A medida que se indaga acerca del comportamiento político de las personas, se llega a la conclusión de que sus acciones y opiniones no dependen tanto de las ideas o de los razonamientos asociados al tema social, sino que dependen principalmente de las actitudes afectivas, tanto positivas como negativas, destinadas a otros individuos o grupos sociales. En los casos extremos, se llega a las posturas populistas, o totalitarias, en las cuales la vida social transcurre entre amigos y enemigos, incluyendo en este último bando a las personas neutrales en materia política.
En estos casos, se considera errónea toda opinión surgida de algún integrante del “sector enemigo”, por lo cual el trabajo mental de quien toma como referencia, no a la realidad, sino una opinión a rebatir, es similar al arduo trabajo mental del mentiroso que tiene que poseer una buena memoria y buena creatividad para no quedar expuesto a alguna incoherencia lógica. Torcuato S. Di Tella escribió: “Se podría decir que el principal objeto de una ciencia de la política es el estudio de los resultados no previstos y en general no conscientes o premeditados de la acción social” (De “Sociología de los Procesos Políticos”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1985).
Respecto de la socialización de un individuo, Robert E. Dowse y John A. Hughes escriben: “La primera etapa de la socialización en todas las sociedades suele tener lugar dentro de la familia o en el marco del grupo de parentesco o de iguales. En esta fase, el niño empieza a aprender un lenguaje y una serie de normas culturales sobre lo bueno y lo malo, así como ciertas pautas de comportamiento referentes básicamente a roles de edad y sexo. En esta etapa, la socialización política abierta y manifiesta tiene un papel muy reducido, pero lo que se aprende puede transferirse al contexto de lo político”.
“Esta situación puede apreciarse con la mayor claridad en las sociedades relativamente indiferenciadas, en las que el sistema familiar o de parentesco es casi correlativo con el sistema político. R. A. Le Vine ha estudiado la autoridad y las actitudes hacia ella en dos sistemas de linaje segmentarios, el nuer y el gusii, hallando un contraste sorprendente entre ellos. Los nuer son reacios a aceptar posiciones de autoridad, mientras que los gusii no lo son; los nuer practican el odio de sangre mientras que los gusii solucionan los conflictos ante los tribunales; los nuer hacen hincapié en su independencia personal, y sólo de mala gana aceptan órdenes directas, mientras que los gusii muestran una actitud indiferente hacia las personas de posición superior”.
“En pocas palabras, los nuer son igualitarios en actitudes y comportamiento, mientras que los gusii tienen en grado mucho mayor valores de respeto hacia la autoridad. Tratando de hallar una explicación a estas diferencias, Le Vine cree que ha de buscarse en la «socialización en el seno de la estructura de autoridad de la familia que deja a la persona con valores y expectativas de rol aplicables a unidades sociopolíticas de nivel superior a la familia. Debido a esta conexión entre el primer entorno familiar del niño y del sistema político, es lógico que esperemos hallar diferencias en las primeras experiencias de aprendizaje de individuos típicos en las sociedades nuer y gusii»” (De “Sociología política”-Alianza Editorial SA-Madrid 1999).
Mientras que algunos sociólogos admiten que todo comportamiento individual depende del sistema político y económico imperante en la sociedad, desde la psicología social se supone que es el sistema el que depende de las costumbres y hábitos familiares generalizados. La interacción individuo-sociedad tiende a enmascarar la relación entre causa y efecto, aunque el resultado es similar. Sin embargo, a la hora de buscar un cambio social, no es lo mismo intentar cambiar la política y la economía para que cambie el individuo que cambiar al individuo para que cambie la política y la economía.
Los autores mencionados agregan: “Sirviéndose de ideas elaboradas por psicólogos sociales, Le Vine propone «que las actitudes del individuo con respecto a la autoridad están en función de sus primeras relaciones con sus padres». Las relaciones con los padres se examinan después en una triple dimensión: (1) la distribución de la autoridad en la familia, es decir si es compartida o está concentrada en una persona; (2) la solidez y cordialidad de las relaciones entre el niño y los que tienen la autoridad en la familia; (3) las pautas de disciplina en la familia, es decir, si son severos y utilizan con frecuencia el castigo físico, o si son más indulgentes y tienden más a la recompensa”.
“A este respecto existe una diferencia considerable entre las dos culturas, que explicará las diferencias subsiguientes en cuestiones políticamente importantes. Los padres gusii no se ocupan de los niños y sólo intervienen para castigarles, mientras los padres nuer son cariñosos y con frecuencia juegan con el niño. Además, las familias gusii insisten en que los niños no deben luchar sino plantear las causas de sus riñas a los adultos para que éstos decidan, mientras que los nuer conceden gran valor a la agresión y la independencia durante la niñez”.
“Como indican estos ejemplos, cuando en las sociedades indiferenciadas el sistema político está sumido en un nexo de familia y parentesco, la socialización familiar tiene una influencia directa sobre el comportamiento político de los miembros de la sociedad. En las sociedades más diferenciadas ha de considerarse la posibilidad al menos teórica de que existan influencias no congruentes sobre la socialización”.
