Es posible describir al vínculo existente entre los distintos seres humanos en base a las componentes afectivas de nuestra actitud característica (amor, odio, egoísmo e indiferencia). Debe completarse tal descripción considerando la atención y dedicación mental que adicionalmente les otorgamos a los demás. Daniel Goleman escribió: “La empatía –percibir las emociones de otro- parece ser tanto fisiológica como mental, y se construye al compartir el estado interior de otra persona. Esta danza biológica ocurre cuando cualquiera siente empatía con otra persona; el que experimenta la empatía comparte sutilmente el estado fisiológico de la persona con la que está sintonizando” (De “Inteligencia emocional”-Editorial Planeta Mexicana SA-México 2000).
Cristo, en su primer mandamiento, sugiere “amar a Dios” con “toda tu mente”, lo que implica que la idea de Dios debe ocupar una fracción importante del tiempo que disponemos para nuestros pensamientos. Todo indica que el tiempo mental concedido a una persona está bastante relacionado con los afectos y con la importancia otorgada a esa persona. Así, si alguien ama a su hijo intensamente, ello implica que las penas y alegrías de ese hijo serán compartidas, incluso con mayor intensidad. Simultáneamente, la fracción de tiempo de sus pensamientos, dedicada al hijo, será también bastante importante.
La importancia que otorgamos a una persona, no sólo depende del tiempo mencionado, sino de la fracción de nuestra memoria reservada para ella. Se comenta que Napoleón Bonaparte se acordaba de los detalles y acontecimientos de la vida particular de la mayor parte de sus miles de soldados. Este hecho era interpretado como una muestra de la importancia que el líder militar concedía a cada uno de sus subalternos. De ahí el apoyo que recibió de parte de quienes lo acompañaron en su aventura imperialista por muchos países.
Nuestro cerebro, cuando realiza un pensamiento en base a palabras, estableciendo un monólogo interior, puede realizar un pensamiento por vez, de ahí que tenga mayor importancia la fracción de la memoria que destinamos a otras personas que la fracción de tiempo mencionada. Ernest Renan escribió: “Si me ofreciesen un oficio manual que, mediante cuatro o cinco horas de ocupación diarias, pudiese bastarme, renunciaría por él a mi título de profesor de filosofía; porque, al no ocupar ese oficio más que mis manos, distraería menos mi pensamiento que la necesidad de hablar durante dos horas de algo que no es el objeto actual de mis reflexiones” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
El deseo de Renan fue realizado unos siglos antes por Baruch de Spinoza, quien rechaza un ofrecimiento de una cátedra en la universidad de Heidelberg, optando por continuar con su oficio de pulidor de lentes.
Puede decirse que la calidad del vínculo depende de las componentes afectivas, mientras que su intensidad depende de la fracción de la memoria dedicada a la persona considerada. Así, los regalos que se hacen para determinadas fechas, tienen como finalidad agradar a la persona homenajeada a la vez que se espera que el homenajeado asocie posteriormente el objeto recibido con quien se lo obsequió. Puede entonces hacerse la siguiente síntesis:
Calidad del vínculo: depende de las componentes afectivas de nuestra actitud característica.
Intensidad del vínculo: depende del tiempo mental y de la fracción de memoria dedicada a la otra persona.
Muchas veces se dice que alguien puede sentirse solo aún cuando esté rodeada de muchas personas. Ello se debe a que predomina la sensación de que los demás no nos dedicarán ningún pensamiento, ni existiremos en su memoria, una vez que finalizó el encuentro circunstancial; es decir, la sensación de que uno no existe en la mente de otros.
Existir, entre otras cosas, implica estar de alguna forma en la mente de los demás. De ahí que el recuerdo de las personas que ya no están entre nosotros, resulta ser una forma de prolongar su influencia en los demás. Como ha ocurrido en muchos casos, tal influencia puede resultar mayor una vez desaparecidos que cuando estaban vivos.
En una época en que se advierte una importante cantidad de niños que ven sólo ocasionalmente a alguno de sus padres, adquiere importancia el concepto de calidad de la relación e intensidad del vínculo. Si bien nunca resulta ser una situación ideal, al menos un aumento de la calidad y de la intensidad de la relación puede en parte compensar la ausencia de tiempo compartido.
En el otro extremo, encontramos al odio, por el cual la alegría ajena nos produce tristeza mientras que la tristeza ajena nos genera alegría. También en este caso, si el odio es intenso, se le dedicará mucho tiempo a la persona odiada y ocupará un importante lugar en la memoria. Este es el caso de los políticos populistas y totalitarios, sembradores del odio colectivo, que dedican la mayor parte de su tiempo a denigrar, falsear y difamar todo lo relacionado al sector “enemigo”. Jorge Luis Borges escribió: “Odiando, uno depende de la persona odiada. Es un poco esclavo de la otra. Es su sirviente”.
Los sectores socialistas son propensos a hablar todo el tiempo de la “dependencia latinoamericana” y del “colonialismo yankee”. Ello se debe a que priorizan lo material a lo mental. Si el colonialismo norteamericano se realiza a través de sus empresas, puede apreciarse la buena aceptación que la sociedad otorga a productos de marca Ford, Chevrolet o Microsoft. Además de ese dudoso colonialismo, existe otro que esta vez resulta evidente y concreto, y es la dependencia mental que los sectores socialistas promueven en toda la sociedad respecto de los EEUU. Teniendo en cuenta la expresión de Borges, los socialistas nos inducen a que seamos “esclavos y sirvientes”, mentalmente, de los EEUU, de Europa, y de toda nación que sea, o que parezca, exitosa.
Una vida con pocos vínculos sociales implica que se realiza con poca vinculación afectiva y también porque los pensamientos no están dirigidos hacia personas, sino principalmente hacia objetos. Uno de esos hábitos lo constituye el consumismo. Fernando Savater escribió: “Para Rivera Letelier hay otro pecado, el consumismo: «Creo que es un pecado de los pecados, porque involucra la avaricia, la envidia y la gula, por eso de comprar y comprar»” (De “Los siete pecados capitales”-Debolsillo-Buenos Aires 2006).
El hombre comparte con los mamíferos varios atributos; siendo las componentes afectivas una ventaja evolutiva que favorece nuestra adaptación y supervivencia. Al aparecer luego nuestra capacidad para procesar información (inteligencia), debemos compatibilizar los afectos con nuestro proceso mental, siendo la introspección una función que nos permite corregir nuestras actitudes erróneas. Goleman escribió: “El gato no piensa acerca de su condición. El pensarse a sí mismo como tercera persona es una característica exclusiva del hombre, que tiene como otra propiedad diferenciadora el desarrollo de la idea de previsión”.
La capacidad imaginativa, que nos proyecta hacia el futuro, nos permite encontrar un sentido de la vida, aunque el uso inadecuado de tal capacidad puede relegarnos a una vida de encierro mental en el presente y en el futuro inmediato. El citado autor agrega: “Hay dos tipos de sociedades básicas que se dan en el texto bíblico: la de cazadores y la de agricultores. En la segunda, los individuos pueden pensar con un sentido de futuro, mientras que los cazadores piensan sólo en un presente perpetuo”.
“Nuestra sociedad, en muchos aspectos, se parece a la de los cazadores, ya que por los extremos de competitividad que se viven todo se transforma en presente perpetuo, donde hay que cazar al otro y destruirlo para poder triunfar y ser reconocido”.
“En cambio, en una sociedad de agricultores se toma como variante el sentido del tiempo que está por venir y la posibilidad de saber esperar, que es el elemento que se opone al Infierno. Una sociedad competitiva es desesperanzada. Es la que hoy vivimos, que no encuentra sentido a la vida y la transforma en algo vacío, que llena ese faltante con elementos materiales y excesos”.
“Un elemento clave en el desarrollo humano es contar con un adecuado sentido de autocrítica. De lo contrario, el hombre no progresa. Siempre va a existir un exceso: de lo privado frente a lo público, de lo positivo frente a lo negativo. La autocrítica permite mantener el sentido común. Además, evita adoptar una actitud nostálgica, para decir que todo tiempo pasado fue mejor, y convencerse de que todo tiempo futuro será mejor. Dante narraba en su obra que en la entrada del Infierno había un cartel que decía: «Despójense de toda esperanza». Es decir, creer que lo que viene después será peor. Yo estoy convencido de todo lo contrario” (Citado en “Los siete pecados capitales”).
La oración, en el ámbito de la religión, puede asociarse al pensamiento religioso, y ha de diferir bastante del ritual y de la súplica. Por ello Cristo expresó: “…porque Dios sabe qué os hace falta antes de que se lo pidáis”, protegiendo la religión moral de posibles desvíos hacia el paganismo. Cuando el hombre piensa en Dios, o en las leyes naturales, busca conocer la voluntad del Creador o la finalidad aparente de esas leyes y del orden natural. Adoptando una postura cartesiana, podemos decir: “Pienso en Dios (o en las leyes naturales), luego encuentro el pleno sentido de mi vida”. Este enunciado puede constituir el primer eslabón de una secuencia que permitirá iniciar una etapa de reversión de la crisis humana y moral que afecta a muchas personas y a muchas sociedades.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario