En cierta oportunidad, el músico Astor Piazzola expresó: “No hay nada peor para un argentino que el éxito de otro argentino”. La validez de esta sentencia pudo cuantificarse con cierta precisión en el caso de Lionel Messi, cuando un porcentaje del 20 al 25% de los participantes, en distintas encuestas, convalidaba su intención de renunciar a la selección nacional.
Ante el error futbolístico cometido (un penal mal pateado), Messi habrá sospechado la triste realidad de que 1 de cada 4 argentinos habría de denigrarlo y difamarlo más que nunca. Por ello adoptó la decisión de “reconocer” que el triunfo “no es para él”, quizá como respuesta a quienes nunca le perdonaron que llegara a ser el mejor futbolista del momento, a nivel mundial.
Las difamaciones en su contra se tratan de justificar aduciendo que, al no jugar tan bien en el seleccionado como en su club, se supone que ello se debe a cuestiones monetarias, o porque “no tiene suficiente patriotismo”, o cosas semejantes. Cada vez que su desempeño no es el esperado se acentúan las descalificaciones y se le reclama su retiro de la selección. Debe decirse que, excepto los políticos cínicos, cualquier persona decente y normal se ha de sentir muy presionada y decepcionada sabiendo que millones de personas lo agravian aun cuando varios millones más reconozcan su integridad personal y compartan con alegría sus hazañas deportivas.
Gran parte de sus detractores son partidarios de Maradona y de Tévez, ambos provenientes de barrios humildes. De ahí la posibilidad de que Messi sea rechazado por pertenecer a la clase media (la burguesía, incluso la “oligarquía”) según la manera clasista de catalogar a las personas, propia de los sectores que tienen una predisposición a odiar a quienes la mayoría considera exitosos. Nietzsche expresó que “sólo se odia al igual o al superior”, lo que podría complementarse diciendo que “sólo se acepta el éxito del inferior”.
Los fanáticos de Maradona ven en Messi a un “usurpador” que pretende desplazar a su ídolo de la posición de mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Aducen que Maradona salió campeón del mundo y Messi todavía no. Sin embargo, fuera de los mundiales, Messi supera ampliamente a Maradona. Incluso, si se tiene en cuenta que Pelé obtuvo tres campeonatos mundiales, con el criterio anterior, resulta sencillo advertir que Pelé fue entonces el mejor en toda la historia. En realidad, decir que Pelé, Maradona o Messi son inferiores a algún otro futbolista, resulta poco afortunado, ya que es más justo considerarlos de la misma forma en que se considera a los músicos o a los cantantes, afirmando que poseen distintos estilos sin necesidad de hacer comparaciones.
La actitud contra Messi ha ido decayendo a medida en que se fue notando que sus ocasionales ausencias disminuían enormemente el potencial ofensivo de la selección, tal como ocurrió en los primeros partidos de la fase eliminatoria del Mundial de Rusia de 2018. De lo contrario, seguramente se mantendría un nivel similar de “odio al éxito”, actitud mostrada frecuentemente en otros casos, como la mentalidad anti-EEUU o anti-Occidente, ya que, real o aparente, se supone que EEUU y Europa son bastante exitosos. De ahí que resulte tentador asociar el “núcleo duro” contra Messi con el “núcleo duro” kirchnerista, que oscila también en un 20 al 25% de la población; aunque ello no pueda afirmarse con cierta seguridad, si bien en la encuesta de TN (canal televisivo no kirchnerista) el porcentaje contra Messi fue sólo del 10%.
El hombre masa parece haberse tomado en serio aquello del “pueblo soberano” y mira a los integrantes del seleccionado de fútbol como si fueran sus empleados, o sus dependientes, sugiriendo su exclusión ante el primer fracaso observado. Sin embargo, es necesario tener presente que cada jugador necesita cierto tiempo de tolerancia, como fue el caso de Mario Kempes quien, siendo delantero, no pudo convertir ningún gol durante el Mundial del 74 ni tampoco durante los tres primeros partidos del Mundial 78, logrando luego consagrarse campeón y goleador con los goles obtenidos en los partidos posteriores.
