Para poder establecerse todo proceso productivo, confluyen distintos factores. La ausencia de uno de ellos impide que se logren los resultados esperados. Sin embargo, algunos son más fáciles de reemplazar que otros. De ahí que se les haya otorgado una diferente importancia apareciendo una “escala de valores productivos” de la misma forma en que en toda sociedad existe una “escala de valores éticos”. En la actualidad, el principal factor de la producción es el empresario. Ante el grave problema del desempleo, no debe suponerse que las necesidades de la gente están plenamente satisfechas, sino que la cantidad de empresarios es menor que la cantidad óptima que requiere determinada sociedad.
Los países que han advertido la importancia del empresariado, han logrado mejores resultados que aquellos que los descalifican permaneciendo en el subdesarrollo. En tales países, existe una generalizada predisposición a lograr puestos de trabajo en el Estado, o en una gran empresa, pensando llevar una vida segura y sin demasiadas preocupaciones, o bien esperar que un gobierno populista mantenga a quienes pretenden vivir sin trabajar recibiendo parte de lo que el Estado le confisca al sector productivo. La pobre predisposición a establecer una empresa propia, y las dificultades que se deben sortear ante los numerosos escollos que el Estado establece para iniciarlas, favorecen la pobreza y el subdesarrollo.
Los factores de la producción han ido apareciendo junto a las necesidades cambiantes que se le presentaban al hombre. Luis Pazos escribió: “Con la evolución de la humanidad, los factores o elementos que han hecho posible la producción y, en consecuencia, la satisfacción de las necesidades del hombre, han variado en importancia. En la época prehistórica, la tierra o recursos naturales eran suficientes para que el hombre viviera. Al paso del tiempo, se hizo necesario la intervención de otro factor para la satisfacción de las necesidades: el trabajo. El hombre se encontró con que los frutos maduros caídos de los árboles, ya habían sido recogidos por otros y que para comer y vestir necesitaba hacer un esfuerzo, pues los satisfactores brindados espontáneamente por la naturaleza empezaban a escasear”.
“En los tiempos actuales, aunque todavía es posible producir bienes y servicios con la tierra y el trabajo, existen otros factores gracias a los cuales se multiplica la producción y se pueden satisfacer con menor esfuerzo las múltiples necesidades de una inmensa y creciente población: capital y empresa” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1976).
De la misma manera en que, en distintas sociedades, existen distintas escalas de valores, las posturas políticas y económicas atribuyen a distintos factores de la producción como el más importante. El citado autor escribió: “Muchos economistas y sociólogos han dado más importancia a un factor que a otro. Los fisiócratas –escuela económica que floreció en Francia en el siglo XVIII- sostuvieron que el factor tierra era el único que producía riqueza y que los demás factores eran improductivos o estériles. Marx –en el siglo XIX- consideró al trabajo como el único factor que agregaba valor a los bienes durante su elaboración, y a los trabajadores como a los únicos destinatarios de dicho valor. Schumpeter sostiene que es el empresario el personaje central en el desarrollo económico de un país. Otros, afirman que es el capital el factor que ha hecho posible los altos niveles de producción alcanzados en la actualidad”.
Los diversos intereses entran en conflicto en cuanto debe fijarse el porcentaje de las utilidades que logra una empresa, buscándose una distribución justa según la importancia de cada factor. El criterio inmediato, pero poco efectivo, consiste en considerar que, sin uno de los factores, no puede lograrse la producción, por lo cual cada sector productivo supone que el propio es el principal. Paul A. Samuelson escribió: “Los dirigentes laborales solían decir: «Sin el trabajo, la producción es nula; de manera que todo el producto es atribuible al trabajo». Los propietarios del capital empleaban el mismo argumento para llegar al resultado opuesto: «Si quitamos todos los bienes de capital, el trabajo no conseguirá arrancar más que una mísera pitanza a la tierra; de manera que casi todo el producto debería entregarse al capital». Lo peor de estas proposiciones baladíes es que reparten el 200 o el 300 por 100 del producto entre los dos o tres factores que intervienen en la producción, mientras que no existe más que el 100 por 100 de la cosecha para repartir. Y tampoco tiene sentido decir: «Ambas partes tienen algo de razón; así que apliquemos la media de la razón y, contra toda razón, dividimos el producto en partes iguales entre todos los factores». El mundo económico real no es una sala de justicia en la que unos diestros leguleyos anden dilucidando «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace» para resolver el problema social «para quién» (De “Curso de Economía Moderna”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1998).
En cuanto a los porcentajes que se dan en algunos casos concretos, Luis Pazos escribió: “Este problema, que se plantean casi todos los economistas, da lugar a que se hable de injusticia y explotación bajo uno u otro sistema económico”. “Para algunos, la solución más justa sería dar a cada uno una parte equivalente a su participación en el proceso productivo. Si aplicáramos dicho criterio, la parte que se llevarían los capitalistas sería mucho mayor de la que actualmente se llevan”.
