Por lo general, las críticas al socialismo recaen en las desventajas que presenta desde el punto de vista de la economía, dejándose de lado otros aspectos, quizás de mayor importancia, como es el caso de los gobiernos totalitarios que imponen presiones sobre sus súbditos buscando una adhesión total hacia la ideología oficial.
Todo individuo, y especialmente las figuras destacadas de la sociedad, afrontan situaciones conocidas como "estar entre la espada y la pared", ya que la adhesión a un gobierno despótico implica tener que darle las espaldas a su círculo social más próximo. Muchas veces deberá elegir entre la obediencia al poder que interiormente rechaza o el llamado de su conciencia que le reclama fidelidad hacia la sociedad de la que forma parte.
La hipocresía a la que se ve obligado a adoptar el ciudadano de un país socialista, implica un desdoblamiento de su personalidad, que le impide establecer con libertad vínculos sociales con otros individuos, obligados por las mismas circunstancias, a adoptar una similar actitud, ya que tal adopción ha de constituir una forma de vida adecuada para adaptarse a la sociedad colectivista.
Estos aspectos de las sociedades totalitarias pueden conocerse principalmente por las situaciones relatadas por destacados artistas de la Unión Soviética. En este caso, se mencionan aspectos de la vida del músico y compositor Dmitri Shostakóvich. Al respecto, Jorge Volpi escribió: "En su retrato, Vollman no se limita a dibujar a Shostakóvich como una torturada víctima del sistema, sino que lo pinta como un disidente a medias, dominado en la misma medida por el ansia de libertad y por el miedo, en permanente estado de zozobra, tan apocado como valeroso, consagrado a su rebelión secreta a través de la música".
"Se vio obligado a tener una vida de agente doble, la cual por un lado lo obligaba a aceptar con resignación la sucesión de vejaciones y rectificaciones del régimen, y por el otro a tratar de enfrentarse a éste a través de veladas alusiones en sus obras, sutiles muestras de descaro (que sus censores pocas veces tuvieron la astucia de detectar) o mínimas muestras de desacuerdo que sin embargo no dejaban de ser sorprendentes en su medio y en su época".
"De allí el enigma que rodeará su figura hasta nuestros días: ¿hasta dónde el compositor fue un fiel acólito del poder soviético, siempre dispuesto a agachar la cabeza frente a las amonestaciones de sus comisarios de cultura y dispuesto a escribir música de segundo orden para armonizar sus fastos oficiales, o hasta dónde en realidad fue un «héroe trágico», como lo presenta Vollman, un hombre que tuvo el valor de alzarse contra el poder de la única forma que podía hacerlo, a través de sus obras?".
"A la hora de juzgar la conducta de Shostakóvich frente al régimen comunista, surgieron dos bandos antagónicos: aquellos que, en vista de sus declaraciones públicas, en especial durante sus visitas a Occidente, jamás dejaron de considerarlo un compositor oficial o, en el mejor de los casos, un juguete usado por los jerarcas del Kremlim como vehículo de propaganda -no muy distinto, en este sentido, a decenas de artistas, ajedrecistas y atletas- y, en el otro bando, quienes, a raíz de su muerte y de las declaraciones de disidentes como Volkóv, empezaron a mirarlo como una suerte de prisionero de conciencia, una más de las víctimas de los sistemas totalitarios del siglo XX, por más que durante buena parte de su vida gozase de una existencia mucho más plácida que la mayoría de sus compatriotas" (Del Prólogo de "Dmitri Shostakóvich" de Carlos Prieto-Fondo de Cultura Económica-México 2013).
Un punto de inflexión en la vida de Shostakóvich, lo constituyó el día en que el propio Stalin hizo público su desagrado por la música del compositor, lo que implicó que toda la jauría seguidora del líder adoptara una postura similar. Volpi agrega: "El 28 de julio de 1935 el mismísimo Stalin se dirigió al Bolshói a una de sus funciones y el compositor constató, aterrorizado, cómo el dictador refunfuñaba ante cada estertor de los metales o cómo se reía sarcáticamente en uno de sus duetos de amor. Dos días depués, Pravda publicó un artículo que juzgaba vulgar y primitiva la pieza, lo que equivalía a una auténtica condena a su autor. Tal como cuenta Carlos Prieto, Shostakóvich jamás se repuso de este primer encontronazo con los perros de presa del sistema".
"Es a partir de ese incidente donde encontramos al otro Shostakóvich, al Shostakóvich decidido a engañar a sus detractores y a entregarles gato por liebre de una manera mucho más grotesca que en sus sinfonías Segunda y Tercera".
Como en todos los casos, la conciencia moral del ser humano actúa como un contrapeso, o una guía, que lo orienta en cada una de las circunstancias de la vida. Volpi agrega: "Como cualquier agente doble, Shostakóvich siempre sirvió a dos amos -el régimen y su conciencia- y, como cualquier agente doble, a veces los límites de su lealtad hacia uno u otra se tornaban irremediablemente difusos, inestables, grises. A veces fue un cobarde, a veces un héroe, pero sobre todo fue un hombre que, como advierten desde la ficción y desde la crítica Vollman y Prieto, sufrió como pocos las embestidas ideológicas del siglo XX".
Una de las situaciones más desagradables de su vida, le ocurrió al compositor cuando fue obligado por el régimen a firmar una declaración conjunta contra Andréi Sajarov. Carlos Prieto escribió al respecto: "En 1973 el partido organizó una masiva campaña de denuncias contra el físico disidente Andréi Sajarov por supuestas «actitudes antipatrióticas». A iniciativa del partido firmaron cartas grupos diversos: cuarenta miembros de la Academia de Ciencias de la URSS, escritores, economistas, artistas. El 3 de setiembre tocó el turno a los músicos. Ese día, Pravda publicó una carta titulada «Sajarov, indigno del nombre de ciudadano». Shostakóvich, ya muy enfermo, cedió a las presiones del partido y su nombre apareció entre los doce firmantes"
Matislav Rostropovich hizo el siguiente comentario: "Jamás olvidaré el día que lo obligaron, realmente lo forzaron, a firmar una carta contra Sajarov. Shostakóvich intentaba explicar por qué no podía firmar. «Estoy muy débil», decía, y estaba realmente muy enfermo. Decía también: «El único lugar por donde todavía puedo hacer algún paseo es alrededor de mi casa de campo. Por allí también pasea Sajarov. ¿Cómo podré mirarlo a los ojos si firmo?» Y, sin embargo, lo forzaron, lo cual le causó un gran sufrimiento. Cesaron sus paseos....No lo acuso. Estaba ya muy gravemente atacado por el cáncer".
Muchos son los partidarios del socialismo por cuanto, a partir de esa palabra, imaginan una sociedad armoniosa que subsana todos los errores de las sociedades capitalistas, o pseudo-capitalistas. Sin embargo, todo socialismo real implica un sistema que, por lo general, tiende a destruir individualidades para convertirlas en anónimos integrantes de un colectivismo despersonalizado, que poco o nada tiene que ver con la sociedad imaginada por personas ingenuas o ignorantes, inadvertidas de lo que siempre ha sucedido bajo todo socialismo real.
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