El comportamiento humano es de gran interés para el economista teórico; por lo que no debe extrañar que el libro más importante de Ludwig von Mises se titule “La acción humana”, ya que la economía es una ciencia social que describe la forma en que el hombre realiza intercambios con el resto de los integrantes de la sociedad. Incluso Daniel Kahneman recibió el Premio Nobel de Economía por su trabajo pionero en psicología sobre el modelo racional de la toma de decisiones.
En el campo de la economía aplicada también resulta de gran importancia la influencia psicológica de un ministro de economía tratando de orientar el accionar económico de la población, por cuanto la mayoría de las personas desconoce los fundamentos en que se basa la economía. Sin embargo, muchos de los economistas que toman decisiones desde el gobierno, suponen que, por ser el mercado un sistema autorregulado, poco o nada debe hacer un ministro además de tratar de que tal sistema no sea perturbado por el Estado o por las grandes empresas. Olvidan que la economía de mercado requiere de una previa adaptación de sus actores; de ahí que sea imprescindible una orientación desde el gobierno para lograr que la economía de un país sea eficiente.
Uno de los ministros que le dio mucha importancia a tal labor informativa, y formativa, fue Ludwig Erhard, principal responsable del “milagro alemán”; proceso que llevó a la entonces Alemania Occidental desde una situación caótica, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, hasta hacer que ese país se convirtiera en pocos años en una potencia económica mundial. Erhard escribió: “«Si se logra modificar la conducta económica de la población con medios psicológicos, estas influencias psicológicas pasarán a ser una realidad económica y cumplirán la misma finalidad que otras medidas tradicionales de la política de coyuntura.» En este principio que formulé en nombre del Gobierno, el 19 de octubre de 1955, en Berlín, en ocasión del primer debate sobre la coyuntura en la Dieta Federal, queda señalada la idea fundamental que me ha llevado a operar con una multitud de medios psicológicos de actuación para equiparar éstos a los métodos hasta ahora conocidos de política coyuntural al modo tradicional”.
“Desde el punto de vista puramente teórico, puede parecer que esta manera de influir en los participantes del mercado, e igualmente el intento de influir sobre los precios dentro del marco de la alta coyuntura, no encajan bien en un sistema de economía de mercado de tipo corriente. Sin embargo, yo no veo motivo para renunciar a tales procedimientos por razones dogmáticas”.
“Hartas veces se me ha censurado por excesivo sistematismo. No se me reprenda, pues, porque como político economista difiera por una vez del tipo ideal de la economía pura. A mi ver, aquí no se da la menor infracción de la idea ordenadora que, rectamente entendida, preside a una economía de mercado. Se trata simple y sencillamente de la enseñanza que se desprende de la psicología económica: que el acontecer económico no discurre según leyes mecánicas. La economía no tiene una vida propia en el sentido de un automatismo inanimado, sino que viene sustentada y conformada por el hombre. Si ello es así –y no puede dudarse de que así sea-, el carácter de la economía, o sea, su estructura y aspectos, cambiarán visiblemente según nuestro modo de obrar y proceder, mejor dicho, tendrán que cambiar. No se infravaloren, pues, los métodos de influencia psicológica” (De “Bienestar para todos”-Ediciones Omega SA-Barcelona 1957).
Por lo general, los economistas liberales suponen que el comportamiento adecuado de los hombres, requerido por una economía de mercado, se realizará en una forma natural una vez que vean que, desde el Estado, se establece un criterio liberador de las trabas económicas estatales previamente vigentes. No advierten que, además de esa libertad, se requiere que los participantes en el proceso económico adopten una actitud cooperativa compatible con un nivel moral básico adecuado a esa circunstancia. Sin este requisito, los resultados a lograr sólo serán mediocres. El citado autor agrega: “La psicología moderna exige precisamente que no se entienda el proceso económico nacional en un sentido puramente técnico; también importa, y mucho, implicar a los hombres que mueven ese aparato dentro del cálculo económico. En el curso de la economía es de importancia decisiva cómo nos conducimos nosotros mismos, de qué manera obramos. El que seamos optimistas o pesimistas, el que especulemos «à la hausse» o «à la baisse», el que ahorremos o queramos consumir, todo esto se refleja y condensa en datos económicos. Y estos datos, por ejemplo el que los precios bajen, permanezcan estables o suban, obran a su vez sobre nuestra conducta”.
“Sería falso suponer que la idea de un influjo psicológico se haya inventado ahora, en la reciente alta coyuntura, con el logro del pleno empleo. Si en los últimos años ha habido no pocos escépticos y críticos que me han censurado el que muchas veces, de manera bien poco burocrática, haya yo abandonado mi despacho para irme a pronunciar discursos por acá y por allá, al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, tales censuras se fundaban ya en mis criterios psicologistas. Sin embargo, es cierto que estas consideraciones mías no han alcanzado forma específica y aplicación más sistemática hasta estos últimos tiempos. Estoy convencido de que en el futuro habrá que contar ya como un instrumento necesario de la política económica que estas campañas psicológicas practicadas por mí y hoy calificadas comúnmente en Alemania como de «masaje de almas»”.
