Mientras más nos alejemos del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, mayores serán los conflictos familiares y sociales que se producirán. Los efectos de este alejamiento son a veces interpretados, sin embargo, como consecuencias de un desequilibrio moral en el cual el hombre tiene la culpa de todos los conflictos familiares y sociales mientras que la mujer está exenta de toda culpa. Esta generalización fácil nos hace recordar a la “lucha de clases” en la que se supone que un sector carece de defectos mientras que el otro carece de virtudes.
Durante la Edad Media, la mayor parte de la gente le daba sentido a cada uno de sus actos y pensamientos orientándolos a una futura vida eterna, mientras que, en la actualidad, pareciera que cada uno de los actos y pensamientos de los seres humanos están orientados por el principio de placer, por lo que, tanto mujeres como hombres, observan a los integrantes del sexo opuesto como objetos de placer que pueden ser intercambiados o abandonados sin más ni más. Giovanni Papini escribió: “A las mujeres los hombres les han regalado piedras, perlas, rentas; para ellas han construido casas, conquistado reinos, escrito volúmenes de cantos. Las han halagado e injuriado, han lamido el polvo donde se posarán sus pies, han llorado lágrimas de ansiedad y de celos, han matado a hombres y se han matado. Pero no han hecho nada por hacerlas distintas. Las han visto siempre como cuerpos para ser gozados, como siervas para explotar, como vientres para fecundar, como ídolos para incensar, como propiedades que otros envidian o acechan. Nunca como almas inmortales, como hermanas necesitadas de luz y ayuda. Si el hombre –invirtiendo las palabras del Apóstol- fue el arrepentimiento de Dios, la mujer debería ser el vergonzoso remordimiento del hombre” (De “Informe sobre los hombres”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1979).
Además de la casi exclusiva orientación al placer, el hombre puede carecer de una autoestima suficiente, por lo que tiende a compensar tal complejo de inferioridad con uno de superioridad, favoreciendo la tendencia masculina al gobierno despótico sobre la mujer, mostrando de esa forma el alejamiento de la igualdad afectiva sugerida por el mandamiento bíblico antes mencionado.
Los primeros indicios del surgimiento de posturas feministas aparecen durante el siglo XVIII. J. Marie Goulemot y M. Launay escribieron: “Todas las libertades son importantes. Pero los grandes escritores nos han acostumbrado a poner en primer lugar la libertad de pensamiento y de expresión. Si en la vida cotidiana aquellos a quienes se ha calificado de «inferiores» aspiran también a una mayor libertad, ¿es raro que la palabra haya despertado también aspiraciones en una mitad del género humano –nos referimos a las mujeres- hasta entonces sometida a la otra mitad? Fue precisamente en el siglo de las Luces donde brotaron las primeras reivindicaciones de lo que en el siglo siguiente se llamará «feminismo». Habrá que esperar al siglo XX para ver perfilarse el derecho de igualdad de la mujer y el hombre” (De “El siglo de las Luces”-Ediciones Guadarrama-Madrid 1969).
Un feminismo aceptable es el que intenta restaurar la igualdad afectiva perdida, mientras que existen otros feminismos, poco legítimos, que suponen que la violencia surge del hombre debido a su naturaleza masculina o bien por estar insertos en el sistema capitalista. Si retrocedemos con la imaginación a la generación de nuestros padres o a la de nuestros abuelos, advertiremos una disminución sustancial de la violencia familiar, que por cierto existía. Por ello puede decirse que tal violencia va en aumento debido esencialmente al deterioro moral de la sociedad.
La instauración de “teorías feministas”, que se oponen a la ciencia experimental, constituye otra forma de mantener y de crear nuevos conflictos que se suman a los ya existentes. Mario Bunge escribió al respecto: “Nuestro último ejemplo de contaminación ideológica de los estudios sociales será la «teoría feminista» de moda. Ésta no debe confundirse con el feminismo, un movimiento social progresista sin ataduras filosóficas determinadas. Tampoco hay que confundir el feminismo académico con el estudio científico (sociológico, en particular) de la cuestión femenina, en especial los problemas de los roles y la discriminación sexuales”.
“La «teoría feminista» es una ideología con pretensiones filosóficas que ataca la ciencia «oficial» alegando (pero por supuesto sin probarlo) que es inherentemente «androcéntrica»(o «falocéntrica»). Peor, inadvertidamente ha refritado el irracionalismo inherente a la contrailustración. No le importan las pruebas de verdad porque rechaza la idea misma de verdad objetiva; y afirma que la razón, la cuantificación y la objetividad son condenables rasgos masculinos”.
“Por otra parte, exagera las diferencias sexuales y ve la dominación masculina prácticamente en todas partes. Así, Harding sostiene que sería «ilustrativo y honesto» llamar «manual newtoniano del estupro» las leyes newtonianas del movimiento. La víctima de la violación sería la naturaleza, que por supuesto es femenina. Por otra parte, la ciencia básica sería indistinguible de la tecnología, y la búsqueda del conocimiento, sólo un disfraz de la lucha por el poder”.
“Las «teóricas feministas» nos piden que creamos que la filosofía, la matemática, la ciencia y la tecnología han estado hasta ahora «cargadas de género» y que, además, son herramientas de la dominación masculina. Desde luego, no ofrecen prueba alguna a favor de su tesis, presumiblemente porque la preocupación por la verdad objetiva es androcéntrica. Tampoco proponen una vislumbre de las ideas y métodos que caracterizan, digamos, las reglas de inferencia femeninas o la mecánica celeste femenina, en contraste con las generalmente aceptadas. Naturalmente, es mucho más fácil discutir «paradigmas masculinos» imaginarios y desestimar lo que uno no entiende, que construir la autodenominada ciencia sucesora, un sustituto presuntamente superior de la única ciencia que tenemos –y que las mujeres cultivan cada vez más-. En resumen, la ciencia femenina es tan inexistente como la ciencia aria; lo que pasa por tal es sólo una superchería académica. Lo mismo la filosofía feminista: la genuina filosofía es tan asexuada como la matemática y la ciencia auténticas” (De “Las ciencias sociales en discusión”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1999).
Seguramente alguien podrá preguntarse porqué Mario Bunge dedica parte de su tiempo a confrontar ideas absurdas y a difundir las críticas respectivas. Cabe decir que es muy importante el “trabajo sucio” que realiza porque, de lo contrario, con el silencio de quienes sólo atinan a observar ideas descabelladas, no resultaría extraño que, con el tiempo, las pseudociencias terminarán ocupando el lugar de la ciencia auténtica, algo que está sucediendo principalmente en el caso de las ciencias sociales.
Resulta desconcertante observar que las integrantes de grupos feministas (o anti-hombres), que abogan aparentemente por la libertad y la igualdad de las mujeres respecto de los hombres, simpatizan por lo general con tiranos izquierdistas como Fidel Castro o Nicolás Maduro. Mientras promueven la libertad y la igualdad de un sector de la población (las mujeres), por otra parte apoyan la coerción totalitaria y la desigualdad social tanto de hombres como de mujeres bajo los sistemas socialistas. El desconcierto inicial se torna en certidumbre cuando se descubre que, en realidad, con el feminismo aparente no buscan resolver los conflictos existentes, sino acentuarlos para colaborar de alguna forma con la destrucción de la sociedad capitalista.
También los grupos de izquierda simpatizan con el Islam, en cuyo seno se establece la mayor desigualdad entre hombre y mujer. Sin embargo, como los grupos terroristas musulmanes constituyen una esperanza para quienes aspiran a ver algún día la destrucción de la civilización occidental, reciben todas las simpatías de los sectores marxistas.
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