Las décadas del 20 y del 30, del siglo pasado, constituyen la época de gestación y apogeo del fascismo, debilitándose en los 40 ante la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Al igual que el comunismo, surge como una postura política y económica que pretende reemplazar al liberalismo, es decir, a la democracia política y a la democracia económica (mercado). Ambos totalitarismos, fascismo y comunismo (incluido el nazismo como una forma de fascismo), luchan entre sí para sustituir a la democracia y al capitalismo, al que culpan por la Primera Guerra Mundial cuando fueron los nacionalismos los principales causantes de esa contienda. El comercio internacional, propuesto por el liberalismo, tiende a evitar las guerras.
Los sistemas políticos y económicos propuestos deben ser puestos en práctica para observar sus efectos, si bien es posible, para el conocedor del comportamiento humano, prever sus resultados antes de aplicarlos a la sociedad. Cuando fracasan, sus adeptos dirán que “estuvo mal aplicado” o que “el hombre no está preparado mentalmente” para aceptarlo, cuando en realidad se trata de propuestas que implican la esclavitud mental y física de quienes las han de soportar, ya que resultan incompatibles con nuestra naturaleza humana. Incluso la propuesta liberal requiere de un nivel moral básico y adecuado para que pueda tener éxito. De lo contrario, llegaríamos a la conclusión de que el sistema político y el económico habrán de lograr, con su aplicación, el renacimiento espiritual del hombre, relegando los políticos y los economistas la importancia tanto de la religión como de la filosofía y el resto de las ciencias sociales.
Ambos candidatos a reemplazar al liberalismo, comunismo y fascismo, se oponen al individualismo promoviendo el colectivismo, dirigiéndose al hombre-masa antes que al individuo pensante, intentado reemplazar las metas y objetivos individuales por metas y objetivos colectivos. En ambos casos, el Estado (o quienes lo dirigen) se inmiscuyen en la vida individual y familiar de los integrantes de la sociedad, restringiendo libertades personales, ya que el hombre-masa sólo debe obedecer directivas del Estado. Carlos Ibarguren, un adherente al fascismo, escribió: “Las fuerzas motrices de estas dos corrientes son las revoluciones rusa e italiana, respectivamente, a las que se ha agregado ahora la alemana. Los matices intermedios entre esas dos grandes corrientes resultan híbridos y van borrándose. Ambas procuran un cambio fundamental en las instituciones; ambas transforman al Estado en el que implantan un poder fuerte, ambas son anti-individualistas; en las dos los intereses sociales priman y gobiernan sobre los particulares” (De “La inquietud de esta hora”-Librería y Editorial La Facultad-Buenos Aires 1934).
Puede decirse que el fascismo y el comunismo “se ponen de moda” en la mayor parte de los países occidentales, llegando el fascismo a predominar entre la clase dirigente política y militar argentina. La mayor parte de los nacionalistas profesan el catolicismo, incluso la Iglesia da muestras de aceptación del fascismo, pudiendo establecerse la siguiente relación:
Nacionalismo argentino = Fascismo + catolicismo
El peronismo implica una continuidad en esa línea ideológica hasta que sus extralimitaciones generan el rechazo de varios de los sectores que lo apoyaban. Carlos Ibarguren agrega: “El individualismo predominante del siglo XIX desaparece y está siendo reemplazado por el grupo; la persona por la masa, la célula por el grupo coordinado, la acción aislada por la colectiva, el interés de cada uno por el del conjunto solidario en el terreno político, económico y en las nuevas concepciones filosóficas. Es la hora de las masas organizadas”.
“Otro de los fenómenos predominantes en la hora actual es la destrucción de los mitos proclamados por la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. La libertad en el viejo concepto individualista y romántico desaparece tras la disciplina mantenedora del grupo. La igualdad del mito liberal es reemplazada no por el privilegio, sino por la jerarquía indispensable a la organización colectiva. La fraternidad y la lírica expresión de ternura utópica son sustituidas por el arrebato combativo de la generación hija de la guerra. Al juego tranquilo y a los vaivenes incruentos de los intereses y de las tendencias políticas de la era pacífica y liberal anterior a la guerra ha sucedido el violento choque de combate y la acción directa de las masas. Los partidos políticos se van debilitando al empuje de columnas cívicas militarizadas”.
“El concepto del Estado estático, simple guardián de la libertad y del orden, de vidas y de haciendas de los individuos, se transforma en el eje sostenedor, regulador y animador de la sociedad entera, en la síntesis de la vida de la nación en todas sus fases”.
“Todos estos hechos indiscutibles que sólo pueden ser negados por los ciegos o los ignorantes, cuya realidad vemos, palpamos y sufrimos, nos muestran la bancarrota del individualismo, tanto en la economía capitalista, como en la política basada en el sufragio personal y universal”.
El fascismo reemplaza, como medio de representación de los ciudadanos, a los partidos políticos, colocando en su lugar al sindicato. Luego se integra en una corporación que responde a las directivas del Estado, que ha de ser dirigido por el partido único: el fascista. “El sindicato es la célula primaria. La corporación es la reunión de los sindicatos patronales y obreros de una misma actividad o profesión en un organismo disciplinado y solidario. Arriba de las corporaciones está el Estado que las vincula en el cuadro de la unidad nacional y coordina la actividad intercorporativa para el bienestar general, así como la corporación regula la actividad intersindical para el bien de la profesión”.
