La postura liberal se distingue de las posturas totalitarias en muchos aspectos, y no sólo en lo económico y en lo político. Tal divergencia surge de la opinión respecto de cómo está hecho el mundo; bajo las siguientes dos posibilidades: a) Está bien hecho, en el sentido de que el hombre puede adaptarse plenamente asegurando su felicidad y su supervivencia, siendo “culpable” por el sufrimiento existente, y b) Está mal hecho porque es una trampa que impide que el hombre logre sus objetivos, por lo que la humanidad no debería orientarse por las leyes naturales que lo rigen, sino que deberá ser guiada por hombres que han sido capaces de desenmascarar dicha trampa.
Como ejemplo de postura optimista, puede mencionarse el comentario bíblico asociado al Génesis en el cual, luego de cada acto creativo, se añade: “Y vio Dios que era bueno”. Como ejemplo de postura pesimista, puede citarse un texto de Platón, uno de los primeros ideólogos del totalitarismo: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer…sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello” (Citado en “La sociedad abierta y sus enemigos” de Karl R. Popper-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992).
Si existe una ley natural invariante que rige todo lo existente, sin que nada que excluido del orden natural, sólo nos queda la posibilidad de adaptarnos de la mejor manera a ese orden, si bien primeramente debemos describir las leyes que lo conforman, como lo hace la ciencia experimental. Tanto si el universo está “bien hecho” como si está “mal hecho”, el camino es el mismo. Si en muchos aspectos es el orden natural una trampa, deberemos tratar de eludirla, pero nunca resulta conveniente someterse a la voluntad y al gobierno de otros hombres por cuanto nadie es capaz de disponer de toda la información acerca de cómo funciona dicho orden. R. M. MacIver escribió: “Indudablemente, hay leyes de la sociedad como las hay de toda naturaleza animada o inanimada. Donde no hay leyes, no hay realidad ni universo, y donde falta el conocimiento de las leyes, no hay experiencia ni comprensión del universo. No existe caos en el mundo, pues las formas de la ley penetran por doquier, y el caos de nuestra experiencia se transforma en orden, según el grado del conocimiento. A medida que avanzamos en el proceso de conocer, vemos que todas las cosas se relacionan y que el mundo está cruzado de identidades y reciprocidades; que todo lo particular se transforma, en sus aspectos, a un principio válido para otros particulares. Tales principios son las leyes” (De “Comunidad”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1944).
Si existen leyes naturales invariantes, que rigen todo lo existente, debemos aceptar su mandato, siendo ésta la idea básica de la Biblia, por cuanto la sugerencia de aceptar el gobierno de Dios, denominado como el Reino de Dios, no es otra cosa que nuestro acatamiento a la ley natural, que es precisamente la ley de Dios. Esta idea no ha prosperado como se esperaba porque muchos predicadores suponen que un Dios con atributos humanos comunica a algunos hombres sus deseos, por lo que éstos se confunden con los deseos y las ideas propias. Thomas Hobbes describía tal situación afirmando “que Dios nos habla en sueños no es lo mismo que soñar con que Dios nos habla”.
La tendencia bíblica, que se opone a todo gobierno del hombre sobre el hombre, implica “permitir todo lo que no esté prohibido”, en oposición a la sugerencia establecida por Platón, que “prohíbe todo lo que no esté permitido” por el gobierno humano. Lo que prohíbe la Biblia está comprendido en los mandamientos de Moisés; no matar, no robar, no mentir, etc. La síntesis ética que nos asegura la libertad individual, si ha de ser respetada por la mayoría, la constituye el mandamiento de Cristo por el cual nos sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, que implícitamente abarca las prohibiciones de Moisés.
Es oportuno mencionar que el liberalismo es la tendencia filosófica que se identifica con la postura básica de la religión judeocristiana, ya que la libertad propuesta es, justamente, la no dependencia respecto del mando de otros hombres. Friedrich Hayek escribió: “Esta obra hace referencia a aquella condición de los hombres en cuya virtud la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo. Tal estado lo describiremos a lo largo de nuestra publicación como estado de libertad”.
“El estado de virtud del cual un hombre no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro o de otros se distingue a menudo como libertad «individual» o «personal»”. “La expresión que el tiempo ha consagrado para describir esta libertad es, por tanto, «independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero»” (De “Los fundamentos de la libertad”).
La libertad política como la libertad económica, que constituyen la esencia de la democracia, resultan compatibles con el cristianismo; de ahí que la civilización occidental tiene como atributo principal su adhesión al cristianismo, a la democracia política y a la democracia económica (mercado), produciéndose graves perturbaciones sociales cuando los países occidentales dejan de lado alguno de estos principios, como ha sido el surgimiento o aceptación de los totalitarismos políticos o teocráticos.
