El proceso de la globalización económica tiende a aceptarse siempre y cuando se sustente en nuestras preferencias ideológicas personales. De lo contrario, se lo criticará y se buscará denigrarlo. Así, los sectores populistas y marxistas se oponen a la globalización económica que adopta a la economía de mercado, mientras que no tuvieron mayores inconvenientes en apoyar los intentos imperialistas de la URSS cuando pretendía globalizar al socialismo y a su economía planificada desde el Estado.
Uno de los argumentos empleados es la posible pérdida de la identidad nacional que padecerán los diversos pueblos ante la “uniformidad” que habría de provocar la globalización económica vía mercado, olvidando que en la época de Mao-Tse-Tung los chinos utilizaban una misma vestimenta evidenciando la mayor uniformidad posible. Jorge Bergoglio escribió: “Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo”.
“Todos los pueblos se fusionan en una uniformidad que anula la tensión entre las particularidades”. “Esta globalización constituye el totalitarismo más peligroso de la posmodernidad. La verdadera globalización hay que concebirla no como una esfera sino como un poliedro: las facetas (la idiosincrasia de los pueblos) conservan su identidad y particularidad, pero se unen tensionadas armoniosamente buscando el bien común” (Del Prólogo de “Una apuesta por América Latina” de Guzmán Carriquiry-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
Es oportuno aclarar que la uniformidad proviene de las economías planificadas desde el Estado (socialismo), mientras que las economías de mercado se basan esencialmente en la competencia y la innovación. Como los planificadores estatales son muy pocos y los innovadores son muchos, la uniformidad se da más fácilmente en el primer caso. De todas maneras, los sectores socialistas no deben desconocer que la globalización económica capitalista ha sacado de la pobreza a decenas de millones de personas, especialmente en China e India, mientras que los regímenes socialistas, como el de Cuba y el de Venezuela, ha marchado en sentido inverso.
Un sistema individualista tiende a ser muchos menos uniformador que un sistema colectivista. Incluso los intentos por anular todo vestigio de individualidad, por parte del marxismo-leninismo en el poder, tuvieron el alto costo de decenas de millones de víctimas inocentes. De ahí que Francisco parece ignorar las grades catástrofes sociales producidas por el colectivismo anti-individualista al cual adhiere. Loris Zanatta escribió sobre el Papa: “La defensa de la identidad del pueblo, especie de ave fénix, oscurece el Estado de derecho, cuyos principios son considerados inapropiados instrumentos de las clases coloniales [la clase media, según Francisco] contra la virtud del pueblo. El populismo vuelca así su impulso maniqueo en la arena política. Resultado: la dialéctica política se transforma en guerra entre pueblo y anti-pueblo; el Apocalipsis es una profecía auto-cumplida; la redención sigue siendo un sueño insatisfecho. Lo cual no impide, sin embargo, que Francisco, afligido por la idea de la globalización infecta y mata las identidades del pueblo, diversas entre ellas pero todas signadas por la religiosidad, invoca una defensa a ultranza”.
“A ello apunta cuando se rebela contra la uniformidad que el capital impondría al mundo; cuando reclama pluralismo, un concepto que Bergoglio conjuga de manera personal: nuevamente como pluralidad de pueblos y no de individuos; por más que muchos pueblos no admitan pluralismo en su interior. No obstante es obvio que las identidades no son inmunes al cambio, que están sujetas a mezclarse entre sí. La imputación del Papa que acusa a la globalización de colonizar la identidad del pueblo fue antes dirigida a la cristiandad, cuando se plasmaron las identidades populares que hoy Francisco defiende como si fueran eternas y estáticas”.
“Pero cuántas charlatanerías abstrusas, se me dirá: la sustancia es que el Papa defiende a los pobres y denuncia a los poderosos. El resto es artificio intelectual, actividad que Francisco ama tan poco que a menudo repite que la Realidad es superior a las Ideas. La tradición populista es, por otra parte, anti-intelectual por definición. El argumento es tan fuerte, tan definitivo al poner a quien lo afirma en una posición de superioridad moral, que no deja mucho margen a las objeciones”.
“Al laico, enfermo de dudas, a quien el estudio de la historia le ha enseñado que a menudo las mejores intenciones hacen más daño que el granizo y alejan los objetivos que se querían alcanzar, algunas preguntas le surgen espontáneamente. La primera es si las imprecisas ideas que el Papa expone sobre economía son las más adecuadas para reducir las desigualdades sociales y la pobreza. Lo dudo. Y sé que muchos también lo hacen. El Papa no es un economista y no está obligado a dar recetas. Me parece justo. Pero dado que es sacrosanto y se manifiesta sobre tales materias, también será lícito expresarse sobre si están fundados o no sus diagnósticos y las terapias a las que alude: en síntesis, mucho menos mercado, mucho más Estado; la economía tendría que basarse en principios morales y no en la lógica de los beneficios. Lo cual, digámoslo, no constituye una gran novedad. El hecho es que los modelos económicos populistas a los que alude Francisco nunca dieron buenos resultados: ni en términos de creación de riqueza para distribuir, ni en la reducción estructural de las desigualdades. Las economías populistas fabricaron pobreza en nombre del pobre y su herencia suele pesar sobre las generaciones futuras. ¿No será excesiva la hostilidad del Papa por el mercado?” (De “Un Papa populista”-Revista “Il Mulino”-Marzo 2016).
Mientras que el liberalismo deja un amplio margen de acción a la religión, la filosofía y las ciencias sociales, en cuanto a promover sugerencias éticas que impidan que la libertad inherente a la economía libre caiga en el libertinaje, el socialismo tiende a reemplazar todo tipo de sugerencia ética suponiendo que los principios morales necesarios serán absorbidos por todo habitante una vez que se imponga una economía colectivista.
Loris Zanatta agrega: “El más intrigante nudo del pensamiento de Francisco nos lleva a su reflexión sobre los pobres, entendidos como categoría sociológica, y al Pobre, en el sentido espiritual. El dilema es claro: por un lado, el Papa lanza dardos contra el injusto sistema económico, causa de la difundida pobreza en el mundo; pero, por otro lado, señala al Pobre como la quintaesencia de las virtudes que hay que preservar. ¿Francisco subscribiría la famosa frase de Olof Palme, «Nuestro enemigo no es la riqueza, sino la pobreza»”.
“Frente al riesgo de que con la pobreza desaparezcan las virtudes cristianas del Pobre, ¿prefiere entonces un mundo de pobres? Esto se desprende de su explícita postura frente a la pobreza. No queda claro. Bergoglio se expresa algunas veces contra la pobreza, y en otras, en defensa del Pobre. Quizás piense, como Fidel Castro, que cuando la riqueza comienza a corromper y a contaminar al pueblo, entonces hay que preservar algo más potente que el dinero: la conciencia. Lástima que esto presuponga la existencia de un Estado ético que se arrogue el derecho de plasmar la «conciencia» del pueblo y de establecer lo que está bien o mal para él: un Estado totalitario, heredero del antiguo ideal del Estado confesional, por el cual no excluyo que Francisco sienta nostalgia”.
“Mientras tanto, suceden muchas cosas y se plantean enormes interrogantes sobre los fundamentos de su visión del mundo y sobre la noción de pueblo que lo inspira; y, por ende, sobre la eficacia de que la Iglesia restituya su relevancia perdida. Las sociedades modernas, también en el sur del mundo, siempre son más articuladas y plurales. Hablar de un pueblo que protege identidades puras e intrínsecas de religiosidad es a menudo un mito que no se corresponde con la realidad”.
“No tiene sentido seguir considerando a las clases medias, que han crecido enormemente y están ansiosas por poder consumir más y tener mejores oportunidades, como clases coloniales enemigas del pueblo. Muchos pobres de ayer hoy forman parte de las clases medias. El mercado religioso se encuentra en una rápida evolución y la secularización avanza a pasos agigantados. Incluso en el plano político, los populismos con los que el Papa comparte muchas afinidades, sufrieron muchos golpes, especialmente en América Latina, tanto que lleva a sospechar si no están quedando huérfanas del pueblo que invocan”.
Las crisis sociales que afectan a los pueblos no se han de solucionar desde el ámbito propio de la economía, y muchos menos desde economías planificadas o totalitarias. Las crisis sociales se producen esencialmente ante la ausencia de un sentido de la vida compatible con las leyes naturales que conforman el orden natural. Si la Iglesia Católica renuncia a predicar la ética cristiana y se dedica a promover la Teología de la Liberación, que es esencialmente marxismo-leninismo con disfraz cristiano, pocas probabilidades de mejora social habrá en los países mayoritariamente católicos.
Quienes, como Francisco, consideran que el capitalismo es algo perverso y el socialismo algo benigno, parecen desconocer que en las sociedades tradicionalmente capitalistas, como los EEUU, el cristianismo tiene una importante acogida, mientras que durante la vigencia del socialismo soviético, la religión fue perseguida hasta niveles extremos. El actual Papa debería dedicarse a predicar los Evangelios en lugar de promover las divisiones sociales que tanto daño le han hecho a la humanidad. Culpar a los sectores productivos, a los empresarios y a las clases medias, como culpables de todos los males existentes, sólo permite acentuar los conflictos y el odio entre sectores.
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