Un muro representa la imposibilidad de vincularnos con otras personas, o con la sociedad, ya que están del otro lado de una barrera ideológica infranqueable y que algunas veces se materializa con vallas, alambradas y fronteras que dividen en sectores a nuestro planeta. Por el contrario, el mundo ideal, surgido de las posibilidades que brindan las leyes naturales que nos rigen, y no meramente surgido de las diversas utopías sin fundamento que surgen de un absurdo subjetivismo, implica un planeta en el que podemos vincularnos con el resto de sus habitantes, no existiendo barreras creadas por los hombres que impiden la conformación de una verdadera comunidad humana.
Dos son los muros que simbolizan las tragedias humanas del siglo XX. El primero es el que individualmente levantamos a nuestro alrededor para protegernos de la temible sociedad que nos rodea: es el mostrado en la película “The Wall”, de Pink Floyd; el segundo es el Muro de Berlín, que nos hace recordar los totalitarismos de ese siglo. Roger Waters escribió: “En algunos sectores, entre los intelectualoides, existe una visión cínica de que los seres humanos, como entidad colectiva, son incapaces de desarrollar «humanismo», es decir, más amabilidad, más generosidad, más cooperación, mejor empatía con los demás”.
“No estoy de acuerdo. Desde mi punto de vista es demasiado prematuro para nuestra historia llegar a semejante conclusión: después de todo, somos una especie muy joven. Creo que por lo menos tenemos la chance de aspirar a algo mejor que a una lucha despiadada en ceremonia ritual como respuesta a nuestro miedo institucionalizado por el otro. Siento que es mi responsabilidad como artista expresar, aunque con cautela, mi optimismo y alentar a otros a hacer lo mismo. Citando al gran hombre: «Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único»”.
En la película mencionada, se evidencian algunos aspectos negativos en la vida de Roger Waters, como la muerte de su padre y la influencia de una madre sobre-protectora. También aparecen escenas de consumo de drogas y los subsiguientes problemas psicológicos, aunque esta vez son sugeridos por lo que le aconteció a Syd Barrett, otro de los integrantes de Pink Floyd. Cada uno de esos aspectos fue considerado como un ladrillo que conformaba la pared que separaba a Pink (el personaje de la película) del resto de la sociedad. Sebastián Duarte escribió: “Pink se reprime debido a los traumas que la vida le va deparando: la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, la sobreprotección materna, la opresión de la educación británica, los fracasos sentimentales, la presión de ser una figura famosa en el mundo de la música, su controvertido uso de drogas sumado a su asma, etc., son convertidos por él en «ladrillos de un muro» que lo aísla, construido con el fin de protegerse del mundo y de la vida, pero que lo conduce a un mundo de fantasía autodestructiva” (De “Pink Floyd. Derribando muros”-Distal SRL-Buenos Aires 2012).
La idea de un planeta sin fronteras ha sido “generosamente” ofrecida por los diversos conquistadores e imperios, pero no para que todos los hombres nos guiáramos por las leyes naturales, o leyes de Dios, sino para ser gobernados por líderes al mando de esos imperios. El Muro de Berlín fue el símbolo de la separación existente entre el Imperio Soviético y el resto no dominado aún.
La barbarie totalitaria mantiene su vigencia a través de “intelectuales” embaucadores (y embaucados), obsecuentes con ideologías que poco o nada tienen de científicas, por cuanto poco o nada concuerdan con la realidad. Mientras que algunas décadas atrás confiaban en que la violencia era el camino que llevaba a la solución de los males sociales, en la actualidad utilizan el disfraz democrático para arribar a fines similares: el totalitarismo. Chantal Millon-Delsol escribió: “La extraordinaria ceguera histórica de los intelectuales occidentales representa uno de los enigmas de la historia de las ideas del siglo XX. Mientras Stalin asesinaba y deportaba millares de inocentes, los espíritus más destacados de Europa bendecían el sovietismo en nombre de los derechos del hombre”.
“Los testimonios contrarios nada podían: eran acusados de mentirosos y traidores. La ideología no aceptaba crítica alguna: se constituyó la crítica en crimen. Se produjo finalmente una situación asombrosa: en la Francia posterior a los «gloriosos treinta», es decir, en un país colmado de comodidades y libertad, los intelectuales en forma casi unánime, y la opinión pública detrás de ellos, confesaban una indulgencia sonriente frente a un régimen responsable de genocidios y de la desesperanza de todo un pueblo” (De “Las ideas políticas del siglo XX”-Editorial Docencia-Buenos Aires 1998).
