El ascenso económico, debido a méritos individuales, permitido por el sistema capitalista, se opone a la continuidad de clases sociales definidas y perdurables surgidas como consecuencia de privilegios poseídos por algunos sectores de la sociedad. El ascenso del capitalismo es resistido justamente en sociedades como la feudal, y por movimientos políticos totalitarios, como el socialismo, el fascismo y los populismos, en los cuales se accede al poder por “méritos” que no son precisamente los productivos. También la movilidad social capitalista permite el descenso económico que pueden sufrir quienes carecen tanto de privilegios como de aptitudes para la producción.
La movilidad social permitida por el capitalismo es la manera civilizada que disponen las sociedades para combatir la “lucha de clases”. La economía de mercado surge, precisamente, para beneficiar a los sectores más humildes y para liberarlos de la opresión de las clases privilegiadas. Ludwig von Mises escribió: “Fue, ciertamente, tan dramática situación la triste partera que facilitó el nacimiento del capitalismo. De entre tanto paria, de entre tanto menesteroso, hubo algunos, sin embargo, que consiguieron convencer e impulsar a quienes aún algo tenían a lanzarse al montaje de pequeños talleres rentables y productivos. La cosa era revolucionaria. Tales innovadores, desde luego, no pensaban en producir mercancías caras con las que atender los caprichos de los ricos; lo que querían era fabricar mercancías baratas, precisamente las que estaba reclamando el pueblo bajo. He ahí el origen del moderno capitalismo. Estaba gestándose, en esos momentos, la producción en masa, la base sustentadora de la industria capitalista. Los nuevos empresarios, a diferencia de lo que hacían los antiguos establecimientos gremiales, que sólo prácticamente se ocupaban de lo que los pudientes les encargaban, lanzáronse a ofrecer lo que los pobres pedían. Se iniciaba así la producción en masa al servicio de las masas”.
“El odio al capitalismo no brotó de las masas trabajadoras; provino, «mirabile dictu», de los aristocráticos círculos latifundistas de las islas británicas y del continente. Les molestaba a estos privilegiados el que los superiores salarios pagados por los nuevos industriales les obligara a ellos, a los nobles señores terratenientes, a incrementar la soldada de sus servidores agrarios. La hacendada aristocracia centró por eso su crítica en la baja condición de vida de los obreros fabriles”.
“Fácil es refutar toda esa cháchara acerca de los indescriptibles horrores del capitalismo inicial, consustanciales al mismo, cuando, a través de la revolución industrial inglesa, comenzaba el nuevo sistema a tomar cuerpo, si pensamos que precisamente en tal época, de 1760 a 1830, la población británica duplica su número, lo que indudablemente proclama bien claro que millones de niños –ayer condenados a desparecer- podían ahora sobrevivir y llegar a la edad adulta”.
La emigración de trabajadores, desde el campo a la ciudad, o desde la agricultura a la industria, con las mejoras correspondientes, constituye un síntoma de la movilidad social que se habría de acentuar en el futuro. El citado autor agrega: “Durante la Edad Media y mucho tiempo después, en multitud de países, una familia aristocrática y rica, durante cientos y cientos de años, seguiría siéndolo valieran más o menos sus sucesivos componentes desde un punto de vista moral, tuvieran éstos mayor o menor inteligencia. Bajo el capitalismo, por el contrario, se instaura eso que los sociólogos denominan «movilidad social»” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”–Unión Editorial SA-Madrid 1981).
Con el socialismo, por el contrario, se mantiene la inmovilidad social propia del feudalismo y de otras sociedades caracterizadas por la existencia de clases sociales definidas y perdurables. La clase dirigente socialista permite que el poder absoluto, que posee, sea hereditario. Además, al no existir la propiedad privada de los medios de producción, todo trabajador queda ligado al lugar de producción asignado sin tener la posibilidad legal de iniciar su propio emprendimiento productivo.
Que la movilidad social sea ascendente o descendente, depende esencialmente de las aptitudes de cada individuo, y también del apoyo, o de la falta de éste, que ocasionalmente pueda tener. De ahí que se promueva la igualdad de oportunidades, generalmente mediante la educación gratuita generalizada. En cuanto a los factores que permiten el ascenso social (o económico), Paul B. Horton y Chester L. Hunt escribieron (respecto de un individuo mencionado como ejemplo): “Tres cosas destacan en el bosquejo de Paul Stanley. Tenía habilidad. Pertenecía a una familia que le inculcó la ambición y unos buenos hábitos de trabajo. Obtuvo el apoyo de algunas personas influyentes. Habilidad, ambición, apoyo…sin estas condiciones, pocos hombres lograr elevarse muy por encima de sus orígenes sociales”.
“La mayor barrera para la movilidad de clase surge del hecho de que las clases sociales son subculturas que forman al niño para la participación en la subcultura de clase en la que se ha socializado. El niño medio de clase baja no tiene la ambición y los hábitos de estudio necesarios para la movilidad ascendente, porque su subcultura le brindó pocas oportunidades de adquirirlos” (De “Sociología”-McGraw-Hill de México SA-México 1970).
