implicó tanto una multitudinaria oferta de ejemplos de vida, sino tan sólo la posibilidad de reemplazar los antiguos dioses especializados del paganismo. Charles Guignebert escribió respecto del cristianismo medieval: "Los dogmas cristianos fueron establecidos y formulados por orientales sutiles y refinados. La metafísica de los viejos maestros de Grecia tanto como el ingenio verbal de sus sofistas, habían contribuido ampliamente a su nacimiento: las ideas que encerraban y las palabras que los expresaban eran igualmente incapaces de penetrar en los cerebros del siglo X".
"Si residía en ellos el cristianismo verdadero, los contemporáneos de Otón el Grande o de Hugo Capeto debían limitarse a un cristianismo aparente, compuesto totalmente de una liturgia y de algunas afirmaciones, que no les ofrecían ningún sentido pensable. Debían aceptarlos como verdades imposibles de verificar. Pero, como eso no es una religión, quiero decir, como un sentimiento religioso, por poco vivo que esté, no puede contentarse con eso, junto a este cristianismo que les escapaba habían creado uno de acuerdo a su espíritu y su corazón, que era, muy naturalmente por otra parte, la continuación de aquél que se había constituido cuando los campesinos, y, poco después los bárbaros, penetraron en la Iglesia".
"Dios y Cristo reinaban sin duda, pero no gobernaban. La Santísima Virgen, cuyas virtudes multiplicaban y cuyo culto expandían los monjes; los Santos, que si era menester el pueblo hacía por sí mismo, especializándolos según sus necesidades y cuyas reliquias e imágenes trataba como verdaderos ídolos; prácticas exteriores y demostrativas, que exaltaban la sensibilidad y fomentaban el sentimiento religioso; leyendas, nacidas no se sabía dónde y embellecidas de boca en boca, pero que, con etiqueta cristiana y en un marco de milagros sorprendentes, llevaban los espíritus a concepciones y a preocupaciones familiares, he ahí la materia constitutiva de ese cristianismo".
"La «filosofía» o, más modestamente, el pensamiento, ya no tenían lugar en él. A decir verdad, la dogmática ortodoxa, amenazada un instante por el panteísmo fundamental de Escoto Erígena, no tenía ya nada que temer: se cernía por encima de la fe práctica y muy raros eran los que la conocían o se preocupaban por ella. Sólo, y es comprensible, la historia de la teología sacramentaria encontrará qué espigar en las prácticas de aquel tiempo; por ejemplo, fue entonces cuando la unción de los enfermos en peligro de muerte se hizo sacramento y se estableció la costumbre de dar la absolución al pecador antes de haber cumplido la penitencia impuesta".
"Fue entonces, también, cuando se empezó a elaborar ese extraordinario sistema penitencial que se tornó y siguió siendo el medio de elección de las autoridades eclesiásticas para subordinar a ellas enteramente a los fieles y que confunde prácticamente para esos fieles la regla doctrinal con una especie de catálogo de prohibiciones y de penas correspondientes a las faltas inevitables. La vida cotidiana queda incluida totalmente en ese catálogo, pero también la iniciativa de la verdadera piedad se pierde y la dirección religiosa se reduce a la aplicación casi automática de una tarifa. Es cómodo, pero el sentimiento religioso verdadero, tanto como la verdadera moral, casi no salen ganando nada; es el triunfo del mecanismo sacramental" (De "El cristianismo medieval y moderno"-Fondo de Cultura Económica-México 1957).
En el siglo XIII se produce una alianza entre fe y razón, adoptando el catolicismo una estructura mucho más amplia y segura, sin abandonar lo sobrenatural. El autor antes citado escribe al respecto: "Santo Tomás de Aquino razona como sigue: Aristóteles, que es la razón misma, llega a la noción de un Dios único, de un Dios personal independiente del mundo creado por él; esta es una representación justa, pero incompleta; la revelación cristiana provee a esas insuficiencias y es ella, sobre todo, quien nos eleva al conocimiento del Dios verdadero, uno en tres personas. Y así la razón natural es la servidora de la fe (naturalis ratio subservit fidei) y recibe de ella el beneficio de infinidad de verdades complementarias que no podría lograr por sus solas fuerzas. Por su parte, le rinde el servicio de presentarla como un sistema lógico y verdaderamente como una ciencia satisfactoria, la ciencia de las ciencias, la ciencia de Dios".
Si bien el catolicismo de entonces se fortalece, tiende a asociarse a una "filosofía cristiana" alejándose un tanto de la religión moral, cuyo objetivo principal es la promoción del cumplimiento de los mandamientos bíblicos. Puede una persona creer en todo lo que establece la Iglesia, pero si no cumple con tales mandamientos, no puede decirse que sea verdaderamente un cristiano. En forma análoga, si alguien ni siquiera escuchó alguna vez el nombre de Cristo, pero ama al prójimo como a sí mismo, puede decirse que tal persona es un cristiano, aunque sin saberlo. De lo contrario, si así no ocurriese, en lugar de ser una religión ética, el cristianismo sería una "religión filosófica" perdiendo sus atributos orientadores y su universalidad.
En adelante, el catolicismo se convertirá en una especie de ideología en donde la prioridad es la creencia antes que el cumplimiento de los mandamientos. Es por ello que son rechazados los ateos, no creyentes, infieles, heterodoxos, herejes, etc., no porque dejen de lado los mandamientos (que es posible que los dejen) sino por no adherir a la ideología católica. De ahí que sea muy fácil advertir esta situación cuando, en los países católicos, casi nadie pregunta por "el cumplimiento de los mandamientos" sino por su "creencia". También se asocia la virtud con la creencia, ya que la mayoría dice "soy creyente", o "creo en Dios", en lugar de decir "soy un cumplidor de los mandamientos bíblicos", o bien "soy alguien que intenta cumplirlos".
En los últimos tiempos, una parte importante de la Iglesia adhiere al marxismo-leninismo, la ideología que, en manos de Mao-Tse-Tung y Stalin, produjo más víctimas que las producidas por Hitler. Al promover el socialismo, la Iglesia traidora al cristianismo, parece no tener en cuenta que si, se elimina la propiedad privada de los medios de producción, y el Estado concentra toda forma de poder, cuando cae en manos de un líder algo perturbado, genera indefectiblemente una catástrofe social.
Con los avances de las ciencias sociales y de las neurociencias, se advierte que el mandamiento del amor al prójimo no es otra cosa que la consecuencia de acentuar la empatía que, de forma natural, existe en cada uno de nosotros. Cuando la mayor parte de la humanidad intente compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, se habrá dado un paso importante hacia el establecimiento del Reino de Dios. Se restablecerá de esa forma la religión natural que tiene como único objetivo la mejorá ética de todo individuo y la masiva adaptación de la humanidad al orden natural.
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2 comentarios:
Me voy a permitir este comentario aunque sea francamente tangencial al tema de este post. He creído entender en una intervención radiofónica de alguien que no es un indocumentado en el tema de la relación entre iglesias y estados que Francisco apoya de una manera tan clara, rebasando lo prudente, al kirchnerismo porque Cristina y su entorno saben algo de él que no le conviene que se difunda.
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