Para ocultar la promoción de la violencia y el terror, los marxistas-leninistas adoptan la actitud de víctimas inocentes, como ocurrió en el caso de los guerrilleros de los setenta cuando relatan solamente la represión que sufrieron mientras que jamás hacen referencia alguna a los miles de atentados y a los cientos de secuestros y asesinatos por ellos cometidos. También el chavismo trata de encubrir la destrucción que ocasiona a Venezuela aduciendo defender al país del imperialismo de EEUU, victimizándose en forma cínica y descarada. La citada autora agrega: “Argumento del cerco, tomado en la propaganda stalinista: los soviéticos están hasta tal punto amenazados por los países capitalistas que apelan a todos los medios de defensa. Un régimen que tiene miedo ejerce la violencia. Este argumento está construido en forma artificial: desde 1917, ningún país amenaza a la URSS. Fue invadida por Hitler, pero Hitler invadió casi toda Europa: no hay entonces que hacer de ello un delirio de persecución”.
“Cuando el Ejército Rojo invadió Afganistán, a los reclutas se les decía que iban a pelear contra ejércitos chinos y americanos que intentaban entrar a través de cortes de barreras en las fronteras de la URSS. La invención del enemigo justifica los medios utilizados por el terror interior y el imperialismo exterior. Lo más creíble es que los occidentales, y entre ellos los más instruidos, se hayan prestado complacientes a semejantes delirios”.
Para mantener vigente la idea socialista, sus promotores culparon unánimemente a Stalin por la barbarie comunista, olvidando que Lenin fue quien creó los métodos utilizados desde los inicios del socialismo ruso. Alexander Solyenitsin escribió al respecto: “Fue Lenin quien despojó a los campesinos de la tierra, no Stalin. Lenin jamás borró de su programa la violencia y el terror, como elementos básicos de gobierno. «La dictadura –dice Lenin- es el poder estatal que se apoya directamente sobre la violencia». Y los campos de concentración y las represiones de la Cheka sin tribunal alguno fueron obras de Lenin…Lenin fue quien eliminó totalmente a la nobleza, al clero y a los estratos sociales dedicados al comercio, y puso a los sindicatos al servicio del Estado. Y toda la presión antiteísta, que como demuestra Agurski es el eje de la colectivización, la concibieron Lenin y Trotski”.
“Luego Stalin recogió de Trotski las ideas básicas: los ejércitos de obreros en trabajos forzados…; la superindustrialización sobre el aplastamiento de los derechos vitales del pueblo; la explotación de los campesinos…Lo único que Stalin hace por innovación propia, independientemente, es la represión masiva contra partes de su propio partido. ¡Por eso maldicen los comunistas sólo a Stalin!” (Citado en “Así sangraba la Argentina” de Antonio Petric-Ediciones Desalma-Buenos Aires 1980).
El siglo XX introduce una innovación respecto de los siglos anteriores, ya que, mientras que los antiguos conquistadores asesinaban sólo a los extranjeros que se oponían a sus ambiciosos planes de poder y dominio, como Napoleón, los totalitarios del siglo XX no sólo mataban extranjeros, sino también a sectores de su propia población, en cantidades aún mayores. En todos los casos, nunca faltaron “intelectuales” ni una opinión pública que dejara de aplaudir y admirar a tales nefastos personajes. Thérèse Delpech escribió: “La aceleración de la historia de la que somos herederos comenzó hace poco más de dos siglos. Desde entonces, la humanidad parece lanzada a una loca epopeya, cuyo curso comprende cada vez menos”.
“Con el talento de los rusos para el drama histórico, el autor de «La guerra y la paz» es el escritor que ha proporcionado la imagen más convulsiva sobre dicho devenir. Al referirse a las campañas de Napoleón ocurridas sesenta años antes, Lev Tolstoi no compartía el romanticismo con el que sus compatriotas solían referirse al Emperador. Esa cabalgada fantástica a través de Europa, que ilusionó a tantos grandes espíritus, sólo era para él una espantosa matanza: «Por razones conocidas o veladas, los franceses comienzan a matarse entre ellos. Este hecho es acompañado por su justificación: el bien de Francia, la libertad, la igualdad. Cuando dejan de matarse, aparecen la unidad del poder y la resistencia a Europa. Luego, masas humanas avanzan de Occidente a Oriente exterminando a sus prójimos. Se habla entonces de la gloria de Francia y de la bajeza de Inglaterra. Pero la historia muestra que estas justificaciones no tienen sentido. Todas ellas se contradicen, como lo prueba la masacre de millones de rusos para humillación de Inglaterra»”.
“Tolstoi no tenía forma de concebir las masacres que fueron cometidas después de su muerte, en su propio país o lejos de tierra rusa. Tampoco pudo oír las demenciales explicaciones esgrimidas como justificativo. De haber ocurrido así, es posible imaginar el sentimiento de horror que hubiera experimentado. Pero es notable que Tolstoi atribuya a la Revolución Francesa y a las campañas napoleónicas un papel que en los libros de historia casi siempre está reservado para la guerra de 1914: la salvajización de los europeos” (De “El retorno a la barbarie en el siglo XXI”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2006).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario