Desde un punto de vista ético, denominamos materialista a quien adopta, como valor predominante, al dinero y a todo lo que represente comodidades para el cuerpo. Desprecia o ignora todo lo que implique búsqueda de afectos como también de valores cognitivos o intelectuales. Este materialismo, poco o nada está relacionado con la postura filosófica o científica que admite un sustrato material único como base sustancial de todo lo que existe.
La preponderancia de la búsqueda de lo material implica dejar de lado valores afectivos o éticos, por lo cual una sociedad materialista es aquella que no alcanza un nivel ético adecuado para su desarrollo social. Además, como el materialista es un egoísta, tiene predisposición a buscar el poder a través del dinero, buscando dominar a otros hombres.
La sociedad materialista puede dividirse entre materialistas con bastante dinero (exitosos) y materialistas con poco dinero (fracasados). Los primeros fingen ser personas de gustos refinados mientras que los otros fingen ser personas “espirituales”, a veces con inclinaciones intelectuales. En ambos casos brindan imágenes un tanto grotescas ante la necesidad de mostrar personalidades que no concuerdan con las propias.
Los exitosos, en el sentido indicado, hacen ostentación de sus riquezas materiales tratando de despertar la envidia de los fracasados. Éstos, por su parte, adoptan una actitud de odio ante la desventaja material en la que están socialmente ubicados. La rabia que sienten, no se debe tanto a las penurias padecidas por la falta de recursos materiales suficientes, sino por la “desigualdad social”; por sentirse perdedores en la absurda competencia social en la que se han involucrado.
Existe un grupo ajeno a esa situación y es el de quienes tienen una mentalidad típica de la clase media, que busca lo material sólo como un medio para la subsistencia y para una seguridad económica futura. De ahí que una buena situación económica no implique por ella misma una actitud materialista. Las actitudes predominantes en las personas no dependen del nivel de recursos materiales logrados, sino de las ideas y visiones particulares adoptadas para la vida. Carlos Goñi escribe sobre Lucio Anneo Séneca: “Muchos le reprochaban que siendo estoico tuviera tan gran fortuna. Para justificar que las riquezas en nada afectan a la vida interior, escribió «De vita beata» (Sobre la felicidad), un pequeño tratado en el que podemos encontrar casi todas las tesis estoicas”.
“En esta obrita, Séneca apela al hombre independiente, capaz de vivir separado de la masa, pues el vulgo es un «pésimo intérprete de la verdad». Está de acuerdo con todos los estoicos en que la sabiduría consiste en no apartarse de la naturaleza y seguir su ley, y que la felicidad sólo acaecerá si vive conforme a la naturaleza. El sabio no debe dejarse dominar por nada: «El día que lo domine el placer -dice-, lo dominará también el dolor». La impasibilidad es fuente de felicidad, porque el verdadero placer es el desprecio de los placeres” (De “Las narices de los filósofos”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2008).
Si al materialismo se le opone el humanismo, puede decirse que en Occidente predomina la tendencia al materialismo. Por el contrario, en algunos países de Oriente existe una manifiesta tendencia a ocupar la mayor parte del tiempo libre en profundizar los aspectos espirituales del hombre. Luis Jiménez Moreno escribió: “La actitud cognitiva humana que por los derroteros de los conocimientos de la naturaleza, había maravillado al mundo con el progreso de las ciencias físicas y naturales, con la industria y el progreso, incluso en la mercantilización y el dinero, iba absorbiendo intensamente la atención de los hombres, y estos hombres, los científicos, los industriales, los comerciantes se lanzaban tras sus descubrimientos, en pos de sus productos, en su afán por amontonar dinero o por manipular industrialmente las fuerzas naturales que llegaban a dominar, y se olvidaban de si mismos. ¿Qué interés tendría saber en serio algo acerca del hombre, cuando ellos estaban totalmente ocupados y abstraídos por los resultados exteriores?” (De “Hombre, historia y cultura”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1983).
Quienes aducen que los materialistas exitosos son necesarios para el progreso económico de la sociedad, no tienen en cuenta que las personas equilibradas, con capacidades empresariales adecuadas, pueden lograr similares niveles económicos con la simple estrategia de invertir el exceso de ingresos monetarios, sin competir materialmente con los demás. El crecimiento económico natural resulta ser no menos exitoso que el promovido por personas que “padecen” cierto desequilibrio en su propia escala social de valores.
Como los defectos del materialista exitoso son mucho más evidentes que los del materialista fracasado, se comete el frecuente error de asociar defectos y virtudes en función del nivel económico logrado. Así, se concluye que todos los ricos son ostentadores de riquezas, mientras que todos los pobres son sencillos y virtuosos, y que sus precarias situaciones son debidas a la maldad y al egoísmo de los ricos.
Existe un refrán que sintetiza la situación: “Si quieres conocer a alguien, dadle poder”. La falsa humildad puede estar escondida en quienes padecen una baja condición social. La soberbia y la maldad pueden despertarse en cuanto se les presentan las condiciones favorables. Un síntoma elocuente es la forma brutal que algunos “humildes” ejercen en el trato cotidiano hacia sus hijos pequeños.
