Entre los conflictos vigentes, de tipo teológico y filosófico, aparece la diversidad de significados asociados a los mandamientos de Cristo, que nos inducen al amor a Dios y a los seres humanos. El primer destinatario resulta ser un personaje perfecto e imaginario (Dios) mientras que el segundo está constituido por seres imperfectos y reales (los hombres). De ahí que resulte dificultoso compatibilizar el amor-empatía, como actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, con una actitud similar respecto a la divinidad.
Uno de los aspectos por los cuales se advierte cierta ineficacia del cristianismo contemporáneo consiste en asociar, como virtud humana importante, un amor desmesurado por un ser perfecto e imaginario en lugar de asociar la virtud a la capacidad de amar a seres imperfectos y reales. Raimundo Lulio escribió: “«Dime, fatuo por amor, ¿qué cosa es maravilla?». Respondió «que amar más las cosas ausentes que las presentes, y amar más las cosas visibles corruptibles que las invisibles e incorruptibles»” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).
Entre las distintas interpretaciones de los mandamientos bíblicos, encontramos las que surgen del teísmo y del deísmo; siendo el teísmo la postura que acepta la existencia de un Dios que actúa interrumpiendo la ley natural. El teísmo propone a la caridad como la respuesta ética que el hombre debe adoptar. Por el contrario, el deísmo, o religión natural, que identifica a Dios con el orden natural, descarta la interrupción señalada y propone al amor natural o biológico; el amor-empatía, como la respuesta que favorece el cumplimiento de los mandamientos mencionados.
Mientras que el teísmo propone incluir el amor al hombre como parte del amor a Dios, el deísmo considera el amor a Dios como una actitud cognitiva, antes que afectiva, que resulta ser el medio necesario para establecer el amor al prójimo. De esta forma, el mandamiento del amor a Dios le brinda a todo individuo un sentido objetivo de la vida y que, bajo una perspectiva científica, implica adaptarse plenamente al orden natural bajo el proceso general de la adaptación cultural. Una vez que el hombre encuentra ese sentido, la aceptación del segundo mandamiento de Cristo (el del amor al prójimo), puede surgir con cierta facilidad.
En realidad, el amor natural surge de muchas personas sin necesidad de que adopten posturas religiosas o filosóficas definidas, por lo que es oportuno recordar que Cristo vino por los pecadores, y no por los justos. De ahí que la conversión de los pecadores, que son quienes todavía no intentan cumplir con el mandamiento del amor al prójimo, puede surgir del convencimiento previo de la existencia de un orden natural exterior y anterior a la aparición del hombre.
En cuanto a los justos, puede decirse que son aquellos individuos que difunden el amor desde las personas cercanas hasta llegar a abarcar toda la humanidad. Abraham Skorka expresó: “El amor es un círculo que se va abriendo, empieza con lo más íntimo, que es la pareja, y después sigue con el amor a los padres, a los hijos, al prójimo. Por medio de esa relación de amor con los demás se puede llegar realmente a Dios. Aquel que quiere «saltar» la relación del hombre e ir directamente a Dios, no llega a ningún lado. Creer en Dios, buscarlo y sentirlo debe conllevar necesariamente el amor al hombre para, a través del hombre, volver a cerrar el círculo y llegar a Dios” (De “Biblia. Diálogo viviente” de Jorge Mario Bergoglio-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).
Puede decirse que la caridad es la actitud que adopta como punto de partida a Dios y desde allí llega a los hombres, mientras que el amor-empatía es la actitud que adopta como punto de partida al hombre y desde allí llega a Dios. Jacques Leclercq escribió: “Todo en la Santa Iglesia de Dios converge hacia la Caridad. Es el punto de partida y el punto de llegada. Lo es todo. Ante su soberanía, lo demás se desvanece. Ella debe informar, penetrar, saturar toda la vida, y el mensaje que Jesús vino a traer, no es más que Ella…”.
“No hay precepto que se repita con tanta insistencia en el Nuevo Testamento. Jesús promulga la Caridad, ley suprema del cristianismo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente»”. “Este es el más grande y primer mandamiento. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos penden la ley y los profetas» (Mat. XXII, 37)”.
“La palabra Caridad significa el amor cristiano, comporta un grado superior a la simple palabra amor. La Caridad es el amor sobrenatural, el amor que la vida divina hace posible. La gracia hace radicalmente capaz de conocer a Dios, tal como es y de amarlo como merece: divinamente. La Caridad es tal amor” (De “Ensayos de moral católica” (I)-Ediciones Pax et Bonum-Buenos Aires 1953).
Además del amor, identificado con la Caridad, existe el amor como fenómeno psicológico asociado a la evolución biológica, que es conocido como empatía. Es la capacidad que tenemos para ubicarnos imaginariamente en el lugar de otras personas pudiendo de esa forma compartir sus penas y sus alegrías. Mientras que la Caridad proviene de la Biblia, el amor-empatía proviene directamente de las leyes naturales (o leyes de Dios) que rigen nuestra conducta personal.
En realidad, desde el punto de vista ético, no existe oposición entre ambas actitudes, ya que pueden ser compatibles ya que ambas pueden resultar eficaces. Sin embargo, la inclusión de lo sobrenatural implica complicar las cosas ya que se va hacia instancias superiores a la ley natural. Todo resulta más sencillo si la instancia superior es la propia ley natural. Lo sobrenatural provoca un alejamiento mental respecto de lo que resulta accesible a todos los hombres e, incluso, tiende a encubrir los atributos universalistas que el amor-empatía posee.
Se puede simbolizar y sintetizar las posturas mencionadas, que son las interpretaciones de los dos mandamientos de Cristo:
Teísmo: (Caridad o amor destinado a Dios) + (Amor [no bien definido] destinado a los hombres)
Deísmo: (Amor intelectual a Dios) + (Amor-empatía destinado a los hombres)
Podemos hacer una analogía con lo que sucede en la economía. Por una parte tenemos el intercambio directo de bienes entre las personas A y B, siendo éste el proceso básico de la economía de mercado. Tal intercambio requiere de la existencia previa de la voluntad de las partes de “ponerse en el lugar del otro” para que resulte un beneficio simultáneo de ambas. Este sería el caso de la postura deísta.
Por otra parte, tenemos la economía socialista en la que ya no existe el intercambio directo entre A y B, ya que A entrega su producción al Estado y luego el Estado la redistribuye para que llegue a B. No existe esta vez un vínculo directo y exclusivo entre ambas personas. Esto último se parece a la Caridad antes mencionada en el sentido de que primero se propone amar a Dios y luego a los hombres. Incluso en este caso se supone que el “premio”, por haber compartido las penas y las alegrías de nuestros semejantes, no surge en forma inmediata de ese sentimiento, sino que será Dios quien en el momento, o posteriormente, nos beneficiará por nuestra conducta.
Entonces puede caerse en un amor interesado en nuestro propio beneficio, como es el caso del que espera la vida eterna suponiendo que un Dios justiciero “anota en una libreta” todas nuestras acciones para retribuirnos al final de nuestra vida según haya sido nuestro comportamiento. El “amor sobrenatural” puede conducir a estos excesos. Abraham Skorka escribió: “Ya en los sabios de la antigüedad podemos hallar esta discusión. ¿Qué significa «Amarás al Eterno, tu Dios?» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo?» ¿Son un mandato o una cuestión de sentimientos? ¿Hay algún camino místico para acercarse a Dios?”. “Son dos versículos muy difíciles. ¿Por qué? ¿Qué sucede si una persona no se ama a sí misma? ¿Con esa misma vara tiene derecho a referirse al prójimo?”.
El citado autor menciona algunos comentarios que diversos teólogos del pasado hicieron al respecto: “Tienes que acercarte a tu prójimo con lo mejor que te brindas a vos mismo y de la manera en que te quieres a vos mismo, y esa tiene que ser la norma de acercamiento”. “Cuando te acercas a tu prójimo tienes que hacerlo sabiendo que en el rostro de tu prójimo, de alguna manera, se halla la presencia de Dios”.
Santo Tomas de Aquino aclara un tanto la postura teísta. José Ferrater Mora escribió: “Santo Tomás define la «charitas» [caridad] como una virtud sobrenatural; como tal, hace posible que las virtudes naturales sean plenarias y verdaderas, ya que, como dice en la Suma Teológica…., ninguna virtud es verdadera (vera) sin la caridad. Sin ella, además, el hombre no puede alcanzar la bienaventuranza. Pero Santo Tomás no niega por ello la «autonomía» de las «virtudes naturales». De hecho, éstas pueden existir sin la caridad, ya que de suponerse lo contrario tendría que concluirse que ninguno de los hombres que han carecido, o carecen, de la revelación cristiana, han podido, o pueden, ser buenos”.
“Como en muchos otros puntos, Santo Tomás se esfuerza también en delimitar esferas sin perjuicio de concluir a su subordinación jerárquica. Además, Santo Tomás trata del amor como una inclinación, y habla del amor natural como una actividad que lleva a cada ser hacia su bien. En este sentido puede decirse, con toda generalidad, que el amor mueve. El amor puede ser sensitivo e intelectual. El amor que consiste en elegir libremente el bien es el que constituye el fundamento de la caridad. Por supuesto, el fundamento último del verdadero amor es también, para Santo Tomás, Dios, y es Él el que mueve por amor a las criaturas que aspiran al Sumo Bien” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).
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