Entre los conflictos ideológicos básicos de los últimos tiempos, aparece el de la igualdad junto al de la libertad. Mientras que los socialistas priorizan la igualdad, sacrificando la libertad, los liberales priorizan la libertad, sacrificando la igualdad. En estos casos se considera la libertad y la igualdad económica, principalmente, ignorándose otros aspectos esenciales de la personalidad humana.
La igualdad promovida por los socialistas implica una igualdad económica que habría de lograrse a través del Estado redistribuidor de las riquezas generadas por la sociedad, ya sea a través de la expropiación de los medios de producción o bien a través de la confiscación de las ganancias logradas por tales medios. Esta igualdad económica, que pocas veces se logra, se establece al alto precio de la pérdida de la libertad individual por cuanto, tanto productores como consumidores, dependen enteramente de las decisiones de quienes gobiernan el Estado.
La libertad promovida por los liberales implica una libertad económica por la cual cada individuo depende poco de los demás, y muy poco del Estado. Asociado a esta libertad económica promueve también la libertad política, que permite establecer cierta igualdad de deberes y de derechos. Debido a las diferentes aptitudes y capacidades individuales, rechazan la igualdad económica por cuanto ello significaría limitar las potencialidades individuales perjudicándose toda la sociedad.
De acuerdo a estas diferencias esenciales, socialismo y liberalismo resultan ser posturas irreconciliables. Existe, sin embargo, una solución que va más allá de los aspectos económicos y políticos pero que resulta imprescindible alcanzar prioritariamente. Tal solución radica en los aspectos éticos de nuestra conducta. Este es el caso del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, el cual implica compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Al ser tan importantes para cada uno de nosotros lo que le sucede a los demás, resulta evidente que de esa forma se establece una igualdad básica. Luego, al existir dicha igualdad, queda descartada la posibilidad de existencia de un “superior” que gobierna a un “inferior”. Y de ahí que la posibilidad de que la libertad se establece simultáneamente con la igualdad. De esa manera el cristianismo resulta ser la solución de muchos problemas sociales.
Por lo general, las diversas posturas sociales son consecuencias directas de la visión que el hombre tiene del universo. Entre esas visiones se destacan dos principales: 1- Existe un orden natural al cual nos debemos adaptar. 2- Existe un “desorden natural” al que debemos reemplazar por un orden artificial.
Así, mientras los liberales admiten la existencia de un orden económico espontáneo (el mercado), al cual debemos adaptarnos no sin grandes esfuerzos, los socialistas niegan su existencia y sólo advierten la existencia de un caos económico que requiere de la intervención del Estado. La existencia de un sistema económico autoorganizado resulta evidente preguntando, por ejemplo, quién planifica la cantidad de pan que diariamente se ha de consumir y producir en ciudades tan populosas como México o Tokio. La respuesta es que nadie planifica la producción por cuanto el mercado (las millones de decisiones económicas diarias de millones de personas) orientan la producción de manera que prácticamente no haya faltantes ni sobrantes. Este proceso era mencionado por Adam Smith como “la mano invisible”.
De la misma manera en que no resulta sencillo convencer al creyente en un orden natural de que no existe, tampoco resulta sencillo convencer al no creyente de que existe. De ahí que toda evidencia de los sistemas autoorganizados sea negada y tergiversada a favor de las creencias previas.
Mientras la religión moral propone un gran trabajo personal para llegar a cumplir los mandamientos bíblicos, los no creyentes dedican grandes esfuerzos por establecer leyes humanas y sistemas sociales para reemplazar al orden natural que suponen inexistente. Si todo lo existente está regido por leyes naturales, en concordancia con la actual visión permitida por la ciencia experimental, puede decirse que existe un orden natural conformado por dichas leyes.
El igualitarismo, como obsesión de quienes rechazan la igualdad propuesta por el cristianismo, puede llegar a situaciones ridículas. Este es el caso de quienes, cuando se habla de “la naturaleza o la finalidad del hombre”, que por supuesto incluye a hombre y mujer (por cuanto sin uno de ellos no habría humanidad), presuponen que ello implica una “actitud machista” que debería desterrarse. De ahí que aparecen párrafos como los siguientes: “A mis alumnos/as y discípulos/as de todos los tiempos...”, “A todos/as mis colaboradores/as por su infinita paciencia…” (De “Camino a la igualdad” de María José Libertino-Hojas del Sur-Buenos Aires 2011).
Si se generalizase tal tipo de escritura “igualitarista”, estaríamos en presencia de un nuevo estilo literario que podría denominarse “estilo mortificante”, al menos para quienes estamos acostumbrados al estilo tradicional.