Otro caso de “exigencia popular” fue la del arquero Nery Pumpido, campeón mundial en el 86, quien sufrió una fractura durante el Mundial del 90. Como tuvo un error en el partido inaugural (contra Camerún) muchos fanáticos mostraban cierta complacencia por el percance sufrido, ya que ello lo excluía del Mundial, olvidando su desempeño en el Mundial anterior.
La violencia en el fútbol se advierte, entre otros aspectos, en la intolerancia ante la derrota. Se ha vuelto algo “normal” que los partidarios de un equipo que desciende de categoría cometan destrozos en estadios y en comercios aledaños ante tal frustración deportiva. El buen deportista es el que está preparado tanto en el triunfo como en la derrota. De ahí que actitudes como la predominante en el Real Madrid, donde no se acepta salir segundo, muestran ese defecto. Al igual que en otros aspectos de la vida, si elegimos metas modestas, viviremos en un éxito permanente, mientras que si elegimos metas muy altas, posiblemente viviremos en el fracaso permanente.
Incluso varios jugadores de la selección han adoptado una postura de renuncia similar a la de Messi, ya que no valoran estar en la cima del fútbol mundial al llegar a la final del Mundial 2014 y a dos finales consecutivas de la Copa América (perdidas por penales). A los ingleses, con la reciente eliminación de su selección en la Eurocopa, ante Islandia, seguramente les resultará incomprensible la actitud de los jugadores argentinos.
Es importante tener presente el lema olímpico: “Lo importante no es triunfar, sino competir”, ya que la competencia eleva el nivel deportivo de todos los participantes con la aceptación tácita de que existen en la vida otros valores importantes, superiores al éxito deportivo. Pierre de Coubertin expresó: “El esfuerzo es la dicha suprema. El éxito no es una finalidad, sino un medio para ver más alto”.
“El movimiento olímpico significaba la avidez de saborear la plenitud de una cultura que le confiere sentido a la vida, al oponer a la natural debilidad del hombre la confianza en la grandeza de su destino. A través de éste se va edificando un humanismo por encima de todas las tentativas filosóficas, científicas y artísticas, para englobarlas en un mismo esfuerzo: permitir que cada uno se reencuentre, abarcando los acontecimientos en su significado universal” (Citado en “Gran Libro de las Olimpiadas”-Muy Interesante-México 2008).
Lo que provoca cierta decepción no es el resultado en sí mismo sino el desajuste entre la realidad y las expectativas previas. Ello explica que, en los Juegos Olímpicos, generalmente quien gana la medalla de bronce esté más feliz que quien gana la de plata, porque quien sale tercero viene de un triunfo mientras que quien obtiene el segundo puesto viene de una derrota. El que logra el bronce está feliz porque en algún momento pensó que todo el esfuerzo previo a la competencia pudo haber resultado vano por no poder lograr medalla alguna, mientras que quien gana la de plata se siente decepcionado porque estuvo muy cerca de obtener la medalla de oro. Los jugadores argentinos deberían tener presente el lema olímpico y valorar el hecho de poder estar en la cima del mundo futbolístico (o casi).
Diego Simeone manifestó, luego de la derrota del Atlético de Madrid en la final de la Liga de Campeones de Europa, que “nadie se acuerda del segundo”, con un sentimiento similar a los ganadores de la medalla de plata olímpica. Sin embargo, cuando se hace referencia al fútbol de la década de los setenta, la mayoría se acuerda del seleccionado de Holanda, subcampeón mundial en el 74 y en el 78, ya que introdujo importantes innovaciones estratégicas, aunque las circunstancias fortuitas de la competencia no le permitieron concretar el triunfo esperado.
Tanto el escritor, como el artista y el científico, deben ser conscientes de que la mayor satisfacción está en “competir, antes que en triunfar”, ya que nadie podrá asegurarles la calidad de sus realizaciones ni tampoco su difusión posterior, aun en los casos de realizaciones de cierta valía. La vida es esencialmente prueba y error, éxitos y fracasos; adaptarnos a la vida implica, en cierta forma, aceptar el lema olímpico.
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