La situación desesperante que sufre actualmente gran parte del pueblo venezolano, se debe, entre varias causas, a la prédica constante de los ideólogos marxista a favor del socialismo y en contra del capitalismo, exagerando virtudes y encubriendo defectos, en el primer caso, y exagerando defectos y encubriendo virtudes en el segundo caso. De esa forma se ha llegado al extremo de que las nuevas generaciones tengan una imagen totalmente distorsionada de lo que aconteció en el mundo durante el siglo XX.
Las imágenes más promocionadas de la Segunda Guerra Mundial son aquellas que muestran los efectos de las bombas nucleares arrojadas por EEUU sobre el Japón, ya que, de esa manera, se trata de hacer ver que los únicos malos y perversos son los norteamericanos. Sin embargo, casi nunca se dice que cada una de esas bombas produjo entre 100 y 150 mil víctimas, mientras que el total de muertos en toda esa guerra ascendió a unos 52 millones de muertos. Guillermo Martínez escribió: “Hay sólo una nación en la historia de la humanidad que ha probado hasta ahora ser capaz de arrojar bombas nucleares sobre ciudades llenas de gente inocente, sin ningún claro remordimiento” (De “La fórmula de la inmortalidad”-Seix Barral-Buenos Aires 2005).
Los ideólogos marxistas nunca mencionan que las víctimas del socialismo sumaron unos 100 millones durante ese siglo; producto del terror y la represión empleados contra la desobediencia, y de las erróneas decisiones políticas y económicas adoptadas por quienes pusieron en práctica la “ciencia socialista” en abierta oposición a la “ciencia capitalista”. El mayor de esos errores se debió a la absurda “planificación” llevada a cabo por Mao-Tse-Tung, que produjo la mayor hambruna de la historia. Stéphane Courtois escribió: “Decenas de millones de «contrarrevolucionarios» pasaron un largo periodo de su vida en el sistema penitenciario y tal vez 20 millones murieron sufriéndolo. Si, con mayor motivo, si tenemos en cuenta los entre 20 y 43 millones de «muertos más» de los años 1959-1961, los del mal llamado «gran salto adelante», víctimas de una hambruna provocada en su totalidad por los proyectos aberrantes de un hombre, Mao Zedong [o Mao-Tse-Tung], y más aún, posteriormente, por su obstinación criminal en negarse a reconocer su error, no aceptando que se tomasen medidas contra sus desastrosos efectos” (De “El libro negro del comunismo” de S. Courtois y otros-Ediciones B SA-Barcelona 2010).
El plan de Mao fue un precursor del que posteriormente puso en práctica Fidel Castro con su fallida “cosecha record de azúcar”, si bien en este caso no hubo hambrunas, pero sí un grave deterioro de la economía cubana. Mao intentó establecer un crecimiento rápido de la producción agrícola e industrial mediante un método personal, no avalado por la ciencia económica aceptada en esa época. Incluso cometió el error de seguir los consejos del pseudo-científico Trofim Lysenko, cuya nefasta influencia ya había perjudicado a la agricultura soviética. Courtois agrega: “Es fácil conceder que el objetivo de Mao no era matar en masa a sus compatriotas. Pero lo menos que puede decirse es que los millones de personas muertas de hambre apenas le preocuparon. Su principal inquietud, en esos años negros, parece haber sido negar al máximo una realidad que sabía que podían echarle en cara. Es bastante difícil, en medio de la catástrofe, repartir las responsabilidades entre el proyecto mismo o el desvío constante de su aplicación. El total, en cualquier caso, pone de relieve con toda crudeza la incompetencia económica, el desconocimiento del país, y el aislamiento en la suficiencia y el utopismo voluntarista de la dirección el Partido Comunista y singularmente de su jefe”.
“Las razones del drama son asimismo técnicas. Ciertos métodos agronómicos procedentes de forma directa del académico soviético Lysenko, y que se basan en la negación voluntarista de la genética, tienen valor de dogma en China lo mismo que en la patria del «hermano mayor». Impuestos a los campesinos, se revelan desastrosos: mientras que a Mao le había parecido oportuno pretender que «con la compañía [las semillas] crecen fácilmente, cuando crecen juntas se sienten a gusto» -aplicación creadora de la solidaridad de clase en la naturaleza-, los semilleros ultrautilizados (de cinco a diez veces la densidad normal) matan las plantas jóvenes, las labores profundas resecan la tierra o hacen que ascienda la sal, trigo y maíz no se hacen muy buena compañía en los mismos campos, y la substitución de la cebada tradicional por el trigo de las altas tierras frías del Tíbet es sencillamente catastrófica”.
