Como indica la experiencia, el vinculo productor-consumidor se mantiene por mucho tiempo si los intercambios comerciales se establecen bajo un criterio orientado a lograr un beneficio simultáneo entre ambas partes intervinientes. En caso de que alguna de las partes intente “sacar ventajas”, es decir, beneficiarse unilateralmente, el vínculo se interrumpe por cuanto alguien actuó en forma egoísta, o no cooperativa. Ludwig von Mises escribió: “En el marco de la cooperación social brotan, a veces, entre los distintos miembros actuantes, sentimientos de simpatía y amistad y una como sensación de común pertenencia. Tal disposición espiritual viene a ser manantial de placenteras y sublimes experiencias humanas. Dichos sentimientos constituyen precioso aderezo a la vida, elevando la especie animal hombre a la auténtica condición humana. Ahora bien, no fueron, como hubo quien supuso, tales experiencias anímicas las que produjeron las relaciones sociales. Antes al contrario, aquéllas no son más que fruto de la propia cooperación social, y sólo a su amparo medran; ni son anteriores a la aparición de las relaciones sociales ni tampoco semilla de las mismas”.
“Nunca cabe olvidar que el rasgo característico de la sociedad humana es la cooperación deliberada; la sociedad es fruto de la acción humana, es decir, del propósito consciente de alcanzar un fin…Es el resultado de acogerse deliberadamente a una ley universal determinante de la evolución cósmica, la que predica la mayor productividad de la labor bajo el signo de la división del trabajo. Como sucede en cualquier otro supuesto de acción, este percatarse de la operación de una ley natural viene a ponerse al servicio de los esfuerzos del hombre deseoso de mejorar sus condiciones de vida” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
No todas las personas tienen la predisposición a beneficiarse simultáneamente con los demás, ya que debe primeramente esmerarse en adquirir el hábito de ser un servidor que coopera con los demás ya que el fruto de su trabajo ha de ser un bien que, por lo general, ha de consumir o utilizar otra persona. De ahí que todo productor tiene en su mente la idea de que es el consumidor quien orientará la calidad y la cantidad de su producción. El citado autor escribió: “El beneficio del empresario brota de su capacidad para prever, con mayor justeza que los demás, la futura demanda de los consumidores. La empresa con fin lucrativo hállase inexorablemente sometida a la soberanía de los consumidores. Las pérdidas y las ganancias constituyen los resortes gracias a los cuales el imperio de los consumidores gobierna el mercado”.
El proceso de la cooperación social tiende a desvirtuarse cuando el productor deja buscar la calidad de sus productos por cuanto su objetivo exclusivo es la obtención de ganancias. Si bien las ganancias son una medida de la efectividad que posee como productor, las ganancias en sí mismas, alejadas de todo objetivo cooperativo, resulta ser un objetivo egoísta, propio de la persona poco cooperativa. José Ortega y Gasset escribió: “El egoísmo consiste en no servir a nada fuera de sí, en no trascender de sí mismo. El egoísta es un hombre sin ideal” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
En toda sociedad real nos encontramos con hombres que poseen, en distinto grado, dosis de cooperación y de egoísmo. Cuando los niveles de egoísmo son tolerables, los efectos de sus acciones no difieren esencialmente del hombre cooperador. Ello se debe a que, en la búsqueda de ganancias, advierte que su conveniencia consiste en servir de la mejor manera a sus clientes, aunque tenga que esforzarse en ello. Mientras que en el caso ideal tenemos la cooperación voluntaria, cuando aparece el egoísmo aparece también cierta cooperación involuntaria, o poco voluntaria. La ganancia debe ser considerada como un efecto o consecuencia, y no como una finalidad.
Cuando los niveles de egoísmo escapan al control de la razón, se producen excesos que llevan a la especulación e incluso al delito. Los principales promotores de las ideologías totalitarias son precisamente quienes, aprovechando la libertad inherente al mercado, la utilizan para realizar sus fechorías. José Ingenieros criticaba tales excesos, a la vez que se esperanzaba con el remedio socialista, que resultó peor que la enfermedad: “Todos los moralistas, sin distinción de escuelas, coincidían, pocos años antes de la guerra [Primera Guerra Mundial], en señalar una progresiva corrupción de la moral práctica en las naciones más caracterizadas por su desarrollo capitalista. Una fiebre de lucro y de especulación minaba los sentimientos de solidaridad social. En ciertas clases sociales, divorciadas de todo trabajo útil para la sociedad, los hábitos de holgazanería y parasitismo tornaban cada vez más inescrupulosa la lucha por la vida entre los hombres”.
