En la mayoría de los países existe una disputa, en el ámbito político y económico, que tiene como protagonistas a liberales y socialistas, en sus distintas variantes. Tanto unos como otros estiman prioritaria a la economía. Presuponen, además, que los respectivos sistemas económicos propuestos generan el marco moral adecuado para una vida satisfactoria. Los liberales sostienen que la división del trabajo y el posterior intercambio en el mercado conforman el fundamento y vínculo de unión entre individuos. Los socialistas sostienen que los medios de producción socializados y el trabajo posterior conformarán ese fundamento y vínculo mencionados.
Si bien la economía de mercado ha dado, por su eficacia, resultados indiscutibles, no todos la prefieren por cuanto grandes sectores de la población eligen ceder parte de su libertad y de su bienestar para quedar protegidos por el Estado, generalmente a costa del trabajo de los demás. Tampoco los sectores liberales han sabido divulgar las ventajas de su sistema económico o no han podido hacerlo por la persistente tergiversación surgida desde los sectores socialistas.
Por estas y otras razones, surgieron intentos por establecer “terceras posiciones” que tuviesen las ventajas de cada uno de los sistemas anteriores y ninguna de sus desventajas. Uno de esos intentos fue conformado por el fascismo. Fue una tercera vía surgida antes de la Segunda Guerra Mundial, sin lograr el éxito esperado. Posterior a esa guerra, aparece la socialdemocracia como un intento para acercar las posiciones divergentes. En este caso, se intentó mantener una producción de tipo capitalista (economía de mercado) con una redistribución de tipo socialista. Sin embargo, cuando al sector productivo se le extrae gran parte de sus ganancias, tiende a debilitarse. Además, cuando al sector consumista se le conceden recursos sin una contraprestación laboral como contrapartida, el hábito del trabajo se resiente, por lo que no se logra resolver los problemas que se pretendía solucionar. David Marsland escribió: “El Estado de bienestar inflige un daño enormemente destructivo a sus supuestos beneficiarios: los vulnerables, los marginados y los desgraciados…debilita el espíritu emprendedor y valiente de los hombres y mujeres individuales, y coloca una carga de profundidad de resentimiento explosivo bajo los fundamentos de nuestra sociedad libre” (Citado en “La tercera vía” de Anthony Giddens-Taurus-Buenos Aires 2000).
La socialdemocracia busca la igualdad económica en forma forzada, y no como consecuencia del mérito productivo, eximiendo de deberes a los sectores menos productivos, concediéndoles derechos adicionales, mientras que a los sectores con mayor capacidad productiva se les priva de algunos derechos y se les carga con obligaciones. Tal búsqueda de igualdad económica presupone una desigualdad esencial entre individuos. Anthony Giddens escribe al respecto: “El igualitarismo de la vieja izquierda tenía intenciones nobles, pero ha llevado en ocasiones, como dicen sus detractores derechistas, a consecuencias perversas –visibles, por ejemplo, en la ingeniería social que ha dejado un legado de viviendas de protección oficial ruinosas y convertidas en foco de crímenes-. El Estado de bienestar, considerado por muchos el núcleo de la política socialdemócrata, crea hoy casi tantos problemas como los que resuelve”.
Mientras que en la época posterior a la Primera Guerra Mundial, como se dijo, se proponía al fascismo como una tercera vía, luego de la Segunda Guerra Mundial se propone a la socialdemocracia, mientras que en la actualidad se busca una tercera vía como una alternativa entre socialdemocracia y liberalismo. Sin embargo, mientras se siga adoptando una postura economicista, en el sentido de que se priorizan los aspectos económicos a los políticos y a los culturales, la solución podría no encontrarse. Se olvida que no existe sistema económico posible cuyos resultados sean independientes del nivel moral de los individuos que componen la sociedad.
A medida que la ciencia económica avanza, tiende cada vez más a acercarse a la estructura psicológica del individuo, como es el caso de la Escuela Austriaca de Economía. Si se da un paso más, podrá llegarse a la conclusión de que la economía no ha de ser el paso prioritario para la solución de los problemas individuales y sociales, sino que la cultura lo habrá de constituir, incluyendo esencialmente lo moral y lo intelectual.
Y aquí es dónde aparece la posibilidad de considerar al cristianismo original, el de los Evangelios, como el origen de una tercera vía definitiva que oriente a todo individuo hacia una actitud cooperativa. Una vez lograda tal actitud, en un ámbito de libertad, se darán las condiciones suficientes para el surgimiento de intercambios en un mercado competitivo, pero bajo una competencia orientada a la cooperación, como la ya establecida en varios países.
Se dice que la creatividad no consiste en ver algo que nadie ha visto antes, sino en ver lo que todos ven, pero bajo una visión nueva. Y esta novedad consiste en incluir al fenómeno psicológico de la empatía como el primer eslabón que conduce al sistema autoorganizado del mercado. La empatía, como base de la moral cristiana, sugiere ubicarnos en el lugar de los demás intentado compartir sus penas y sus alegrías. Esta igualdad afectiva tiende a eliminar la envidia por cuanto entran a predominar aspectos intelectuales y afectivos; dejando de tener sentido el igualitarismo promovido por los socialistas.
