El proceso de adaptación cultural al orden natural requiere de innovaciones culturales para, posteriormente, ser sometidas a una selección. De ahí que deba recurrirse a un criterio similar al utilizado por la ciencia experimental para que permita decidir cuál es la mejor propuesta. Tal proceso puede esquematizarse de la siguiente manera:
Adaptación cultural = Innovaciones + Selección
Los pueblos que realizan la mayor cantidad de innovaciones son criticados generalmente por “tratar de imponer” sobre los demás pueblos su propia cultura. De ahí que los innovadores deberían limitarse a ofrecer sus innovaciones sin intentar imponerlas por la fuerza, ya que ello genera conflictos, aun cuando los pueblos “sometidos” puedan beneficiarse con tales innovaciones.
Los pueblos que generan pocas innovaciones en materia de ciencia, arte, filosofía, religión, política, economía, etc., por lo general tienden a rechazar las propuestas foráneas, ya que aceptarlas implicaría renunciar a sus propias culturas. Tal es la mentalidad asociada a los diversos nacionalismos. Olvidan que la adaptación cultural es un proceso que involucra a toda la humanidad.
Hay pueblos que establecen innovaciones perjudiciales para cualquier sociedad que las ponga en práctica. Al predominar en ellos el egoísmo colectivo (nacionalismo), intentan imponerlas a otros pueblos por la fuerza. De ahí que, si los pueblos renunciaran a imponer innovaciones culturales de esa forma, sino que sólo se limitaran a ofrecerlas, se habrá hecho un gran adelanto para establecer una convivencia pacífica. De ahí que el esquema anterior puede quedar así:
Adaptación cultural = Innovaciones + Selección + Ofrecimientos sin presión
La globalización es un proceso que favorece la difusión de innovaciones de todo tipo. Sin embargo, quienes veían con agrado la uniformidad que Mao-Tse-Tung imponía al pueblo chino, en la actualidad critican una supuesta uniformidad producida por la globalización económica. No es lo mismo imponer un uniformismo por la fuerza que verlo surgir debido a las ventajas que presentan algunas innovaciones de masiva aceptación.
Uno de los escollos que se deben salvar para mejorar el nivel de adaptación cultural, es la tendencia asociada a los diversos relativismos, ya que se supone que todas las culturas son igualmente valiosas y que no existe ningún criterio válido para considerar alguna mejor que otras. De ahí que, si esta postura tiende a generalizarse, se anularía el proceso de adaptación mencionado, por cuanto no existirían innovaciones mejores que otras, por lo que tampoco habría necesidad de incorporar aportes realizados por otros pueblos.
Recordemos que la grandeza del Imperio Romano se debió principalmente a la incorporación de innovaciones culturales realizadas por los pueblos conquistados, aceptando la superioridad parcial de esos pueblos. También la ciencia experimental avanza a pasos agigantados debido a la existencia de un proceso generador de innovaciones que va acompañado por una eficaz selección (experimentación) que ha permitido la realización de un gran edificio intelectual establecido con la colaboración de individuos de distintos orígenes. Ralph Emerson escribió: “Todas las personas que conozco son superiores a mí en algún sentido, y en ese sentido puedo aprender de todas”.
La aceptación del relativismo moral, cognitivo y cultural, es uno de los atributos de la posmodernidad; o mejor, de los filósofos que sostienen tal creencia. Se oponen tanto a la ciencia experimental como a todo lo que implique la modernidad. Ricardo Maliandi escribió: “Con la agonía del milenio muchos intelectuales se sienten autorizados –y hasta obligados- a decretar la agonía de todo lo que el milenio elaboró, y, especialmente, de lo que antes se tuvo por eterno. La «muerte de Dios» se produjo ya a fines del siglo XIX, aunque Dios sigue hoy, paradójicamente, jugando a los dados. Ahora se anuncian una serie de nuevas agonías: la de la razón, la de lo universal, la de la ética, la del progreso, la de la historia, la del consenso…, y, claro, sobre todo, la de la «modernidad»”.
“Si antes «moderno» fue sinónimo de «nuevo», hoy lo es más bien de «viejo». A este tiempo de enranciamiento de lo moderno se lo llama «posmodernidad». Pero a lo moderno le acontece no sólo haberse vuelto rancio, sino también el haberse convertido en una especie de tabú. Quienes, de manera explícita o con ciertas reticencias (para evitar, precisamente, incurrir en lo que está de moda), defienden lo «posmoderno», se cuidan mucho de toda vergonzosa «recaída» en modos «modernos» de pensar” (De “Dejar la Posmodernidad”-Editorial Almagesto-Buenos Aires 1993).
La sugerencia a dejar de lado la modernidad para aceptar la posmodernidad, implica nada más ni nada menos que sugerir a la humanidad que renuncie a proseguir el proceso de adaptación cultural al orden natural y a su supervivencia, como así también a que todo individuo renuncie al sentido de la vida que el orden natural le ofrece al permitirle ser partícipe de tal proceso.