No siempre el poder debe asociarse a quienes están motivados por el egoísmo, ya que también han existido gobernantes poderosos que mostraron responsabilidad en sus funciones. Fernando Savater escribió respecto de un emperador romano: “Para Marco Aurelio lo más importante era ser un verdadero hombre, no un funcionario de alto rango. «¡Cuidado! No te conviertas en un César…Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte»: así se amonestaba a sí mismo”.
“El ideal a conseguir: «Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se estrellan las olas. Éste se mantiene firme y en torno a él se adormece la espuma del oleaje». Poco tiene que ver esta sabiduría, como puede verse, con la erudición o el acopio de datos; ninguna computadora es útil para conseguirla. Ahora bien, ¿cómo podríamos aspirar nosotros a esta apática autonomía, nosotros, retoños románticos de la epilepsia cristiana, del delirio historicista del progreso y de la ciega apetencia psicoanalítica?” (De “Sobre vivir”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1983).
El materialista está siempre compitiendo y mirando la riqueza o la pobreza de los demás. Por ello, convencido de que la felicidad radica en lo material, buscará poseer cada vez mayor cantidad de bienes, con la absurda creencia de que alguna vez hallará la paz que necesita. Para una persona equilibrada, un aumento del bienestar material le reportará un leve aumento en su nivel de felicidad, siendo plenamente consciente de ello. De ahí la esencial diferencia de mentalidad.
La reiterada repetición de palabras permite que los niños pequeños aprendan un idioma, de la misma manera en que la mentalidad generalizada de la sociedad se va formando a partir de ciertas ideas repetidas por la mayoría y que son admitidas en forma indiscutible aun cuando no sean verdaderas; tal el caso de la “culpabilidad” del exitoso y de la “inocencia” del fracasado.
Así como se culpa a los ricos de todos los problemas existentes en una sociedad, se acusa a los países poderosos como culpables de todos los problemas existentes en la humanidad. De ahí surge una actitud de odio que gobierna la mente y los actos de grandes sectores de la población. Adoptando tácticas totalitarias, la izquierda política trata de unificar al enemigo; se induce a odiar a los empresarios, a los EEUU, a Occidente, al capitalismo; quien no comparte ese odio unificado es considerado como un enemigo de la sociedad y de la patria, o bien es mirado con un dejo de lástima como se mira a un ingenuo colaboracionista del mal absoluto.
Bajo tal mirada dominante, la solución de todos los males provendrá de la destrucción del capitalismo y de todo lo que constituye la “civilización occidental”, cristianismo incluido. El relativismo moral, como toda creencia, se va instalando poco a poco promoviendo la destrucción de valores tradicionales que convendría mantener en lugar de intentar reemplazarlo por cualquier ética de dudosa validez. Fernando Savater escribió: “La ética no proviene de otra parte más que de la voluntad humana. Soy moral no cuando hago lo que debo -¡puaf!- sino cuando me atrevo a hacer lo que quiero. Lo que realmente quiero”.
El mencionado autor olvida que existe una ley natural que rige a todos los seres humanos, creyentes o no de su existencia, y que la validez de las diversas éticas que el hombre propone depende de cuánto se adaptan a nuestra naturaleza humana. De lo contrario no tendría sentido hablar de la ética, como ciencia objetiva. Las diversas sociedades pagan un precio muy alto cuando “se atreven a hacer lo que quieren”, ignorando “hacer lo que deben”, desconociendo los mandamientos que desde la antigüedad fueron enunciados por Moisés y por Cristo.
Otros autores apuntan contra la existencia de “la naturaleza humana”, la que justifica la psicología y otras ciencias que estudian al hombre. Si no existiera algo concreto, como fundamento de la diversidad entre los distintos individuos, no sería posible realizar descripciones objetivas del ser humano. Así, el hombre puede cambiar de actitud cuando adquiere una nueva información, de la misma manera en que una computadora puede cambiar su desempeño cuando se le coloca un nuevo programa; sigue haciendo lo que antes podía hacer y también lo que el nuevo programa le permite.
Mientras algunos autores advierten que la mentira es la principal fuerza que mueve al mundo, debe agregarse que la mentira siempre va acompañada por el odio. Los movimientos políticos de izquierda, así como los de tipo populista, adquieren su fuerza pública promoviendo el odio básico de los materialistas pobres en contra de los ricos, sean éstos materialistas, o no.
No podrá un país salir de una severa crisis sin que antes sus ciudadanos traten de transitar por la verdad y de alejarse del materialismo. De lo contrario, tarde o temprano serán conducidos por políticos inescrupulosos que logran votos favorables a costa de promover el odio debilitando de esa forma la fortaleza moral que pueda tener un pueblo.
En la Argentina, la izquierda política ha tenido la habilidad de convencer a las masas que lo que ha fracasado en el mundo no es el socialismo, sino el capitalismo. De ahí que un gran sector de la sociedad esté predispuesto a colaborar en la destrucción de los últimos vestigios de la economía de mercado, para que el país se oriente hacia alguna forma de socialismo. Para gran parte de los argentinos, el Muro de Berlín no fue un síntoma de opresión, esclavitud o fracaso, sino que el fracaso estuvo constituido por el “milagro alemán” ocurrido en el sector de la ex Alemania Occidental.
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