La principal influencia social que recibe todo individuo es la paterna. Junto a la herencia genética, tiende a determinar el posterior desarrollo de su personalidad, pudiendo ser tanto favorable como desfavorable, con una gradual transición entre ambos extremos. Se entiende por favorable o desfavorable lo que favorece o impide el logro de objetivos tales como la inserción en la sociedad o la adaptación al orden natural, de los cuales depende el nivel de felicidad que habremos de lograr. En caso de recibir una influencia negativa, deberá realizar un esfuerzo para liberarse o bien podrá someterse a ella de por vida.
Quienes son conscientes de haber recibido una mala influencia, y culpan a sus padres por ello, ignoran que son ellos mismos quienes no pudieron revertirla. Al menos de esa forma dejarán de renegar contra sus progenitores considerando que ellos mismos no fueron capaces de liberarse como debían. Así podrán advertir que todos los seres humanos tenemos defectos y que muchos padres se equivocan cuando intentan “hacer el bien” a sus hijos cuando en realidad los efectos pueden ser opuestos a esas intenciones. Quienes padecieron una mala influencia habrán adquirido la suficiente experiencia como para no repetir los mismos errores cuando influyan sobre sus propios hijos.
Es llamativa la actitud de Jean Paul Sartre cuando afirma, sin con poco o ningún pesar, no haber conocido a su padre, previendo que su vida habría sido distinta, pero no para mejor. J. L. Rodríguez García escribió: “La formación de la personalidad del individuo se inicia en el ámbito familiar. El recuerdo de la dramática aventura del sofocleano Edipo parece anclado en la conciencia histórica para recordarnos que es en el espacio doméstico donde nuestras preferencias y actitudes comienzan a ser elegidas, marcándose igualmente nuestras filias y fobias, siempre bajo la atenta vigilancia del Padre-Madre”.
“Es obvio que el psicoanálisis freudiano, que Sartre conocerá y cuyas fundamentales indicaciones le servirán de brújula interpretativa en sus tratados sobre Baudelaire, Genet y Flaubert, potencian esta idea. Lo fundamental es esto: la espontaneidad de la naturaleza humana, que podría amenazar la estabilidad familiar y social, debe ser vigilada en cuanto a su desarrollo por esta figura paterna que se encarga de transmitir en qué consiste el comportamiento adecuado, y que se traduce como Superego en el discurso freudiano”.
“Pero en el caso del pequeño Poulou –como lo llamaban en el ámbito familiar materno-, donde la relación con el padre era inexistente, ocurrió algo excepcional. Jean-Baptiste Sartre, el padre, había viajado a la Cochinchina siguiendo su vocación marítimo-militar: unas fiebres inoportunas contraídas antes de su maridaje lo llevan a la muerte cuando su hijo, nacido el 21 de junio de 1905, apenas ha cumplido el año de vida. En «Las Palabras», Sartre es rotundo y cruel: Jean Baptiste «se apoderó de esta muchachota desamparada, se casó con ella, le hizo un hijo al galope, a mí, y trató de refugiarse en la muerte»”.
“Pocas páginas más adelante reconocerá que la muerte de su padre «fue el gran acontecimiento de mi vida». ¿Por qué el gran acontecimiento de su vida? Sartre respondía inmediatamente después de haber escrito este testimonio desprovisto de piedad. Leamos: «Como dice la regla, ningún padre es bueno; no nos quejemos de los hombres, sino del lazo de paternidad, que está podrido…Si hubiera vivido, mi padre se habría echado encima de mí con todo su peso y me habría aplastado…¿Fue un mal o un bien? No sé: pero acepto con gusto el veredicto de un eminente psicoanalista: no tengo Superego»”.