La habitual soberbia del débil impidió recibir ayuda del extranjero aun en las situaciones más desesperantes. El desinterés por el pueblo, del dirigente comunista, ha sido un comportamiento típico. “Por razones políticas se rechaza la ayuda de Estados Unidos. El mundo, que habría podido movilizarse, debe permanecer ignorante de las desventuras del socialismo a la china. Por último, la ayuda a los necesitados de las campañas representa menos de 450 millones de yuans por año, es decir, 0,8 yuans por persona –cuando el kilo de arroz alcanza en los mercados libres un precio de 2 a 4 yuans…- El comunismo chino ha sabido, como él mismo alardea, «desplazar las montañas» y domeñar la naturaleza. Pero fue para dejar morir de hambre a los constructores del ideal”.
Desde el comando del Partido Comunista se adujo que las hambrunas se debieron a “catástrofes naturales”. Wei Jingsheng, un ex-maoísta, escribió: “Desde mi llegada aquí [Anhui], muchas veces oía a los campesinos hablar del «gran salto adelante» como si se hubiese tratado de un apocalipsis del que se alegraban de haberse librado. Como el tema me apasionó, les interrogué frecuentemente por los detalles de que los «los tres años de catástrofes naturales» no eran tan naturales y que eran mucho más los resultados de una política errónea. Por ejemplo, los campesinos contaban que, en 1959-1960, durante el «viento comunista», era tanta el hambre que no tenían fuerza siquiera para recolectar el arroz maduro, y ése había sido un buen año. Muchos habían muerto de hambre viendo cómo los granos de arroz caían en el campo, impulsados por el viento. En ciertos pueblos, no se encontraba nadie para ir a recoger la cosecha”.
“Delante de mi vista, entre las malas hierbas, surgió de pronto una escena que me habían contado durante un banquete: la de familias que intercambian entre ellas a sus hijos para comérselos…Entonces comprendí quién era aquel verdugo; «la humanidad en varios siglos y China en varios milenios sólo ha producido uno semejante». Mao Zedong. Mao Zedong y sus sectarios, quienes, mediante su sistema y su política criminales, habían obligado a los padres enloquecidos por el hambre a entregar a otros la carne de su carne para aplacar el hambre” (De “El libro negro del comunismo”).
La barbarie socialista también se advertía en los métodos de control y sometimiento utilizados. Un estalinista soviético los describe de la siguiente manera: “La disciplina del partido se basa en unas formas estúpidamente rígidas de crítica y autocrítica. Es el presidente de célula quien decide qué persona debe ser criticada y por qué debe serlo. Se «ataca», por regla general, de uno en uno. Todo el mundo participa. Y uno no puede esquivar el juicio. El «acusado» sólo tiene un derecho: arrepentirse de sus «errores». Si se considera inocente o si entona «su culpa» con excesiva blandura, el ataque vuelve a empezar. Es una auténtica doma psicológica”.
“He comprendido una realidad trágica. Este cruel método de coerción psicológica que Mao llama «purificación moral» ha creado una atmósfera asfixiante en la organización del partido en Yan’an. Un número no despreciable de militantes comunistas se suicidaron, huyeron o se volvieron psicóticos. El método del ‘sheng fen’ responde al principio: «Todos y cada uno deben saber los pensamientos íntimos de los demás». Ésa es la vil e infamante directiva que gobierna todas las reuniones. Lo más íntimo y personal se exhibe sin vergüenza en público para su examen. Bajo la etiqueta de la crítica y de la autocrítica, se inspeccionan los pensamientos, las aspiraciones y los actos de todos y cada uno” (De “El libro negro del comunismo”).
A los EEUU no se les perdona haber limitado la expansión de la barbarie nazi; mucho menos se les perdona haber limitado la expansión de la barbarie comunista. De ahí que algunos autores aducen que los atentados a las torres de New York llevan cierta justicia retroactiva por la cual los estadounidenses no tienen derecho a reclamar y mucho menos a defenderse militarmente. Tampoco se les perdona que hayan colaborado con los países latinoamericanos para evitar que cayeran bajo la barbarie comunista, como les sucedió a cubanos y venezolanos. Guillermo Martínez escribió: “Por décadas, después de la Revolución Cubana, la política oficial de los Estados Unidos para América Latina fue colocar y apoyar dictaduras en cada uno de nuestros países”.
“Estados Unidos ya no es más una joven nación y tiene una larga historia de intervenciones cínicas. La ingenuidad de la gente está todavía allí, pero parece más y más una manera conveniente de no prestar atención al trabajo sucio de su ejército alrededor del mundo para mantener el estándar de vida, y la nafta barata, de toda la población estadounidense”.
Fiel al pensamiento marxista, algunos autores no ven en las acciones de un país nada más que motivaciones económicas, restando importancia al peligro del totalitarismo socialista que apoyan a pesar de los nefastos resultados logrados. Debe recordarse que entre comunistas y nazis produjeron unas 122 millones de víctimas inocentes (100 millones los comunistas y 22 millones los nazis), mientras que la suma de víctimas de ambas Guerras Mundiales fueron unos 66 millones (14 millones en la Primera y 52 millones en la Segunda). Si hay algún país que hizo que las cifras no fueran mayores, ese fue EEUU.
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