“Esas pequeñas minorías de elementos antisociales imponían leyes y costumbres en cada país, constituyendo plutocracias u oligarquías privilegiadas que detentaban el mecanismo institucional del Estado; la política y las finanzas se combinaban para legalizar los acaparamientos, proveedurías, proteccionismos, trustificaciones y otros cien resortes de especulación a expensas de las clases productoras. El categórico «¡Enriqueceos!, honesta o deshonestamente» habíase decidido ya por el segundo término de la disyuntiva; el capitalismo, como sistema, no era la acumulación de capital por el trabajo propio, sino por la explotación del trabajo ajeno” (De “Los tiempos nuevos”-Editorial Tor SRL-Buenos Aires 1956).
Ante la difundida idea de que el egoísmo es la actitud adecuada para lograr los buenos resultados del capitalismo, o economía de mercado, se advierte una postura que contradice lo expuesto por Ludwig von Mises y el sentido común. Puede decirse que la competencia en el mercado tiende a suavizar los egoísmos normales existentes en las personas reales; algo muy distinto a la promoción del egoísmo como virtud.
Además de la cooperación voluntaria y de la involuntaria, con el socialismo surge la cooperación obligatoria, ya que en este caso es el Estado el que obliga a trabajar a todo individuo para redistribuir luego los frutos de ese trabajo comunitario. Bajo el socialismo el individuo pierde los incentivos materiales y también los espirituales, ya que no puede decirse que alguien coopera con la sociedad cuando su acción no es voluntaria, sino ejercida bajo coerción estatal. Carlos Alberto Montaner describe la situación en Cuba: “El castrismo ha agravado la percepción popular del Estado. Hoy el Estado, en cualquiera de sus manifestaciones, es un enemigo al que se le puede –cuando se puede- engañar, robar o perjudicar sin que esto produzca en el cubano la menor crisis de conciencia. El Estado no se percibe como una empresa común perfeccionable, sino como una torpe, extraña, ajena y arbitraria estructura de poder que suministra pocos bienes y malos servicios mientras demanda incómodas y mal pagadas jornadas de trabajo, y –lo que es peor- constantes ceremonias rituales de adhesión ideológica, expresadas por medio de desfiles, actos, reuniones, aburridísimos «círculos de estudio» en los que se analiza con devoción hasta la última coma de los discursos del Comandante, aplausos serviles, trabajo voluntario o abyectas y frecuentes sonrisas aquiescentes”.
“No es de extrañar, dada esta percepción del Estado, que millones de cubanos se entreguen sin remordimiento a la tarea de destruir el medio social en que viven. El castrismo ha provocado la total alienación de los cubanos en tanto que ciudadanos, convirtiéndolos en legiones de destructivos vándalos. Centros escolares, oficinas, medios públicos de transporte, modernas o rústicas herramientas de trabajo, nada escapa al poder destructor de un pueblo que no se identifica con el pavoroso Estado que día a día le oprime y le obliga a las más denigrantes genuflexiones”.
“Debido a ello, la noción del bien común es muy débil o no existe. La propiedad pública es una incomprensible abstracción. Sólo el perímetro individual, por razones del más arraigado egoísmo, merece cuidado y respeto. Este Midas al revés que ha resultado ser Fidel Castro intentó acabar revolucionariamente con la deshonestidad de un puñado de políticos que solía robar al Estado, pero lo que ha logrado es que millones de cubanos se conviertan en enemigos y expoliadores irreconciliables de ese mismo Estado”.
“Quien con el comunismo quiso aumentar la conciencia ciudadana de los cubanos, ha provocado el surgimiento de un individualismo feroz e ingobernable que lima y desbasta implacablemente cualquier común esfuerzo constructivo. Superada algún día la trágica anécdota del castrismo, ¿cómo se reinstaura entre los cubanos una percepción del Estado mínimamente saludable? ¿Cómo se convence a millones de seres secularmente insurgidos contra un Estado que aborrecen, de que la convivencia en libertad sólo es posible conjugando deberes y derechos, protegiendo la parcela pública con el mismo respeto con que se protege la privada? Me temo que esas preguntas no tienen una respuesta fácil. Es más, me temo que ni siquiera tienen respuesta. No existe fórmula segura para revitalizar la conciencia cívica” (De “Fidel Castro y la revolución cubana”-Globus-Madrid 1994).
Algunos optimistas suponen que la economía de mercado genera las actitudes cooperativas, mientras que, en realidad, son las actitudes cooperativas previamente existentes las que permiten adaptarnos luego al sistema cooperativo constituido por la economía de mercado.
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