“La referencia es fundamental porque marca el alcance de la libertad en la filosofía sartreana. En efecto, vivir y actuar al margen de las imposiciones familiares y sociales, en esa atmósfera de libertad absoluta que es la que encontrará muy pronto en las páginas de Nietzsche, la que encarnan sus personajes literarios y la que buscará un anclaje filosófico en las obras editadas a partir de la década de los años cuarenta. Solitario, recluido en la parisina casa de la rue Le Goff de su abuelo materno, el niño Sartre crecerá entre libros, silencios y los absorbentes cuidados de Anne-Marie, madre sobreprotectora a la que el pequeño no reconoce como madre sino como una «hermana mayor»” (De “Sartre”-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).
Sartre asocia la libertad personal a la ausencia de influencias familiares y sociales, aunque, en realidad, la persona libre, la que puede finalmente tomar decisiones por sí misma sin estar bajo la “sombra” de otras personas, no es la que no tuvo influencias exteriores, sino la que tuvo una buena influencia familiar y social. La actitud pesimista de Sartre, respecto de su propio caso, fue antes generalizada para toda la sociedad por Jean Jacques Rousseau, cuando afirmaba que el hombre nace bueno, pero se corrompe a medida que la sociedad lo contamina. En realidad, si un niño tiene una buena influencia familiar, podrá evitar las malas influencias que reciba de la sociedad de la misma manera en que los anticuerpos que desarrolla impiden el contagio de enfermedades existentes en el medio social.
Rousseau tiene razón parcialmente, ya que acierta en su planteo para los casos de niños carentes de una buena formación por parte de sus padres, siendo moldeados por la sociedad. Aun así, no toda influencia social necesariamente ha de ser negativa. Además, él mismo no fue un buen padre por cuanto entrega sus cinco hijos ilegítimos, consecuencia de su relación con su sirvienta, a un orfanato, desligándose de sus obligaciones paternales.
Algunos estudios psicológicos sirven para advertir las posibles malas influencias familiares. William W. Lambert y Wallace E. Lambert escriben: “Supongamos que se le pidiera a usted mirar cuidadosamente un dibujo de dos hombres en un tren subterráneo: uno de ellos, negro, y el otro blanco. El hombre blanco lleva, única cosa, una navaja de rasurar de barbero, bien abierta en su mano. Supongamos ahora que se le pide describir ese dibujo, con los mayores detalles posibles, a otra persona que no lo vio personalmente, para que a su vez refiera su contenido a alguien más, y así continuar el procedimiento hasta cinco o seis personas más ¿Qué sucedería a ese mensaje al pasar por esta cadena humana?”.
“Investigaciones hechas con estudiantes estadounidenses han demostrado que si usted y los demás miembros del grupo, son blancos, y de menos de diez años de edad, los detalles del dibujo irán pasando con sólo ligeros errores de memoria. Pero si usted y su grupo ya está en la adolescencia o aun mayores, los hechos básicos muy probablemente se verán distorsionados: la navaja se habría «movido», en algún sitio de la cadena de transmisión, a la mano del negro, y probablemente se le describirá ¡«amenazando» al blanco! ¿Qué es lo que causa estas distorsiones de percepción y de memoria?”.
“En otra comunidad, se preguntó a niños protestantes: «¿Qué piensan ustedes de los judíos?», analizándose sus respuestas en busca de prejuicios. A los cinco años de edad ninguno expresó en su contestación ni prejuicios ni discriminación, mientras que a los diez años, 27% sí manifestó algo de ello. A los mismos diez años, los niños estaban demostrando evidente discriminación al excluir a los niños judíos de sus grupos de amigos. El mismo resultado se observó en otras grandes ciudades estadounidenses: a partir del quinto año, pero no antes, los hijos de padres italianos escogían como amigos a otros niños de ascendencia italiana, y lo mismo ocurría con niños de ascendencia judía” (De “Psicología social”-UTEHA-México 1972).