“El fascismo considera a patrones y obreros como absolutamente iguales, y las corporaciones profesionales legalmente reconocidas aseguran la paridad jurídica entre empleados y empleadores, mantienen la disciplina y la producción del trabajo y aseguran su perfeccionamiento”.
“La corporación compuesta de los sindicatos patronales y obreros fija en los contratos colectivos las condiciones del trabajo. Las huelgas y el «lock-out» se han suprimido. La magistratura del trabajo es el tribunal que juzga, resuelve y arregla conforme a un procedimiento simple las cuestiones emergentes de los contratos colectivos”.
En Francia también aparecen proyectos fascistas, como el propuesto por François Le Grix en 1934:
1- Confiar el destino de Francia a hombres nuevos, fuera de los miembros de los partidos, de los comités y de los políticos profesionales. El parlamentarismo es el enemigo que debe ser combatido.
2- Reconstruir una Francia no sobre los principios de una falsa ideología desmentida por un siglo de fracasos, sino sobre las bases históricas de nuestras tradiciones: la familia, la profesión, la corporación como células sociales, y la región como célula administrativa.
3- La representación nacional no debe emanar de un sufragio cuantitativo, no diferenciado, irresponsable, sino de un sufragio cualitativo y que sea altamente responsable. La representación no debe ser de sectas políticas decoradas con el nombre de partidos, sino de intereses profesionales y corporativos.
4- El sufragio cívico se ejercerá dentro del cuadro de profesión. De tal manera cada uno participa en la gestión de los negocios de su profesión y de los intereses públicos.
5- Ni «estatismo», ni socialismo. Un Estado fuerte y una armonía social que borre la lucha de clases y asegure la colaboración del patrón con el obrero en el bien de la profesión. Nada de proletariado. Un pueblo jerarquizado en un ordenado trabajo. Repudio del capitalismo de especulación, anónimo, internacional y antinacional que es un instrumento de agio, de fraude y de acaparamiento y que enmascara a una plutocracia. Fomentar el capital de empresa fruto del trabajo y del ahorro.
6- Repudio del individualismo anárquico y restauración de la persona humana en sus derechos dentro de los deberes para con la Nación (De “La inquietud de esta hora”).
Tanto en el fascismo como en el comunismo, la identificación del Estado con el partido gobernante, deja desprotegida totalmente a todo posible opositor. De ahí que resulta imprescindible, no sólo conocer el plan original, sino los resultados que produce. Juan Roque Edwards escribió: “Cuando los fascistas lograron el poder no sólo procedieron de inmediato a desembarazarse de sus programas, sino que se dedicaron especialmente a la destrucción de quienes se le oponían y a hacer tabla rasa de todas las organizaciones que en lo porvenir pudieran significar un obstáculo para su propósito”.
“Sin una sola excepción fundaron el Estado de un solo partido cuyo rasgo más sobresaliente ha sido la compenetración de ese partido con el Estado. De ahí que toda oposición al fascismo se convirtiera en alzamiento contra el Estado, con la consecuencia de que más o menos prontamente los aspectos de la vida nacional –política, cultura, economía, sociedad- quedaron supeditados a la única y exclusiva manutención del poder en manos del partido”.
“Por supuesto que esto trajo implícito el derrocamiento instantáneo de las normas constitucionales que el sistema democrático representativo estableció desde los albores de la Revolución Francesa. Y ello trajo aparejado una rotunda negación a la premisa de que el individuo es un fin en sí mismo, con derechos inherentes…El individuo en el Estado fascista se convirtió, pues, en medio para los fines del Estado”.
“El incremento del poder estatal creció así en forma ilimitada. El Estado era, de acuerdo a tales normas, la expresión sin réplica de todo propósito nacional. Y teniendo en cuenta que para cuanto significara algo esencial, el Estado no era sino el propio Partido fascista, la sujeción del individuo a dicho partido fue la razón misma de ser de la revolución fascista”.
“La orientación política tanto externa como interna partió de ahí. En lo interno llevó a extremos increíbles su intervención para evitar disensiones que tarde o temprano pudiesen aminorar su poder, ofreciendo de paso a la multitud ciertas compensaciones por la supresión lisa y llana de cuanto hasta entonces habían constituido las instituciones básicas del Estado”.
“En lo exterior basta enunciar el hecho de que el fascismo fuera alimentado por la defraudación, más íntimas ambiciones nacionales, para que se explique sobradamente el que su política no pudiera ser sino detonante y agresiva. Al procurar la gloria de empresas en el extranjero desviaba la atención colectiva de los problemas interiores. Pero la búsqueda de tal gloria, su logro total, obligaba al incremento armamentista, y ese incremento se tradujo en algo así como una forma de obras públicas que tuvo como hecho fehaciente el aminoramiento de la desocupación”.
“Al crear trabajo el fascismo se envanecía de su triunfo en el orden económico. Pero es lo cierto que toda gloria requiere algo tangible en qué basarse. Y en consecuencia al fascismo le llegó a ser inevitable no sólo la necesidad de amenazar sino también la de desplazarse hacia el objeto propuesto. ¿Cómo lograrlo? Pues eligiendo un contrincante lo suficientemente débil como para obligarlo a ceder rápidamente, o en el caso de que se resistiera, como para que los azares de la guerra resultaran fáciles y breves…” (De “Harold J. Laski y el gobierno del hombre del pueblo”-Editorial Tor SRL-Buenos Aires 1946).
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