Cuando alguien dice la verdad, queremos significar que ha descrito correctamente la realidad, o que es mínima la diferencia entre la descripción y lo descrito. En el caso de la ciencia experimental, a lo descrito podríamos denominarlo R, la realidad, mientras que a la descripción podríamos denominarla M(t), modelo de la realidad que va cambiando con el tiempo. Así, la verdad es la diferencia entre R y M(t) cuando tal diferencia se anula, o se hace muy pequeña; dependiendo de la magnitud del error decimos, convencionalmente, que tal descripción es científica, o no.
Error (E) = Lo descrito (R) - La descripción M(t)
Verdad = La Descripción M(t) (cuando el error es nulo)
Este proceso, conocido como “prueba y error”, es la base de la ciencia experimental, constituyendo un sistema de realimentación negativa por el que se trata de conocer la realidad R (o la ley natural que rige cierto fenómeno), obteniéndose un modelo de la realidad M1(t). Luego se establece una comparación entre modelo y realidad (experimentación) dando como resultado cierto error: E1 = R - M1(t)
Posteriormente, se propone alguna modificación del modelo, o un segundo modelo M2(t) con el objeto de reducir el error anterior, es decir, E2 = R - M2(t), siendo E2 menor que E1. Se sigue con este procedimiento iterativo hasta que el error se haya reducido en forma conveniente.
Mientras que la verdad, para el científico, está al final del camino, para la religión está al principio. Este es el caso de la Verdad revelada por Dios a los hombres. Sin embargo, como la religión tiene sus etapas y progresos, es posible que también haya empleado, quizás sin sospecharlo, el método de prueba y error, especialmente cuando se comprueba que resulta compatible con la ley natural.
El método de prueba y error no garantiza el éxito de una investigación. De ahí que resulta absurdo pretender imponer una ideología aduciendo que es “verdadera” por cuanto utiliza el método científico. César Lorenzano escribió: “En general, es difícil encontrar quien piense en un criterio puramente coherentista de la verdad. Sin embargo, quisiera recordar un exponente sui generis, Louis Althusser, para quien la verdad de la ciencia está dada por el proceso de producción de los conceptos científicos y de sus engarces, del que es parte esencial la ruptura con los campos ideológicos anteriores. Es esta verdad garantizada teóricamente la que da cuenta de la corrección de sus afirmaciones en el mundo de los fenómenos. La verdad de una teoría no se establece por su correspondencia con la realidad, sino por la garantía teórica que produce la propia práctica científica. Llegó a afirmar, en este sentido, que la doctrina de Marx no era verdadera porque hiciera predicciones acertadas sino que las hacía porque era verdadera. La inversión especular del método hipotético-deductivo estándar de la ciencia, es evidente” (De “El devenir de la verdad” de Augusto Pérez Lindo-Editorial Biblos-Buenos Aires 1992).
Además de la aceptación de la verdad por la correspondencia existente entre la realidad y la descripción (verdad experimental), existe la mencionada aceptación por la fe (Verdad revelada) y también una aceptación por su coherencia lógica (verdad racional). Estos son los tipos de verdad considerados por la ciencia, la religión y la filosofía, respectivamente.
Baruch de Spinoza escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas” (“Ética”). Ello implica que toda descripción verdadera, o compatible con la realidad, ha de “heredar” la coherencia propia de la realidad, ya se trate de una coherencia lógica o bien matemática. Sin embargo, no puede asegurarse que toda descripción coherente, en esos sentidos, ha de ser necesariamente compatible con la realidad. De ahí que constituya un error considerar como verdadera a una descripción sólo por el hecho de ser coherente.
Cristo dijo: “Yo soy la Verdad, el camino y la vida”, indicando que había podido disponer de la información suficiente sobre el hombre para sugerirle cuál era la mejor actitud que debía adoptar para cumplir con la voluntad de Dios. En la actualidad, tal proceso se conoce como la “adaptación cultural del hombre al orden natural”, que le permite disponer de un sentido de la vida objetivo y básico, que podrá ser ampliado por el sentido particular que se le pueda agregar en forma individual; primero somos seres humanos, luego somos individuos.
El proceso de adaptación cultural implica también un sistema realimentado, ya que el profeta, el filósofo o el científico social, contemplan el comportamiento del hombre y lo comparan con lo que el hombre debería ser (a la luz de planteamientos éticos). Sus prédicas, o sugerencias, estarán orientadas a reducir la diferencia entre lo que el hombre es y lo que debería ser. De ahí que profetas, filósofos o científicos sociales actuarían como “lazos de realimentación” de la sociedad, o de la humanidad, tratando que el ser humano optimice su comportamiento ético y logre una mejor adaptación al orden natural.
Debido a que la religión moral busca mejorar al hombre (y no cambiar a Dios) resulta conveniente adoptar el método de la ciencia experimental, en forma explícita y decidida, ya que es el único que permite llegar a la verdad y universalizar sus conclusiones, si se lo aplica adecuadamente.
Nicola Abbagnano establece una síntesis de las diversas formas en que se accede a la verdad. Al respecto escribió: “Se pueden distinguir cinco conceptos fundamentales de la verdad: la verdad como correspondencia o relación; la verdad como revelación; la verdad como conformidad a una regla; la verdad como coherencia y la verdad como utilidad”.
“El concepto de la verdad como correspondencia es el más antiguo y difundido. Presupuesto por muchas de las escuelas presocráticas, fue por vez primera formulado explícitamente por Platón al definir el discurso verdadero en el Cratilo: «Verdadero es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son»”. “A su vez, Aristóteles decía: «Negar lo que es y afirmar lo que no es, es lo falso, en tanto que afirmar lo que es y negar lo que no es, es lo verdadero»” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica SA-México 1986).
Gran parte de los conflictos promovidos por la religión y por los totalitarismos, se produce esencialmente por enfrentamiento generado por los “poseedores de la verdad” cuando tratan de imponerla al resto de la sociedad y al mundo entero. Sus “verdades parciales” distan bastante de la “verdad de todos”, que es la que surge desde los “buscadores de la verdad”.
El científico se aproxima a R (la realidad) porque es un buscador de la verdad. Conoce los modelos M(t) vigentes en la actualidad y, generalmente, conoce la historia de los anteriores modelos. Se siente un integrante de la humanidad y trata de compartir sus conocimientos con el resto.
El fanático, ya sea religioso o político, supone conocer a la realidad R mejor que nadie y por ello ignora o desconoce todos los modelos M(t) existentes o propuestos en el pasado. Trata de imponer “su verdad” a los demás sintiéndose parte sólo del sector de la humanidad al que pertenece.
El filósofo llega, mediante la intuición, a establecer un modelo M(t), o sistema filosófico, el cual ha de subyacer o sustentar a toda realidad R. Su conocimiento no puede compararse con R, por lo que su coherencia lógica, supone, bastará para asegurar su veracidad.
El teólogo, conectado mediante la fe con lo sobrenatural, ignora los modelos científicos, filosóficos y de otras religiones (excepto cuando apoyan sus creencias) mientras supone estar en un nivel superior al del resto de los mortales. Ignora a la realidad R por cuanto supone que lo sobrenatural le subyace o la sustenta.
El populista y el totalitario proponen modelos M(t) incompatibles con la realidad R. De ahí que, en lugar de mejorar sus modelos (como hace el científico) tratan de cambiar la realidad R mediante la mentira y el ocultamiento para que de esa forma sea compatible con sus falsas propuestas.
El partidario del relativismo cognitivo, no necesita cambiar su visión de la realidad R ni tampoco necesita mentir u ocultarla, ya que supone que existen tantas verdades posibles como seres humanos existan, como si la realidad constituyera una obra de arte abstracto que cada uno le ha de dar el significado subjetivo que desee.
Si bien el método científico no puede garantizar la veracidad de sus resultados, tampoco puede garantizar la falsedad de los resultados de lo que no se puede experimentar, tal como la filosofía y la religión. No todo lo que cae fuera de la verificación experimental ha de ser necesariamente falso, si bien resulta conveniente tener en cuenta los resultados ya obtenidos por la ciencia.
De la misma manera en que, en una persona, predomina una actitud sobre las restantes, en las sociedades predomina alguna de las posturas cognitivas mencionadas. Actualmente predominan las posturas anticientíficas haciendo que las personas normales elaboren pensamientos bastante alejados de la realidad, situación que caracteriza a quienes padecen alguna anormalidad psíquica. Tal es así que, mientras que el socialismo ha producido, y produce, nefastos resultados, gran porcentaje de la población mantiene su creencia de que debemos temer al capitalismo antes que al socialismo. Jean-François Revel escribió: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”.
En sociedades mentalmente dirigidas por ideologías elaboradas por fanáticos y por totalitarios, no debe esperarse grandes cambios, ya que las mejoras se logran en base al predominio de la verdad. Revel agrega: “Las sociedades abiertas, para utilizar el adjetivo de Henri Bergson y de Karl Popper, son a la vez la causa y el efecto de la libertad de informar y de informarse. Sin embargo, los que recogen la información parecen tener como preocupación dominante el falsificarla, y los que la reciben la de eludirla. Se invoca sin cesar en esas sociedades un deber de informar y un derecho a la información. Pero los profesionales se muestran tan solícitos en traicionar ese deber como sus clientes tan desinteresados en gozar de ese derecho. En la adulación mutua de los interlocutores de la comedia de la información, productores y consumidores fingen respetarse cuando no hacen más que temerse despreciándose. Sólo en las sociedades abiertas se puede observar y medir el auténtico celo de los hombres en decir la verdad y acogerla, puesto que su reinado no está obstaculizado por nadie más que por ellos mismos” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).
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