Pueden sacarse varias conclusiones en función de los atributos morales de los ídolos políticos aclamados por una nación. Si un gran sector apoya fanáticamente a políticos corruptos, ello implica que se trata también de un pueblo corrupto, ya que es el que elige a sus gobernantes, o los apoya tácitamente, por lo cual se puede encontrar en ese hecho una explicación suficiente para entender por qué un país no puede salir de sus crisis recurrentes. Este es el caso de la Argentina, orientada y dirigida por el peronismo y el kirchnerismo. Puede aducirse que existieron otros movimientos políticos que también fueron negativos en su gestión, como el Partido Radical o el “Partido Militar”, pero debe advertirse que en estos casos nunca existió un fanatismo comparable.
Desde la Iglesia Católica fue establecida una lista de pecados para complementar los mandamientos bíblicos, ya que toda sugerencia ética debe enunciar tanto lo que debe hacerse como lo que no debe hacerse, es decir, debemos conocer tanto las virtudes que debemos poseer como los pecados que debemos evitar. Es interesante observar que, de los siete pecados capitales, el primero es el más importante, incluso porque en cierta forma incluye a los demás. Este es el caso de la soberbia, propia de los líderes populistas, que resulta ser la clave para entender los restantes pecados, y para entender el subdesarrollo inevitable que debe padecer una nación cuando es guiada ideológicamente, no por el cristianismo, sino por el anti-cristianismo.
Mientras que el orgullo legítimo, motivado por el logro de objetivos honestos, no debe considerarse un pecado, la soberbia resulta ser un orgullo ilegítimo al que se llega, muchas veces, para compensar la ausencia de virtudes morales. En el siguiente texto se utiliza la palabra “orgullo”, aunque el traductor debió seguramente utilizar la palabra “soberbia”, que es el más importante de los pecados capitales. Entender la soberbia es una forma de entender a la Argentina. Vernon Grounds escribió: “Orgullo [soberbia] es el concepto exagerado y deshonesto que uno tiene de sí mismo, una autoimagen que queremos que los demás acepten aunque seamos conscientes, totalmente o en parte, de su falsedad. «Yo quiero que la gente se fije en mí, me admire, me alabe, me envidie, me halague y me idolatre. Quiero que la gente me conceda un valor, una importancia, un honor, una reputación y un significado que no merezco. Y quiero que lo hagan porque me atribuyo a mí mismo un valor, una importancia, un honor, una reputación y un significado que estoy convencido que no merezco, pero que quiero poseer»”.
“Al estudiar el orgullo, lo primero que necesitamos observar es lo siguiente: El orgullo no es sólo pecado en sí mismo; es además la fuente de todos los otros pecados. Existe un análisis tradicional de los pecados que se remonta a tiempos antiguos y que menciona la gula, la pereza, la lujuria, la envidia, el enojo y la avaricia pero pone en primer lugar, delante de todos, el orgullo”.
“¿Por qué? ¿Por qué poner el orgullo antes que la gula? Simplemente porque es el factor clave en el pecado de la gula. Por orgullo quiero más comida y más bebida de la que necesito. Por orgullo quiero gratificar abundantemente mis apetitos. Por orgullo quiero que mi sentido del gusto trabaje al máximo, saboreando sensaciones deliciosas”.
“¿Por qué poner el orgullo antes que la pereza? También aquí el orgullo es un factor clave. Por orgullo quiero no tener que trabajar. Por orgullo quiero ahorrarme la fatiga y la tensión. Por orgullo quiero ser perezoso e indolente mientras alguien trabaja por mí”.
“Pero ¿por qué poner el orgullo antes que la lujuria? Es lo mismo. Por orgullo quiero para mí la gratificación del sexo; y para conseguirlo no voy a reparar en la persona y los sentimientos del otro, pues veo en ella sólo un instrumento para satisfacer mis propias inclinaciones e instintos”.
“¿Por qué poner el orgullo antes que la envidia? Es lo mismo. El orgullo es el factor esencial de este pecado. Por orgullo codicio lo que justamente pertenece a mi prójimo. Por orgullo no tendría reparos en robarle para enriquecerme yo. Por orgullo no tengo en cuenta lo que él pueda perder si yo consigo ganar”.
“¿Por qué poner el orgullo antes que el enojo? De nuevo, el orgullo es el factor principal. Por orgullo me ofendo y me opongo a todo lo que representa una amenaza para mis valores. Además, por orgullo anhelo sentirme bueno; y para sentirme bueno estoy dispuesto a hacer que alguien se sienta malo. De hecho, puedo desear apasionadamente humillarle, herirle y quizás aún destruirle”.
“¿Por qué poner el orgullo antes que la avaricia? Como en los otros pecados, el orgullo es el factor clave. Por orgullo quiero dinero, y quiero los artículos que con dinero puedo conseguir para mí y para los míos. Quiero poseer estas cosas para deleitarme yo mezquinamente en ellas, no para hacer el bien, sino para quedármelas en beneficio de mi propio yo y para mi satisfacción” (De “El Evangelio y los problemas emocionales”-Libros Clie-Terrassa 1980).
En los 80’, un destacado futbolista argentino, se dignaba a “aclarar”, frente a las masas que lo idolatraban, que “no era Dios”. En la actualidad, un importante sector de la población idolatra a los Kirchner quienes asumieron, de hecho, el lugar de “dioses populares” a pesar de ser los responsables y creadores de una asociación delictiva que saqueó al país durante más de una década. En otras épocas, las masas escribían consignas tales como: “Criminal o ladrón, queremos a Perón”.
El culto a la personalidad es una forma bastante común de idolatría ya que compite con la religión, resultando típica en los populismos y en los totalitarismos. El citado autor escribió al respecto: “Hemos de observar una segunda característica en relación con esta autoimagen exagerada y deshonesta. El orgullo busca como meta última una deificación del yo. Quizás esto te parezca absurdo. Afirmar que el orgullo tiene como propósito final una deificación del yo te puede parecer francamente ridículo. Pero el famoso filósofo del siglo XX Bertrand Russell señaló en cierta ocasión: «A todo hombre le gustaría ser Dios si esto fuese posible; unos pocos encuentran difícil admitir la imposibilidad». O pensad en la frenética insistencia de Nietzsche al decir que si el hombre quiere ser genuinamente independiente (con esto Nietzsche se refiere a un ser autosuficiente en cuanto a autoridad y poder) debe denunciar la existencia de Dios como una mentira. El hombre, arguye, podrá elevarse sobre sí mismo y llegar a ser un superhombre, liberándose de las ligaduras impuestas por el cristianismo acerca de la limitación del yo, sólo cuando destrone a Dios. Nietzsche expresa esta insistencia con un aforismo: «Si hubiera dioses, ¿cómo podría yo resistir la tentación de ser un dios? Por consiguiente, no hay dioses»”.
“O bien, poniendo otro ejemplo, consideremos la filosofía de Jean Paul Sartre. Tenemos aquí una afirmación que encontramos en su obra principal, El ser y la nada: «La mejor forma de concebir el proyecto fundamental de la realidad humana es afirmando que el hombre es aquel ser cuyo proyecto es convertirse en Dios…ser hombre significa esforzarse por ser Dios. O si se prefiere, el hombre fundamentalmente es el deseo de ser Dios»”.
Mientras que Nietzsche fue invocado por varias figuras representativas del nazismo, Marx y Lenin, con ideas algo similares respecto de Dios, fueron los promotores más “exitosos” de la soberbia a nivel mundial, intentando dirigir a la humanidad imponiendo sus criterios personales con un total desconocimiento e inobservancia de las leyes naturales, o leyes de Dios. De ahí que en la Argentina tanto el nazismo como el marxismo-leninismo despierten bastante simpatía en peronistas y en kirchneristas, respectivamente. Vernon Grounds agrega: “Obvia decir que este es el origen venenoso de la riada que ha llenado la humanidad de dolor y frustración desde entonces. ¿Piensas, por tanto, que es una exageración decir que el orgullo busca en último lugar una divinización del yo? Como veis, de forma lógica pero distorsionada el orgullo concede una importancia tan extraordinaria al yo, que el ser humano quisiera igualarse a Dios. Y aún este no es el aspecto más negativo de esta autoimagen deshonesta y exagerada; el orgullo llegaría incluso a destronar y destruir a Dios”.
“Esto es exactamente lo que tenía en mente Karl Marx cuando, en su juventud, escogió como punto central de su tesis doctoral la frase de Prometeo: «Odio todos los dioses». Y más tarde, Marx instó al hombre a convertirse en su propio sol. Durante un tiempo, como recordaréis, se pensaba que el sol daba vueltas alrededor de la tierra, pero más tarde se descubrió que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Por ello Marx se burló de la idea cristiana de que Dios es el sol y el hombre meramente un satélite insignificante en el sistema solar de la realidad. En otras palabras, Marx insistió en que el hombre debe dejar a Dios de lado, o más exactamente negar la existencia misma de Dios, haciéndose él mismo el centro ordenador del cosmos”.
Muchas veces, no se busca reemplazar la soberbia con la humildad, sino que se la trata de disfrazarla con la hipocresía. Uno de los síntomas de la soberbia es la actitud aquella de descender del podio imaginario cada vez que el soberbio accede a relacionarse con el hombre común. “Hemos de ajustarnos a un concepto realista de nosotros mismos, aunque no nos guste, sin dejarnos llevar por un optimismo desmesurado ni tampoco por un pesimismo injustificado: ¡No hemos de «hincharnos» pero tampoco «deshincharnos»! ¿Por qué decimos esto? Simplemente porque cuando el concepto de nosotros mismos es inferior a la realidad, es una postura de falsa humildad; en el fondo, es un orgullo a la inversa. La falsa humildad no es más que hipocresía. Es la actitud que nos lleva a orar secretamente diciendo: «Señor, hazme humilde y que lo vean los demás»”.
La tradición cristiana asocia los pecados capitales al anticristo, figura simbólica (al menos para muchos) que representa el mayor alejamiento a los mandamientos cristianos. Como ha ocurrido muchas veces en la historia, aparece cierta admiración del pueblo por ese personaje del mal. Esto puede comprobarse en la Argentina cuando un importante sector de la población muestra un incondicional apoyo y lealtad hacia la asociación delictiva constituida por el kirchnerismo. Samael Aun Weor escribió: “La autosuficiencia del anticristo, el orgullo y la soberbia que posee son algo insoportable. El anticristo odia a muerte las virtudes cristianas de la fe, de la paciencia y de la humildad”.
“El anticristo ha elaborado un programa del robot humanoide, y el robot se arrodilla humildemente delante de su patrón. ¿Cómo podría el robot dudar de la sabiduría de su patrón?” (De “La gran rebelión”-Movimiento Gnóstico Italiano-Varese 1992).
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