La igualdad cristiana es la que permite establecer intercambios comerciales que benefician a ambas partes intervinientes. El Estado ya no necesitará distorsionar dicho sistema autoorganizado como en épocas anteriores, por cuanto tales intervenciones producen efectos que empeoran las cosas en lugar de mejorarlas. El sistema político-económico (capitalismo “humanizado”, podría decirse) tiene como componentes la empatía (actitud cooperativa), el trabajo (en el marco de la división o especialización laboral), intercambio en el mercado, ahorro (inversión productiva) e innovación.
El fin de la historia ya no será el socialismo, como lo pretendía Marx. Tampoco lo será el capitalismo, como lo sugería Fukuyama, sino que el fin de la historia ha de ser el cristianismo, tal como lo sugiere la idea original bíblica. Tal fin no implica algo trágico, sino la finalización de una época de conflictos para dar inicio a una nueva etapa plena de esperanza y realizaciones.
La idea del “hombre nuevo” de Marx, que tanto sufrimiento y vidas se cobró en la URSS como en otros países, vuelve esta vez al lugar original, que es la idea del “hombre nuevo” cristiano, que no es otro que aquel que intenta con fuerza y voluntad cumplir con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, cuya versión compatible con la empatía puede interpretarse como: Compartirás las penas y alegrías ajenas como propias. En esta actitud se ha de encontrar la solución para todos los problemas humanos, ya que el hombre ha experimentado en forma más que suficiente con el egoísmo, el odio y la negligencia, logrando resultados desde mediocres hasta catastróficos.
A manera de síntesis se puede simbolizar el desarrollo histórico de la tercera vía:
Capitalismo vs. Socialismo. Tercera vía: Fascismo
Capitalismo vs. Socialismo. Tercera vía: Socialdemocracia
Capitalismo vs. Socialdemocracia. Tercera vía: Cristianismo + Capitalismo
La eficacia del capitalismo fue reconocida por el propio Karl Marx, mientras que las fallas que encontró fueron superadas ampliamente con la evolución propia de dicho sistema económico. Al respecto escribió: “La burguesía ha producido en el transcurso de su ni siquiera centenario dominio de clase, fuerzas productivas más compactas y colosales que todas las demás generaciones juntas. Control de las fuerzas de la naturaleza, máquinas, empleo de la química en la industria y en la agricultura, navegación a vapor, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, roturación de continentes enteros, navegabilidad de los ríos, poblaciones enteras hechas surgir de la nada; ¿qué siglo pasado sospechaba que tales fuerzas de producción yacieran en el regazo del trabajo social?” (Del “Manifiesto comunista” de K. Marx y F. Engels- Citado en el “Atlas Ilustrado del Comunismo”-Susaeta Ediciones SA-Madrid 2003).
Aun cuando el capitalismo ha podido liberar de la pobreza extrema a cientos de millones de chinos e indios, no dejan de escucharse opiniones adversas tales como que “el capitalismo liberal es inhumano”, es decir, el trabajo, el ahorro productivo y la innovación serían “inhumanos”. Quienes así opinan, Jorge Bergoglio entre otros, por lo general coinciden ideológicamente con los líderes socialistas que produjeron hambrunas que mataron a decenas de millones de individuos.
Si el capitalismo todavía no es admitido en algunos países, o bien si sus resultados son poco eficaces, se debe al pobre nivel moral existente en esas sociedades. La poca estima por el trabajo arduo, o por el ahorro y por las demás virtudes necesarias para el establecimiento de un mercado competitivo, se deben, entre otros aspectos, a la ineficacia de instituciones, como la Iglesia Católica, que en lugar de predicar los Evangelios, se asociaba con el fascismo en otros tiempos y luego con el marxismo-leninismo bajo el disfraz de la Teología de la Liberación.
Partiendo de la idea de que no existe ningún sistema político o económico capaz de lograr buenos resultados en forma independiente del nivel moral de la población, resulta imprescindible una mejora ética generalizada para optimizar comportamientos económicos y elevar el nivel de felicidad individual. Por ejemplo, la especulación financiera, alejada de la producción, predomina sobre la inversión productiva, indicando, no tanto una falla del sistema capitalista, sino una falla moral de quienes se guían sólo por la legalidad asociada al cumplimiento de las leyes humanas y no a la legalidad exigida por las leyes morales, o leyes de Dios. Anthony Giddens escribió: “Del billón de dólares USA en divisas que se intercambian a diario, sólo el 5% deriva del comercio y otras transacciones económicas sustantivas. El otro 95% está compuesto por especulaciones y arbitrajes, al buscar los negociantes que manejan sumas enormes, beneficios rápidos en fluctuaciones de tipos de cambio y diferenciales de tipos de interés. Estas actividades distorsionan las señales que dan los mercados para las operaciones a largo plazo y el comercio. El capital en valores tiene una movilidad espectacular –cientos de miles de millones de «dinero caliente» pueden abandonar un mercado o un país en un día-. Los bancos centrales no tienen reservas suficientes para soportar la presión colectiva de los especuladores jugando con la devaluación de las monedas más débiles”.
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