Los atributos de la modernidad, según Mario Bunge, son los siguientes: 1- Confianza en la razón; 2- Rechazo del mito; 3- Investigación libre y secularismo; 4- Naturalismo (opuesto al sobrenaturalismo); 5- Cientificismo; 6- Utilitarismo; 7- Respeto por la praxis; 8- Modernismo y progresismo; 9- Individualismo y 10- Universalismo o cosmopolitismo.
En cuanto a la oposición posmoderna, Bunge escribió: “La tercera ola romántica, que llamaré neorromanticismo, se solapa parcialmente con la segunda. Comenzó con la fenomenología de Husserl, le siguió el existencialismo de Heidegger y culminó con el «posmodernismo» y el movimiento anticientífico y antitecnológico contemporáneo. Algunos de los nombres más conocidos de este movimiento son los de Edmund Husserl y Martin Heidegger, Oswald Spengler y Jacques Ellul, Georg Lukács y Louis Althusser, Albert Camus y Jean Paul Sartre, Karl Jaspers y Hans-Georg Gadamer, Michel Foucault y Jacques Derrida, Paul Feyerabend y Richard Rorty, Cliffor Geertz y Harold Garfinkel, Barry Barnes y Bruno Latour”.
“Aunque bastante diferentes entre sí, estos autores comparten todos o casi todos los cinco rasgos siguientes, típicamente románticos. Estos son:
1- Desconfianza en la razón y, en particular, en la lógica y en la ciencia.
2- Subjetivismo, o la doctrina de que el mundo es nuestra representación.
3- Relativismo, o la negación de la existencia de verdades universales.
4- Obsesión por el símbolo, el mito, la metáfora y la retórica.
5- Pesimismo, o la negativa de la posibilidad del progreso, sobre todo en materia de conocimiento científico” (De “La relación entre la sociología y la filosofía”-Edaf y Albatros SA-Buenos Aires 2000).
Si se desea sintetizar, en pocas palabras, cuál es la principal oposición al avance cultural, puede considerarse a los relativismos (moral, cognitivo y cultural) y a los totalitarismos (fascismo, nazismo y marxismo-leninismo). En cierta forma puede decirse que los relativismos son la “teoría” que abre las puertas de par en par a los totalitarismos, que constituyen la “práctica” opositora al progreso de la humanidad. Juan José Sebreli escribió: “El «espíritu del tiempo» intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales. Los términos esenciales del humanismo clásico –sujeto, hombre, humanidad, persona, conciencia, libertad-, se consideraron obsoletos”.
“La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística. Al mismo tiempo surgieron ciencias nuevas, la semiótica, la semiología, o seudociencias como la «gramatología», las cuales no se ocupan de ningún contenido, y se reducen tan sólo al «discurso» que es, según parece, de lo único que se puede hablar”.
“Al mismo tiempo que se iba disolviendo el mito del stalinismo surgían otros mitos políticos sustitutivos como el tercermundismo, el maoísmo y el guevarismo. Por ese lado el terreno estaba también preparado para el recibimiento triunfal de la antropología estructuralista con su exaltación al «pensamiento salvaje», su idealización de los pueblos primitivos, su rechazo a la universalidad, la unidad y continuidad de la historia. El relativismo cultural, la primacía de lo particular sobre lo universal, daban razones filosóficas a los nacionalismos, los fundamentalismos, los populismos, los primitivismos, las distintas formas de antioccidentalismo, el orientalismo, la negritud, el indianismo. Hay pues una sutil, secreta coherencia en esa mezcla rara de filosofías académicas sumamente esotéricas e iniciáticas con movimientos revolucionarios que pretendían expresar a masas analfabetas y primitivas, aunque, en realidad, sus portavoces eran los profesores y alumnos de aquellas mismas universidades de elite” (De “El asedio a la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).
La ciencia experimental describe las leyes naturales que rigen a todo lo existente; leyes que coinciden con las leyes de Dios, en el ámbito de la religión. De ahí que lo objetivo, lo vinculado al mundo real, puede asociarse a Dios, como es el caso de la visión de Baruch de Spinoza. Por el contrario, la búsqueda de lo subjetivo, implica un pensamiento alejado de la ley natural, de lo universal y de lo invariante. De ahí que lo posmoderno pueda asociarse a cierto ateísmo.
La lectura de todo libro nos exige cierta “inversión” de tiempo con la esperanza de recibir una compensación materializada en el hecho de incrementar nuestros conocimientos. Los libros científicos, aun cuando sean especializados, nos aseguran que nuestra “inversión” de tiempo será recompensada con un incremento de conocimientos sobre un tema en especial. Por ello, el aficionado a la ciencia encuentra poco fructífera la “inversión” de tiempo que no nos permite conocer un poco mejor el mundo real, sino que sólo favorece el conocimiento de lo que pensaba tal o cual filósofo posmoderno. De ahí que, por ese camino, se puede seguir leyendo tales libros durante toda una vida mientras que sólo se logrará como recompensa conocer ideas y pensamientos que poco o nada permiten acercarse a lo fundamental, que es la obra de Dios, o la esencia del orden natural.
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