Mientras que, para Rousseau y otros pensadores, sus planteamientos tendrían validez para todas las personas, para los ideólogos totalitarios, en cambio, los buenos y los malos coexistirían en una misma sociedad, ya que suponen que las leyes naturales, psicológicas en este caso, no serían las mismas para burgueses que para proletarios, o para arios que para judíos. De ahí que las ideologías totalitarias se caracterizan esencialmente por sembrar el odio y la discriminación entre sectores. Sebastián Soler escribió: “Esta originaria hostilidad no tendría el mismo sentido que le acordaba Hobbes, para quien los hombres eran lobos entre sí, pero lo eran todos por igual. Eran animales de la misma especie: todos pobres, hambrientos y sucios. En Marx, la guerra no es de todos contra todos (bellum omnes contra omnium); es una guerra sofisticada, hegeliana, dialéctica, en la que ya están los hombres alineados de manera sospechosamente adecuada con las opuestas fuerzas del bien y del mal” (De “Temas antiliberales”-Editorial Sur SA-Buenos Aires 1977).
Un caso interesante es el del físico Paul Dirac, cuya personalidad introvertida tuvo mucho que ver con la influencia de un padre dominante. Charles Dirac se desempeñó como docente de francés en Bristol, atemorizando tanto a sus alumnos como a sus propios hijos. Juan Antonio Caballero Carretero escribió: “Charles Dirac nunca renunció a su herencia cultural ginebrina. Mantuvo la nacionalidad suiza, al igual que sus hijos, hasta 1919, año en que adquirieron la nacionalidad británica. Asimismo, que sus hijos hablaran con él en francés se convirtió en una imposición absoluta. Su fuerte carácter y el aislamiento que impuso a su familia, que apenas tenía relaciones sociales, convirtieron el domicilio de los Dirac en una especie de prisión, en las que las simples conversaciones estaban ausentes. Esto tuvo una profunda influencia en la vida de sus hijos. Paul Dirac lo expresó en 1962 del siguiente modo: «Durante mi niñez no tuve ningún tipo de vida social. Mi padre impuso que sólo podía dirigirme a él en francés. Pensaba que sería beneficioso para mi educación. Al descubrir que era incapaz de expresarme en francés, decidí que era mejor permanecer en silencio que hablar en inglés. De esta forma me convertí en una persona muy silenciosa». «Las cosas se desarrollaron desde el principio de tal forma que me convertí en una persona muy introvertida»”.
En cuanto a la etapa escolar, el citado autor agrega: “Prácticamente no hablaba con nadie ni participaba en ningún juego ni deporte. La ausencia de relaciones sociales le hizo centrarse en su propio mundo, en el que el estudio de la naturaleza y, en particular las matemáticas, se convirtieron en el centro de su vida”. “El joven pronto se convirtió en uno de los estudiantes más brillantes del colegio, completando estudios de matemáticas y química mucho más avanzados que los que le correspondían por su edad. Tanto su padre como sus propios profesores percibieron desde el primer momento que Paul poseía una mente especialmente brillante para las ciencias, así como una enorme capacidad de trabajo y concentración. Este hecho influyó en el riguroso régimen de trabajo que Charles Dirac impuso a su hijo durante estos años, lo cual trajo consigo aún un mayor aislamiento”.
También su padre influyó en la carrera universitaria que habrían de seguir sus hijos. De ahí que primeramente se gradúa en Ingeniería Eléctrica para dedicarse posteriormente a las matemáticas y la física. “En 1918 Paul finalizó sus estudios secundarios con las máximas calificaciones, pero sin ninguna idea determinada de qué hacer en el futuro. A pesar de su especial capacidad para las matemáticas, siguió el ejemplo de su hermano mayor, quien, a pesar de su interés en estudiar medicina, se había visto obligado por imposición paterna a iniciar estudios de ingeniería en la Universidad de Bristol”.
“Paul Dirac, al contrario de otros prominentes físicos de la época, nunca cultivó las actividades sociales fuera de los estrictos límites de su labor académica”. “Su vida fue su obra científica y siempre mantuvo una privacidad extrema. Ejemplo de ello es su primera reacción de no aceptar el premio Nobel para evitar la publicidad asociada, y posteriormente, su decisión de aceptarlo tras comentarle Rutherford que la publicidad sería mucho mayor si lo rechazaba” (De “Dirac”-RBA Coleccionables SA-Buenos Aires 2015).
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