Finalizada la Segunda Guerra Mundial, comienza una etapa en la que se enfrentan, ideológica y militarmente, dos potencias mundiales, los EEUU y la URSS, Una promueve el capitalismo, la otra el socialismo. Debido a que poseen poderoso armamento nuclear, nunca se enfrentan en forma directa, sino indirecta, apoyando a países menores entre los que hubo enfrentamientos bélicos.
Una imagen típica de la época es aquella en que bombarderos estadounidenses sobrevuelan en forma permanente al continente europeo, cargados con bombas nucleares, para atacar o contraatacar en forma inmediata a la URSS en casos extremos. Los enormes gastos demandados por la Guerra Fría y el temor permanente a ser destruidos por el enemigo, son los aspectos salientes de la vida cotidiana de grandes sectores de la población mundial.
El momento de mayor peligro ocurre en 1962, cuando Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara sugieren a Nikita Kruschev que diera inicio al conflicto atómico comenzando a disparar misiles nucleares contra los EEUU. Castro telegrafió al líder soviético: “Bombardee, camarada Kruschev, que el pueblo cubano está decidido a morir por la causa del socialismo”. Respecto a Guevara, Juan José Sebreli escribió: “El grado de entusiasmo demostrado durante la crisis de los misiles (1962) ante la posibilidad de una guerra atómica inminente mostraba su fervor belicista y su indiferencia por el destino del pueblo cubano, que podía ser aniquilado. Se dice que había querido dispararle a los aviones estadounidenses durante la crisis, como una incitación a la guerra. Su anhelo apocalíptico de una guerra mundial atómica no dejaba dudas cuando escribía: «Es el ejemplo escalofriante de un pueblo que está dispuesto a inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a sociedades nuevas y que cuando se hace, sin consultarlo, un pacto por el cual se retiran cohetes atómicos, no suspira de alivio, no da gracias por la tregua; salta a la palestra para dar su voz propia y única, su posición combatiente, propia y única, y más lejos, su decisión de luchar aunque fuera solo»” (De “Comediantes y mártires”-Debate-Buenos Aires 2008).
La caída del Muro de Berlín, y del comunismo soviético, pone fin a la etapa de la Guerra Fría y da lugar a un contexto internacional distinto; y es el caracterizado por el proceso de la globalización económica. Quienes añoran las épocas de la Guerra Fría, por lo general admiradores de Castro y Guevara, se oponen a la globalización. Aún con los errores e inconvenientes asociados a dicho proceso, pocos pueden negar que la humanidad hizo un importante progreso al pasar de una época en que la idea de la muerte rondaba por la mente de muchos, a una época en que centenares de millones de personas comienzan a salir de una penosa situación de hambre y miseria. Carlos Alberto Montaner escribió: “Ha sido asombroso. En el curso de apenas una década trescientos millones de chinos han abandonado la pobreza gracias a la globalización. La transferencia de tecnología, las inversiones extranjeras y el intenso comercio exterior han realizado el milagro. La humanidad no había conocido un fenómeno semejante en toda su historia. Nunca antes una masa humana de esas proporciones había pasado de la indigencia a integrar los niveles sociales medios en un periodo tan breve” (De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007).
Desde la izquierda política, por el contrario, tal proceso liberador de la pobreza resulta negativo. Víctor Flores Olea y Abelardo Mariña Flores escribieron: “Hoy el mundo no está ya habitado por fantasmas sino por realidades abrumadoras, entre ellas una globalización en manos de consorcios trasnacionales y multinacionales de los centros del capital financiero y de sus agentes. Realidad que tiene amplia repercusión en la vida de los individuos, los grupos sociales, los pueblos y las naciones, hasta en el último rincón del planeta. La llamada globalización, que debiera significar un estadio de progreso para la humanidad, se halla secuestrada en beneficio de grupos reducidos en vez de ser un signo alentador de universalidad y bienestar para el género humano” (De “Crítica de la globalidad”–Fondo de Cultura Económica-México 1999).
Los intercambios comerciales tienden a derribar muros y a unir pueblos. Así como los comerciantes europeos cambian poco a poco las estructuras cerradas del feudalismo, iniciando las épocas del capitalismo, los procesos de globalización económica tienden a unir a la humanidad aminorando las posibilidades de conflictos bélicos. Los nacionalismos y los totalitarismos, por el contrario, pretenden anclar a la humanidad en el pasado y en el estancamiento. Thomas L. Friedman escribió: “La idea rectora tras la globalización es el capitalismo del libre mercado: cuanto más se permita dominar a las fuerzas del mercado y cuanto más se abra la economía al libre comercio y a la competencia, más eficiente y floreciente será la economía. La globalización implica la propagación del capitalismo de libre mercado a virtualmente todos los países del mundo. La globalización tiene también su propio conjunto de reglas económicas, reglas que giran en torno de la apertura, desregulación y privatización de la economía”.
“La globalización tiene sus propias tecnologías definitorias: la informatización, miniaturización, digitalización, comunicaciones satelitales, fibra óptica e Internet. Si la perspectiva característica del mundo de la Guerra Fría era la «división», la perspectiva característica de la globalización es la «integración». El símbolo del sistema de la Guerra Fría era un muro, que dividía a todos. El símbolo del sistema de la globalización es una red mundial de comunicaciones, que une a todos. El documento típico del sistema de la Guerra Fría era el «Tratado». El documento típico de la globalización es «el Trato»”.