“En EEUU, país considerado sede del «capitalismo», más del 95% de la producción de las corporaciones es creada a través de las herramientas o bienes de capital, cuyos propietarios reciben menos del 10% del producto total. Del esfuerzo humano o trabajo sólo proviene un 5% de la energía producida (incluyendo la fabricación y distribución de productos y de herramientas); sin embargo, el factor trabajo recibe cerca del 90% del valor de lo producido. Con base en el criterio antes mencionado, la injusticia se cometería con el capitalista o dueño de los medios de producción. Pero no es en la participación en la producción lo que determina cuánto es lo que corresponde a cada factor, sino su oferta y demanda”.
“Paradójicamente, en EEUU, el país más capitalista del mundo, es donde los trabajadores tienen la mayor retribución por su esfuerzo, y el capitalista, debido a la abundancia relativa de capital, obtiene menos rendimiento; mientras que en los países llamados socialistas o con gobierno de y para los trabajadores, es donde el trabajador obtiene los más bajos rendimientos por su esfuerzo, y el capitalista, que es el Estado, se queda con una mayor proporción: en la URSS más del 50% del valor de lo producido lo retiene el Estado en su carácter de capitalista, terrateniente y empresario”.
“Concluimos que toda distribución de los factores que no esté basada en la ley de la oferta y la demanda disloca o hace irreal el valor de cada uno de ellos y, en muchas ocasiones, lejos de beneficiar al factor trabajo, al que casi siempre se le coloca en el papel de víctima, lo perjudica”.
A nivel de las grandes empresas, incluso de los Estados, se ha sintetizado brevemente a tales factores, esta vez incluyendo aquellos que inciden en las innovaciones tecnológicas, como son la ciencia y la tecnología. Douglas C. North escribió: “El modelo neoclásico, con el supuesto de comportamiento de maximización de la riqueza, vale para cualquier tipo de sistema económico (capitalista, socialista, etc.). La producción de la sociedad es una función del acervo de capital que a su vez consiste en el acervo tecnológico (innovación pasada), el acervo de conocimientos (que junto con las calificaciones de los inventores amplían el acervo tecnológico), el acervo de capital humano (las calificaciones incorporadas en seres humanos para producir), el acervo de capital físico (maquinarias, edificios, etc.), y finalmente el acervo de recursos naturales. Suponiendo una función de producción lineal y homogénea, la producción (Y) puede ser expresada como sigue:
Y = F(N,T,R,P,H)
Donde N es el acervo de conocimientos, T el acervo de tecnología, R el acervo de recursos naturales, y P y H los acervos de capital físico y humano, respectivamente” (De “Economía del largo plazo” de Guido Di Tella y Charles P. Kindleberger-Editorial Tesis SA-Buenos Aires 1989).
En cuanto a la actitud que todo individuo debe lograr, para adaptarse a los requerimientos de los factores de la producción, puede decirse que tal adaptación no sólo implica una ventaja individual, sino que resulta ser una imperiosa necesidad. A las siempre presentes aptitudes laborales y morales, debe agregarse la búsqueda intelectual de superación mediante el conocimiento adquirido. De ahí que la educación constituye, más que nunca, la base cultural y material de toda la sociedad; en este caso, a partir de una mejora del capital humano apto para el desempeño en cuestiones económicas.
El crecimiento de una economía se ha de establecer siguiendo una secuencia que va desde la educación, que debe favorecer la ética y el conocimiento, como así también los hábitos de trabajo, ahorro e inversión. Sin embargo, bajo gobiernos populistas, se le hace creer a la sociedad que un país crece cuando crece el consumo, mientras que en realidad crece con el aumento de la inversión productiva, es decir, tanto con el incremento de capital físico como humano. North agrega: “El crecimiento de la producción y el crecimiento de la producción per capita serán determinados por la fracción de ingreso ahorrado (es decir, la tasa de inversión en la ampliación del acervo de capital) y la tasa de crecimiento de la población. Una tasa más alta de crecimiento de los ahorros que de la población conducirá al crecimiento del ingreso per capita”.
En realidad, la mayor parte de las economías nacionales, tanto de los países desarrollados como de los subdesarrollados, priorizan el consumo, a través del crédito, antes que la inversión, muchas veces consumiendo más allá de las reales posibilidades. De ahí que la mayor parte de las economías nacionales son inestables y susceptibles de caer en alguna crisis importante.
Así como la salud del paciente depende de su herencia genética y de sus hábitos de vida, y no tanto del nivel alcanzado por la medicina y por los médicos, la “salud económica” de las diversas sociedades no depende tanto del nivel alcanzado por la ciencia económica y por quienes trasmiten sus conclusiones, sino de los hábitos generalizados de la sociedad.
Tanto la adaptación cultural al orden natural como la adaptación a la economía de mercado implica que quienes tienen desmedidas ambiciones materiales, las moderen, mientras que quienes tienen mínimas ambiciones de ese tipo, las incrementen, siendo ésta la manera en que el empresariado mejore su función social; y sobre todo, cuando se vaya incorporando una mayor cantidad de personas a la clase emprendedora.
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