El protestantismo surge como una rama independiente del catolicismo justificado, entre otras causas, por la corrupción existente en la Iglesia Católica del siglo XVI. La magnífica basílica de San Pedro se construye con aportes monetarios de quienes “compraban” ciertas facilidades para entrar a la vida eterna; las denominadas indulgencias. “Para comprender el origen de la Reforma no hay que buscar tanto las causas como los presupuestos y las reparaciones. Así, diremos que la Reforma protestante fue preparada por la descomposición de los principios fundamentales, y con ello, de las actitudes que sirvieron de base de estabilidad a toda la Edad Media. La sumisión voluntaria al poder establecido, la ausencia total del espíritu crítico, el conformismo, la aceptación ciega de la autoridad y doctrina religiosas, todo ello es puesto en tela de juicio por los humanistas de finales del siglo XV. El hombre del Renacimiento mirará menos al cielo, y procurará que su paso por esta tierra sea más placentero. Su meta no será la gloria futura, sino el bienestar del momento. Con el racionalismo subjetivista, éste es otro de los motivos del creciente individualismo que caracteriza a la época”.
“A causa de este cambio de mentalidad, la espiritualidad del cristiano de los siglos XV-XVI sufre un rudo golpe. A todo ello debe unirse el escándalo con que el pueblo veía la disolución de la corte pontificia, cuando no la del propio pontífice, la de los obispos y la de parte del clero. Añádase todavía el mal endémico del nepotismo que llegaba a su apogeo con Alejandro VI, precisamente a finales del siglo XV. El propio León X, de la familia de los Medici, que excomulgaría a Lutero en 1521, era nombrado cardenal a la edad de 13 años; a los 33 alcanzó inesperadamente el Pontificado sin haber sido ordenado sacerdote”.
“La promulgación de la indulgencia, que por efecto de la verborrea y fervor desmesurado de algunos predicadores, se convirtió en sinónimo de salvación, concedida a cambio de un dinero que debía destinarse a la construcción de la gran basílica de San Pedro en Roma, fue la ocasión que impulsó al reformador a arremeter contra la autoridad pontificia, incompetente, según él, para conceder semejante privilegio. La salvación era fruto de la fe en Jesucristo y un don de Dios; de ningún modo una mercancía que pudiera adquirirse a buen precio” (De la “Enciclopedia Temática Ciesa” (Tomo 19)-Compañía Internacional Editora SA-Barcelona 1970),
Las religiones reveladas admiten la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos y que, además, envía a un intermediario entre Él y la humanidad. Desde el catolicismo se supone que Cristo no es “el hijo de Dios”, como indica la Biblia, sino el mismísimo Dios hecho hombre. Por lo tanto, la Iglesia Católica habría de cumplir el papel de intermediaria. Al desconocer los reformadores tal función, sugieren a los cristianos que lean por su cuenta e interpreten libremente al Nuevo Testamento, algo inadmisible para el catolicismo.
Al ubicarse la Iglesia Católica en el rol de intermediaria entre Dios y la humanidad, y no tanto como difusora de los Evangelios, se advierte su principal error ya que en cierta forma reemplazó lo simple y concreto por un conjunto de dogmas y misterios que alejan al creyente del cumplimiento de los mandamientos y de la religión moral. En lugar de difundir lo que Cristo dijo a los hombres, difunden lo que los hombres dicen acerca de Cristo.
Los reformadores, por otra parte, interpretan que la vida eterna se logra a través de la fe y no tanto a través de las obras, o de las acciones. Por ello, la religión moral tiende a convertirse en una religión contemplativa, mientras el creyente se aleja del objetivo prioritario indicado en los Evangelios; la adopción de la actitud del amor al próximo. “El estudio de la Carta a los Romanos de San Pablo constituyó para Lutero un verdadero descubrimiento. En ella creyó entender que el hombre debía salvarse por la fe, por la fe sola, sin necesidad de obras externas. Esto ocurría en el año de su doctorado en teología, 1512. Este es el momento que podemos calificar de punto de partida de la Reforma luterana, aun cuando Lutero no creyera situarse con ella fuera de la disciplina de la Iglesia”.
Cristo, indagando acerca de nuestra naturaleza humana, apunta con su prédica a generar una actitud cooperativa entre los hombres, expresando al respecto: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”. Mientras tanto, los reformistas tratan de indagar la mente de Dios para conocer su voluntad respecto de cada uno de nosotros, ya que estiman que la vida eterna, o el castigo eterno, no dependen tanto de la fe ni de las acciones humanas, sino de las decisiones de Dios, adoptando una postura negadora de la posibilidad de la libre elección del hombre. “No sólo le preocupaba su salvación, sino que pretendió tener la experiencia anticipada de su destino bienaventurado: quería ver con sus ojos la repercusión salvífica que su postura de fe implicaba, para tener la seguridad y la tranquilidad de la certeza feliz de su futuro”.
“En una palabra, supuesta la predestinación del hombre, conocer los designios de Dios sobre el individuo: esa era su ambición”. “Lutero negó el libre albedrío. Fascinado por el lastre del pecado original y por la gravedad de las culpas individuales, no admitió la capacidad de la voluntad humana para deshacerse de ellas, ni para orientar la vida por otro camino. La voluntad está viciada de raíz. No puede no querer el mal. De ahí que negara también la libertad humana de aceptar o no la salvación, conseguida por los méritos de Jesucristo. Al hombre le toca únicamente tener fe en Jesucristo y confiar en contarse entre los que Dios ha predestinado para que se salven”.
Al negar la libre elección del hombre, por la cual cada uno elige en cierta forma su destino adaptándose de la mejor manera posible a las leyes naturales, Lutero se acerca bastante a la religión propuesta por Mahoma. “Negación del libre albedrío, nulidad de la voluntad humana, predestinación irrevocable…¿para qué sirven las obras? ¿sirven las obras? En realidad para nada. El hombre obra el bien y el mal sin poder remediarlo. No son actos positivos de su voluntad. Por eso –vuelve Lutero al principio de su doctrina- san Pablo preconiza la justificación por la sola fe. La justificación coexiste con la corrupción radical del hombre, es decir, no lo transforma ni cambia su modo de ser. Consiste únicamente en una declaración por parte de Dios, por la cual Él, según su destino eterno, considera justo a un hombre. La justificación cubre los pecados, no los borra. Los méritos de Jesucristo se interponen entre Dios y el hombre, como una cubierta o como un vestido, que hacen aparecer como justo ante los ojos de Dios al que es pecador” (“Enciclopedia temática Ciesa”)
De la misma forma en que los economistas tienden a buscar diversas alternativas para eludir las dos fuentes ineludibles para la creación de riquezas (el trabajo y el ahorro), pareciera que las diversas religiones buscaran distintas alternativas para eludir el cumplimiento del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, por el cual hemos de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. En ello radica la paganización de la religión moral, ya que se reemplaza a los mandamientos difíciles de cumplir por la más sencilla actitud contemplativa y suplicante hacia Dios.
Debido a las personalidades favorecedoras de conflictos, como es el caso de Lutero y de Calvino, la Reforma protestante generó violentos disturbios en gran parte de Europa. Jaime Balmes escribió: “Lutero, a quien se empeñan todavía algunos en presentárnosle como un hombre de altos conceptos, de pecho noble y generoso, de vindicador de los derechos de la humanidad, nos ha dejado en sus escritos el más seguro y evidente testimonio de su carácter violento, de su extremada grosería y de la más feroz intolerancia. Enrique VIII, rey de Inglaterra, había refutado el libro de Lutero llamado «Captivitate Babylonica», y enojado éste por semejante atrevimiento, escribe al rey llamándole sacrílego, loco, insensato, el más grosero de todos los puercos y de todos los asnos”.
“Si la majestad real no le inspiraba a Lutero respeto ni miramiento, tampoco tenía ninguna consideración al mérito. Erasmo, quizá el hombre más sabio de su siglo, o al menos el más erudito, más literato y brillante, y que por cierto no escaseó de indulgencia con Lutero y sus secuaces, fue no obstante tratado con tanta virulencia por el fogoso corifeo, así que éste vio que no podía atraerle a la nueva secta, que lamentándose de ello Erasmo decía: «que en su vejez se veía obligado a pelear con una bestia feroz, o con un furioso jabalí»”.
“No se contentaba Lutero con palabras, sino que pasaba a los hechos; y bien sabido es que por instigación suya fue desterrado Carlostadio de los estados del duque de Sajonia, hallándose por efecto de la persecución reducido a tal miseria, que se veía precisado a ganarse el sustento llevando leña, y haciendo otros oficios muy ajenos a su estado”.
“No se crea que tal intolerancia fuese exclusivamente propia de Lutero; extendíase a todo el partido, y se hacían sentir sus efectos de un modo cruel. Afortunadamente tenemos de esta verdad un testigo irrefragable. Es Melancton, el discípulo querido de Lutero, uno de los hombres más distinguidos que ha tenido el Protestantismo: «Me hallo en tal esclavitud (decía escribiendo a su amigo Camerario) como si estuviera en la cueva de los cíclopes; por manera que apenas me es posible explicarte mis penas, viniéndome a cada paso tentaciones de escaparme». «Son gente ignorante (decía en otra carta) que no conoce piedad ni disciplina; mirad a los que mandan, y veréis que estoy como Daniel en la cueva de los leones»”.
“La intolerancia de Calvino es bien conocida, pues a más de quedar consignada en el hecho indicado en texto [ordenó quemar en la hoguera a Miguel Servet con leña verde para aumentar su sufrimiento], se manifiesta a cada paso en sus obras por el tratamiento que da a sus adversarios. Malvados, tunantes, borrachos, locos, furiosos, rabiosos, bestias, toros, puercos, asnos, perros, viles esclavos de Satanás, he aquí las lindezas que se hallan a cada paso en los escritos del célebre reformador. ¡Cuánto y cuánto de semejante podría añadir si no temiese fastidiar a los lectores!” (De “El protestantismo comparado con el catolicismo” (I)-Editorial Difusión SA-Buenos Aires 1944).
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