Cuando se habla de la necesidad de partir de un nivel ético aceptable, se hace referencia a una actitud cooperativa previa, antes que una predisposición a “sacrificarse” por los demás, aun en perjuicio propio, algo que poco tiene que ver con la ética natural: “Sería prematuro querer hoy día desarrollar un tratado de psicología económica sistemática. Quede ello reservado a la ciencia de estas próximas décadas, cuando se disponga de más amplias experiencias. Pero una indicación sí me parece importante hacer ya ahora, y es ésta: que sería carecer del sentido inmediato de las realidades pretender operar en exceso con llamamientos morales”.
“Naturalmente, esto no quiere decir que yo tenga a la economía y al obrar económico de los hombres por algo amoral. Pero tendría poco sentido exhortar a los hombres de modo que éstos tuviesen la impresión de que habrían de sacrificarse por un ministro o por el Gobierno. Lo que hay que hacer es poner de relieve a los que participan en el mercado de qué modo el seguir la voz del sentido común y de la razón económica repercute en último extremo en su propio beneficio”.
Erhard destaca que el Estado no debe ser “como un vigilante nocturno”, con poca participación en la economía, sino que debe orientarla sin que ello implique perturbar el sistema autorregulado constituido por el mercado: “Ya he dicho al principio que estoy contra esos críticos que dicen por ahí que el uso de la psicología moderna como instrumento de la política económica actual es inconciliable con los criterios de una economía de mercado al estilo clásico. Tal manera de pensar se remonta, a mi ver, a un liberalismo manchesteriano francamente rancio. Yo no estoy dispuesto a aceptar sin reservas y para toda fase evolutiva esas reglas ortodoxas de la economía de mercado según las cuales sólo la oferta y la demanda determinan el precio, por lo que el político economista habría de guardarse mucho de toda intervención en el terreno de los precios”.
“Yo en principio defiendo una opinión incluso totalmente distinta. Un Estado moderno y responsable no puede permitirse sencillamente que se le relegue otra vez al papel de vigilante nocturno. Esa mal entendida libertad es precisamente la que ha enterrado la libertad auténtica y el orden liberal bienhechor. Una actitud tan remisa sería hoy menos justificable que nunca, dado que por falta de un mercado mundial verdaderamente libre y de tipos de moneda libremente convertibles no funciona por entero un nivel internacional de precios ni tiene efecto la saludable norma reguladora de una competencia universal”.
Por parte del pueblo, es necesario que la conducta individual se ajuste a sus reales posibilidades económicas. Erhard escribe al respecto: “El mayor peligro que amenaza el mantenimiento del estado de alta coyuntura, así como el constante progreso económico, no es, como alguna vez se ha afirmado, una proliferación del materialismo. Yo creo que hay que considerar mucho más grave la amenaza de un ilusionismo nutrido por vía demagógica”.
“Los crecientes deseos cuyo cumplimiento violento habría de llevarnos muy pronto a un pernicioso desarrollo inflacionista se basan en una idea nada realista de la esencia y función de la economía nacional. Por eso conviene tener siempre en cuenta que, por ejemplo, la conexión interna entre consumo, ahorro e inversión rara vez se reconoce adecuada y plenamente”.
“Prescindiendo de la ofuscación política que se expresa en la llamada «política activa de salarios», nadie puede negar en serio la relación existente entre los salarios y los precios. Pero el juego alternativo de aumentos de salarios y aumento de precios que se viene observando desde hace algún tiempo demuestra que, o el reconocimiento de aquella relación no cala muy hondo, o lo encubren y ciegan determinadas influencias políticas”.
“Según que logremos o no que la relación entre empleo (horario de trabajo) y productividad, entre nivel de salarios y nivel de vida, penetre en la conciencia general y determine el consecuente proceder, podremos encarar con confianza o con inquietud la evolución ulterior. En esta fase de desarrollo económico no existe motivo para considerar enferma a nuestra economía misma. A mi parecer, las perturbaciones se deben exclusivamente a que la conducta de los hombres no es adecuada a las posibilidades económicas”.
“Para ser completos, indiquemos también que, junto a la peligrosa supervaloración de las posibilidades reales, hay que reconocer como otro peligro más el hecho de que por todas partes se vea en la alta coyuntura la plataforma adecuada para imponer abusivamente un poderío económico. En casos así, la tentativa de operar con medios psicológicos fracasará. Llegado el caso, lo único que cabe hacer aquí es tomar medidas en contra enérgicas y terminantes”.
De la misma manera en que Ludwig Erhard recomendaba una acción psicológica para fortalecer la economía de mercado, los sectores socialistas lo hacen estableciendo una campaña en contra. Mientras que en el primer caso se trata de avanzar mediante la verdad, en el segundo caso se trata de hacerlo con la mentira. Incluso en países como la Argentina se cree que la Alemania Oriental (la del Muro de Berlín) fue una experiencia exitosa y que el “milagro alemán” (el de la Alemania Occidental) nunca existió.
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