Desde la izquierda política se dice que la economía de mercado se basa en el egoísmo de las personas, lo que no es lo mismo a decir que la economía de mercado puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo prevaleciente en muchas sociedades. Por el contrario, quienes pretenden vivir a costa del sector productivo, como es el caso de los izquierdistas en el gobierno o de aquellos que tienen poca voluntad para trabajar y pretenden ser mantenidos por la redistribución estatal, muestran un egoísmo extremo. Tienen el cinismo de atacar al sector productivo acusándolo por un defecto poseído por ellos mismos.
Existe un refrán popular que define la situación: “El vivo vive del zonzo, y éste de su trabajo”. Los “vivos” son los que, desde el Estado, confiscan gran parte de las ganancias empresariales para comprar votos partidarios de otros “vivos” que así logran vivir del trabajo ajeno. Los “zonzos” son los empresarios y trabajadores que realizan el esfuerzo cotidiano para mantener tanto a la gente honesta como a los “vivos” que consumen bastante más de lo que producen (si es que algo producen). Cuando en un país predominan los “vivos”, la crisis económica y social adquiere magnitudes importantes.
También desde la izquierda se acusa a la economía de mercado de “excluir” a los sectores pobres de la sociedad. Sin embargo, la característica esencial del capitalismo consiste en lograr una producción masiva que llegue a todos los sectores. Las mayores ganancias empresariales se logran simultáneamente con una oferta destinada a la mayor cantidad de gente. Si existe pobreza y exclusión se debe, entre otros aspectos, a que los sectores de izquierda difaman al sector productivo impidiendo que se forme un mercado competitivo favoreciendo la existencia de monopolios empresariales.
En la Argentina, de cada 100 empresas creadas, luego de 10 años sobreviven sólo 2. La excesiva presión tributaria impide la permanencia y el normal crecimiento de las mismas, además de otros factores, por lo cual sólo las grandes empresas pueden mantenerse durante bastante tiempo. Otro refrán define la situación, y es la que se refiere al “Perro que muerde la mano que le da de comer”. La actitud antiempresarial predominante y la búsqueda del empleo público impiden la formación de mercados competitivos, por lo que existe un gran déficit de empresas, y las pocas que hay tienden a establecer actividades monopólicas.
La prédica de izquierda apunta a destruir el sistema capitalista. Diether Stolze escribió: “En mayo de 1968, la Bolsa de París estaba en llamas. Estudiantes revolucionarios asaltaron el «Templo del Capitalismo» y le prendieron fuego. Querían encender una hoguera que pregonara al mundo el próximo y directo final, catastrófico, del «sistema capitalista» tan odiado por ellos, del mismo modo que los destructores de imágenes creían que podían llegar al derrumbamiento de una idea mediante la destrucción de sus símbolos. Pero el capitalismo ha sobrevivido, tanto en Francia como en muchas otras partes. Y, si los signos no engañan, el orden económico de Occidente tiene ante sí un largo porvenir” (De “Capitalismo”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1974).
La Bolsa de Valores es un lugar que permite que la gente, incluida la de medianos y reducidos recursos, pueda ir accediendo a “adueñarse” parcialmente de los medios de producción, adquiriendo parte de la masa de acciones de las empresas. La izquierda, por otra parte, promueve la expropiación de esos medios, ya sea mediante la revolución o bien contentándose con “dejarlos con vida” para poder vivir a costa de lo que producen. La socialdemocracia nos hace recordar al ayudante de Gengis Kan que tuvo una idea innovadora; en lugar de eliminar a los pueblos vencidos, ¿por qué no hacerlos trabajar en beneficio del vencedor? Carlos Alberto Montaner escribió: “La hipótesis de Marx estaba montada sobre una especie de silogismo; la historia era el resultado de fuerzas que se oponían; el capitalismo, inevitablemente depredador, padecía una incontrolable tendencia a la concentración, lo que acabaría provocando que las masas proletarias fueran cada vez más pobres, mientras los poderosos se tornarían cada vez más ricos”.
“Pocas veces una profecía ha resultado tan contundentemente desmentida por la realidad. No obstante, por la otra punta, algo de lo previsto realmente ha sucedido: los asalariados comienzan a apropiarse de crecientes segmentos de los medios de producción, pero no por la vía de la guillotina, sino por la de la adquisición legítima. Acaece que en una sociedad como la norteamericana nada menos que el 43 por ciento de la población hoy posee acciones adquiridas en la Bolsa, mientras que día a día crecen el volumen y la importancia de los llamados fondos mutuos, que permiten que los asalariados se transformen en propietarios de las empresas y disfruten tanto de los beneficios que éstas generan como de la capitalización que van generando. Si hoy hay un poder temible en el mundo, si hoy existe un sector capitalista que pone a temblar o a suplicar a las grandes empresas, ese sector es el de los asalariados que conciertan sus esfuerzos inversores en la Bolsa. Una leve inclinación de las preferencias bursátiles de los fondos mutuos constituidos por millones de pequeños ahorristas es la vida o la muerte de quienes requieren capital para continuar sus operaciones regulares o para expandirse en mercados cada vez más competitivos” (De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007).
La izquierda política no renuncia a su mayor ambición; ver la caída final y definitiva del capitalismo y de la civilización occidental. En cierta forma, comparten varios objetivos con el terrorismo islámico. Sin embargo, hay algunas diferencias. Mientras los fundamentalistas islámicos convencen a los terroristas de que accederán al Paraíso en el cielo, luego de cometer algún atentado, los fundamentalistas de izquierda convencen a sus seguidores prometiéndoles alguna forma de Paraíso socialista en la Tierra. Incluso, en algunos casos, cuando el odio llega a ser muy intenso, les bastaba con ver morir a sus enemigos, aun a costa de la vida de su propio pueblo. Montaner escribió: “…ante la expectante mirada de unos EEUU y una Unión Soviética que afilaban sus mejores cohetes en una extraña danza prebélica, ceremonia que alcanzó su mayor vistosidad en octubre de 1962, cuando Nikita Kruschev y John F. Kennedy estuvieron a punto de destruir medio planeta con el homicida entusiasmo del comandante Fidel Castro: «Bombardee, camarada Kruschev –telegrafió el máximo líder ya con el casco puesto-, que el pueblo cubano está decidido a morir por la causa del socialismo». Afortunadamente, el campesino ucraniano estaba algo menos loco que su amiguito caribeño, recogió los matules atómicos y pactó con los gringos una paz precaria y asustadiza que se prolongó durante treinta años de sobresaltos y tranquilizantes…”.
Ludwig Erhard fue el economista que dirigió la recuperación alemana luego de la Segunda Guerra Mundial. Consideraba que el trabajo y la competencia en el mercado eran la única forma de lograr salir de la crisis extrema. No había lugar para la “viveza” de quienes pretendían vivir a costa de los demás, ya que se necesitaba el aporte de todos los alemanes. Al respecto escribió: “El medio más prometedor para conseguir y garantizar toda prosperidad es la competencia. Sólo ella puede hacer que el progreso económico beneficie a todos los hombres, en especial en su función de consumidores, y que desaparezcan todas las ventajas que no resulten directamente de una productividad elevada”.
“Por medio de la competencia se opera –en el mejor sentido de la palabra- una socialización del progreso y de los beneficios, y se mantiene despierto, además, el afán de rendimiento personal”.
“Si al iniciar esta política económica el punto fundamental era la expansión de la economía, de lo que se trataba era de conseguir por de pronto una elevación general de la oferta, impulsando también por este camino, de una manera continua, la competencia. Importaba sobre todo proporcionar posibilidades de empleo al creciente número de gentes en busca de trabajo”.
“Como es sabido, se creía que la economía evolucionaba conforme a un ritmo ondulatorio, según el cual en un periodo aproximado de siete años tenían lugar sucesivamente el auge económico, la alta coyuntura, la decadencia y la crisis, hasta que, a partir de esta última, se reproducían las fuerza salvadoras que prestaban impulso positivo al ciclo inmediato. Ahora bien, en los casi nueve años en que yo tengo bajo mi responsabilidad la política económica alemana, se ha conseguido, por lo menos, hacer saltar ese ritmo fijo, logrando aparejar el pleno empleo y la coyuntura mediante un progreso económico ininterrumpido”.
“El escepticismo frente a todos los debates sobre la distribución «justa» del producto social se debe también a la convicción de que las disputas sobre salarios así fundadas se encuentran en estrecha vecindad espiritual con múltiples esfuerzos de otros interesados, e incluso de partes enteras de la nación, tendentes a procurarse ventajas a costa de otros; en lo que muchas veces se olvida alegremente que todo aumento solicitado presupone siempre un rendimiento mayor. Semejante proceder, verdaderamente pueril, amenaza en último extremo, con su ofuscación ilusionista, los mismos fundamentos de nuestro progreso. También aquí resulta la competencia un instrumento adecuadísimo para cerrar el paso enérgicamente al egoísmo. Del mismo modo que en una economía sana, cimentada sobre la competencia, no se permite al individuo en particular que reclame para sí privilegio alguno, también ha de negarse a grupos enteros este modo de enriquecimiento” (De “Bienestar para todos”-Ediciones Omega SA-Barcelona 1959).
Desde la visión del subdesarrollo, se advierte que tal exitosa economía sólo puede dar buenos resultados en pueblos como el alemán. Es una forma de decir que debería buscarse un sistema económico, apto para el subdesarrollo, que exija pequeños cambios en los hábitos cotidianos. Aquí también parece tener vigencia la expresión: “Aprobar un examen estudiando no tiene mérito; la viveza consiste en aprobar sin estudiar”, lo que, en el caso de la economía, puede traducirse como: “Progresar trabajando no tiene mérito; la viveza consiste en progresar sin trabajar”.
Puede decirse que todavía no se ha inventado el sistema económico y social que permita lograr buenos resultados aun cuando la gente no posea atributos éticos mínimos indispensables. La eficacia de un sistema económico se advierte cuando, trabajando, compitiendo e invirtiendo, las cosas andan bien, como también se advierte su eficacia cuando, tratando de vivir a costa de los demás (a través del Estado), sólo logramos alcanzar una severa crisis social.
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