Cuando un país sufre una crisis prolongada, o está en decadencia, debe intentar salir de esa situación mirando hacia el pleno desarrollo. De ahí que surjan diversas posturas respecto a la prioridad que se le debe dar a uno de los tres aspectos siguientes: economía, política o cultura. Se ha denominado “economicismo” (o economismo) a la tendencia a priorizar la economía sobre los otros aspectos suponiendo que, una vez logrado el avance económico, el avance político y el cultural le seguirán necesariamente.
El economicismo, o también estructuralismo, caracteriza esencialmente al marxismo, ya que se supone que, una vez implantada una economía socialista, los problemas políticos y culturales se resolverán casi de inmediato. El error de esta postura proviene, no sólo de la ineficacia de la economía socialista, sino de la elección del aspecto prioritario a considerar. Sin embargo, no sólo existe un economicismo de izquierda, sino también de centro y de derecha. Mariano Grondona escribió: “El estructuralismo de izquierda cree en el Estado y desconfía del mercado. El estructuralismo de centro apela a ambos, pragmáticamente. El estructuralismo de derecha cree en el mercado y desconfía del Estado. Todos ellos buscan a su manera el desarrollo económico, al que consideran el lado prioritario del triángulo del desarrollo”.
Los economicistas estiman que la economía es “la madre de todas las ciencias”, cuando en realidad debería ocupar un lugar entre las demás ciencias sociales tratando de ser compatible con aquellas. Incluso se da el caso de que el economicista liberal pretende solucionar los problemas educativos aplicando una competencia similar a la del mercado, o también pretende mejorar la salud pública con ese mismo criterio. Para colmo, llegan al extremo de suponer que todo lo estatal es necesariamente “malo” mientras que todo lo privado es necesariamente “bueno”, constituyéndose en simples repetidores de slogans sectoriales. El citado autor agrega: “Entendemos por «economicismo» el predominio de la Economía sobre el resto de las ciencias sociales (Ciencia Política, Sociología, Ética, Antropología, Derecho…) en el terreno académico y el predominio del ministro de Economía sobre los demás ministros (de Educación, Salud, Interior, Relaciones Exteriores…) en el terreno político” (De “Las condiciones culturales del desarrollo económico”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1999).
El origen del liberalismo, sin embargo, no es económico. De ahí que sería conveniente “volver a los orígenes” en lugar de compartir ideas similares a las del marxismo, ya que en cierta forma marxismo es garantía de error. Grondona agrega: “El liberalismo evolucionó en la historia a partir de un principio filosófico, la fe en el libre ejercicio de la razón humana contra el dogmatismo y la censura que el monje alemán Martín Lutero (1483-1546) había anticipado en el terreno religioso, para expandirse después en tiempos de John Locke (1632-1704) hacia una concepción política que privilegiaba la soberanía del pueblo, la división de los poderes y la supremacía de la Constitución contra el absolutismo, y para rematar, al fin, con Adam Smith (1723-1790), en la opción económica del libre mercado”.
“Este itinerario histórico expresaba, también, el orden auténtico de las prioridades liberales: primero, la libertad individual de pensamiento y expresión; después, la libertad política de las elecciones libres y periódicas; finalmente, la libertad económica del mercado. Fiel a esta escala de valores, John Stuart Mill llegó a escribir que, en tanto la libertad de expresión es un principio, la libertad de mercado es apenas una conveniencia”.
Y aquí viene la “acusación” de Grondona a Ludwig von Mises, cuyos escritos son de una profundidad inobjetable, si bien es posible encontrar en ellos la prioridad economicista mencionada: “Pero el economicismo liberal invirtió las prioridades, exigiendo el libre mercado como paso previo a las demás libertades. Su fundador es el austriaco Ludwig von Mises, cuyo libro principal, ‘La Acción Humana’, data de 1949”.
El fundamento de la acción humana son los afectos, o sentimientos, como es el caso de los padres que hacen todo el esfuerzo necesario para que sus hijos triunfen en la vida. La empatía, por la cual nos ubicamos con la imaginación en el lugar de otro, para compartir sus penas y sus alegrías, posibilita nuestra tendencia a la cooperación y a la supervivencia. Para Marx, y para Mises, por el contrario, son los vínculos económicos los fundamentos de la sociedad. Ludwig von Mises escribió: “En el marco de la cooperación social brotan, a veces, entre los distintos miembros actuantes, sentimientos de simpatía y amistad y una como sensación de común pertenencia. Tal disposición espiritual viene a ser manantial de placenteras y sublimes experiencias humanas. Dichos sentimientos constituyen precioso aderezo de la vida, elevando la especie animal hombre a la auténtica condición humana. Ahora bien, no fueron, como hubo quien supuso, tales experiencias anímicas las que produjeron las relaciones sociales. Antes al contrario, aquéllas no son más que fruto de la propia cooperación social, y sólo a su amparo medran; ni son anteriores a la aparición de las relaciones sociales ni tampoco semilla de las mismas”.
