Tanto en el proceso de adaptación biológica como en el de la adaptación cultural al orden natural, se emplea el método de prueba y error. El conocimiento humano avanza principalmente por medio de hipótesis descriptivas y de una posterior verificación experimental, mientras que el proceso de mejoramiento individual y social no ha de diferir esencialmente de este último. Sin embargo, es muy común encontrar personas, incluso sociedades y pueblos, que son incapaces de aprender de sus errores por cuanto atribuyen sus éxitos a méritos propios y sus fracasos a culpas ajenas.
El alumno tiende a decir: “me saqué un 10” o “me pusieron un 1”; pocas veces dirá “me pusieron un 10” o “me saqué un 1”. La mujer dirá: “elegí un gran marido” o “me tocó un pésimo marido”; pocas veces dirá “me tocó un excelente marido” o “elegí un pésimo marido”. En forma subconsciente surge la idea del mérito propio en el éxito y la culpa ajena, o el azar, en el fracaso. También los pueblos tienden a atribuir sus éxitos a méritos propios, mientras que los fracasos casi siempre son asignados a “ellos”, los extranjeros, con la colaboración de un sector interno “traidor”.
La aceptación y simpatía que despierta el socialismo en los países subdesarrollados se debe esencialmente a que los ideólogos marxistas hacen recaer todas las culpas en el sistema capitalista, el imperialismo norteamericano o el egoísmo de la burguesía. Luego, se le induce a los sectores humildes que sus problemas económicos y sociales no dependen de sus errores, ya que, como pobres, no tienen culpas ni defectos, y, por ello mismo, no deben cambiar en lo más mínimo, sino que, por el contrario, deben colaborar con la destrucción del sistema capitalista, es decir, con la sociedad existente, para instalar el tan aclamado paraíso socialista.
La asignación permanente del fracaso a las culpas ajenas, es el seguro camino hacia el fracaso personal y social, ya que el individuo, en lugar de tratar de enmendar sus errores e intentar cambiar sus actitudes erróneas, busca el cambio de los demás. Este es también el camino hacia la violencia, ya que todo error causa sufrimientos; y si el culpable de nuestro sufrimiento es otro, surgirá de inmediato una actitud adversa contra ese alguien. Ludwig von Mises escribió: “La «mentira piadosa» tiene doble utilidad para el neurótico. Le consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abriéndole, por otro, la perspectiva de futuros éxitos. En el caso del fallo social, el único que en estos momentos interesa, consuela al interesado la idea de que, si dejó de alcanzar las doradas ambiciones, ello no fue culpa suya, sino efecto obligado del defectuoso orden social prevaleciente”.
“El malcontento confía en que la desaparición del sistema le deparará el éxito que anteriormente no consiguiera. Vano, por eso, resulta evidenciable que la soñada utopía es inviable y que sólo sobre la sólida base de la propiedad privada de los medios de producción cabe cimentar una organización acogida a la división social del trabajo. El neurótico se aferra a su tan querida «mentira piadosa» y, en el trance de renunciar a ésta o a la lógica, sacrifica la segunda, pues la vida, sin el consuelo que el ideario socialista le proporciona, resultaría insoportable. Porque, como decíamos, el marxismo le asegura que de su personal fracaso no es él responsable; es la sociedad la culpable. Ello restaura en él la perdida fe, liberándole del sentimiento de inferioridad que, en otro caso, le acomplejaría” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
El marxismo atacó siempre al cristianismo, a quien dirigió, especialmente, aquello de que “la religión es el opio de los pueblos” (lo que adormece para hacer daño). Sin embargo, puede decirse también que “el marxismo es el veneno de los pueblos” (el que estimula el odio). Mises agrega: “El socialismo, para nuestros contemporáneos, constituye divino elixir frente a la adversidad; algo de lo que pasaba al devoto cristiano de otrora, que soportaba mejor las penas terrenales confiando en un feliz mundo ulterior, donde los últimos serían los primeros. La promesa socialista tiene, sin embargo, muy diferentes consecuencias, pues la cristiana inducía a las gentes a llevar una conducta virtuosa, confiando siempre en una vida eterna y una celestial recompensa. El partido, en cambio, exige a sus seguidores disciplina política absoluta, para acabar pagándoles con esperanzas fallidas e inalcanzables promesas”.
