Las ideologías políticas totalitarias tienden, por lo general, a proclamar falsos objetivos sociales junto a la descalificación de las ideologías opositoras, hasta llegar al extremo de prepararse adecuadamente para la destrucción de las sociedades existentes con el supuesto de que un futuro esplendoroso seguirá necesariamente a la etapa destructiva. Este es el caso del marxismo, que comienza con la “generalización fácil”, propia del pensamiento pre-científico, mediante la cual considera a un sector exento de defectos y pleno de virtudes (el proletariado) mientras que al otro sector (la burguesía) la considera exenta de virtudes y plena de defectos. Incluso llega al extremo de desconocer la existencia de la clase media, tan importante en la mayor parte de las naciones.
La generalización fácil fue también utilizada por los nazis, esta vez en base a aspectos raciales de los pueblos, con resultados similares a los logrados por el marxismo. Ante una sociedad compuesta por “buenos” y “malos”, perfectamente identificados en clases sociales o en grupos étnicos, se concluye que sólo basta con destruir, separar o aniquilar a los “malos” para que, en forma casi automática, surja el prometido futuro venturoso. H. G. Wells escribió sobre Marx: “Ni Adam Smith ni Darwin, con quienes evidentemente estaba dispuesto a entrar en competencia, dejaron traslucir ningún sentido de finalidad en su pensamiento ni ninguna ambición para dirigir a los demás. Aportaron su contribución y desaparecieron de acuerdo a la nueva moral científica”.
“Pero Marx pertenecía a un tipo intelectual más primitivo, práctico e inmediato. Era partidario de las declaraciones excluyentes, del dogma y de realizar un enérgico esfuerzo revolucionario de acuerdo a un dogma. Inició un vigoroso movimiento de espíritu rígido para la destrucción del «capitalismo» mediante una rebelión o guerra de clases. No tenía ideas, y probablemente era incapaz de producir ideas sobre la paz que sobrevendría después de la victoria eventual de la guerra de clases”.
“Nunca entró en su cabeza que una nueva y poderosa organización del saber y de la voluntad serían necesarias para dirigir un sistema universal emancipado. Hablando claro, padecía de pereza mental. Inventó un fantasma, más insubstancial que el Espíritu Santo: el Proletariado. El Proletariado bendito lo arreglaría todo” (De “El destino del homo sapiens”-Ediciones Sur-Buenos Aires 1941).
El salto al vacío es el salto que una sociedad ha de dar luego de la revolución comunista. El primer inconveniente que aparece consiste en que los proletarios no son, por lo general, aptos para la gestión empresarial, porque nunca fueron empresarios. Tampoco son aptos los revolucionarios que los representan, porque su preparación previa implicó destrucción y calumnias. Los sectores expropiados, en el mejor de los casos, tratarán de adaptarse realizando el menor esfuerzo posible. A ello se sumará un “detalle” no tenido en cuenta por los socialistas; al abolir el mercado, ya no será posible disponer de un “precio de mercado”. Sin precios de materiales o mano de obra, ya no será posible aplicar el cálculo económico. Se vuelve de esa forma a etapas previas en que no estaba desarrollado el pensamiento económico. El derroche de recursos y la ineficiencia no son extraños a una economía socialista.
Marx sostenía que la acción humana dependía esencialmente del sistema económico vigente en una sociedad, ya que todo giraría alrededor de intereses materiales. De ahí que el futuro de la humanidad debería estar asociado a alguna forma de producción y distribución económica. Como el feudalismo finalizó para darle paso al capitalismo, y éste, en la visión de Marx, no era el sistema adecuado, pensó que su desaparición forzada (mediante la revolución) daría lugar al sistema económico definitivo; el socialismo, que por añadidura implicaría “el fin de la historia”. Un fin de la historia apocalíptico, a imagen y semejanza del Apocalipsis bíblico, con la diferencia de que la Biblia sugiere una conducta ética adecuada mientras que el “apocalipsis socialista” sugiere odio, violencia y destrucción.
