De la misma manera en que algunos individuos se aferran a algún atributo hereditario o cultural que les permitirá afrontar el futuro con mayor seguridad, los diversos pueblos en crisis se aferran a épocas de esplendor para intentar alcanzarlas nuevamente. Así como un individuo que tiene abuelos rusos asumirá la creencia de poseer los dones adecuados para llegar a ser campeón mundial de ajedrez, aun cuando poco o nada tenga que ver este aspecto hereditario con su capacidad para ese deporte, los distintos pueblos buscan en su pasado aspectos exitosos que los motivarán para reencontrarlos en el futuro.
Existen también individuos que llevan presentes en la memoria las incomodidades y sufrimientos pasados intentando compensarlos, a veces, en forma desmedida, incluso hasta llegar a adoptar una actitud vengativa hacia un medio social al que culpan por todos sus males, siendo la actitud típica del resentido social. Román J. Lombille hace un paralelo entre el boxeador José María Gatica y Eva Perón, escribiendo al respecto: “Boxeador desleal, rencoroso, que concitaba el odio del público ensañándose con el rival caído e infringiendo todas las normas. Esa era su venganza, la manifestación de su resentimiento por los años de infancia envilecida –allá en San Luis-, de lustrabotas humillado, de chango mendicante”.
“El de María Eva Duarte fue otro complejo, paralelo en otra napa social. Nadie se vengó tanto (mientras fue hada bienhechora), nadie humilló tanto (mientras dignificaba), nadie atesoró tanto (mientras era dama de los humildes)” (De “Eva, la predestinada”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1956).
En cuanto a Eva Duarte, puede decirse que hacía recaer en algunos sectores de la sociedad todo su descontento por sus padecimientos pasados, sin advertir que su situación familiar se debió principalmente a la irresponsabilidad de un padre que se desligó de sus deberes de progenitor, ya que tenía una familia legal y otra clandestina, padeciendo esta última diversas inseguridades económicas. Entre las motivaciones del recrudecimiento de la actual violencia urbana, se encuentra el resentimiento social de quienes sufren el desamparo familiar en una época en que predominan los intentos por desfigurar el lugar esencial de la familia como núcleo social básico. Lombille escribió: “Para Eva, el objetivo vital de su existencia era tener dinero, atesorar, acumular, sin darse jamás por satisfecha, aunque los depósitos en dólares crecieran en Estados Unidos, en Suiza, en Italia, en el Brasil, en España. El mundo estaba, para ella, construido sobre esas bases y ella no estaba dispuesta a conmoverlo ni destruirlo. Su éxito estribaba en tener más, mucho más dinero que sus antiguos vecinos de Junín, más que los Duarte, estancieros que la despreciaron, más que sus antiguos conocidos en la intimidad de su vida doliente de sacrificada social, más que los oligarcas que en sus tiempos de aventura la menospreciaron y mal pagaron. Eva era incapaz de suponer que ese mundo podría estar mal organizado. De allí su carencia de verdadera dinamita revolucionaria”.
En el ámbito de la política encontramos también el resentimiento colectivo que tiende a denigrar el pasado nacional hasta desconocer los aspectos positivos que hubiese podido tener. Esto ocurre en la Argentina cuando muchos minimizan el hecho de que este país haya ocupado alguna vez el 7mo lugar entre los países del mundo. En este caso se aduce que “había desigualdad social”, aunque los porcentajes de pobreza eran mucho menores que los actuales.
La actitud destructiva hacia el pasado también ha estado vigente en otros países. Carlos Alberto Montaner escribió sobre su Cuba natal: “No contento con ofrecer un presente de privaciones y fracasos, no contento con destruir la esperanza de un futuro mejor, desalojando del corazón cívico de los cubanos una de sus mejores virtudes, el castrismo también ha demolido el pasado republicano, calificando de «pseudo república» el país que existió entre 1902 y 1959”.
“En esa ruina social a que ha sido reducida Cuba, ni siquiera es posible la noción de «renacimiento», esa útil idea de «resurgimiento nacional» que sirve a los países en sus horas críticas, porque renacer o resurgir implica siempre un estadio anterior de plenitud ciudadana en el que ya tampoco creen los cubanos. Y no se trata sólo de que los cubanos aborrezcan su presente y tengan serias sospechas sobre su futuro, sino que también les han enseñado a aborrecer su pasado, lo que apenas deja espacio para hincar la rodilla y soportar el esfuerzo descomunal de restañar las heridas e intentar reconstruir la nación”.
“Numerosos países a lo largo de la historia –Japón, Alemania, España, Italia- han tenido que sobreponerse a terribles catástrofes políticas, pero siempre contaron con un legendario Siglo de Oro, con una Arcadia feliz que pudiera servir de punto de referencia en la búsqueda de Utopía. Y es que todo país necesita alimentarse de esta sana mitología para trazar su derrotero histórico. El castrismo ha privado a los cubanos de ese vital recurso” (De “Fidel Castro y la Revolución Cubana”-Globus-Madrid 1994).
El resentimiento social de Fidel Castro no sólo lo lleva a denigrar el pasado cubano, sino a toda la civilización occidental, por lo cual adopta para su país la “cultura soviética”, en franca actitud de sometimiento a ese imperialismo. Su padre, español, combatió contra los estadounidenses en la época de la independencia cubana, transmitiendo a sus hijos el odio a todo lo que tenga que ver con EEUU. Incluso el odio se hizo extensivo a la religión cristiana y al capitalismo, como si cristianismo y capitalismo fuesen inventos norteamericanos. Montaner escribe al respecto: “En Cuba hubo un verdadero bombardeo de cultura «oriental». La Unión Soviética, mientras duró, fue algo así como la nueva y adoptiva Madre Patria, mientras los países del Este parecían vecinos antillanos…Había algo demencial en este afán de olvidar el entorno histórico y cultural de la Isla. Demencial y alienante. Demencial porque insensiblemente se estaban ignorando los más obvios perfiles de nacionalidad y la historia. Alienante, porque con todo servilismo se estaba copiando la «mise-en-scène» rusa”.
“Me imagino que dos factores dispararon a la revolución por ese camino absurdo: primero, la imitación. Todos los satélites europeos practicaban la más servil imitación de la metrópoli; segundo, el deseo de borrar de la memoria del cubano todo vestigio del anterior entorno sociocultural. Cuando se hablaba de EEUU era (es) para mencionar a sus gánsters o sus crímenes vietnamitas. Cuando se habla de Latinoamérica, es para destacar los progresos hechos por el poder de los grupos afines al castrismo o para subrayar las favelas y los niños desamparados. Lo demás se ignoraba y se sustituía por unas misteriosas historias polacas o rumanas”.
“Es evidente que de todas las agresiones al sentido común en estos años azarosos y delirantes, ésta ha sido una de las mayores. Hágase cargo el lector de que mañana su país suscribe una fórmula revolucionaria de origen, tradición y «entourage» neozelandés. Supóngase que desde mañana el cine, la prensa, la radio comienzan masivamente a darle información épica de ese remoto universo. Usted se quedaría estupefacto; esa palabra, por cierto, tiene la misma raíz que estúpido y que estupefaciente”.
El odio transmitido de padre a hijo, fue posteriormente transmitido por Fidel Castro a sus miles de seguidores y terroristas de los distintos países latinoamericanos. Todo parece indicar que, todavía, los destinos de los pueblos siguen determinados por las psicologías particulares y los caprichos de sus líderes más influyentes. Sigue vigente aquello de que, si la nariz de Cleopatra hubiese sido menos atractiva, la historia de la humanidad hubiese sido distinta.
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