Se dice que una persona “agoniza” cuando lucha por su vida, ya que corre peligro. De ahí que dicho término pueda utilizarse también para describir la lucha que afronta una nación cuando padece el riesgo de sufrir alguna especie de colapso social. Miguel de Unamuno escribió: “El verdadero sentido, el originario o etimológico de la voz «agonía», es el de lucha. Gracias a ello no se confundirá a un agonizante con un muriente o moribundo. Se puede morir sin agonía y se puede vivir, y muchos años, en ella y de ella. El verdadero agonizante es un agonista, protagonista unas veces, antagonista otras” (De “La agonía del cristianismo”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1938).
Cuando un país entra en decadencia, puede observarse, entre otros aspectos, una grieta social e ideológica en la cual un sector apuesta a su destrucción, como es el caso de la izquierda política ante el llamado histórico de Marx de “derrumbar violentamente el orden tradicional”. Incluso el sector liderado por Perón, llega por un tiempo a asociarse a los destructores de la izquierda con tal de volver al poder. En oposición a ellos, existen sectores que tratan de solucionar los males de la nación, aunque a veces con tanta ineficiencia que logran resultados opuestos a los que se proponen.
Algunas veces escuchamos frases como: “El radicalismo no sabe gobernar y el peronismo no deja gobernar”. A ello habría que agregar que “algunos militares no supieron gobernar y otros no dejaron gobernar”, completando el panorama político de los últimos decenios. Sin embargo, ninguno de los sectores en falta reconoce sus errores mientras que sólo advierten los errores ajenos, incluso con el cinismo de exigir que los gobiernos de turno solucionen los problemas y conflictos creados cuando ellos fueron gobierno.
Si bien los efectos son similares, ya sea cuando se gestione con incapacidad o bien motivados por objetivos destructivos, debe distinguirse entre ambos casos. Gran parte del periodismo y de los intelectuales tiende a mostrarse imparcial y objetiva. Si uno de los sectores antagónicos dice que 2+2=4, mientras que el otro afirma que 2+2=5, tales periodistas e intelectuales proponen que 2+2=4,5. Siguiendo con las disputas, con el tiempo aceptarán que 2+2=4,75, aproximándonos cada vez más al severo y grueso error. Una vez que el error ideológico se ha instalado, sus consecuencias serán temibles.
Ante la posibilidad de perder seguidores, periodistas e intelectuales casi siempre ocultan la verdad acerca del periodo totalitario establecido por el peronismo. Como pocos países escapan a la antigua sentencia de que “quienes ignoran su pasado están condenados a repetirlo”, el país sufrió con el kirchnerismo una reedición de aquel nefasto periodo, promoviendo nuevamente el odio entre sectores y dividiendo la sociedad en bandos irreconciliables.
Puede decirse que el país no pudo (o no supo) recuperarse del peronismo, mientras que ahora pareciera poco probable poder recuperarse de los efectos del kirchnerismo. Ello se debe a que esta vez la trampa populista fue mejor diseñada. Al elevar la cantidad de empleados públicos mediante pseudo-empleos, llegando a un exceso estimado en 1.500.000; y al elevar en unos 3.500.000 la cantidad de jubilados, en su mayoría sin aportes previos y sin necesidades apremiantes (amas de casa), y al ser casi imposible, legalmente hablando, volver atrás, tenemos asegurado un importante déficit fiscal por varios años. Ya sea que se sustente por deuda externa o por impresión monetaria excesiva, la decadencia económica y social ha de continuar como también el aumento porcentual de la pobreza.
A esos gastos desmedidos e improductivos se suman los distintos subsidios estatales, planes sociales y demás, que alejan del trabajo a quienes están en condiciones de hacerlo. Al ser considerados “universales”, la ayuda estatal beneficia tanto al que la necesita como al que no. Rodolfo Terragno escribía al respecto: “Subsidios: 11 millones por hora. Eso es lo que le cuestan a los contribuyentes. Al año, son 95.000 millones. Benefician a los usuarios del transporte público y de otros servicios, como la electricidad y el gas. En muchos casos son regresivos, ya que favorecen a las zonas más prósperas del país o a sectores sociales de ingresos medianos o altos”.
“De todas maneras, han cumplido una función social, sobre todo cuando el país enfrentó una emergencia económica”. “Ahora, superada tal emergencia, se comprueba que, cuando se trata de subsidios, es muy fácil entrar y muy difícil de salir”. “Si se los quitara, las tarifas se duplicarían, triplicarían o quintuplicarían, según los casos, causando un estallido social. Si no se los quitara, habría un colapso fiscal” (De “Urgente llamado al país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).
Mientras que de los subsidios es “difícil de salir”, de los empleos superfluos o improductivos, y de las jubilaciones innecesarias, resulta casi imposible. Para ello sería necesario que el gobierno de turno explicara la situación real del país, sin dejar tales explicaciones a cargo del sector kirchnerista, responsable directo de haber instalado una trampa tan eficaz que ni siquiera un hábil gobernante podrá evitar.
