En épocas en que, desde el punto de vista ético, predomina el “todo vale”, como consecuencia de un predominante relativismo moral y cognitivo, vuelve a tener vigencia el antiguo enfrentamiento entre Sócrates y los sofistas de la antigua Grecia. Puede decirse que el relativismo vigente desconoce toda referencia a las leyes naturales, para experimentar con el hombre una especie de “utopía individual”, que lleva implícito el mismo objetivo de las utopías sociales; construir el “hombre nuevo” bajo criterios enteramente subjetivos.
Octavi Fullat escribió respecto de Sócrates: “La ruptura de la «educación única» en provecho de una «educación pluralista» que reconozca la variedad de concepciones antropológicas y hasta ontológicas no está exenta de riesgos. No es el menor de ellos el que cada grupo social divinice su opción metafísica y axiológica calificando de verdad absoluta lo que tendría que ser exclusivamente elección temblorosa de un modelo humano al que configurar a los educandos”.
“Dando saltos excesivos se pasa con frecuencia de la verdad única, para toda la ciudadanía, a que cada cual posea la verdad –aunque a todas luces sólo sea la suya- por el mero hecho de ponerle sinceridad y emoción al asunto defendido. De esta guisa se confiere mágicamente objetividad a lo que tan sólo es subjetivismo de elevada temperatura psíquica”.
“Cuando esto sucede se produce, se fabrican ideologías fervorosas que dan apariencia de objetividad a lo que no pasa de ser ocurrencia personal. Cuando sucede tal cosa ya no vale decir algo, sino el escueto decir; dejan de interesar los contenidos del habla prestando exclusivamente atención el hecho de que se habla. Una sola condición –formal, por cierto- se pone en tal circunstancia: que el hablante se comprometa en lo que dice de tal forma que esté dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias prácticas de su discurso”.
“Este problema, o superficialidad, se hizo ya presente de alguna forma en la Grecia clásica. Los «sophoi» presocráticos –sophós significó diestro, hábil, competente, entendido en algo; más tarde ya designó sabio- se autocalificaron de sabios, eran los poseedores de la sabiduría. Eran sabios porque se decían sabios, porque lo aparentaban, porque querían mostrarse como sabios. Lo sabían todo; afirmaban saberlo todo. Los «sophoí» [sofistas] eran omniscientes por autodecreto, porque arrollaban a los conciudadanos con su palabrería. No alcanzando la Verdad, denominaron verdad la simple apariencia de la misma. Fueron diestros en la dialéctica y en retórica o habilidad de argumentar y convencer. Podían probar primero lo que negaban a continuación; verdad y falsedad se metamorfoseaban fácilmente en sus hábiles discursos”.
“El círculo socrático hizo frente a esta desfachatez antilógica. Sócrates renunció a llamarse sabio (sophos), adoptando el humilde vocablo de filósofo. Philos significó propio, perteneciente a, y, por tanto, amigo. El «filósofo» era un amigo o pretendiente a la sabiduría. Estaba tan ligado a la doxa –a las opiniones frente al saber seguro- como el resto de los ciudadanos; su originalidad residía en hacerse cargo de la fragilidad de su saber esquivando el engreimiento, cosa que los demás ciudadanos no hacían”.
“Todos los hombres son ignorantes, clamaba Sócrates; el filósofo, con ser también ignorante, es el más sabio porque sabe que es ignorante. De esta guisa, mientras los demás andaban poseídos por dos ignorancias, al filósofo sólo le quedaba una. El «conócete a ti mismo» -gnoti seoton- de Sócrates servía para librarse de una de las dos ignorancias, aquella que no discierne entre «lo que es» y «lo que quiero yo que sea». Lo que conozco no coincide con lo que quiero conocer, dejó sentado el círculo humano que se formó en torno a Sócrates. Tan elemental saber no lo alcanzaron los sofistas o «sophoí». La ignorancia filosófica reside en no saber la realidad de algo; la doble ignorancia sofística consiste además en no saber que no se sabe dicha realidad de algo” (De “Filosofías de la Educación”-Ediciones Ceac SA-Barcelona 1983).
El cristianismo adopta una actitud similar a la de Sócrates cuando afirma que “somos todos pecadores”. El nuevo sofista, por el contrario, cree no ser pecador. Es pecador y no lo sabe, incurriendo en un doble error. Los nuevos sofistas creen ser los poseedores únicos de la verdad y creen poseer una superioridad ética sobre el resto de los mortales; son los marxistas-leninistas.
Aun cuando el socialismo fracasó en todas partes, siguen en la lucha cotidiana ya que el objetivo inmediato no es establecer el socialismo como destruir al capitalismo. Así, mientras el estudiante puede considerar su etapa universitaria como un objetivo en sí mismo, sin vislumbrar su futuro como profesional, el marxista-leninista apunta a la destrucción de la sociedad en que vive, y no tanto a la etapa posterior de la instauración del socialismo.
Esto puede comprobarse en el caso de Venezuela. El hecho de que antes del chavismo hubiese una cantidad formidable de pobres (supongamos un 20 o 30%), y que ahora exista un porcentaje mucho mayor (supongamos un 80 o 90%), se considera todo un éxito ya que se ha avanzado en la “igualdad social”, y tanto las incomodidades como el sufrimiento ante la carencia de medios económicos suficientes es compartida por una mayor cantidad de gente, especialmente por la “burguesía”.
