Se denomina “economismo” a la creencia de que los comportamientos individuales dependen enteramente del sistema económico adoptado por la sociedad. De ahí que tanto la religión y la ética, como las restantes ramas de las ciencias humanas y sociales, cumplirían un rol secundario, ya que todo comportamiento dependería básicamente del sistema adoptado para la producción y la posterior distribución de bienes y servicios. “Economismo/Economicismo: se denomina así la tendencia a explicar los fenómenos sociales en función de intereses o necesidades económicas que los determinan. En el mismo sentido se utiliza la expresión «determinismo económico». Con frecuencia se critica la visión del marxismo o del desarrollismo por este tipo de interpretaciones, que desatienden la incidencia de factores extraeconómicos en los procesos sociopolíticos” (Del “Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas” de Torcuato S. Di Tella y otros-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2008).
El pensamiento socialista es esencialmente economicista; Karl Marx expresó: “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia”. “El modo de producción de vida material determina el carácter general de los procesos de vida social, política y económica” (Citado en “Siete teorías de la naturaleza humana” de Leslie Stevenson).
Para los autores liberales, por el contrario, los resultados económicos dependen principalmente de los atributos personales de cada individuo, sin dejar de lado el marco social. Juan Bautista Alberdi escribió: “El trabajo y el ahorro son esas causas naturales de la riqueza, como la ociosidad y el dispendio son las causas de la pobreza. Esas cuatro palabras expresan los cuatro hechos a que está reducida la gran ciencia de Adam Smith”.
“La riqueza y la pobreza, según esto, residen en el modo de ser moral de una sociedad, en sus costumbres de labor y ahorro, y en sus hábitos viciosos de ociosidad y dispendio…Comprender la riqueza y la pobreza en su ser y causas morales es colocarse en el camino de aprender a salir de la pobreza y llegar a la riqueza”.
“Un empobrecimiento nacido de ideas viciosas sobre el medio de enriquecer sin las virtudes del trabajo y del ahorro, es una enfermedad moral como su causa, y sólo puede ser curada por medicamentos morales igualmente. Esos remedios consisten desde luego en el abandono de las ilusiones que buscaron riquezas improvisadas en combinaciones y artificios ingeniosos que no pueden suplir al trabajo y al ahorro, considerados como manantiales de riquezas y bienestar. Esta curación moral no puede ser sino lenta, penosa y difícil, como es siempre la reforma de los usos y de las costumbres entradas en mal camino”.
“El ahorro, manantial más productivo de riquezas que el trabajo mismo, es, sin embargo, más penoso y difícil para el americano del sud. Es que el ahorro, como costumbre, es toda una educación: es una virtud que se compone de muchas otras y supone un grande adelanto de civilización. Sus elementos son: la previsión, la moderación, el dominio de sí, la sobriedad, el orden. Es imposible llegar a ser rico sin la posesión de estas cualidades morales. Cuando ellas abundan en una nación, esa nación no es, no puede ser pobre, aunque habite un suelo pobre. Mejor sin duda si posee un suelo fértil, pero no es más el suelo que un instrumento de su poder productor, que se compone de sus fuerzas morales” (De “Estudios Económicos”-Librería La Facultad-Buenos Aires 1927).
Por otra parte, Wilhelm Röpke escribió: “La vida económica no se desenvuelve naturalmente en el vacío moral. Se halla en constante peligro de desviarse del nivel moral medio si no se la apuntala con un vigoroso apoyo ético. No cabe pensar siquiera en que pueda faltar ese apoyo, el cual, por otra parte, debe ser preservado constantemente de la corrupción. De lo contrario, nuestro sistema económico libre, y con él toda forma de Estado o sociedad libres, están condenados a derrumbarse”.
“El mercado, la competencia y el juego de la oferta y la demanda no crean estas reservas éticas; las presuponen, y las consumen. Estas reservas deben venir de fuera del mercado, y ningún manual de economía puede sustituirlas” (Citado en “Enfoques económicos del mundo actual” de L. S. Stepelevich-Editorial Troquel SA-Buenos Aires 1978).
Existen, sin embargo, quienes abogan por la implantación de una economía de mercado con el objeto de subsanar todos los problemas de una sociedad, incluso los de orden moral y familiar. En cierta forma adoptan una postura similar a la del marxismo, sólo que esta vez la solución económica propuesta es distinta. Justamente, es necesario en el ser humano un nivel moral básico que le permita adaptarse al orden natural, nivel que simultáneamente lo hará apto para una economía que contemple la libertad requerida por todo individuo para poder desarrollar plenamente su potencial natural.
La ausencia de mentalidad empresarial y la tendencia a buscar la seguridad del empleo público, hace que la mayor parte de los países latinoamericanos transite desde sistemas intervencionistas o populistas a economías de mercado sin que éstas lleguen a constituirse plenamente. Todo indica que, más allá del “sistema económico” existen seres humanos que poseen costumbres y actitudes que pueden ser favorables, o no, al desarrollo económico. Por ello, en muchos países no se llega a establecer economías de mercado aunque se lo propongan. Víctor Paz Estensoro, quien fuera Presidente de Bolivia en 1952, expresaba: “En los años 50, los intereses de las compañías eran enormes pero carecían de una función creativa, excepto en la gran industria minera, en la que la riqueza salía del país. En el campo había propietarios de tierras al estilo feudal. Por lo tanto, la economía estaba estancada. En esas circunstancias era esencial que el Estado asumiera el rol principal”.
El mismo político, quien asume por tercera vez la presidencia de su país en 1985, expresaba: “Con el transcurso del tiempo el Estado creció, se tornó ineficiente y corrupto. Ya no desempeñaba su papel; se convirtió, en efecto, en una fuerza negativa. El Estado retardó el crecimiento de la economía y, mediante déficit, creó una inflación que llegó a 25.000 % cuando asumí el poder en 1985. La intervención del Estado creó las condiciones para la corrupción y los sobornos” (De “Ajustándonos a la realidad” de Robert Klitgaard-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1994).
Lo grave del economismo es que tiende a eximir de culpa a quienes ejercen acciones delictivas siendo justificadas sosteniendo que todos los problemas morales son una consecuencia del sistema económico imperante en la sociedad (siempre que ese sistema sea el capitalista). Así, para los marxistas, todos los problemas delictivos de las sociedades democráticas se deben al “sistema capitalista”; luego proponen la reducción de penalidades aduciendo que la violencia ejercida por el delincuente forma parte de una justa venganza contra la sociedad que previamente lo excluyó.
Aun cuando el Imperio Soviético desapareció sin dejar ningún aporte positivo para el resto del mundo, el marxismo-leninismo sigue gobernando mentalmente a un gran sector de la sociedad. En la Gran Enciclopedia Soviética podía leerse: “El crimen constituye la característica de las sociedades basadas en la propiedad privada, la explotación y la desigualdad social”. “El robo es una de las incurables concomitancias del capitalismo” (Citas en “La Kleptocracia” de Patrick Meney-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1983).
Además de los robos y los crímenes que ocurren en todas partes, en los países socialistas se considera como delito económico la actividad productiva fuera del sistema estatal. Mientras que en una democracia es loable la creatividad, la innovación y el trabajo individual, bajo el socialismo tales actividades son consideradas “individualistas” y castigadas al interpretarlas como simple egoísmo.
El fundamento socialista implica la descalificación de todo lo que esté asociado a la economía de mercado. Acusa de explotador a todo empresario, culpándolo de excluir a los pobres, de ser egoísta y desalmado hasta que demuestre lo contrario. En realidad, toda exclusión social proviene de una autoexclusión de quien no hace el menor esfuerzo por ingresar en el sistema productivo. Puede decirse que en las sociedades democráticas “todos están invitados” a intercambiar sus productos o sus servicios. Quien no quiere participar no es un excluido del sistema, sino un autoexcluido por propia voluntad.
El proceso de autoexclusión comienza en la niñez y se prolonga en la adolescencia. Cuando se prioriza la diversión y se dilapida el tiempo, el individuo llega a la mayoría de edad sin saber hacer nada útil, ya que se ha convertido en un parásito social que debe ser mantenido por su familia o por el resto de la sociedad (a través del Estado). Si culpamos por esa situación al “burgués” que se preparó durante su adolescencia para realizar un trabajo productivo, y que ni siquiera conoce al “excluido por la sociedad”, se incurre en un grave error y en una injusticia.
Si bien existen personas que realmente necesitan del auxilio de la sociedad, tal el caso de los incapacitados, física o mentalmente, para realizar aportes productivos, bajo la visión marxista todos los pobres están en esa condición, de ahí que hay que sublevarlos contra los sectores dinámicos de la economía en lugar de proponerles capacitarse para que sus acciones sean valoradas por el resto de la sociedad.
Resulta común, ante la mentalidad reinante, que muchos hombres jóvenes se dediquen a mendigar o a realizar trabajos que bien podría realizar un jubilado o alguien parcialmente incapacitado, negándose a realizar actividades que presenten cierta dificultad o exigencia física, ya que ello implica incomodidad para el vago crónico. Resulta oportuno mencionar el caso de un tío abuelo del autor del presente escrito, quien, siendo un niño a fines del siglo XIX, en una época en que todavía no existían los antibióticos, se le tuvo que amputar un brazo y una pierna (en lados opuestos) sin que ello le impidiera formar y mantener una familia.
Quienes en realidad excluyen de la sociedad y del trabajo a muchas personas son los ideólogos populistas y totalitarios que les inculcan que, por ser pobres, siempre lo serán, y que la única alternativa para ser “iguales” al resto provendrá del socialismo o alguna variante intervencionista. Por el contrario, quienes tratan de incluirlos socialmente, son los que les señalan el camino del conocimiento, de la capacitación y del trabajo, que resulta mucho más “saludable” que inducirlos indirectamente a que elijan el camino de la vagancia o de la delincuencia. Aun en cuestiones de economía sigue teniendo validez aquella expresión de Cristo que destaca la prioridad que debe orientar a nuestras decisiones: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”.
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