El descubrimiento y posterior colonización de América dio lugar a un proceso de movilidad social ascendente de gran envergadura. Quienes no podían progresar en Europa, encontraron en el Nuevo Mundo grandes posibilidades de ascenso. Francis E. Merrill escribió: “La estructura de clases de los EEUU es un sistema dinámico de grupos relativamente inconstantes. Esta situación contrasta con la de muchas naciones de Europa, en las que las clases todavía se diferencian claramente por los muchos siglos de evolución de las distintas subculturas. Una de las bases del sueño norteamericano ha sido la creencia en la absoluta libertad de ascenso en la escala social, y en este país ha tenido lugar una de las manifestaciones más espectaculares de este movimiento. A él llegaron millones de campesinos y artesanos europeos que, durante su propia vida o la de sus hijos, consiguieron ascender considerablemente de posición social”.
“La mayoría de los inmigrantes….salieron de sus países con el propósito específico de escapar a las restricciones clasistas del Viejo Mundo y encontrar un nuevo hogar libre de las limitaciones tradicionales. Un país rico y virtualmente desocupado, como eran los actuales EEUU, tenía que constituir una poderosa fuerza de igualación sobre aquellas distinciones de clase que hubiesen conseguido llegar con los inmigrantes, puesto que la condición social en él estaba determinada principalmente por la capacidad y buena suerte personales”.
“La «frontera» de los primeros tiempos acabó por desaparecer y en su lugar surgió una rápida industrialización que permitió a muchos colocarse en situaciones destacadas del sistema económico y social. Así, pues, la estratificación de clases y movilidad social han formado parte del mismo proceso”.
“Fueron pocos los inmigrantes que llegaron a América con grandes riquezas materiales, y, por otra parte, la capacidad técnica para forjar un país nuevo de sus selvas y praderas no era muy grande y podía adquirirla en corto plazo cualquier hombre; además, la frontera occidental acabó por nivelar las actitudes de todos los inmigrantes”. “En los campos de cultivos y en los llanos, lo más importante era la capacidad e iniciativa del individuo y no su clase social, y de ahí surgió un sistema sin límites de movilidad vertical” (De “Introducción a la Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1967).
Un proceso similar ocurre en la Argentina, donde arriban inmigrantes (especialmente de Italia y España) para “fare l’America” (hacer la América), como los italianos denominaban su respectivo “sueño americano”. Este proceso se caracteriza por la llegada de trabajadores con poco o ningún capital, y por el desarrollo de empresas familiares, como aconteció en Mendoza. Con el tiempo llegan a conformar importantes emprendimientos, tales los casos de la familia Pescarmona (Italia), que establece una de las principales empresas metalúrgicas de Sudamérica; Pulenta (Italia) que construye la pileta de vino más grande del mundo; Arizu (España) que llega a poseer los viñedos más grande del mundo (2.900 Ha), Giol (Italia) que establece (en su momento) la bodega más grande del mundo. Tales logros vitivinícolas pueden ser superados en la actualidad. Félix Luna escribió: “Cuando no existían partidos orgánicos y tampoco diferencias ideológicas de fondo entre los sectores que se enfrentaban, las familias eran como los clanes romanos, con sus agnados y sus cognados, sus clientes y libertos. Y a veces, como en la mejor tradición romántica, los choques entre familias se resolvían con oportunos casamientos” (Del Prólogo de “Historias de familias” de Jaime Correas-Mendoza 1991).
Así como hubo militares y políticos que lograron la independencia del dominio español, en el siglo XIX, hicieron luego falta quienes construyeran realmente toda una nación, algo que se logró desde finales de ese siglo y principios del siglo XX. Otras familias destacadas que llegan a Mendoza, o se forman en ella, son los Álvarez, Barraquero, Benegas, Bianchi, Bombal, Calise, Casale, Civit, Correas, Corvalán, Day, Escorihuela, Fader, Filippini, Flichman, Furlotti, Gabrielli, Gargantini, Godoy, González, Guevara, Lemos, Maza, Molina, Mosso, Moyano, Norton, Orfila, Ortega, Segura, Suter, Tittarelli, Tomba, Toso, Vicchi, Videla, Villanueva, Zapata. El empresario Quinto Pulenta aconsejaba a los futuros empresarios: “Que se inicie con los medios que tenga a su alcance, que no se llene la cabeza de pajaritos, y si es posible, que tenga un grupo de familia que lo acompañe”.
Varios patriotas de la Independencia, como también varios promotores de la Construcción del país, fueron difamados por la prédica izquierdista y populista. Así, se descalifica a las familias tradicionales tildándolas de “oligarcas” y “concentradoras de riquezas”, olvidando que si no fuera por los “creadores de riquezas”, el país no hubiese alcanzado el desarrollo que logró establecer. Si bien estos sectores no estaban exentos de defectos, la permanente prédica antiempresarial favoreció el posterior declive y estancamiento que todavía padecemos.
Tanto el “sueño americano” como el “hacer la América” fueron ideales de trabajo y de progreso que, muchas veces, relegaron el desarrollo personal en otros aspectos, como el intelectual y el moral. La legítima búsqueda de una seguridad económica futura es la que debe impulsar el deseo de lograr una movilidad social ascendente. Cuando esa legítima búsqueda queda relegada por ambiciones de poder y de prestigio mal entendido, comienzan los conflictos personales y el progreso tiende a detenerse.
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