“Surgen inconsecuencias potenciales cuando hay más de un agente importante de socialización. De este modo, en una sociedad culturalmente variada o racialmente mixta, la socialización en subculturas podría influir en la aptitud de los individuos a integrarse en la cultura política oficial o dominante. Por ejemplo, en la Italia meridional, la familia constituye la asociación a la que se ha de prestar adhesión, confiar, proteger y por la que hay que luchar, con exclusión de todas las demás asociaciones a través de las cuales el individuo podría entrar en contacto con la sociedad en general”.
“Dentro de la familia aprende el niño a desconfiar de forasteros –familismo amoral- y a considerarlos como amenazas potenciales para el bienestar del individuo que sólo puede conseguirse a través de la familia unida. De este modo, la familia mina de manera sistemática la confianza y la aptitud de sus miembros para participar en la sociedad general, aun cuando haya agentes en competencia, como las escuelas, los periódicos y los partidos, que representan las perspectivas más amplias de una sociedad nacional. Una heterogeneidad de este tipo es típica de las zonas en desarrollo débilmente integradas, donde los procesos de socialización de la familia y los grupos de parentesco pueden ir en contra del desarrollo de instituciones nacionales viables”.
Es oportuno tener en cuenta que algunos individuos actúan contra los hábitos familiares que tuvieron que soportar, abandonándolos posteriormente con sus propios hijos. Así, quien se vio presionado a poseer buena presencia y pulcritud personal desde niño, puede de adulto rebelarse contra esa situación impuesta por sus padres para adoptar una actitud de descuido personal. De todas formas, la importancia del medio familiar es la que impone la influencia inicial, que luego será adoptada o abandonada. De ahí las notorias diferencias que entre hermanos pueden existir.
Puede decirse que hay dos formas extremas de perjudicar a los niños: a) Crearles una desconfianza total y absoluta respecto de la sociedad, b) Crearles una confianza total y absoluta respecto de la sociedad. En el primer caso creerán que toda la gente es mala y perversa, por lo que abogarán por la entronización de un Estado totalitario, mientras que en el segundo caso padecerán las consecuencias de reiterados engaños y estafas. Una postura intermedia puede ser la mejor.
En la actualidad, la influencia de los medios masivos de comunicación tiende a ocupar un lugar importante en cuanto a la influencia social recibida por los niños, influencia que a veces entra en conflicto con los criterios imperantes en una familia. Ninguna influencia ha de resultar determinante del accionar individual, por lo que ninguna sociedad está a salvo de las consecuencias que pueden seguir al acceso al poder de personajes con problemas psicológicos. Así, el destino de algunos países (como la Argentina) ha quedado determinado por personajes tales como Perón, Eva Duarte y los Kirchner.
También a nivel mundial han sido los personajes con problemas psicológicos los que produjeron las grandes catástrofes que nos recuerda la historia. Maurice Duverger escribió: “El autoritarismo, la dominación, la violencia encuentran también otras explicaciones psicológicas. A veces son la compensación de fracasos individuales. La venganza puede surgir como consecuencia de la falta de estima, de la burla o del menosprecio de los demás. Los débiles, los imbéciles, los fracasados, tratan de sentirse más fuertes humillando a los que son superiores e intentado rebajarlos hasta un nivel inferior al suyo. Un psicoanalista disidente, Adler, notó que la brutalidad y el despotismo son frecuentemente una supercompensación del sentimiento penoso que arrastran las personas de poca estatura o que se ven afligidos por una deformación física (la mayoría de los dictadores han sido bajos: César, Napoleón, Hitler, Stalin, Mussolini, etc.). El propio Adler considera las tendencias autoritarias como fundamentales”.
“Esta personalidad autoritaria caracteriza a los individuos poco seguros de sí mismos, los cuales no han logrado nunca construir su propia personalidad y estabilizarla y que a la vez dudan de su «yo» y de su propia identidad. Se vuelven hacia el mundo exterior, porque no pueden volcarse hacia sí mismos. La estabilidad del orden social, llega a ser así el fundamento de la estabilidad de su propia personalidad, la cual correría el riesgo de disolverse sin aquél. Por consiguiente, son ellos mismos, es la base de su yo y su equilibrio psicológico, lo que defienden al defender este orden social”.
“De ahí su agresividad y su odio hacia sus opositores, y sobre todo hacia los «otros», hacia los «diferentes», hacia aquellos cuyo modo de existencia y sistema de valores son un desafío al orden social existente, cuyo fundamento y generalidad ponen en entredicho. Las personalidades autoritarias se adhieren a los partidos conservadores en los tiempos tranquilos cuando el orden social no está amenazado. Pero si éste es atacado, su agresividad crece naturalmente y les empuja hacia los movimientos fascistas. Así, las personas menos sólidas interiormente aparentan la mayor solidez exterior, o, lo que es lo mismo, los partidos que se fundan en la fuerza están sobre todo compuestos de débiles” (De “Sociología política”-Ediciones Ariel-Barcelona 1968).
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