Por Álvaro C. Alsogaray
En toda sociedad debe existir un orden porque la naturaleza humana no acepta la anarquía; para estructurarlo hay que tener en cuenta cuatro aspectos fundamentales que son el jurídico, el económico, la organización política del Estado y el social. Esto cuatro órdenes que he mencionado sin darle a uno más jerarquía o importancia que a otro, son los que, a través de sus interrelaciones conforman un orden global. Por razones de afinidad de la manera de pensar del ser humano hay correspondencia entre los cuatro, lo que significa que a un orden jurídico determinado, le corresponde otro afín en el campo económico, social y de organización política estatal. Esto permite diferenciar ciertas líneas de pensamiento que, de lo contrario, no se podrían definir porque si los órdenes se pudieran mezclar sería muy difícil concebir una idea coherente de cómo puede funcionar una sociedad.
Una de las interrelaciones que conviene examinar con mayor precisión, porque es la que se presenta con mayores discrepancias en la realidad actual, es la que existe entre los sistemas políticos y económicos. Para la Argentina y el mundo se presentan tres posibilidades. La primera se puede definir como una sociedad colectivista con economía centralmente planificada. Una variante, contrapuesta, es una sociedad libre con economía de mercado verdadera. A propósito agrego la palabra verdadera porque entre nosotros debería bastar la concepción de economía de mercado, pero luego de la distorsión que se ha hecho en los últimos años del concepto, es necesario ese refuerzo explicativo. Una tercera posibilidad son las sociedades intermedias o, más exactamente, las que pueden ser calificadas de híbridas. En éstas las economías son dirigidas en mayor o menor grado por el Estado en forma directa, o por una intervención indirecta a través de empresas estatales y juntas reguladoras. Para que no queden dudas sobre estas posibilidades se pueden citar ejemplos.
Una sociedad colectivista con economía centralmente planificada es la que rige en la Unión Soviética y los países socialistas. El colectivismo también abarca al nacional socialismo y en nuestro país al peronismo de la primera hora, es decir de 1945 a 1955. Una sociedad liberal con economía de mercado verdadera es la de EEUU y algunos países europeos. La tercera variante, dijimos, son las sociedades intermedias, con economía intervenida por el Estado y con constituciones liberales; es decir, son socialistas en economía y tratan de ser liberales en política. A esta corriente de pensamiento pertenece la mayoría de los partidos políticos de la Argentina y el peronismo de la segunda hora.
Quiero aclarar que ese cambio de nacional socialismo a un sistema híbrido, del peronismo, se debió a que no tenía fuerzas para volver a imponer el nacional socialismo. Con ese cambio se confundió con uno de los tantos partidos políticos intermedios y por eso pudo llegar a un acuerdo con los supuestos partidos democráticos. Estas tres formas de concebir la sociedad y la economía dentro de la sociedad constituyen opciones para el mundo entero y, por supuesto, también para la Argentina.
En las últimas cuatro décadas [escrito en 1981] los procesos se dieron de la siguiente manera: de 1945 a 1955 hemos tenido economía colectivista de corte nacional socialista; de 1955 a 1973 vivimos sociedades intermedias con una mayor o menor intervención estatal en la economía, según el gobernante de turno, y ese periodo incluye a mis dos breves experiencias ministeriales de 1959 a 1961 y los seis meses de 1962, durante los cuales traté de revertir el proceso para llevarlo hacia una economía de mercado verdadera con algún resultado positivo; en tan poco tiempo no logré cambiar la tendencia. De 1955 a 1973 fueron periodos de gobiernos bastante indefinidos, sin personalidad social e histórica, con economías intervenidas.
Todo hacía suponer que el periodo de 1973 a 1976 significaría un regreso al nacional socialismo, pero no se concretó porque Perón ya no tenía fuerzas para ser otra vez un dictador, y porque murió a mitad de camino. En este periodo, el peronismo de la segunda hora no se diferenció mayormente del radicalismo o del desarrollismo, y la prueba es que se confunde políticamente con esas tendencias por medio de alianzas; ello fue posible porque en el fondo pensaban de la misma manera.