El Estado argentino constituye una especie de cáncer que absorbe gran parte de los recursos generados, ya que los utiliza especialmente para mantener el pseudo-trabajo estatal y algunas otras formas de ocio. La correspondiente quita de recursos al sector productivo impide las inversiones productivas, la creación de nuevos puestos de trabajo, mientras que el Estado se ve obligado a una emisión monetaria excesiva, creadora de inflación.
Además de nuestros defectos morales, consistentes en hacer todo lo contrario a lo que exigen los mandamientos bíblicos, poseemos algunos otros atributos negativos como el de la inautenticidad, advertida principalmente por visitantes extranjeros. Tal atributo implica que una persona tiene ciertos proyectos para su vida, a veces muy ambiciosos, aunque no tiene la voluntad de amoldar sus actos al cumplimiento de tales proyectos. De ahí que se queda a la mitad del camino y comienza a fingir que los ha logrado, adoptando una actitud intermedia entre el personaje real y el simulado. Mario Vargas Llosa escribió al respecto: “¿Qué cataclismo, plaga o maldición divina cayó sobre la Argentina que, en apenas medio siglo, trocó ese destino sobresaliente y promisorio en el embrollo actual? Ningún economista o politólogo está en condiciones de dar una respuesta cabal a este interrogante, porque, acaso, la explicación no sea estadísticamente cuantificable ni reductible a avatares o fórmulas políticas. La verdadera razón está detrás de todo eso, es una motivación recóndita, difusa, y tiene que ver más con una cierta predisposición anímica y psicológica que con doctrinas económicas o la lucha de los individuos y los partidos por el poder”.
“No es casual que el más notable de los creadores evadidos del mundo real de la literatura moderna haya nacido y escrito en la Argentina, país que, desde hace ya muchos lustros, no sólo en su vida literaria (cultora eximia del género fantástico), sino también social, económica y política manifiesta, como Borges, una notoria preferencia por la irrealidad y un rechazo despectivo por las sordideces y mezquindades del mundo real, por la vida posible”.
“Llevarla a la vida real, al terreno pedestre de lo práctico, sucumbir a la tentación de la irrealidad –de la utopía, del voluntarismo o del populismo- tiene las trágicas consecuencias que hoy padece uno de los países más ricos de la Tierra, que, por empeñarse su clase dirigente de vivir en la burbuja de un ensueño en vez de aceptar la pobre realidad, un día despertó «quebrado y fundido», como acaba de reconocer el flamante presidente Duhalde”.
“Dejarse acumular una deuda externa de 130 mil millones de dólares es vivir una ficción suicida. Lo es, también, prolongar y agravar una crisis fiscal indefinidamente, como si, enterrando la cabeza en el suelo tal cual hacen los avestruces, quedara uno protegido contra el huracán”.
“Tomar medidas enérgicas para reducir drásticamente la crisis fiscal, mediante un ajuste severo, porque ni la Argentina ni país alguno puede vivir ‘ad aeternum’ gastando (despilfarrando) más de lo que produce. Esto implica un alto coste, desde luego, pero es preferible admitir que no hay alternativa y pagarlo cuanto antes, pues más tarde será todavía más oneroso, sobre todo para los pobres. La sociedad resistirá mejor el sacrificio si se le dice la verdad que si se le sigue mintiendo, y pretendiendo que con analgésicos se puede combatir eficazmente un tumor cerebral. A éste hay que extirparlo cuanto antes o se corre el riesgo de que el enfermo muera” (De “Argentina: un país desperdiciado”-Varios autores-Taurus-Buenos Aires 2002).
A pesar de las diversas crisis padecidas, el gasto estatal irresponsable ha llegado, con el kirchnerismo principalmente, a niveles alarmantes. Pero ningún sector quiere renunciar a sus intereses y prefiere seguir viviendo como hasta ahora, ya que el futuro de la nación parece no importarle a nadie.
También José Ortega y Gasset advirtió, algunos decenios antes que Vargas Llosa, la inautenticidad mencionada. A. J. Pérez Amuchástegui escribió: “Observa el agudo filósofo [Ortega] que los argentinos están inmersos en un «futurismo concreto de cada cual», indicando con ello que «viven desde sus ilusiones como si ellas fuesen ya la realidad». En otras palabras, ese argentino cree ser algo que en realidad no es pero quiere ser. Quiere serlo con tanta intensidad, que termina convencido de que es, no más, lo que cree. Algo, sin embargo, desde algún rincón del subconsciente, le indica que en esa supuesta realidad de su ser sigue estando la realidad auténtica que no quiere ser. Y entonces aparece siempre «a la defensiva», como si el interlocutor pudiese descubrir esa realidad radical que él se ha propuesto anular. De allí la falta de autenticidad. De allí la aparente reserva. Y de allí la expresión del maestro español: «Detrás del gesto y la palabra no hay –parece-una realidad congruente y en continuidad con ellos»” (De “Mentalidades argentinas (1860-1930)”-EUDEBA-Buenos Aires 1984).
Una sociedad es un conjunto de individuos que tienen objetivos comunes, que han de beneficiar a todos. Cuando, por el contrario, la mayoría trata de vivir más allá de sus posibilidades, incluso a costa de los demás, a través del Estado, no puede decirse que dicho conjunto sea una sociedad o que constituya una nación, sino que constituye un conjunto desarticulado que debe luchar intensamente para mantener su integridad.
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