“Si bien la medida característica de la Guerra Fría era el peso –sobre todo el peso y alcance de los misiles-, la medida característica del sistema de la globalización es la velocidad, del comercio, los viajes, las comunicaciones y la innovación. La Guerra Fría se basaba en la ecuación de Einstein de energía y masa: E=mc². La globalización tiene más que ver con la ley de Moore, que plantea que el poder de computación de los chips de silicio se duplicará cada dieciocho o veinticuatro meses. En la Guerra Fría, la pregunta más frecuente era: «¿Qué tamaño tiene tu misil?». En la globalización, la pregunta más frecuente es: «¿Qué rapidez tiene tu módem?»”.
“Si los economistas principales del sistema de la Guerra Fría eran Karl Marx y John Maynard Keynes, quienes, cada uno a su manera, querían domesticar el capitalismo, los economistas principales del sistema de globalización son Joseph Schumpeter y el ex director general de Intel, Andy Grove, que prefieren liberar el capitalismo. Schumpeter, ex ministro de Finanzas de Austria, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, ha expresado sus opiniones en un libro ya clásico titulado «Capitalismo, socialismo y democracia»: la esencia del capitalismo es el proceso de «destrucción creativa», el ciclo perpetuo de destruir el producto o servicio viejo y menos eficiente y reemplazarlo por otros nuevos y más eficientes”.
“Andy Grove tomó el concepto de Schumpeter de que «sólo paranoicos sobreviven» para el título de su libro sobre la vida en el Silicon Valley, para hacerlo, en muchos sentidos, el modelo comercial del capitalismo de globalización. Grove contribuyó a popularizar la idea de que hoy tienen lugar drásticas innovaciones que transforman la industria de manera cada vez más rápida. Gracias a esos inventos tecnológicos, hoy es tremenda la velocidad con que la última innovación se vuelve obsoleta o se la transforma en un producto generalizado. Por lo tanto, sólo los paranoicos, sólo quienes constantemente miran por encima del hombro para ver quién está creando algo nuevo que puede destruirlos y luego tratan de adelantarse un paso más, son los que sobrevivirán. Los países mejor dispuestos a permitir que el capitalismo destruya sus compañías ineficientes para poder liberar el dinero e invertir en compañías más innovadoras prosperarán en la era de la globalización. Los que dependen del gobierno como protección contra la destrucción creativa se quedarán atrás en esta era” (De “Tradición versus Innovación”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1999).
Así como en televisión, luego de aparecer algunos individuos realizando piruetas asombrosas, aparece un cartel que dice: “Esto no debe ser practicado por los niños en su casa”, también debe aclararse que la “destrucción creativa” no debe practicarse en economías subdesarrolladas. Ello implica que, si no existen mercados verdaderos, porque hay pocos empresarios, o porque hay poca predisposición a la competencia, tal destrucción sólo traerá desocupación y caos.
Si se desea describir las sucesivas crisis en la Argentina, y los intentos por revertirlas, puede decirse que a la “destrucción populista”, algunas veces, se la intentó reemplazar directamente por la “destrucción creativa”, con resultados poco exitosos, ya que simulamos ser desarrollados cuando todavía nuestra mentalidad sigue fija en el pasado. De ahí que se repitan periódicamente los fracasos populistas (el mal) y los fracasos “neoliberales” (el remedio) ya que se aplican “medicamentos” económicos establecidos para circunstancias bastante diferentes. Mientras la mayor parte de la gente tenga poca predisposición para el trabajo, o los empresarios no lleguen a niveles competitivos, esperanzados todos en que el Estado les permitirá sobrevivir a costas de otros sectores, las cosas poco cambiarán.
La globalización surgió en una forma casi natural ante el avance tecnológico. Ulrich Beck escribió: “¿En qué se funda el nuevo poder de los empresarios transnacionales? ¿De dónde surge y cómo se reproduce su potencial estratégico?”. “A nadie se le oculta que se ha producido una especie de toma de los centros materiales vitales de las sociedades modernas que tienen Estados nacionales, y ello sin revolución, sin cambio de leyes ni de Constitución; es decir, mediante el desenvolvimiento simple y normal de la vida cotidiana….”.
“En primer lugar podemos exportar puestos de trabajo allí donde son más bajos los costes laborales y las cargas fiscales a la creación de mano de obra”. “En segundo lugar, estamos en condiciones (a causa de las nuevas técnicas de la información, que llegan hasta los últimos rincones del mundo) de desmenuzar los productos y las prestaciones de servicios, así como de repartir el trabajo por todo el mundo, de manera que las etiquetas nacionales y empresariales nos pueden inducir fácilmente a error”.
“En tercer lugar, estamos en condiciones de servirnos de los Estados nacionales y de los centros de producción individuales en contra de ellos mismos y, de este modo, conseguir «pactos globales» con vistas a unas condiciones impositivas más suaves y unas infraestructuras más favorables; asimismo, podemos «castigar» a los Estados nacionales cuando se muestran «careros» o «poco amigos» de nuestras inversiones”.
“En cuarto, y último, lugar, podemos distinguir automáticamente en medio de las fragosidades –controladas- de la producción global entre lugar de inversión, lugar de producción, lugar de declaración fiscal y lugar de residencia, lo que supone que los cuadros dirigentes podrán vivir y residir allí donde les resulte más atractivo y pagar los impuestos allí donde les resulte menos gravoso” (De “¿Qué es la globalización?”-Ediciones Paidós Ibérica SA-Barcelona 1998).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario