El subdesarrollo crónico que afecta a la Argentina surge de una mentalidad que prevalece tanto en la mayoría del pueblo como en la mayoría de los políticos. Puede decirse que tal mentalidad se opone totalmente a la del astrónomo. Esto se debe a que un astrónomo está acostumbrado a pensar en una escala de tiempo del orden de los miles o los millones de años, mientras que el político populista piensa en el corto plazo, que es el que abarca las próximas elecciones. Mientras que el astrónomo expande su imaginación por el inmenso espacio, el político populista piensa sólo en sus ventajas personales y sectoriales; mientras que el astrónomo se siente una pequeña parte del universo, con el orgullo de poder comprenderlo parcialmente, el político populista se siente tan importante que no admite límites a sus ambiciones de poder; mientras el astrónomo considera a sus semejantes como a sus iguales, y como miembros de una humanidad que lucha por su adaptación y por su supervivencia, el político populista considera a los demás seres humanos bajo una perspectiva de desigualdad, ya que pretende dirigir incondicionalmente a sus seguidores tanto como a dominar a sus opositores.
Los países populistas no pueden crecer, económicamente hablando, por cuanto tal crecimiento implica un aumento del capital productivo invertido per capita. Ello se debe a que los líderes concentran sus esfuerzos en el consumo mientras desatienden el mantenimiento de lo existente y la inversión productiva; la que genera puestos de trabajo genuinos. De esa forma extraen del sector productivo los recursos que convendría destinar a la inversión mientras que el pueblo populista aplaude fervorosamente tales decisiones por cuanto no advierte el estancamiento y el retroceso presente y futuro, ya que, en lugar de pensar que el Estado extrae la riqueza a quienes trabajan y producen, interpretan que el Estado extrae riquezas de los ricos para dárselas a los pobres.
Desde el Estado populista se reparten beneficios y subsidios a diversas agrupaciones y sectores de la sociedad. En una lista parcial se pueden mencionar los siguientes destinatarios: jubilaciones sin aportes a las amas de casa, pensiones graciables, pensiones a la invalidez, subsidio universal por hijo, asistencia al travesti, asistencia a la familia de delincuentes encarcelados, asistencia a familiares de los terroristas de los 70, asistencia a los hijos de padres desaparecidos, asignación por familia numerosa, asistencia a los miembros de la Iglesia Católica, asignaciones a diversas fundaciones (pantallas para evadir impuestos), boleto escolar, eximición de pago de impuestos a los jueces, descuento a los remedios de jubilados, jubilaciones de privilegio para los políticos, y muchas otras más.
El problema de estos gastos es que tienden a ser “universales”, es decir, que son destinados tanto a quienes los necesitan como a quienes pueden ganarse la vida trabajando. Por ejemplo, en el país se otorgaron alrededor de 1.080.000 jubilaciones por incapacidad (algunas versiones indican 1.800.000). Según parece, cualquier problema de salud permite solicitar tal tipo de jubilación (además de las otorgadas en forma fraudulenta para obtener votos a cambio). No se discuten los casos reales de incapacidad.
Es oportuno mencionar el caso de un tío abuelo del autor del presente escrito, de nombre Román Juárez, que tuvo que padecer desde niño la amputación de un brazo y de una pierna (en lados opuestos), debido a que en las primeras décadas del siglo XX todavía no habían aparecido los antibióticos. A pesar de su “invalidez”, formó una familia, con cuatro hijos, que pudo llevar adelante con su trabajo de químico.
Silvia Freire publicó una fábula ilustrativa, que pueda ayudar a esclarecer el tema de la “ayuda solidaria”, o “justicia social”: “Una mañana, una pequeña abertura apareció en un capullo de mariposa. Un hombre se sentó y observó por varias horas cómo la mariposa se esforzaba para pasar por el pequeño agujero. En un momento, al hombre le pareció que la mariposa ya no podía más y decidió ayudarla. Entonces, tomó una tijera y cortó el resto del capullo y así la mariposa pudo salir; pero el cuerpito estaba como atrofiado y tenía las alitas aplastadas. El hombre la miraba con la esperanza de que extendiera sus alas, sin embargo ella nunca fue capaz de volar”.
“El hombre, que lo había hecho «por su bien», no entendió que el capullo apretado era un estímulo para que, en el esfuerzo, la mariposa se desarrollara; porque pasar por esa pequeña abertura hace que el fluido del cuerpo de la mariposa llegue a sus alas para poder volar. Es imprescindible que ella se esfuerce por salir. La reflexión de este cuentito es: «Algunas veces el esfuerzo es justamente lo que precisamos en nuestra vida. Si Dios nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin obstáculos, Él nos dejaría lisiados; no seríamos tan fuertes y nunca podríamos volar»” (De “Mis charlas con Hanglin”-Editorial Del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2001).
Hace unos años, llegó a Mendoza un grupo de familias rumanas, acostumbradas al socialismo de su país de origen. Tal era la incapacidad laboral y mental que les produjo tal sistema, que se limitaban a pedir limosna en la calle, acompañados de sus pequeños hijos, mostrando una inmovilidad llamativa y mirando al piso constantemente. Luego de cierto tiempo, se fueron (o los llevaron) a otra parte.
Si se aplicara un estricto concepto de “incapacidad laboral”, seguramente se reduciría la cantidad de marginados del trabajo, que no sólo perjudican al resto, al dejar de trabajar pudiendo hacerlo, sino que se perjudican ellos mismos por cuanto se sentirían mucho mejor haciendo aportes a la sociedad que viviendo a costa de ella. Mientras que hay personas que se aburren si no están haciendo algo, en la Argentina existen millones que pueden tranquilamente pasar sus días tomando mate y mirando televisión, al mismo tiempo que una minoría debe trabajar arduamente para compensar a quienes optaron por no hacerlo.
El populismo, al igual que toda forma de socialismo, no sólo tiende a malgastar recursos materiales que genera la sociedad, sino que destruye parcialmente el capital humano, impidiendo que las personas desarrollen sus aptitudes laborales y creativas que potencialmente poseen.
Ingenuamente se espera que desde el exterior lleguen los “capitales de inversión”, ya que a pocos inversores les atrae saber que no podrán disponer de la mayor parte de sus posibles ingresos por cuanto les serán confiscados por el Estado para que los políticos puedan seguir manteniendo a muchos que optaron por no trabajar. Debe mencionarse que en países con elevadas tasas de impuestos, como Suecia, son los particulares y no las empresas quienes los pagan. De lo contrario, las empresas pronto se irían a otros países y la economía entraría en colapso.
La cultura del trabajo ha sido reemplazada por la incultura de la vagancia; la cultura del cumplimiento de deberes ha sido reemplazada por la incultura del reclamo continuo por los derechos (sin apenas intentar cumplir primero con aquellos). El Estado confisca y reparte; desalienta la producción mientras promueve la vagancia y el consumo. A ello se le agrega el inusitado aumento de los juicios laborales, lo que se conoce como la “industria del juicio”, que desalienta a las empresas a seguir creciendo y a seguir produciendo. Tampoco le ha de resultar atractivo tal sabotaje generalizado a los inversores extranjeros, por cuanto, además del inconveniente antes mencionado, no les parece adecuado que sean los empleados los que impongan los importes mensuales que deben ganar presionando a la empresas mediante paros laborales y extorsiones que atentan contra la seguridad de las inversiones.
La mentalidad antiempresarial, promovida tanto por el peronismo como por las tendencias socialistas, ha logrado que, en la Argentina, de cada 100 empresas que inician sus actividades, al cabo de 10 años sólo 2 de ellas sobrevive a la adversidad populista. Puede decirse que el desarrollo de un país se logra cuando el pueblo y el Estado favorecen la producción, mientras que el subdesarrollo implica lo opuesto.
En cuanto a los empresarios argentinos, puede decirse que padecen debilidades similares a los padecidos por quienes reciben del Estado medios económicos que les permiten vivir sin trabajar, ya que el limitado nivel logrado en muchos sectores de la producción se debe a que buscan el apoyo de los políticos para no tener la necesidad de competir en el mercado. Si se cierra el ingreso de productos del exterior, y además, se consiguen ventajas adicionales desde el Estado, no tienen necesidad de competir ni tampoco de mejorar sus productos y sus precios, siendo la circunstancia ideal para cobrar elevados precios por bienes y servicios de pobre calidad.
El exceso de empleos públicos, concedidos para la obtención de votos a cambio, es otro de los componentes de la trampa populista de la cual resulta cada vez más difícil salir. Algunas versiones indican que existe un exceso de 1,5 millones de empleos superfluos, o innecesarios. Si al menos los políticos de turno se encargaran de hacerlos trabajar productivamente, encarando, por ejemplo, la construcción de viviendas económicas gestionadas por las municipalidades, se ayudaría a mucha gente que carece de vivienda. Sin embargo, como la mayoría de los políticos se ocupa de asegurar su propia situación económica antes de que pueda perder el puesto en una próxima elección, poco o nada hace por desarmar la trampa populista.
La ausencia total de patriotismo, que resulta de la ausencia total de valores morales mínimos, requeridos para llevar una vida civilizada, no sólo afecta a los sectores relegados, sino que afecta también a los sectores políticos, empresariales e intelectuales de la nación. Para colmo de males, el sistema político y económico propuesto por el liberalismo, que podría orientar a la nación hacia una salida del subdesarrollo y la decadencia, es difamado y distorsionado de tal manera que la opinión pública lo considera, mayoritariamente, como el “mayor peligro” que puede afrontar la sociedad. Para gran parte de los argentinos, no ha sido el socialismo el que ha fracasado, sino el capitalismo.
La búsqueda de la igualdad es el mejor pretexto para el avance y consolidación del populismo. William E. Simon escribió: “El igualitarista busca una igualdad colectiva, no igualdad de oportunidades sino de resultados. Desea tomar los beneficios que otros han ganado y repartirlos entre quienes no los ganaron. El sistema que busca crear es lo opuesto a la meritocracia. El que más logra, más castigado resulta; el que menos logra, más recibe. El igualitarismo es un ataque mortal contra el esfuerzo personal y la justicia. Su objetivo no es realzar los logros individuales sino nivelar a todos los hombres” (De “La hora de la verdad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).
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