Los conflictos existentes entre hombres y mujeres, no deben considerarse de la misma forma en que se considera la “lucha de clases”, que resulta (teóricamente) del enfrentamiento de una clase social exenta de virtudes en contra de otra exenta de defectos. Todo alejamiento simultáneo respecto de la igualdad y de la libertad implica un alejamiento respecto del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, ya sea que seamos creyentes, o no, de los mensajes religiosos. Tal actitud deriva del fenómeno psicológico de la empatía y tiene igual validez para todos los seres humanos.
Quienes suponen inexistente al orden natural, tienen sus esperanzas depositadas en las leyes humanas que ellos mismos proponen. Por el contrario, quienes admiten su existencia, interpretan los distintos problemas sociales como consecuencias de nuestra pobre adaptación a dicho orden. En el caso de los conflictos entre hombre y mujer, Carlos Alberto Montaner escribió: “El patente fracaso de América Latina –el rincón más pobre e inestable de Occidente- en gran medida es consecuencia de su particular historia. Una historia que, desde sus inicios, fue percibida como ilegítima e injusta por la mayor parte de sus actores –españoles, criollos, indios y negros-, cada uno desde su particular repertorio de quejas y agravios, y todos con una parte de razón. Una historia que unió el machismo de los conquistadores al de los conquistados, perjudicando brutalmente y hasta hoy a las mujeres. Una historia en la que la sociedad que se fue forjando, hecha de esos retazos étnicos escasamente integrados, no consiguió segregar un Estado en el que los intereses y valores de la inmensa mayoría se vieran reflejados” (De “Las raíces torcidas de América latina”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 2001).
Así como el marxismo promueve el odio entre clases sociales, los sectores feministas en cierta forma promueven un antagonismo entre hombres y mujeres. Ello se advierte en que la situación ideal parece ser la de hombres unidos con hombres y mujeres con mujeres. Así como el socialismo (en teoría) resuelve el problema que el marxismo promueve (la lucha de clases), la homosexualidad resolvería el problema de los conflictos entre hombre y mujer. Estamos en la época del “todo vale” y por ello se han abierto muchas posibilidades para establecer órdenes artificiales variados para reemplazar al orden natural como referencia para nuestras vidas.
Si alguien no está de acuerdo con las feministas y opta por orientarse por las leyes naturales, donde no existe el “tercer sexo”, será descalificado de xenofóbico, discriminador, fascista, etc., por lo cual pasará a ser el blanco de la peor discriminación, tal la que califica a los seres humanos como “malas personas”. Los grupos que aparentan estar contra la discriminación son, por lo general, los discriminadores más perspicaces. Incluso se da el caso en que los “defensores” de los derechos humanos sean los primeros en ignorar los derechos a la vida del niño por nacer, promoviendo la legalización del aborto.
Tales grupos promueven también “la distribución equitativa del ingreso y la riqueza” sin antes promover la distribución equitativa del trabajo y la responsabilidad. La verdadera igualdad se logra tratando a todos como iguales, y no a algunos como incapaces laborales que deben ser mantenidos por el resto de la sociedad a través del Estado. Además, promover la concentración de la riqueza en manos de los políticos a cargo del Estado es bastante peor que la concentración de la riqueza en manos del sector productivo.
Amparados en la prohibición de todo tipo de discriminación, surgen quienes, en la vía pública, realizan escenas eróticas homosexuales que, por lo general, resultan perniciosas para los niños que las observan. Si un padre, que vela por el futuro de sus hijos, hace algún reclamo al respecto, corre el serio riesgo de ser denunciado por “discriminador”; de ahí que poco a poco se va estableciendo una especie de “dictadura” social establecida por quienes se orientan por criterios o principios incompatibles con los criterios morales provenientes de la observancia de la ley natural. Estos hechos tienden a reforzar las actitudes discriminatorias existentes, por lo que la legislación respectiva puede a veces producir resultados opuestos a los que persigue.
Quienes ignoran la existencia de un orden natural al cual nos debemos adaptar, creen que, mediante la simple legislación humana, se habrá de construir una sociedad más justa, ignorando la sentencia de Publio Cornelio Tácito: “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”.
La ley humana sólo pone límites a la acción humana prohibiendo acciones y actitudes que pueden ser perjudiciales a los demás. Cuando, en cambio, la ley humana se establece para dirigir las acciones individuales, se está transitando por el camino del totalitarismo.
Mientras la izquierda política siga promoviendo el relativismo moral para anular la religión y siga promoviendo leyes estatales bajo la creencia en cierto absolutismo moral marxista-leninista, menos posibilidades tendrá el individuo común de adoptar una ética adecuada. De la misma forma en que la izquierda supone que el hombre burgués es explotador laboral hasta que demuestre lo contrario, también se lo supone culpable de discriminación hasta que demuestre lo contrario; prejuicios propios de una ideología que promueve la discriminación entre clases sociales bajo el disfraz de un igualitarismo que poco o nada tiene que ver con la igualdad entre los hombres.
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