Así como la televisación directa de la guerra de Vietnam promovió campañas a favor de la paz, es de esperar que, al disponer de mayor información de lo que pasa en un país socialista, como Venezuela, algo que pocas veces sucedió en el pasado, se restrinja la influencia nefasta de los nuevos sofistas.
El sofista no piensa en función de la realidad, ya que su mente es ocupada totalmente por una ideología que no cambia esencialmente desde el siglo XIX. Al estar alejado de la realidad, induce a que quienes lo escuchan a que se alejen de la misma forma. Tal alienación mental se parece al de las personas que padecen algún trastorno mental, ya que los síntomas siempre están asociados a alguna forma distorsionada de observar la realidad. Las crisis sociales y morales que afectan a una sociedad surgen esencialmente como consecuencia de cierta alienación mental inducida por los nuevos sofistas, además de otras causas.
Los intelectuales conocidos como posmodernos también evidencian el deseo o la voluntad de destruir el orden social. Ya sea que lo reconozcan, o no, son indistinguibles de los marxistas-leninistas. Stephen R.C. Hicks escribió: “Podríamos, después de filosofar un poco, llegar a ser verdaderos creyentes en el subjetivismo y el relativismo. Consecuentemente, podríamos llegar a creer que la razón es un derivado, que la voluntad y el deseo ponen las reglas, que la sociedad es una batalla de voluntades en competencia, que las palabras son meras herramientas en la lucha por el poder por la dominación, y que todo vale en el amor y en la guerra”.
“Ésa es la posición que los sofistas sostuvieron hace 2.400 años atrás. La única diferencia, entonces, entre ellos y los posmodernistas es de qué lado se paran. Trasímaco era representativo de la segunda y más descarnada generación de sofistas, que gestionaban argumentos subjetivistas y relativistas al servicio de la pretensión política de que la justicia es el interés del más fuerte. Los posmodernistas, que llegan después de dos milenios de cristianismo y de dos siglos de teoría socialista, simplemente revierten esa afirmación: el subjetivismo y el relativismo son verdad, pero los posmodernistas están del lado de los grupos débiles e históricamente oprimidos. La justicia, a diferencia de cómo sucede con Trasímaco, se aplica en el interés de los más débiles”.
“La conexión con los sofistas desplaza la estrategia posmoderna, alejándola de la fe religiosa y acercándola hacia la «realpolitik». Los sofistas enseñaban retórica, no como un medio para avanzar hacia la verdad y el conocimiento, sino como un medio para ganar debates en el convulsionado mundo del día a día de la política. La política del día a día no es un lugar donde la fe ciega en la información conduzca al éxito práctico. Requiere, en cambio, una apertura hacia nuevas realidades, y flexibilidad para adaptarse a circunstancias cambiantes. Estirar esa flexibilidad al punto de despreocuparse por la verdad y por la coherencia en la argumentación puede ser, y a menudo es visto, como parte de una estrategia para lograr el éxito político. Aquí es útil recordar a Lentricchia: el Posmodernismo «no busca encontrar los fundamentos y las condiciones de la verdad, sino ejercer el poder con el propósito del cambio social»” (De “Explicando el posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
En cuanto al uso de discursos contradictorios como estrategia política, Hicks escribe: “En el discurso posmoderno, la verdad es rechazada explícitamente, y la coherencia puede llegar a ser un fenómeno raro. Consideremos los siguientes pares de afirmaciones:
- Por un lado, que toda verdad es relativa; por otro, el Posmodernismo dice las cosas tal y como realmente son.
- Por una parte, todas las culturas son igualmente merecedoras de respeto; por otra, la cultura occidental es excepcionalmente mala y destructiva.
- Los valores son subjetivos; pero el sexismo y el racismo son malos en forma absoluta.
- La tecnología es mala y destructiva; al mismo tiempo es injusto que algunas personas privilegiadas dispongan de más tecnología que otras”.
“Consideremos tres ejemplos más, esta vez casos de choques entre teoría posmodernista y hechos históricos:
- Los posmodernos dicen que Occidente es profundamente racista, pero saben muy bien que fue el primero en la historia en terminar con la esclavitud, y que sólo en los lugares donde las ideas occidentales penetraron fue donde las ideas racistas quedaron a la defensiva.
- Ellos dicen que Occidente es profundamente sexista, pero saben muy bien que las mujeres occidentales fueron las primeras en conseguir el derecho al voto, derechos contractuales y oportunidades que la mayoría de las mujeres de todo el mundo aún no tienen.
- Dicen que los países capitalistas de Occidente son crueles con sus miembros más pobres, los subyugan y se enriquecen a costa de ellos, pero saben muy bien que los pobres de Occidente son lejos más ricos que los pobres en cualquier otra parte, tanto en términos de ingresos materiales como en términos de oportunidades para mejorar su condición”.
Marxistas, posmodernos y fundamentalistas islámicos realizan una intensa campaña contra todo lo que signifique Occidente, capitalismo, burguesía, gente feliz, etc. De ahí que resulte conveniente que las futuras victimas dejen de colaborar inconscientemente en la promoción de su propia destrucción.
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