A la palabra “grieta” le asociamos, a veces, la imagen de una pared o de un camino que han sufrido serios deterioros luego de ocurrido un movimiento sísmico. Ahora se la usa para denotar la fractura que padece la sociedad argentina luego del periodo de gobierno populista.
La característica esencial del populismo, y del totalitarismo, es la siembra de odio y la posterior división de la sociedad en amigos y enemigos. Luego, el populista considera que todas las acciones de los amigos son buenas, mientras que todas las acciones del enemigo son malas, sin tener en cuenta los efectos concretos de tales acciones, ya que las valora según las intenciones, a las que considera previamente como buenas si provienen del amigo y malas si provienen del enemigo. Incluso legitima una acción del amigo, que produce evidentes malos efectos, si tal acción también fue realizada por el enemigo.
Como ejemplo puede mencionarse la respuesta de un periodista venezolano cuando requieren su opinión acerca de la independencia, o no, de la justicia, respecto de la política, durante el chavismo, expresando: “En Venezuela no hay una justicia independiente, pero nunca la hubo”. En cierta forma legitima algo incorrecto, desde el punto de vista democrático, ya que “los enemigos” también incurrieron en ese error en el pasado. Es una actitud propia de adolescentes, como es el caso de alumnos secundarios que realizan acciones inconvenientes y el profesor los recrimina o los sanciona por ello, con el argumento de que “otro alumno” también realizó tal acción y no fue sancionado.
En este caso hubo un trato desigual respecto de los alumnos, debido a que el docente, posiblemente, trató de corregirlos por medios distintos. El alumno que comete acciones inconvenientes no sólo legitima sus acciones por comparación con otros casos similares, sino que también presiona al profesor a igualar sus respuestas, lo que implica un aumento de la dureza de las sanciones. Aun cuando el docente se equivoque, sus errores no legitiman las desavenencias de los alumnos.
También en los comportamientos masivos se observa la valoración relativa, como es el caso de las turbas cuando saquean locales comerciales. Como son muchos los que delinquen, entienden que “nadie es culpable” ya que “todos son culpables”, y a los dueños de los locales ni siquiera se les admite el justo reclamo.
Acerca de la objetividad de los efectos, Agustín Álvarez escribió: “Dividir a los hombres en bien intencionados y mal intencionados es un progreso, sin duda, con relación a la antigua división en patriotas y traidores que, por mal de nuestros pecados, todavía sobrevive en algunos espíritus demasiado al natural. Desgraciadamente, para que el patriotismo o la buena intención sirvan de algo, es necesario que las consecuencias de un acto no dependan del acto mismo, sino de la intención del agente, y no es esto lo que sucede en la realidad de las cosas, sino todo lo contrario”.
“Una vez producido el acto, es un hecho con existencia y atributos propios, no reglados por la voluntad del agente sino por la naturaleza de las cosas; ni el patriotismo ni la intención pueden suprimir, ni aún suspender, la menor consecuencia del hecho mismo”.
“Para el caso, tan indiferentes son los móviles de un acto bueno, como los móviles buenos de un acto malo. Lavalle fusiló a Dorrego con patriotismo y buena intención, y lo mismo hubiera sucedido, lo que sucedió después, si lo hubiese fusilado por los móviles opuestos, pero hubiera sucedido más o menos lo contrario si con mala intención lo hubiera dejado vivo”.
“El querer hacer las cosas demasiado bien suele ser el medio más seguro de hacerlas demasiado mal, pues, sin duda, el patriotismo y la buena intención determinan el acto, pero como no son infalibles, cuanto mayor es el bien que se proponen hacer, tanto más grande el zambardo, en caso de error, que es lo normal en Sud América, porque en los pueblos atrasados lo natural es que los partidos no puedan sufrirse, pues lo propio de la barbarie es la intolerancia, en virtud de que «la tolerancia es la caridad de la inteligencia»”.
“Del mismo modo que la justicia no consiste en saber lo que a cada uno le corresponde, sino en dárselo efectivamente, el buen gobierno no consiste en la sabiduría verbal de los discursos, programas y manifiestos sino en el resultado de los hechos. Lo que realmente importa, para el bien o para el mal, no es la intención de los actos, sino sus consecuencias”.
“El patriotismo que mata, la buena intención que arruina, son calamidades peores que la peste, bien que sirvan, y acaso por eso mismo, para tranquilizar la conciencia de un egoísta, que, con tal de evitarse hasta el remordimiento de los males que causa, llega hasta echarles la culpa a sus propias víctimas. Sacar del gobierno todos los beneficios posibles, cargar a los gobernados con todos los perjuicios consiguientes, y hasta con el remordimiento de los actos propios, es lo más sudamericano que pueda darse, y bien que pueda parecer excesivo ante el falso concepto de la humanidad que han fabricado los filósofos de gabinete, se ajusta por completo a la máxima fundamental de la psicología positiva: el hombre busca el placer y huye el dolor, con el menor trabajo posible” (Citado en “Perfiles del apóstol” de Pedro C. Corvetto-El Ateneo-Buenos Aires 1934).
Una figura representativa de la mentalidad kirchnerista es el periodista Diego Brancatelli. Cuando se observan imágenes televisivas y se anuncia información asociada a la corrupción de “sus amigos”, nunca la critica, ya que dice que “la justicia debe decidir” y que también tal o cual individuo del sector “enemigo” cometió algún ilícito similar, por lo cual legitima las acciones delictivas, en forma parecida a la del mencionado periodista venezolano que justificaba una actitud totalitaria.
Los “espíritus amplios” no distinguen entre el que actúa con mentalidad adolescente de quien lo hace en forma adulta. Y ello se debe a que, si el populista no reconoce ningún error en sus amigos y observa sólo errores en el enemigo, su adversario tiene la predisposición a responder en forma similar, por lo que no es posible establecer ningún diálogo ya que en uno predomina el relativismo moral y en el otro cierto objetivismo moral. De ahí surge el error de no distinguir uno del otro, olvidando que el odio y la mentira surgen siempre de los sectores populistas ante que en los democráticos.
Si a uno alguien lo designa como “enemigo”, y ese alguien actúa como tal, al designado no le queda otra alternativa que considerarlo de la misma forma. Como el diálogo, en esas circunstancias, es imposible, la grieta social va adquiriendo mayores dimensiones y los agravios se repiten de uno y otro lado.
El adherente al populismo es instigado por sus líderes a realizar actos de hostigamiento contra los enemigos. Si tal enemigo hace lo mismo, entonces aparece la “igualdad en el pecado” cometido, lo que resulta ser una actitud indignante. Así como surge cierta repugnancia ante la suciedad corporal, surge una repugnancia mucho mayor en el caso de la suciedad moral, de tal manera que uno se llega a cuestionar acerca de la “bondad innata” de los seres humanos cuando en las personas deshonestas no la advierte en ninguna parte. De inmediato surge de nuestra memoria el recuerdo de un animal capaz de brindarnos grandes alegrías. Puede decirse que el populismo promueve indirectamente el amor a los animalitos domésticos.
Acerca de los abucheos, Pablo Mendelevich escribió: “El kirchnerismo desenmascaró otra emboscada –por boca del diputado Agustín Rossi- cuando el vicepresidente Amado Boudou fue abucheado en el acto central por el bicentenario de la Batalla de San Lorenzo. Maltratado por una parte importante del público, Boudou insistió con el discurso que tenía preparado, cuyo eje era la equiparación de Néstor Kirchner con San Martín. Cuando los abucheos se intensificaron, contraatacó: «Es una actitud fascista no escuchar al que tiene algo para decir»….«Formamos parte de un gobierno lleno de amor», sentimiento que aparentemente no fue correspondido por parte de quienes entre otras cosas le gritaban «ladrón»”.
En cuanto a los escraches, el citado autor escribió: “El kirchnerismo apañó los escraches de H.I.J.O.S, y pronto patrocinó otros contra «enemigos» del Gobierno, como los directivos del Grupo Clarín o la Sociedad Rural Argentina. Su aporte al problema consistió en legitimar una práctica ilegal, sin hacerse cargo de la canalización de la protesta por caminos democráticos”. “Al estar vinculados con el Estado o con el partido del gobierno, los escraches remiten a los métodos de marcación nazis, lo que crea una paradoja cuando se sostiene que lo practican organizaciones de derechos humanos” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
Uno de los objetivos del grupo populista es instalar en la sociedad la idea de que ambos sectores antagónicos son igualmente culpables de la grieta, hasta llegar al extremo de que algunos promotores de la discordia llegan a sentirse víctimas ante una reacción proveniente del sector agraviado y difamado. No es posible tal igualdad porque un sector es el que comenzó por declarar “enemigo” a todo aquel que no concuerda con sus ideas y proyectos; no es posible la igualdad porque un sector es el que siente odio y utiliza la mentira y la difamación sistemática; de ahí que la pacificación dependerá esencialmente de que la decida el bando agresor.
Sin embargo, ante el ascenso al gobierno del macrismo, los sectores kirchneristas han comenzado una etapa de sabotaje a la gestión gubernamental, no sólo a través de la inusitada creación de puestos públicos, o de la venta del dólar futuro, en el último mes del kirchnerismo, sino en la exagerada difusión de los problemas laborales y sociales que realizan los medios informativos kirchneristas para instalar un clima de incertidumbre y desconfianza a fin de asegurar el fracaso del nuevo gobierno. Si bien los problemas existen, y existirán por mucho tiempo, más que nunca resulta necesaria la colaboración de todos los sectores, en lugar del sabotaje típico de los sectores populistas y totalitarios una vez que están fuera del gobierno.
La grieta social impide avanzar juntos hacia las mejoras que imperiosamente necesita toda la sociedad. Los problemas reales son dejados de lado ya que el mayor interés político recae en el sabotaje y la contra. Este es el caso de la ley anti-despidos, que el kirchnerismo consideraba de aplicación negativa cuando era gobierno, mientras que ahora la considera positiva para contradecir la postura del macrismo.
La grieta social impidió la consolidación de la nación durante gran parte del siglo XIX, aquella vez por la división entre unitarios y federales y la guerra civil subsiguiente. Luego de superada esa etapa, la Argentina pudo ubicarse entre los siete países más prósperos del mundo. Ello duró hasta que el populismo comienza a instalarse definitivamente en la sociedad. Aparece así la enorme grieta promovida por el peronismo, apaciguada un tanto en los últimos tiempos por el cambio generacional, hasta que el kirchnerismo la instaló nuevamente, sin que pueda vislumbrarse su fin próximo.
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