El periodo de 1976 a la fecha es muy complejo y resulta bastante difícil de definir; es complejo para el gran público porque el programa económico que se anunció fue el de una economía de mercado, pero en los hechos concretos la instrumentación fue dirigista. En realidad se utilizaron las apariencias de una economía de mercado para hacer una experiencia que yo llamo para-liberal. A lo largo de estos últimos cinco años la economía fue dirigida e intervenida por medios más sutiles o más refinados, pero equivalentes en el fondo a los de cualquier otra época estatizante. Por consiguiente no hemos resuelto el problema, sino que hemos seguido viviendo en una sociedad intermedia con economía dirigida e intervenida.
Llegamos al momento actual con una economía para-liberal, que el 24 de marzo de 1976 se presentó como liberal, contó con el apoyo explícito de todos y con condiciones excepcionales: grandes créditos del exterior, cuatro grandes cosechas. No hubo obstrucciones sindicales ni políticas. Durante décadas el país no gozó de una situación tan excepcional; sin embargo, los resultados no pueden ser calificados de satisfactorios porque hay una sensación generalizada de frustración, porque no se cumplió con la promesa de llevar adelante una economía que corrigiera los errores de los últimos treinta años. El hombre común se siente totalmente confundido; además, en la medida que siga creyendo que se aplicó una economía de mercado verdadera, cada vez va a entender menos. Hay que hacer un gran esfuerzo para explicar que los principios fundamentales del liberalismo o de la economía de mercado no se aplicaron, y que hubo una economía para-liberal. O dicho en otras palabras, todavía no hemos vivido en una economía de mercado verdadera.
La gran constante de la economía argentina durante los últimos treinta años es la mezcla de dirigismo e inflación. Estas economías intermedias, basadas en el cáncer social de la inflación, provocan destrucción moral y perturbación social y corroen la sociedad. En cuanto a la sociedad liberal con economía de mercado hay que advertir que, generalmente, no es deseada a priori por el público y los gobernantes, porque impone disciplinas financieras y monetarias. Cuando existen estas disciplinas y se logra tener una moneda estable, las aventuras, la vida fácil y el despilfarro no son posibles.
La República está viviendo una profunda crisis que, a mi juicio, tiene un principio visible con la caída del Banco de Intercambio Regional, no por la importancia del Banco, sino porque en ese momento comenzó a derrumbarse todo el sistema. Esto significa que el reajuste que no se hizo a partir de marzo de 1976, que quedó latente, ya comenzó a producirse, y que a esta altura de los acontecimientos nadie lo puede evitar. Se va a producir tarde y en forma desordenada, con un costo superior al que hubiera demandado si la economía se hubiera encauzado en la senda del liberalismo verdadero. Los procedimientos intermedios o híbridos están agotados y no quedan artificios para que sobrevivan. Debemos 30.000 millones de dólares, que implican un servicio por intereses únicamente de 4.500 millones por año, el presupuesto en pesos es inmanejable y las empresas del Estado deben no menos de 10.000 millones de dólares. Se están agotando la paciencia y las divisas. Esto, en síntesis, es lo que nos pasa.
Es conveniente aclarar que los juicios vertidos no intentan hacer acusaciones personales o juicios de valor sobre las personas, porque estoy convencido de que los funcionarios que actuaron tuvieron las mejores intenciones del mundo y que son competentes. Mis observaciones o críticas son sobre las políticas y los hechos concretos que han surgido de esas políticas. Coincido con que la coyuntura de marzo de 1976 fue una de las peores del país. Existía una herencia desastrosa, ya que teníamos la subversión por un lado y por el otro el más grande desorden económico y financiero con la tasa de inflación más alta del mundo. Fue la peor herencia de muchas décadas. Pero también destaqué que con un gobierno de orden, las expectativas cambiaron dramáticamente en pocas semanas y el país pudo encaminarse, mientras la delincuencia subversiva era desarmada. Quedaba entonces la tarea de restablecer el orden económico y financiero, y el control de la inflación.
Se vivió una expectativa favorable por la acción del 24 de marzo y se abrió una extraordinaria posibilidad de encauzar la economía que, a mi juicio, fue desaprovechada. El público creyó en una etapa de orden a partir del 24 de marzo, y creyó que se iba a implementar una política de economía de mercado cuando se le anunció el programa del 2 de abril, y allí nacieron las expectativas favorables. No fue por la puesta en marcha de una política basada en el enfoque monetario del balance de pagos y la fijación de la paridad cambiaria. Se trataba de una coyuntura realmente favorable, tan favorable que yo no me acuerdo de otra tan espléndida, a pesar de que reconozco y recuerdo muy bien que el punto de partida fue calamitoso. El respaldo político del equipo económico fue extraordinario y entonces, si juntamos ese respaldo político y la coyuntura favorable después de 1976, y luego analizamos los resultados a cinco años del proceso, no creo que podamos estar satisfechos. El 24 de marzo de 1976 los militares tuvieron que optar por economía libre o dirigista y se inclinaron por la primera, pero se llevó adelante una economía para-liberal.