El gobierno del hombre sobre el hombre, a través del Estado totalitario, surge también de la mente de Thomas Hobbes ante la necesidad de proteger al individuo del caos existente ante el alejamiento de la sociedad respecto de los mandamientos bíblicos, suponiendo la intrínseca maldad del hombre. Ignacio Iturralde Blanco escribió: “¿Cómo abordar la filosofía de Thomas Hobbes? ¿Cómo enfrentarse a su elevada figura, aquella que, mientras que algunos la consideran propia de un ángel, una gran mayoría abomina por haber ayudado a justificar la tiranía y el poder más absolutista? ¿Cuál era su verdadera intención al imaginar y describir un estado presocial como una situación de guerra sin cuartel, en la que los hombres convierten la vida en un espectáculo vil y esperpéntico? ¿Por qué puso tanto empeño en convencernos de que el poder soberano, sin cortapisas, es bueno por definición, y de que nuestra obligación es obedecer en todo al gigante Leviatán, el Estado, por encima de todas las cosas”.
“Tal vez le resulte chocante al lector que una de las claves que da respuesta a muchas de estas preguntas sea la búsqueda de la paz y el mantenimiento del orden social. No en balde el principal objetivo de la filosofía política de Hobbes fue intentar convencer a los súbditos de las ventajas que tenía obedecer al soberano, y así evitar la guerra civil que se avecinaba en Inglaterra. Además, si nos atrevemos aquí a nombrarlo como príncipe de la paz no es por su bravura, sino por todo lo contrario. Como él mismo no tuvo ningún pudor en reconocer, la mayoría de los actos que emprendió a lo largo de su vida partieron de un rasgo de su carácter mucho más común que la valentía: «la gran pasión de mi vida fue el miedo». De hecho, este mismo sentimiento –al que jocosamente consideraba su hermano gemelo- se constituiría en la piedra angular de su ciencia política sobre la que erige toda una sofisticada teoría de la autoridad suprema” (De “Hobbes”-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).
Hobbes considera que un mal gobierno es mejor que la ausencia de gobierno, por lo cual puede justificarse cierto totalitarismo en situaciones caóticas circunstanciales, siendo injustificado como tendencia u objetivo ideal a lograr en el futuro. Mientras que supone que en la mayoría de los hombres predomina la maldad sobre la bondad, otros autores suponen que la maldad y la bondad están distribuidas, no a nivel de los individuos, sino a nivel de las clases sociales o de las razas. Así, para justificar el totalitarismo, Marx supone que la maldad no es generalizada, sino que hay clases sociales buenas y clases malas, mientras que Hitler supone que hay razas buenas y razas malas. Como ambas clases y ambas razas pueden coexistir en un mismo país o en una misma sociedad, promovieron, mediante sus desafortunadas teorías, las mayores catástrofes sociales que recuerda la historia.
Para fortalecer sus respectivas teorías, los marxistas se encargan de difamar y mentir sobre la clase social burguesa, mientras que excluyen de todo defecto a la clase proletaria. En forma semejante, los nazis se encargaban de difamar y mentir sobre las razas supuestamente “inferiores”, mientras exaltaban las virtudes, ciertas o no, de la raza “superior”. En la actualidad se combate arduamente la discriminación racial, pero no así la discriminación social, o de clases, que, por el contrario, se la admira por ser el camino previo al advenimiento del socialismo.
En una sociedad democrática, en la que está todo permitido, menos matar, robar y otras acciones perjudiciales para los demás, existe un castigo para quienes cometen tales actos. Se intenta lograr, de esa manera, encauzarlos por el camino de la moral natural. Sin embargo, quienes promueven la destrucción de la sociedad democrática (destrucción del capitalismo), buscando instaurar la sociedad totalitaria, aducen que tanto el crimen como el robo se deben a que el asesino o el ladrón “fueron previamente marginados por una sociedad regida por un sistema injusto” y que sus actos delictivos constituyen una “justa venganza” ante el resto. Mientras que, desde el punto de vista democrático, el asesino o el ladrón son culpables por sus actos, para el marxista-leninista los culpables son sus víctimas. De esta visión surge el abolicionismo penal.
Mediante las leyes penales (alejadas de la moral natural), establecidas bajo el criterio del positivismo jurídico, se tiende a minimizar las penas a los delincuentes favoreciendo de esa manera el robo y el crimen. Aducen que el castigo por los actos delictivos no mejoran al delincuente, a lo que debe agregarse que los premios ante ese accionar tampoco lo mejoran, sino que lo estimulan, como fácilmente puede comprobarse en el caso de los delincuentes que recuperan la libertad rápidamente volviendo a reincidir en sus fechorías.
Una vez establecida la sociedad totalitaria, las leyes morales de origen biológico, que son justamente las de la moral bíblica (interpretadas generalmente como provenientes de una revelación), son reemplazadas por leyes dictadas por quienes dirigen el Estado totalitario, estando orientadas a prohibir todo aquello que no ha sido previamente permitido, como ocurrió en la Alemania nazi y en la Rusia comunista. Si bien en la actualidad son pocos los países con regímenes totalitarios vigentes, son muchos los que están en “vías del totalitarismo” (mientras que, hasta hace unos años, estaban en “vías de desarrollo”).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario