Tanto el judío como el cristiano viven su religión con la esperanza de la llegada de un Mesías que orientará a los hombres y dará inicio a una etapa de esplendor de la humanidad. Mientras que, para el cristiano, el Mesías ya estuvo entre nosotros y espera su nueva presencia, para el judío todavía no llegó.
Karl Marx presenta en el siglo XIX una innovación de importancia, ya que supone que el mesías esperado no ha de estar encarnado en un hombre, sino en un pueblo, o más concretamente, en una clase social determinada. De ahí surge la “ley de Marx”, que sostiene que el proletariado (la clase social mesiánica) sólo posee virtudes y carece de defectos, mientras que la burguesía (la clase social perversa) carece de virtudes y sólo posee defectos. Nicolás Berdiaev escribió: “No hay que buscar la esencia del marxismo en su fase objetivamente científica, evolucionista, dirigida hacia el desarrollo de las fuerzas materiales productivas. No es eso lo que hace de él una religión y lo que inspira y entusiasma a las masas. Éstas no podrían entusiasmarse por la noción de desarrollo económico. Hay dos almas en el marxismo, y es lo que explica la contradicción lógica y moral que hemos intentado demostrar. Su lado objetivo, moral y religioso, ligado a la idea de la misión universal del proletariado, a la lucha de clases y a la justicia absoluta, que ha de nacer de esa lucha. La idea del mesianismo proletario, la idea de que el proletariado tiene una misión especial que cumplir en el mundo, que está llamado a libertar a la humanidad, a procurarle fuerza y felicidad, a resolver todas las cuestiones angustiosas de la vida: he ahí en lo que consiste la creación más original de Marx. Fueron numerosos los que antes que él habían expresado sus pensamientos hablando de materialismo económico y de la lucha de clases en la historia. Pero tan sólo él enunció con profunda genialidad la idea de que el proletariado es el mesías, el libertador y el salvador de la humanidad”.
“El viejo pueblo de Israel creía ser el pueblo de Dios, de cuyo seno saldría el Mesías, el Enviado, el Salvador, que le llevaría al Reino de Dios. El pueblo mesiánico posee cualidades diferentes que las de todas las otras razas de la Tierra; es excepcional, está más cerca de Dios y posee una Verdad que no conocen los demás pueblos. Marx era un israelita y en su subconsciente, como en todos los israelitas notables, subsistía una concepción mesiánica. Se había desprendido de las raíces religiosas de su pueblo, perdió la fe en Dios y se hizo materialista. Pero la imagen espiritual del hombre no puede ser determinada por sus teorías intelectuales”.
“Marx permaneció israelita hasta la médula, creía en la idea mesiánica, en la venida del Reino de Dios a la Tierra, aunque ésta se realizara sin Dios. Pertenecía a la especie de hebreos que renegaron de Cristo y no reconocieron en Él al Mesías que esperaban y que debía traer a la Tierra la realización del reino de justicia y felicidad. Confesaba bajo una forma seglar, es decir, ajeno a las raíces religiosas, el antiguo milenarismo israelita. Pero ya no fue para Marx el pueblo hebreo el pueblo elegido de Dios. El Mesías, renegado por el pueblo israelita, murió como un esclavo, crucificado; no realizó, por consiguiente, la verdad, la justicia, la felicidad, la fuerza en la Tierra. Su Reino no era de este mundo”.
“El nuevo Mesías vendrá con fuerza y realizará con gloria todas las esperanzas mesiánicas, su reino será el reino de este mundo. Este mesías se apareció a Marx bajo los rasgos del proletariado, de la clase obrera. Marx le atribuyó todas las virtudes del pueblo mesiánico y le concedió las más excelsas del antiguo pueblo de Israel. El proletariado, según él, exento del pecado original de explotación, mientras las demás clases quedan supeditadas al mismo, es puro y ha de representar el tipo más moral de la humanidad futura. En él se manifiestan las naturalezas auténticas del hombre y del trabajo. La Verdad que concierne a la concepción materialista de la historia, la lucha de clases, la creación de todo valor por medio del trabajo, y, en fin, su propia vocación, le ha sido revelada. El proletariado debe desenvolver la fuerza organizadora del hombre y llevarla a la victoria de la economía sobre la naturaleza y la anarquía social inherentes a la sociedad burguesa capitalista”.
“Ha de arrancar el velo de todas las ilusiones y las autosugestiones anteriores de la humanidad. Borrará la lucha de clases, suprimirá su existencia, creará la unión en la humanidad y la conducirá hacia la armonía. El triunfo de la revolución universal del proletariado pondrá término al reino de la Necesidad, en el cual vivía antes la humanidad, e inaugurará el reino de la libertad con el socialismo”.
“Por consiguiente, la historia no comienza realmente más que después del triunfo del proletariado. Lo que le precedió no fue más que un prólogo. Su victoria partirá a la historia universal en dos. Una nueva era universal empezará. El proletariado consciente, siendo la única, verdadera humanidad, coincidirá en sus intereses con los de la colectividad”. “Esta naturaleza del proletariado no ha podido ser revelada por una ciencia objetiva, pues no puede más que ser objeto de fe, que según San Pablo, es la afirmación y la demostración de las cosas invisibles. Lo que se revela a los ojos de Marx y de los marxistas es una entidad que no puede verse ni cabe en el conocimiento científico”.
“El proletariado tomado en su conjunto, poseyendo una naturaleza única, no existe. En épocas y países diferentes, en dominios diferentes de trabajo posee naturalezas múltiples, intereses varios y estado de espíritus. El marxismo no se preocupa del proletariado efectivo tal como aparece en la historia; pero sí de la «Idea» del proletariado. Cree en esta «Idea», a la cual la clase obrera, en sus diferentes manifestaciones, puede muy bien no corresponder con la realidad. Su método no es un método empírico. El marxismo, en cuanto a concepción integral, no está basado sobre la experiencia histórica; la contradice. Parte de concepciones aceptadas ciegamente. La idea del mesianismo proletario presenta en sí todos los síntomas de la fe religiosa. Las propiedades empíricas, efectivas, del proletariado no autorizan de ningún modo semejante fe” (De “El cristianismo y el problema del comunismo”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1968).
En la actualidad, desde la Iglesia Católica, se promueve una actitud similar a la impulsada por el marxismo. En lugar de hablar del “proletariado”, se habla de los “pobres” y del “pueblo”. En lugar de hablar de la “burguesía”, se habla de la “oligarquía”, que incluye la clase media. El Papa Francisco utiliza un lenguaje peronista, aunque el contenido de sus prédicas se asemeja bastante al de Marx. Loris Zanatta escribió: “¿Cuál es la idea de pueblo en Francisco? Su pueblo es bueno, virtuoso, y la pobreza le confiere una innata superioridad moral. En los barrios populares, dice el Papa, se conservan la sabiduría, la solidaridad, los valores evangélicos. Allí está la sociedad cristiana, el depósito de la fe. Más aún: ese pueblo no es para él una suma de individuos sino una comunidad que los trasciende, un organismo viviente animado por una fe antigua, donde el individuo se disuelve en el Todo”.
“En cuanto tal, ese pueblo es el Pueblo Elegido que custodia una identidad en peligro. No por nada la identidad es otro de los pilares del populismo de Bergoglio: una identidad eterna e impermeable frente al devenir de la historia, propiedad exclusiva del pueblo; una identidad ante la cual toda institución o Constitución humana debe inclinarse para no perder la legitimidad que le confiere el pueblo. Es claro que tal noción romántica del pueblo es discutible y que también lo es la superioridad moral del pobre. No hay que ser antropólogo para saber que las comunidades populares tienen, como toda comunidad, vicios y virtudes. Y lo reconoce, contradiciéndose el mismo Pontífice, cuando establece un nexo de causa y efecto entre pobreza y terrorismo fundamentalista; un nexo por otra parte improbable”.
“¿Cuál es el peor daño provocado por esta oligarquía? La corrupción del pueblo. La oligarquía mina las virtudes, la homogeneidad, la espontánea generosidad, como un Diablo tentador. Vistas así, las cruzadas de Bergoglio contra la oligarquía, por más que se repitan el lenguaje de la crítica post-colonial, son herederas de la cruzada antiliberal que los católicos integristas llevan adelante desde hace dos siglos”.
“Una cronista le preguntó al Papa por qué nunca habla de la clase media. ¿Qué rol tendrá en el mundo bipolar del populismo papal? Con amabilidad, Francisco le agradeció la sugerencia y le prometió decir algo al respecto. Luego recordó que algo había dicho en el pasado. Y es verdad: la clase media es una clase colonial que contagia al pueblo con el ethos individualista. Por lo tanto nunca escondió su predilección por los movimientos políticos y sociales populares y su rechazo a las clases medias”.
El alicaído comunismo cuenta todavía con acérrimos defensores. Al menos quienes sostienen y predican ideas similares a las de Fidel Castro, no pueden alegar estar distanciados de la ideología marxista-leninista, aun cuando luzcan un buen disfraz cristiano. Zanatta agrega: “A propósito de Cuba, viaje que merecería un capítulo aparte, sobresalen algunos pasajes. El primero es el discurso de Bergoglio a los jóvenes cubanos. No sólo no hay mención a la libertad y a la democracia, sino que el Papa los alertó: atención con el consumismo, les dijo a quienes apenas saben qué es el consumo; cuídense del individualismo, alertó allí donde el individuo está obligado a hacer lo que dice el Estado, arriesgando la cárcel si desobedece”.
“Parecerían chistes grotescos si no respondieran a su idea de pueblo: sabe bien que el castrismo es hijo legítimo de la tradición populista; que el comunismo de Castro es una desviación secular del mensaje evangélico, fenómeno difundido en toda la catolicidad latina. En efecto, lo que dice el Papa recuerda los largos discursos en los que Fidel Castro ilustraba la transformación de Cuba como una reducción jesuítica de nuestros tiempos. Lo que le preocupa a Bergoglio es mantener a Cuba en el recinto populista evitando que el pueblo pierda la religiosidad que ese régimen tan austero ha preservado, si bien bajo otro nombre. El imperativo no es liberarlo, sino salvarlo de las sirenas capitalistas, del contagio liberal”.
“Pero la manera en que el Papa mira a Cuba se manifestó con candor cuando un periodista le preguntó por qué no había recibido a los disidentes. ¿Sabe que muchos fueron arrestados para que no se encontraran con usted? No sé nada, respondió Francisco, y de todas maneras no concedió entrevistas privadas a nadie. «No sólo los disidentes pidieron audiencias, incluso un jefe de Estado lo hizo». Así, puso en el mismo plano la foto con el Papa que un dignatario esperaba llevar a su país y los familiares de los prisioneros políticos en busca de consuelo. ¿Cómo es posible? Él mismo nos ayuda a entenderlo: poco antes había dicho que los derechos humanos no se respetan en muchos países del mundo. Para luego agregar: hay países europeos que por diferentes motivos no te permiten siquiera llevar signos religiosos. Por lo tanto, las leyes laicas francesas, ya que a ellas aludía Bergoglio, violarían los derechos humanos no menos que la sistemática negación cubana de todo derecho civil y político. ¿Una enormidad? Claro que sí. Pero así son las cosas para el Papa: la medida de la legitimidad del orden social es su fidelidad o no a la identidad religiosa del pueblo, entendido como lo entiende el populismo. De laicidad ni siquiera el sabor” (De la Revista “Il Mulino”-Marzo 2016)
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1 comentario:
Este artículo es simplemente Magistral
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