El punto de partida de la discrepancia fue que aparecieron dos enfoques. Uno dijo que la inflación era muy grave, que era la oportunidad de terminar con ese cáncer, que ello debía tener un costo y que en el camino tenían que quedar algunos desocupados por la recesión. El otro enfoque también señaló la necesidad de luchar contra la inflación, pero argumentó que ese proceso se podía hacer lentamente, paso a paso, gradualmente, sin recesión ni desocupados. Ante la divergencia en la instrumentación los militares se inclinaron por la segunda y algún día habrá que aclarar para que quede en la historia, si la impusieron o fue propuesta por el equipo económico. Yo creo que los militares no impusieron esa condición, sino que fue propuesta. En uno de los discursos del ministro Martínez de Hoz está escrito que había logrado parar la inflación sin desempleo por no haberse atado a ninguna doctrina, por proceder pragmáticamente y no aceptar ninguna etiqueta, sobre todo la de liberal.
Yo no he dicho, por otra parte, que el peso de la deuda signifique que ya no podemos manejar el sector externo, sino que reflexiono sobre la magnitud del crecimiento y que implica un servicio, en intereses solamente, de 4.500 millones de dólares al año, que equivalen al 50% de las exportaciones anuales del país. Esto significa que en los años que tenemos por delante debemos hacer un gran esfuerzo en materia de exportaciones nada más que para pagar intereses. Para el resto de la economía nos van a quedar muy pocas divisas, porque también hay que ser realistas y tener conciencia de que no podemos tener cosechas record todos los años.
Pero existe otro problema que consiste en cómo parar el crecimiento de la deuda. Hay situaciones muy difíciles, como la de YPF, que tiene una deuda superior a 5.000 millones de dólares y no puede endeudarse más. Pero si queremos que YPF no aumente su nivel de endeudamiento, habrá que darle más recursos a través de las retenciones o el precio de los combustibles. Esta empresa sustituyó el ingreso verdadero a través de la venta de sus productos por un endeudamiento creciente. El interrogante es cuándo aparecerá el límite. Si se le aumenta la retención, ello significa menos ingresos para la Tesorería y un mayor déficit; si se aumentan los precios para mejorar las finanzas, el impacto sobre la población será muy grande.
El efecto maligno que ha tenido el crecimiento del endeudamiento, tanto externo como interno, es que ha sido como un antifaz para disimular el mal manejo de la economía. Y con todos los proyectos que están lanzados no veo cómo podemos parar el grado de endeudamiento. En cuanto a la elección de la tablita como instrumento económico, por supuesto que no creo que fue hecha para provocar una catástrofe, ni tampoco para reprimir artificialmente la inflación. Fue hecha con la idea de que al establecer pautas para el propio gobierno, éste las debía cumplir junto con el manejo que se hacía de los salarios, y con la aplicación de la Resolución 6, la actividad privada debía converger hacia esas pautas. Eso podía ser cierto si se eliminaba la inflación interna. Pero, lamentablemente, se siguió emitiendo una gran cantidad de dinero por el déficit del presupuesto, y para evitar la caída en cascada de bancos y empresas, lo que provocó, a su vez, una gran presión inflacionaria interna.
No se podía llevar adelante este programa con un crecimiento de los recursos monetarios del 200 por ciento anual. De allí es que surgió la expresión de inflación reprimida: inflación porque se creaba dinero con una tasa fabulosamente grande, y reprimida porque, mediante el artificio del tipo de cambio prefijado, no se exteriorizaba en alzas de precio en la mayoría de los precios comerciables internacionalmente. El artificio afectaba a todo el sector agropecuario y a toda la industria nacional expuesta a la competencia internacional. Además el gobierno permitió que las empresas del Estado aumentaran sus tarifas por encima de sus propias pautas. A través de la tablita se le pusieron precios máximos a los productos y a través de la creación monetaria se impulsaba la inflación. Tarde o temprano todo empresario debía quedar atrapado en esta pinza que lo llevaría a la quiebra. Esto, creo yo, era previsible.
Escribí un artículo que titulé “Se cierne la tormenta”, donde dije que eran previsibles tres consecuencias. Primera, quebrantos en la estructura productiva agropecuaria y en la industrial que está sujeta a la competencia internacional; segunda, crisis en el balance de pagos; tercera, inestabilidad financiera. Las tres previsiones se cumplieron y están a la vista. Está mal centrar todas las críticas en la tablita porque la culpa la tiene la inflación y el mecanismo de alimentación de la inflación. El gobierno hizo inflación a través de la creación espuria de moneda y puso la tablita como un remedio. Me parece absurdo el método de crear una enfermedad para buscar un mal remedio, y para colmo después de tener que discutir sobre el remedio.
Se puede discutir sobre la teoría del enfoque monetario del balance de pagos, como todas las teorías que existen, pero no se la puede aplicar para luchar contra la inflación mientras simultáneamente el gobierno crea inflación. En Chile se la aplica y con éxito, precisamente porque el gobierno no crea inflación a través del déficit de Tesorería; en Chile no existe déficit y el gobierno no se ve obligado entonces a crear artificialmente grandes masas de dinero espurio. No hay déficit de presupuesto, no hay déficit de las empresas del Estado y porque el Estado no da los avales para que los privados se embarquen en extrañas aventuras.
Lo lamentable es que no todo termina en un proceso de inflación interna, sino que una parte del exceso de divisas termina canalizándose hacia la compra de moneda externa. Entonces volvemos a crear una enfermedad y buscamos un mal remedio: para evitar la compra de dólares se montó un mecanismo de tasas de interés en términos reales que fueron y siguen siendo las más altas del mundo para que el público deposite en pesos. Otra vez el absurdo. Y así llegamos al peor de los mundos: inflación en alza, pérdida de reservas de divisas, las tasas de interés más altas del mundo, recesión y desempleo. En estos momentos, si bajamos las tasas de interés, nos quedamos sin empresas. Esto hay que pensarlo antes de aplicar una teoría.
Nosotros sufrimos un nacional socialismo trasnochado, cuando ya había fracasado en Europa. Eso sí, tuvimos una circunstancia especial que fue un dictador especial que se llamó Perón; en Alemania se llamó Hitler y en Italia Mussolini. Pero hay que agregar que cuando nuestro trasnochado nacional socialismo cayó, las llamadas fuerzas democráticas de la Argentina no tuvieron capacidad de respuesta. Esas llamadas fuerzas democráticas, en lugar de denunciar lo que había pasado y condenarlo, en 1958 se hizo una alianza de Perón y Frondizi que rehabilitó el nacional socialismo y éste pasó a ser un partido más. La reacción de los partidos políticos de Alemania e Italia fue muy diferente con relación al nazismo y fascismo. Al rehabilitarse el nacional socialismo en la Argentina, los partidos políticos creen que el éxito del peronismo residía en lo que había propuesto en materia de estatismo y dirigismo económico, y lo imitaron. No se dieron cuenta que el éxito de Perón fue Perón mismo en un país virgen para esa clase de aventuras.
Coincido con Mora y Araujo en que el país puede incorporar la economía de mercado. Algunas encuestas dicen que un 70% de las personas apoya una economía liberal, pero sucede que está confundida en lo que hace a la política global, porque hemos tenido un fracaso de la clase dirigente. Y creo que ese fracaso fue total en los últimos cinco años, tanto por parte de los gobernantes como de los empresarios. Este fracaso no es “de los otros” sino “de nosotros”. Hay un fracaso de la clase dirigente, que no estuvo a la altura de los acontecimientos que se desarrollaron. Hoy creo que el pueblo argentino está preparado para apoyar un proceso de desestatización y la puesta en marcha de una economía más libre, pero falta convicción y decisión en la clase dirigente.
Con respecto al enfoque del general López Aufranc sobre si los problemas están en la naturaleza de las personas o en la naturaleza de los sistemas, creo que es una disyuntiva difícil de resolver, como el problema del huevo y la gallina. Creo que hay una interrelación. La naturaleza de la gente lleva a un sistema, y recíprocamente la gente se comporta como dice el sistema. Creo que se puede actuar sobre el sistema para construir uno mejor y que entonces éste actúe sobre el comportamiento de la gente. Si se acepta que todo reside en la naturaleza de las personas, no se puede hacer nada. Si uno propone en cambio que se puede cambiar el sistema, por lo menos tiene la esperanza para intentar modificar lo que considera que anda mal.
También quiero recordar que no sólo los latinos tienen defectos. Hubo una época, la del nazismo, en que los alemanes eran totalitarios, autocráticos y corruptos y varias cosas más. Y después de 1948 pasaron a ser democráticos y a tener una economía fuerte. ¿Ese cambio se produjo porque son sajones? No. Porque tuvieron la inteligencia de cambiar el sistema. Si la Argentina cambia el sistema volverá a progresar. Hay que cambiar este sistema por el cual la gente tira el dinero, y el gobierno despilfarra. El sistema es el que empujó a la gente, en medio de un conflicto que conducía a una guerra, a viajar al exterior a comprar televisor cromático. Con nuestra población, que es un dato, el sistema tiene mucha importancia.
El sistema es el que traza normas de conducta ya que hubo una época en que el ahorro se transformaba en inversión productiva; luego el ahorro se canalizaba hacia la compra de un departamento o un terreno; ahora se especula con certificados de depósitos y bonos externos. Y básicamente la gente es la misma. Pero el comportamiento ha sido muy distinto según el sistema. El sistema crea moneda y para conservarla en el país el sistema hace pagar la tasa de interés más alta del mundo. En estos momentos existe el equivalente a 18.000 millones de dólares colocados a menos de 30 días en bancos y financieras, lo que significa que todos los días los argentinos deciden qué hacer con 700 millones de dólares de certificados que vencen. Este es un mecanismo explosivo creado por el sistema. Ojalá no explote.
Cuando se habla del papel del empresario, hay que empezar por reconocer que existen dos tipos de empresarios. Están los que son altamente proteccionistas, partidarios de la intervención del Estado, y están los otros, los dispuestos a afrontar la competencia y la lucha por la eficiencia. Antes de preguntarnos qué pueden hacer los empresarios, es preciso que los empresarios aclaren su posición. Porque esta disyuntiva lleva a aclarar, en definitiva, qué clase de sociedad se busca. Los empresarios para mí se han unido una sola vez, cuando se trató de terminar con un régimen nefasto, pero tenían un objetivo, el de terminar con ese régimen. Después, la diversidad de ideas que partieron del sector lleva a pensar que existen principios de un lado y principios del otro lado.
En el aspecto, diríamos técnico, el empresario defiende sus intereses sectoriales lícitos en las cámaras. Ahora bien, cuando el empresario puede desdoblarse, y mira por encima del interés sectorial, el interés general, más que como empresario está pensando como político. En algunos países, por ejemplo México y Francia, el patronato reúne a los empresarios en este último plano; así, puede que alguno de ellos tenga que actuar contra los intereses del sector que representa, porque esos intereses, en ese momento, no coinciden con el interés general.
Hay escasez de capitales y de inversiones. Existe un razonable nivel de ahorro, pero retenido artificialmente por medio de la tasa de interés más alta del mundo. Por otra parte el ahorro no está bien canalizado hacia las inversiones productivas, sino que gira constantemente en una ruleta financiera. Es cierto que tenemos petróleo, gas natural, alimentos, que no tenemos conflictos religiosos, ni raciales o políticos, pero precisamente por estas características es que debemos seguir investigando por qué la Argentina no consigue despegar. Yo insisto en que la causa hay que buscarla en un sistema que hay que cambiar totalmente.
Estamos viviendo una crisis profunda y tenemos que asumir la necesidad de un necesario reajuste en lo económico. Pero en términos más globales, lo que nos va a ocurrir de ahora en adelante depende de cuál será el camino elegido, sobreponiéndonos a la coyuntura. Tenemos que tener conciencia de que los caminos híbridos están agotados y no hay artificios para seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades. Se aproxima el momento de tener que hacer una gran elección: el sistema colectivista con economía planificada, o de una vez por todas ir a una política racional de economía de mercado con libertades individuales. Creo que esta definición se tiene que producir en muy corto plazo, y pienso que el país se va a inclinar por un sistema liberal con economía de mercado verdadera.
(Fragmentos de la entrevista grupal de la Revista Mercado titulada “¿Qué nos está pasando?” y publicada el 27/8/1981)
(Citada en “La máquina de impedir” de Emilio Perina-Editorial Historia Contemporánea-Buenos Aires 1981)
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