Un individuo, en interacción cercana con otros, puede ser influenciado de tal manera que sus respuestas lleguen a ser bastante distintas a las habituales, es decir, a aquellas surgidas en un estado de aislamiento circunstancial. Este es un fenómeno social que podría denominarse “inducción de la personalidad”, por el cual la actitud característica de una persona sufre modificaciones importantes ante la presión psicológica de otras personas o también ante la sensación de anonimato que percibe como integrante de una multitud.
Es oportuno decir que este fenómeno no es el mismo que el descrito por Ortega y Gasset acerca de la masificación del individuo. Si bien el hombre-masa es un producto de la influencia social y de su personalidad influenciable, se supone que, en ese caso, la inducción de la personalidad actúa en forma débil y permanente, mientras que la psicología de las multitudes implica la descripción de una influencia fuerte y momentánea. Gustave Le Bon escribió: “Entre los caracteres psicológicos de las muchedumbres hay algunos que son comunes con el individuo aislado; otros, por el contrario, le son absolutamente especiales, y no se encuentran sino en las colectividades”.
“El hecho más admirable que presenta una muchedumbre psicológica es el siguiente: el que, cualesquiera que sean los individuos que la componen, y por sus semejantes y desemejantes que sean su género de vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el solo hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma colectiva que les hace pensar, sentir y obrar de una manera completamente diferente a aquella de cómo pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente. Emiten ideas, sentimientos, que no se producen o no se transforman en actos, sino en individuos constituidos en muchedumbre. La muchedumbre psicológica es un ser provisional formado de elementos heterogéneos que por un instante se unen, como las células que constituyen un cuerpo vivo forman por su reunión un ser nuevo que manifiesta caracteres muy diferentes a los poseídos por cada una de esas células”.
A pesar de la importancia del tema, el prestigio del citado autor fue decayendo en los últimos tiempos. Jean-Françoise Revel escribió: “Investigador omnidisciplinario, Gustave Le Bon escribió sobre biología, medicina, antropología, climatología, microfísica. Pero, si conoció la gloria, fue a causa de un librito publicado en 1895: «La Psychologie des foules». Esas ciento treinta y dos páginas dieron la vuelta al mundo y fueron, hasta la Segunda Guerra Mundial, una lectura obligada para cualquier candidato al bachillerato o al acta de diputado. Después vino el descredito, la desaparición. ¿Por qué? En primer lugar, porque se vio en Le Bon al «Maquiavelo de las masas», al mentor de los más nefastos manipuladores de muchedumbres del siglo XX: Mussolini, Hitler. De ser así, tan equitativo sería acusar a Pasteur de ser mentor de los microbios o a Charles Nicolle de ser responsable del tifus porque descubrió el virus que lo provoca” (De “El Renacimiento democrático”-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1992).
El fenómeno social descrito por Le Bon puede ser utilizado tanto para el mal como para el bien. Así, un líder populista o totalitario puede reunir a miles de sus partidarios para inyectarles odio contra el resto de la sociedad como también puede surgir un Gandhi que reúne a su pueblo para orientarlo hacia una tarea pacífica y constructiva. Gustave Le Bon escribió: “La muchedumbre es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado; pero que, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que estos sentimientos provocan, puede, siguiendo las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende de la manera en que está sugestionada la muchedumbre. Esto es lo que se ha desconocido por los escritores que han estudiado la muchedumbre desde el punto de vista criminal. La muchedumbre es frecuentemente criminal, sin duda, pero también es con frecuencia heroica. Tales son las muchedumbres a quienes se impulsa a dejarse matar por el triunfo de una creencia o de una idea, las muchedumbres se entusiasman por la gloria o por el honor, aquellas a quienes se arrastra casi sin pan y sin armas, como en la Era de las Cruzadas, para librar de infieles la tumba de Cristo….Si sólo hubiéramos de poner en el activo de los pueblos las grandes acciones fríamente razonadas, los anales del mundo registrarían muy pocos hechos heroicos” (De “Psicología de las multitudes”-Editorial Albatros-Buenos Aires 1972).
Algunos analistas políticos describen los movimientos populistas como un fenómeno análogo a una hipnosis masiva mediante la cual el líder conduce casi a voluntad los destinos de una nación. Es por ello que entre sus seguidores podrá encontrarse individuos de distintos niveles intelectuales y sociales. Jean-François Revel agrega: “Millares de individuos pueden encontrarse reunidos en un mismo lugar y no deslizarse hacia un comportamiento de muchedumbre. Por el contrario, dos docenas de participantes de una reunión pueden hacerlo, cuando las pasiones, la animosidad, la credulidad, el capricho y la impaciencia superan al razonamiento. Sabemos que una asamblea bien calentada por un cabecilla puede inclinarse hacia decisiones dementes que cada uno de los individuos que la componen no se hubiera atrevido a tomar solo. El sabio y el ignorante no se diferencian en nada cuando comulgan dentro de una misma exaltación colectiva en la que, dice Le Bon, «el sufragio de cuarenta académicos no es mejor que el de cuarenta aguadores»”.
“No hay ningún elitismo en la noción de muchedumbre según Le Bon. Un grupo humano se transforma en muchedumbre cuando repentinamente se hace sensible a la sugestión y no al razonamiento, a la imagen y no a la idea, a la afirmación y no a la prueba, a la repetición y no a los argumentos, al prestigio y no a la competencia”.
“En el seno de la muchedumbre, una creencia se extiende no por persuasión, sino por contagio. Los demagogos de todos los tiempos siempre han sabido jugar con esos mecanismos irracionales. Historiadores, memorialistas, novelistas, los han descrito a menudo en acción: ningún teórico les había analizado con tanta precisión como Gustave Le Bon, ni había anunciado tan claramente hasta qué punto eran portadores de una degradación e incluso de una destrucción de la democracia”.
“En un artículo de una desconcertante perspicacia, titulado «La evolución de Europa hacia las diversas formas de dictadura», publicado en 1924…, no solamente predijo a Europa días nefastos en una fecha en la que todavía apenas se esbozaba el auge del peligro, sino que enunció un axioma que, hasta hoy día, apenas comienza a ser penosamente aceptado, a saber, que «la dictadura de izquierdas es asimilable a la dictadura de derechas». Sobre todo –y ahí, sin exageración, podemos señalar un rasgo genial-, Le Bon formula, todavía con mayor anticipación, la idea que suministra por adelantado la explicación de la influencia de los medios audiovisuales, en un estadio de la técnica muy anterior a su aparición en la práctica”.
“Advierte que la cristalización de la muchedumbre, realidad ante todo psicológica, «no implica siempre la presencia de varios individuos en un mismo punto». Pues «millares de individuos separados pueden, en un momento dado, bajo la influencia de ciertas emociones violentas, adquirir los caracteres de una muchedumbre psicológica»”.
En la actualidad, podemos apreciar este fenómeno en el terrorismo islámico. Si bien alguien puede aducir que los diversos atentados son cometidos por un reducido número de individuos, se olvida que existe un apoyo tácito de millones de personas a lo largo y ancho del mundo. En una encuesta realizada por una radioemisora de Buenos Aires, luego del atentado a las torres de Nueva York, algo más de la mitad de los encuestados manifestó haber “festejado” ese hecho. De ahí que puede fácilmente conjeturarse que a otro porcentaje importante, tal hecho le puede haber resultado indiferente y un muy limitado porcentaje lo habrá visto como algo negativo ante el sufrimiento de muchos inocentes.
El terrorismo islámico tiene el apoyo explícito del Corán cuando promete que “cada gota de sangre derramada en defensa de la fe tendrá más recompensa que el ayuno y la oración”, por lo cual el creyente que elimina a varios “infieles” tiene cierta certeza de que irá al cielo, finalizando su triste e insignificante vida, para comenzar otra, pero esta vez plena de dicha y felicidad.
A las ideologías que promueven el odio y la violencia, sólo se las puede combatir con “ideologías antídotos”, es decir, con información organizada que pueda convencer de alguna forma a los millones de seres humanos que apoyan en forma directa o indirecta la escalada de violencia.
Le Bon escribió: “Diversas son las causas que determinan la aparición de estos caracteres especiales en las muchedumbres, y que los individuos aislados no poseen. La primera es que el individuo en muchedumbre adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de poder invencible que le permite ceder a instintos que, solo, hubiera seguramente refrenado. Esta falta de freno se dará tanto más cuanto el anónimo de la muchedumbre sea mayor, porque como el anónimo implica la irresponsabilidad, el temor, el sentimiento de la responsabilidad que siempre retiene al hombre, desaparece enteramente”.
“La segunda causa, el contagio, interviene igualmente para determinar en las muchedumbres la manifestación de caracteres especiales, y, al mismo tiempo, su orientación. El contagio es un fenómeno fácil de comprobar, pero no explicado, y que es preciso unir a los fenómenos de orden hipnótico…En una multitud, todo sentimiento, todo acto es contagioso, y contagioso hasta el punto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo. Es ésta una aptitud muy contraria a su naturaleza, y de la cual forma parte una muchedumbre”.
“Una tercera causa, que es mucho más importante, determina en los individuos en muchedumbre, caracteres especiales a veces completamente contrarios a los del individuo aislado. Quiero hablar de la sugestibilidad, en la cual el contagio más intenso es sólo un efecto”.
“Observaciones muy determinadas parecen probar que el individuo, sumergido por algún tiempo en el seno de una muchedumbre tumultuosa, se encuentra bien pronto –por consecuencia de los efluvios que se desprenden de ella o por otras causas que no conocemos- en un estado particular que se aproxima mucho al estado de fascinación en que se halla el hipnotizado en manos del hipnotizador”.
“La personalidad consciente se desvanece enteramente, la voluntad y el discernimiento se pierden. Todos los sentimientos y los pensamientos son orientados en el sentido determinado por el hipnotizador”.
Mientras que los totalitarismos, ya sean políticos o teocráticos, se fundamentan en el gobierno mental que algunos líderes ejercerán sobre hombres que perderán su individualidad, las tendencias democráticas resaltan la individualidad junto a la responsabilidad personal, tratando de que cada hombre eluda cualquier influencia que pueda perturbar su libertad personal.
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