El egoísmo individual, por el cual una persona centra sus razonamientos en todo lo que la involucra, y poco o nada en lo que respecta a los demás, se proyecta como un egoísmo colectivo (nacionalismo) por el cual observa su propia nación con benevolencia, pero no así al resto de las naciones, las que considera como enemigas. En el caso Latinoamericano puede hablarse de una especie de nacionalismo regional, o latinoamericanismo, que tiende a alabar lo que nos atañe como región, pero a denigrar a otras regiones. Tal actitud resulta similar al europeísmo, al norteamericanismo, al africanismo, etc., como nacionalismos regionales que tienden a renegar de otros sectores del planeta.
Desde el punto de vista de las leyes naturales que rigen nuestra conducta individual, puede advertirse que todos los seres humanos estamos regidos por ellas y, por lo tanto, la exaltación de países o regiones, junto a la simultánea denigración de otros, resulta incompatible con la visión individualista y natural. Las fronteras establecidas por los hombres deben ser sólo útiles para ciertas formas organizativas de las sociedades y no para dividir a los seres humanos.
Cuando le preguntan a Carlos Fuentes: "¿Cree usted que la idea decimonónica de América Latina, y de lo latinoamericano, está en deterioro, derrumbándose", responde: "En la medida en que no es una idea nuestra, claro que se ha deteriorado. Y se debería haber deteriorado hace muchísimo tiempo, porque es una invención francesa. El término América latina lo inventaron los franceses. El propósito de ellos era incluirse a sí mismos en el conjunto continental. Como los términos Iberoamérica, Hispanoamérica no los incluyen, pensaron: inventemos un concepto que sí lo haga, Latinoamérica".
"Y los latinoamericanos o iberoamericanos o hispanoamericanos estuvimos encantados, en el siglo diecinueve, de que los franceses nos abrieran los brazos. Francia era nuestro ideal. Basta leer a Esteban Echeverría, a Vicuña Mackenna, a la cantidad de escritores y pensadores latinoamericanos que creían que nos podíamos escapar de la terrible maldición de descender de España, de los indios y, peor todavía, de los esclavos africanos, convirtiéndonos en franceses honorarios. Una manera de hacerse franceses honorarios era llamarse latinoamericanos" (De "América Latina marca registrada" de Sergio Marras-Grupo Editorial Zeta SA-Buenos Aires 1992).
Luego de la emancipación, en el siglo XIX, de varios países americanos colonizados por España, surgen dos posturas antagónicas que se mantienen aún en nuestros días. La primera es la nacionalista (regionalmente hablando) que pretende romper lazos con España y exaltar lo propio, lo auténtico y lo tradicional, olvidando un tanto que todos esos valores son heredados de España, principalmente. En la actualidad implica un sectoralismo que, pareciera, quiere marginarse de Occidente estableciendo fuertes vínculos sólo entre países de la región.
La segunda postura es la impulsada por los internacionalistas que se sienten "ciudadanos del mundo" y que, sin dejar de establecer vínculos con los países vecinos aspiran a relacionarse con todos los países del mundo. Estos últimos a veces son mirados como antipatriotas por los nacionalistas, como es el caso de Domingo F. Sarmiento y de Juan Bautista Alberdi, con su tendencia europeizante. Mientras Sarmiento trata de importar ideas sobre educación y cultura desde EEUU y Europa, Alberdi promueve la inmigración de población europea, que favorecieron ampliamente a la Argentina.
El nacionalista observa como una gran virtud amar tan sólo a un país, al igual que se siente virtuoso por amar sólo a una persona en el mundo. Por el contrario, resulta más virtuoso amar muchas patrias y muchas personas. Cuando le preguntan a Carlos Fuentes: "¿Además de latinoamericano se siente otra cosa?", respondió: "Bueno, me sentiría nacionalmente mexicano. Por arraigos especiales, me sentiría nacionalmente chileno por haber crecido en Chile y haber estudiado allí mucho tiempo; me sentiría nacionalmente argentino por los mismos motivos. Yo tengo un gran afecto hacia Buenos Aires, le debo mucho a esa ciudad, me formó mucho. Le debo mucho a los Estados Unidos, le debo mucho a Suiza, y le debo mucho a Francia y España. ¿Cómo reducirme, cómo limitarme a un barrio, si una ciudad entera es mía?".
Puede sintetizarse la cultura occidental de la siguiente forma:
Cultura occidental = Cristianismo + Democracia política + Democracia económica (mercado)
Se advierte que el cristianismo no es una "invención" norteamericana ni europea, y que el mérito de las naciones no consiste solamente en proponer innovaciones positivas sino también en adoptarlas desde otros países. Sin embargo, el nacionalista latinoamericano tiende a mirar con malos ojos a todo lo extranjero, incluso lo que resulta exitoso.
La ansiada unidad latinoamericana se podrá alcanzar junto con el predominio de la mentalidad universalista, una vez que sean relegados los nacionalismos exagerados. Son tales nacionalismos justamente los que impiden la unidad mencionada. Javier Fernández escribe: "El perfil original de nuestra América y el amor a las cosas de América no impide el aprendizaje en formas de cultura más avanzadas: antes por lo contrario, el nacionalismo espiritual, la expresión original de cada pueblo sólo es válida en función del lenguaje universal de la cultura" (De la Nota Preliminar de "Plenitud de América" de Pedro Henríquez Ureña-Peña, Del Giudice Editores-Buenos Aires 1952).
Uno de los peligros que amenazan la cultura latinoamericana es la pretendida imposición de una "identidad" propia que habría de establecer una especie de "hombre nuevo latinoamericano", uniforme en toda la región y distinto del resto de los habitantes del planeta. Mario Vargas Llosa escribe al respecto: "Una de las manías recurrentes de la cultura latinoamericana ha sido la de definir su identidad. A mi juicio, se trata de una pretensión inútil, peligrosa e imposible, pues la identidad es algo que tienen los individuos, no las colectividades una vez que superan los condicionamientos tribales. Únicamente en las comunidades más primitivas, donde el individuo sólo existe como una parte de la tribu, tiene razón de ser la idea de una identidad colectiva".
"La gran mayoría de sociedades latinoamericanas dejó ya atrás ese estadio primitivo y arcaico. Pese a ello, la mentalidad tribal y la tentación colectivista de desaparecer al individuo dentro de una colectividad supuestamente homogénea e idéntica están lejos de haber sido superadas. Ellas retornan, de manera cíclica, como amenazas constantes a nuestra modernización y a que América Latina asuma, con todas sus consecuencias, la cultura de la libertad".
"Aunque apagada por largos periodos, esta visión esquizofrénica y racista de lo que es América Latina nunca ha desaparecido del todo. De tiempo en tiempo, reflota, en el campo político, porque, como todas las simplificaciones maniqueas, permite a los demagogos agitar las pasiones colectivas y dar respuestas superficiales y esquemáticas a problemas complejos" (De "América Latina: ¿integración o fragmentación" de Ricardo Lagos-Edhasa-Buenos Aires 2008).
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