Con tal de lograr el poder y descalificar a sus rivales, los marxistas promueven tanto el relativismo moral, como el cognitivo y el cultural, aunque asociados a sus opositores, para reemplazarlos posteriormente por el absolutismo del materialismo dialéctico. Incluso promueven cierto relativismo lingüístico, ya que alteran y tergiversan arbitrariamente el significado de las palabras con tal de lograr ventajas ideológicas. Veamos un ejemplo: “La gente tendría que aprender que los jóvenes idealistas no cometían «crímenes», sino «ajusticiamientos», no robaban sino que recuperaban el dinero que los ricos le habían sacado a los oprimidos; no secuestraban, sino que custodiaban a sus enemigos en las «cárceles del pueblo», no usaban el terror, sino la violencia” (De “Ataque a la República” de Javier Vigo Leguizamón-Santa Fe 2007).
Para confirmar la veracidad de lo anterior debe tenerse presente la reciente (Diciembre 2017) acusación de traición a la Patria a quienes intentaron encubrir a los terroristas iraníes autores del atentado a la AMIA hace algunos años atrás. Sin embargo, pocas veces se han considerado “traidores a la Patria” a quienes encubrieron a los integrantes de Montoneros y del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), debido a que cometieron muchísimos más atentados y provocaron muchísimas más víctimas. En la Argentina se distingue todavía entre un “terrorismo bueno” (el que intenta establecer el socialismo) y el “terrorismo malo”, el que lleva otros fines. Mientras que la sociedad detesta a los terroristas iraníes, alaba a otros con mayor poder destructivo, como es el caso de Fidel Castro, Al respecto, Leguizamón escribió: “¿No ves como lo reverencian cada vez que visita la Argentina? ¿Acaso alguien le exige rendir cuentas por los miles de fusilamientos? ¿Algún juez se ha animado a ordenar su captura internacional por comandar la acción guerrillera en Latinoamérica?”.
Los terroristas de los 70 fueron las primeras víctimas de los intelectuales de izquierda, ya que, mediante sus libros y su influencia, los convirtieron en asesinos despiadados, mientras que, a la vez, fueron combatidos de la misma forma por los sectores que intentaban la defensa de las “sociedades injustas”. Uno de esos ideólogos es Noam Chomsky. Javier Vigo Leguizamón escribió: “En el afán de crear el «hombre nuevo», Pol Pot había decidido «purificar» su pueblo eliminando el 21% de su población”.
“¿Podría un defensor de los derechos humanos justificar semejante matanza? ¿Podría hacerlo un pacifista militante que convocara a miles de jóvenes a formar una cadena humana alrededor del Pentágono, imputándole ser la institución más atroz del planeta? La respuesta no se hizo esperar”.
“A pesar de estar al tanto de las terribles matanzas cometidas por los comunistas al llegar al poder, Chomsky se había empeñado en encontrar una «justificación» razonable. El pacifismo con que falsamente se había vestido, derrumbábase al leer: «No me parece que sea aceptable que condenemos el periodo de terror del Frente de Liberación Nacional, simplemente porque fue algo horrible. Creo que lo que tendríamos que hacer es preguntarnos por los costes comparativos, por espantoso que suene; y si queremos tomar una posición moral en este asunto (y creo que deberíamos hacerlo), tendremos que poner en una balanza cuáles fueron las consecuencias de que se usara el terror, y cuáles habrían sido de no haberse usado. Si es cierto que las consecuencias de no haber utilizado el terror hubieran sido que el campesinado vietnamita habría seguido viviendo como el de Filipinas, creo que, entonces, el terror estaría justificado».
«Puede que haya habido casos de violencia, pero han sido comprensibles, dadas las condiciones del cambio de régimen y de revolución social». «Lo ocurrido era algo que cabía esperar, un pequeño precio en comparación con los cambios positivos que había traído en nuevo gobierno de Pol Pot»”.
“¿Un pequeño precio? ¿Exterminar a casi toda la clase media incluyendo a funcionarios, profesores, intelectuales y artistas podía calificarse tan absurdamente? ¿Aniquilar a 68.000 monjes budistas; asesinar a 1,67 millones de personas, de una población total de 7,89 millones merecía tan sólo ese juicio moral para Chomsky?”.
Los medios violentos, para lograr mejoras, han fracasado en todas partes, ya que tales métodos surgen esencialmente de la creencia de que los culpables son los demás y de que los individuos mejoran luego de establecer cambios en la sociedad. Por el contrario, toda mejora individual y social se logra a partir del reconocimiento y corrección posterior de nuestras actitudes erróneas.
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