“En un mundo hipotético, en el cual la división del trabajo no incrementara la productividad, los lazos sociales serían impensables. No habría en él sentimiento alguno de benevolencia o amistad” (De “La Acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
Cabe cierta semejanza entre la concepción marxista que propone a los medios de producción como vínculo de unión entre los hombres y la concepción liberal de Mises al considerar que es la cooperación bajo la división del trabajo el vínculo esencial de toda sociedad. Desde el punto de vista cristiano, el amor, que permite compartir penas y alegrías, resulta ser el vínculo básico y esencial que une a los integrantes de la sociedad. Henri Lefebvre escribió respecto del marxismo: “Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie de esa sociedad, todo el decorado; debe penetrar bajo esa superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).
Si bien el proceso del mercado, caracterizado por una competencia para la cooperación, resulta de una eficacia indiscutible, debe advertirse que tal proceso se ha de consolidar una vez que se haya logrado un adecuado nivel ético en las personas, ya que el mercado no genera hábitos morales, sino que los presupone como ya existentes. Tal postura, denominada culturalismo, puede sintetizarse en la siguiente recomendación bíblica: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, llegándose al Reino de Dios con el cumplimiento de los mandamientos de carácter ético.
La esencia del capitalismo, o economía de mercado, es el trabajo y el ahorro productivo. Incluso en los últimos tiempos se advierte la importancia esencial del capital humano asociado al conocimiento y a la instrucción. Los valores morales deben existir previamente al hábito del trabajo, del ahorro y de la búsqueda de instrucción y conocimiento. De todas maneras, en cualquier situación social en que se halle una nación, debe orientarse hacia una economía de mercado, aunque no resulte admisible presuponer que tal economía ha de generar los valores morales cuando éstos no existen en grado suficiente.
Para el economicista liberal, la economía de mercado genera, mediante el hábito de su ejercicio, las virtudes morales necesarias para su eficaz utilización. Así, en un país subdesarrollado, el mercado haría a las personas más trabajadoras, ahorrativas e innovadoras. Por el contrario, los economistas que admiten la existencia de valores extraeconómicos, advierten en el fracaso de la aplicación de la economía de mercado la ausencia de virtudes previas a su aceptación. Wilhelm Röpke escribió: “Se concedió a la economía de mercado plena autonomía dentro de la sociedad, y no se tomaron en consideración ninguno de los requisitos y postulados extraeconómicos que han de cumplirse si se quiere que aquella funcione. Con la mentalidad peculiar del siglo de las luces se aceptó como producto natural lo que, en realidad, es un producto artificial muy frágil de la civilización. Por principio se tendía a no querer admitir limitación alguna para la libertad económica, perdiéndose también aquí en lo incondicional y absoluto y haciendo a regañadientes aquellas concesiones que la incómoda realidad acababa de exigir”.
“No se quería admitir que la economía de mercado para no hundirse y arruinar simultáneamente a la sociedad en general mediante una economía de intereses desenfrenados, necesita estar encuadrada en un sólido marco moral-político institucional (un mínimo de honradez comercial, un Estado fuerte, una «policía de mercado» sensata y un Derecho bien estudiado y adecuado a la constitución del comercio). El liberalismo histórico (sobre todo el del siglo XIX) no se dio cuenta de que la competencia representa una reglamentación sociológico-moral no exenta de peligro, por lo que ha de mantenerse y vigilarse dentro de ciertos límites para que no llegue a envenenar el organismo social. Al contrario, se pensaba que la economía de mercado basada en la competencia y en la división del trabajo constituía un excelente medio de educación moral que, haciendo un llamamiento al egoísmo, estimulaba a los hombres a vivir en paz, con dignidad y observando todas las virtudes burguesas. En cambio hoy sabemos (y se hubiera podido saber siempre) que la economía basada en la competencia mina la moral, por lo que requiere que existan reservas morales fuera de ella. En la ofuscación racionalista se llegó a creer que estas reservas incluso las iba acumulando aquélla” (De “La crisis social de nuestro tiempo”-Revista de Occidente-Madrid 1947).
Röpke se refiere también a la situación de los países subdesarrollados: “Puede comprenderse también lo que este espíritu burgués significa para nuestra cultura a la vista de las dificultades que se plantean cuando se intenta transplantarlo a países subdesarrollados que muchas veces carecen de presupuestos espirituales y morales que aquí venimos analizando. Mientras que los hombres de Occidente apenas si son conscientes de ellos, pues los consideran como algo obvio y natural, los portavoces de los países subdesarrollados se inclinan con excesiva facilidad a ver sólo el aspecto externo del éxito económico de Occidente, pero sin parar mientes en la base espiritual y moral que le sirve de fundamento. Nos hallamos aquí, por así decirlo, ante el humus humano que debe existir o se espera que exista, si se quiere que el transplante de las industrias occidentales tenga un éxito real. Sus presupuestos últimos se llaman precisión, flexibilidad, sentido del tiempo, laboriosidad, fidelidad al deber y aquel amor a las cosas que se hacen” (De “Más allá de la oferta y la demanda”-Unión Editorial SA-Buenos Aires 1979).
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