A partir de la interpretación de la historia, cuya evolución seguiría lineamientos económicos, Marx busca ser su protagonista principal. Prácticamente lo consigue, no porque sea acertada su visión, sino porque las principales catástrofes sociales producidas por el hombre (que hacen necesario e imprescindible el surgimiento de un mesías) se debieron a los totalitarismos ideados y propuestos por él junto a Engels, Lenin, Stalin, Trotsky, Hitler, etc. H. G. Wells agrega: “Cuando por fin el zarismo y la propiedad privada de la tierra y del capital se derrumbaron en Rusia y ese gran país cayó en manos de los conductores comunistas, éstos se encontraron faltos de toda preparación para concebir una organización mejor de los asuntos”.
“La Rusia liberada en octubre de 1917 fue un gran campo experimental. Se vio en la necesidad de reorganizar una gran comunidad que había caído en el caos y sólo tenía sugestiones fragmentarias para resolver tamaño problema. Cayó sobre Lenin la inmensa tarea de racionalizar el marxismo y de hacerlo funcionar”.
“¿Cómo dirigir? ¿Cómo mantener la dirección? Estas cuestiones jamás fueron contestadas. Llenaban las hendijas de sus doctrinas con esa divinidad muscular con martillo y hoz que apenas tiene más realidad que esos dioses simbólicos hindúes con brazos innumerables y partes extra corpóreas que desconciertan a la mente occidental realista. Crea en Él dicen ellos”.
La fe negativa de los comunistas descansaba en la certeza de que el capitalismo era el sistema económico equivocado, y que por ello, el sistema acertado y definitivo sería el no capitalismo (o socialismo). Para difamar al capitalismo advertían que se trataba de un sistema basado en la explotación del proletariado por parte de la burguesía, con un paulatino crecimiento de la riqueza de unos y de un paulatino aumento de la pobreza de los otros. Lo consideraban como el clásico ejemplo del predador y la presa, en el cual el primero vive a costa del segundo. Pero si el predador consume toda la población de presas, termina sucumbiendo conjuntamente, por carecer de alimentos. De ahí la imposibilidad de tal suposición.
Se sabe que las empresas progresan en cuanto aumentan su producción, sus ventas y sus ganancias. De ahí que esos aumentos sólo pueden lograrse a partir de un aumento del consumo, beneficiándose todos los sectores de la sociedad. La realidad es muy distinta a lo que escribió Marx y repiten sus seguidores. La llegada del capitalismo y de empresas multinacionales a China produjo una elevada disminución de la pobreza, en contra de lo que afirman sus detractores.
El salto al vacío que ofrece el socialismo comienza con la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción, ya que ello conlleva la anulación de metas y proyectos individuales en los sectores emprendedores, por lo cual se detiene la creación de nuevas empresas. Sólo queda la creación de empresas por parte de los políticos a cargo del Estado, con menor experiencia en esa labor.
Al desaparecer el mecanismo del mercado, las empresas no tienen información de lo que deben producir y de lo que la gente necesita. Tampoco existen los precios relativos de los distintos insumos por lo cual no puede aplicarse el cálculo económico. Sólo pueden hacerse estimaciones averiguando precios relativos en los países capitalistas.
Bajo el socialismo, no existen incentivos para la producción, por cuanto una mayor eficacia personal no se traduce en ventajas económicas. Se trata de reemplazar tanto la cooperación, producida a través de la especialización del trabajo y de los intercambios en el mercado, junto a una dosis siempre existente de egoísmo, por el publicitado altruismo socialista. Este altruismo resulta ser mucho menos atractivo que los incentivos capitalistas por cuanto cada individuo debe trabajar pensando en los beneficios de la sociedad aun a costa de sus desventajas personales. Si el egoísmo implica interesarse por uno mismo ignorando a los demás, el altruismo (o anti-egoísmo) implica ignorarse a uno mismo para interesarse en los demás.
El socialismo propuesto por Marx no es sino la propuesta de un paraíso en la Tierra, y no en el cielo, que presenta un fuerte atractivo para los envidiosos, que creen que así se verán liberados de su grave defecto moral, creyendo que el sistema socialista afectará su psicología personal, mientras que la envidia, en realidad, sólo será reconducida por otras vías. La “sociedad sin clases” (al menos en la teoría) genera una clase dirigente que acentúa todos los defectos observados en el capitalismo primitivo (aun aquellos defectos surgidos de la tergiversación de la realidad).
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